El 3 de Diciembre llegué a La Serena, ¡mi ciudad querida! ¡Oh, cuanto placer rebosa en mi alma al volver a mi tierra, a mi hogar! El tren atravesó la vega como si fuese una gigantesca serpiente que se precipita por el borde de la ciudad. Al norte, en la punta Teatinos, el mar rompe sus olas con insistente testarudez y, a la distancia, se observan las alegres saltos del agua como hojas movidas por el viento.
Puedo apreciar el mar de la bahía que recibe las aguas plateadas del río con el murmullos de su ir y venir, en eterno vaivén del océano azulado y transparente como el cielo que refleja. A lo lejos alcanzo a ver la Punta Pelícanos del puerto de Coquimbo y su vistoso Cerro Alegre, como si fuese una lengua hacia el mar.
La vista a la vega me ofrece un paisaje lleno de verdor, adornada con sauces y arrayanes hasta las mismas puertas de la ciudad, con un cuadro que muestra rústicas chozas, bueyes, caballos y vacas pastando; siembras de maíz, trigo, zapallos, melones, porotos y otras más. Algunas lagunas se divisan con sus totorales y pájaros que revolotean con su alborozada inquietud.
Puedo apreciar la ciudad con sus blancos edificios, como si se superpusieran unos con otros, con follajes intercalados de variados colores verdes de los árboles de la ciudad. Entre ese conjunto de edificios se alzan, a mayor altura, las torres de las iglesias y de las esbeltas palmeras, y al fondo de la perspectiva está el cerro de la Cruz o cerro Santa Lucía.
El paisaje se completa con el valle estrecho por donde se desliza el río, como una cinta de plata que alimenta los cultivos de ambas riberas. En el borde norte se ve el caserío de la Compañía que surgió en torno a la antigua hacienda de los padres de la congregación de la Compañía de Jesús. El horizonte de esta vista son las altas y majestuosas montañas de la cordillera de los Andes, desde cuyo seno se explotan los más ricos minerales.
Mi ciudad es como un hermoso anfiteatro formado por varias mesetas: la primera, a casi 20 metros de altura sobre los terrenos de la vega, aledaños al río Coquimbo, arriba de la “Barranca del Mar” se halla la parte principal y más antigua de la ciudad, limitada por el paseo de la Alameda, antigua quebrada de San Francisco.
La segunda meseta, más al oriente y en cota superior, se encuentra el espacioso barrio denominado Santa Lucía que se extiende hasta las suaves laderas del Cerro de la Cruz. Hacia el sur, limitada por el paseo de la Alameda está el sector del Hospital San Juan de Dios. Luego viene la Pampa, con varias quintas y chacras que abastecen de frutas y verduras a la población de la ciudad
¡Qué emoción tan grande me invade al observar mi ciudad! ¡Qué inmensa alegría me provoca la cercanía de mi familia! En mi hogar sentí la alegría de estar junto con los míos, tuve la emoción de abrazar a mi abuelita Juana, saltar de alegría con mis hermanas y mi hermanito. Todos me expresaban su alegría al recibirme, me llenaban de preguntas, querían saber todas mis experiencias de Copiapó.
Mi abuelita desplumó 2 pollos grandes del gallinero, con técnica muy precisa les torció el pescuezo y les dio un pequeño jalón, luego con agua caliente les quitó rápidamente todo el plumaje, después Graciela y Juanita Rosa se encargaron de preparar una magnífica cena para celebrar mi llegada.
Pensaba que no merecía tanto festejo, finalmente había reprobado el curso de Francés que, por supuesto, no se lo dije a nadie. Tampoco podía hablarles de Rosita, cuya traición casi me hizo perder el juicio, sin embargo, estaba seguro que triunfaría en mis estudios, ya faltaba poco para terminar y, entonces, podría ayudar a mi abuelita a mantener el hogar.
Había que pensar en mi hermanito Luis Felipe, apenas el próximo año empezará a estudiar, pero ayudarlo a estudiar en el futuro para que logre profesión era mi responsabilidad. En cambio, más sencillo es la situación de mis hermanas, pues ellas deben aprende labores de mano y buenos modales para prepararse para el matrimonio.
Nosotros los hombres tenemos una mayor responsabilidad en la sociedad, no podría ser de otra manera. No logro imaginarme, por ejemplo, que las mujeres pudiesen votar en política, todo se transformaría en chismes y lloriqueos. Buena razón para que la vigente Ley de Elecciones de 1884 prohibiera expresamente el voto femenino.
También el manejo del dinero es asunto muy delicado, por ese motivo no se puede confiar en una mujer. Razón, además, por la cual la mujer en el matrimonio queda bajo la potestad del marido y si excepcionalmente trabaja no tiene derecho a disponer de su salario. Buenas costumbres que aseguran que la mujer se dedique a atender los asuntos domésticos del hogar y el cuidado de los hijos.
Por este motivo, mi sabia abuelita dispuso que Graciela atendiera como madre sustituta a Luis Felipe y Juana Rosa a Hildita, es la mejor escuela de aprendizaje para criar, es la preparación para el matrimonio. Con estas reflexiones me dormí profundamente, después de tan largo viaje en tren estaba muy cansado.
Al día siguiente fui con Rubio a la calle Rodríguez por si veía a las amiguitas que conocí en el Carnaval pasado, pero desgraciadamente se habían mudado. Durante varios días las busqué, pero no logré encontrarlas, hasta que un día nos topamos con Carlos, hermano de las niñas González. Pregunté por Rosalba, entonces me enteré que ella vