domingo, 19 de septiembre de 2010

Cap 9: Juvenal

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..............................................................Tranvia de Coquimbo, 1912.

.Sáez y yo salimos de noche desde Copiapó en el tren longitudinal con destino a nuestro terruño. Pasamos por Vallenar a la una y media de la noche y llegamos a la estación de La Serena a las 11:50 de la mañana del día 24 de agosto, nos moríamos de mareados por la fatiga de tan largo viaje.

Llegué de improviso a mi casa, pues no me esperaban en esa fecha. Me recibieron en mi familia con mucha alegría, todos me abrazaban y los más pequeños saltaban a mí alrededor. Mi abuelita mandó a que le echaran más agua a la sopa y que le agregaran más papas al guiso de cochayuyo con chuchoca.

Mi hermanito Luis Felipe me mostraba muy emocionado su primer cuaderno donde garabateaba sus tareas escolares del primer año que iniciaba en su Escuela, la misma donde yo me eduqué. Graciela estaba encargada de cuidarlo y atenderlo, para ayudar a la abuelita en los quehaceres del hogar.

Me sentía muy alegre compartiendo junto con mi familia, ellos son mi sangre y nos unen lazos que nunca se romperán. Cuando sea maestro normalista haré construir un jardín en el patio de la casa, lleno de rosas, claveles y pensamientos trinitarias, allí reuniré a toda la familia para interpretarles bellas melodías con mi violín.

He llegado enfermo, desde el 8 de agosto estoy con una gripe y tos que no se me quiere quitar con nada, menos aún con estas heladas de invierno que calan los huesos. Mi abuelita Juana me preparó una sopa de gallina con bastante ajo y cebolla, más una limonada bien caliente y me aconsejó que tomara cama durante algunos días.

A regañadientes me he quedado en casa, a pesar de que mis ansias me impulsaban con desespero para salir de correrías y buscar a Rosalba y a Albertina… ¿Qué será de ellas? Mis sueños y fantasías están llenas de ellas, son las ilusiones que expresan las ansias de mi corazón sediento de pasión.

Después de casi un mes de enfermedad, un día de septiembre salí a la calle a extasiarme contemplando los atractivos serenenses, ya casi se anuncia la primavera, el rostro de la ciudad me parece lleno de alegrías y esperanzas, las campanas de las iglesias suenan jubilosas su cantar.

Salí a respirar el aire fresco para llenarme del aliento de mi terruño, me sentía revitalizado, estaba lleno de nuevas energías, hacía casi un mes que no me hacía un aseo completamente minucioso, siempre es muy refrescante un baño de tina con agua tibia y la espuma del agua de corteza de quillay. La piel se tersa con el fregar de la piedra pómez y toma un color rojizo que hace respirar los poros de la epidermis.

La vida la percibía muy intensamente, todo mí alrededor resplandecía de colores intensos y yo los podía disfrutar. Sin duda que soy muy afortunado por la vida que Dios ha tenido a bien darme, llena de salud y esperanzas de un destino cada vez mejor.

No cabía en sí de alegría, me fui con Sáez directamente, sin detenerme, hasta la casa de mis primas. Andrea nos recibió, después llegó María y mi tía, pero a mi linda Albertina no la pude ver en primera instancia, porque estaba en su habitación resfriada.

Nos vimos más tarde, estaba muy ronquita, apenas hablaba, su voz era un murmullo:

- ¿Cómo va, Juvenal? - susurró

Estuvimos departiendo un rato, junto con sus hermanas, y a las 10 de la noche me retiré de su casa. Albertina llena todo mi corazón, ella invade todos mis pensamientos, quisiera tener palabras para mostrarle todo mi cariño, tener la libertad para correr tomado de su mano por campos llenos de flores. Me dormí en la noche pensando en ella.

Al día siguiente, junto con Segundo, volvimos a la casa de mis primas. Tuve la dicha de ver a mi ensueño dorado, Albertina. ¡Oh, qué hermoso abrazo le di! Luego llegaron otras amistades de mis primas, nos vinimos después que estas últimos se fueron.

Así pasamos con Sáez varias noches con mis primas, sin embargo, desgracia la mía, Albertina comenzó a hacerme sufrir con su indiferencia, siempre con su carácter tan risueño ha descendido hasta decirme que no me ama, se comporta con un cruel desdén. Me tiene loco por su amor.

El domingo pasado llevé a Albertina a pasear más allá del hospital nuevo San Juan de Dios, nos acompañaba un niñito del vecindario y también llevé a mi encantadora hermanita Hildita que se dedicó a perseguir a las mariposas, claro, por supuesto, no alcanzó a ninguna.

Después que pasamos el edificio del hospital, nos internamos abrazados por un sendero hacia campo abierto desde donde podíamos ver toda la bahía de Coquimbo. Nos detuvimos un momento para besarnos.

- ¿Albertina, me amas? – pregunté suave en su oído.

- ¡Por Dios! Te quiero como primo, pero lo otro no. Sin engañarte, lo otro no. ¡Por Dios, así no…!

Fui soltándola poco a poco, sentía como baldes de agua fría que caía sobre mí. La miraba y no podía creer que tuviese tanta indiferencia de su parte, sus palabras eran un desaire para mí, más todavía, eran certeras puñaladas frías que destrozaban mi corazón.

- No volveré a verte nunca más, pondré todo mi empeño en no buscarte ni encontrarte… nunca más… ¡Jamás! - atiné a decir casi aturdido.

- Si no vuelve a visitarme, Juvenal, entonces diré por qué lo hace – me dijo en tono de chantaje – No se disguste, yo lo quiero mucho como primito.

Esa noche no podía dormir… deliraba. Sin embargo, tengo una esperanza, pues ella es sólo una niña, muy alegre, atractiva y coqueta, pero su edad supongo que será apenas de 15 años, de modo que estoy seguro que todavía no sabe lo que es el amor, confío en que pronto ella volverá rendida a mis brazos.

Pasaron varios días sin que fuera a ver mis primas, tenía el firme propósito de alejarme un tiempo de ellas. Mis pensamientos desordenados divagaban sin mayor atención, entonces se me ocurrió que podía volver a conquistar el cariño de Rosalba. Una noche fuimos con Segundo a la calle M. A. Matta donde se habría mudado Rosalba y su familia. Según me dijeron ella vive en la casa Nro. 2, pero todo fue en vano, no la vi.

Tengo la desgracia de no haber podido ver a Rosalba, a pesar de que varias veces he pasado por su casa. ¿Acaso ella no está en La Serena? ¿Se habrá ido a Potrerillos, dónde su hermano quería que se fuera? ¿Cómo saber algo de ella? Me queda el sabor amargo de ilusionarme con sus caricias y no saber nada de ella ¿Ella me recordará?

Mis preocupaciones cambiaron de golpe cuando una mañana me desperté muy temprano, puesto que la ciudad amaneció completamente convulsionada, salían los soldados del Regimiento de Artillería Nro. 2 de La Serena hacia Tacna y los familiares, amigos y curiosos los despedían desde la calle, algunos se abrazaban y lloraban, era como una marcha hacia el frente de batalla en defensa de la patria.

El Ministro de Guerra, Ladislao Errázuriz, había ordenado la movilización del Ejército de Chile hacia la frontera norte, supuestamente en consideración a antecedentes que vaticinaban un conflicto bélico con Perú.

Sin embargo, la Federación de Estudiantes de Chile, FECh, de marcada vacación pacifista, se enfrascó en un agrio enfrentamiento con el gobierno, a quien acusaba de actuar sólo con fines políticos para quitarle popularidad al candidato opositor de las próximas elecciones presidenciales, Don Arturo Alessandri.

Este cuestionamiento provocó que una turba de nacionalistas asaltara y destruyera las instalaciones de la FECh en Santiago. Los estudiantes bautizaron las acciones del ministro como “La Guerra de Don Ladislao”. Quizás haya un objetivo político interno en todo esto, pero no hay duda que existe un sentimiento revanchista anti-chileno en nuestros vecinos, frente a los cuales hay que estar siempre muy prevenidos.

De cualquier modo que fuese, toda la población despidió a los soldados que defendían la patria. Sonaron compases de una marcha militar y marcando el paso, al más puro estilo prusiano, los militares avanzaban en sobria y perfecta formación con fusiles al hombro y acompañados de cañones prestos a disparar.

Me siento muy patriota, pues mi país está formado por hombres valientes que han defendido esta tierra con su alma y su sangre, tenemos héroes como Arturo Prat, quien es un símbolo de honor y gloria, es emblema del arrojo y de la bravura del pueblo chileno, aunque debo reconocer que me siento mejor quedándome aquí, en mi ciudad, con las batallas de mis amores.

Un día pasé por la Oficina del Correo Postal, tenía una carta de Magdalena, mi estrellita copiapina. ¡Qué grata sorpresa me dio! Yo mismo me sentí ingrato con mi Magda, poco me había acordado de ella en estos días de vacaciones, pues he estado completamente embebido en mi terruño. También Lincoyán me escribió y me mandó el último “Republicano” publicado en la Escuela, en el cual tengo dos artículos.

Después me dirigí con Segundo hacia la Plaza de Armas donde nos encontramos con nuestro común amigo Oscar Vergara, quien nos presentó a otros dos compañeros. Estuvimos divirtiéndonos un rato en la plaza y después nos fuimos al biógrafo.

Al día siguiente fuimos a pasar una tarde de esparcimiento al olivar de mi amigo Tapia, en la Compañía Baja, tierra de historias que se remontan a la Orden Compañía de Jesús en el siglo XVII, cuando desarrollaban una importante actividad productiva, benéfica y de evangelización.

Me cuentan que la Compañía Baja fue en su origen una enorme hacienda de los jesuitas que producía verduras, hortalizas, cereales y frutas. También había cría de animales, especialmente mulas y caballos. En el siglo XIX comienza a surgir, además, una importante actividad minera en lo que se conoce como Compañía Alta.

Hubo un notable experto en metales y faenas mineralógicas, Carlos San Lambert, que instaló en 1825 una planta de fundición de cobre y adquirió el yacimiento “El Brillador” y “Solapar”, cuya operación continuó su hijo hasta 1919, año en que cesó esa actividad industrial.

Así entonces, esta mezcla de actividades mineras y agropecuarias ha ido desarrollando este centro poblado de profundas raíces en la historia. Se dice que la conocida poetisa Lucila Godoy Alcayaga fue maestra ayudante de la vieja Escuela de calle La Cruz, en la Compañía Baja, hace algunos años atrás.

Este año la población ha crecido más aún con la migración espontánea que se ha producido de las pampas salitreras del norte grande, debido al cierre gradual de las salitreras a causa de la depresión mundial del negocio del nitrato. Muchas personas recién llegadas se han instalado en la Compañía Baja, otros se han ido a Tierras Blancas.

Desde ese paseo a la Compañía Baja dejé pasar tres días sin ir a ver mis primas, si no tenía el amor de Albertina no valía la pena verla. Sin embargo, una noche fui a su casa y me porté indiferente con ella, apenas le hablaba y sólo la miraba de reojo. Al despedirme me dijo mi prima María que mi Albertina me había aceptado, que dicha tan grande, sin embargo yo nada contesté a su nueva.

Siguieron noche felices, un día las llevé al biógrafo público, al día siguiente las traje a la kermesse en la Recova, otro día fuimos hasta la Pampa con Albertina, María, Mercedes y Andrea, acompañados de mi siempre fiel amigo Sáez.

El día de fiestas patrias, el 18 de septiembre, me he plantado una tremenda farra con mis amigos, estuvimos bebiendo vino tinto con Don Marcos Varela. Después en la tarde fui borracho a ver a Albertina con toda la intención de cortar la relación con ella, le hablé con duras y crueles palabras, ella lloró y me juró ser mi prometida.

Volví a la noche siguiente, la noche que ha sido la más feliz de mi vida, noche inolvidable llena de dicha. Albertina me habló de sus temores y juró por Dios serme fiel por siempre, prometió darme todo su cariño. ¡Qué noche tan feliz! ¡Soy feliz, muy feliz! ¡Juró ser mi esposa!

¿Casado con Albertina? Bueno, la idea realmente no me parece mal, si ahora soy feliz a su lado, mucho más lo sería estando ella siempre conmigo, y tendríamos muchos hijos para darles la mayor felicidad. Sí, me quiero comprometer con mi Albertina, un año más para terminar mis estudios de normalista y luego nos podríamos casar, sólo nos espera la felicidad.

Para despedirme de mis familiares fui a Coquimbo, tuve que quedarme un día a pesar que hubiera preferido estar al lado de mí prometida Albertina, mis ansias eran ver a la niña de mis sueños, sin embargo estaba al lado de quien ahora no me atrae en nada, Teresa, la detesto, me resulta insoportable, la aborrezco… adiós para siempre.

Tan pronto regresé a La Serena me fui a casa de mis primas. Mi tía estaba enferma, no pude despedirme de ella, pero con Albertina disfruté de ósculos que sellaron nuestro amor, con ella estuve hasta las 2 de mañana, entonces le entregué el anillo de compromiso que había comprado para ella y le di un beso en la frente.

- Adiós, Albertina. Pronto regresaré – dije con la resignación de la despedida, mientras pensaba: “El hombre debe ser fuerte, debe ser roble”. Sentía una enorme excitación nerviosa, pues al día siguiente, 26 de septiembre, partía temprano en tren hacia Copiapó.

- Estaré esperando por ti, Juvenal – ella contestó


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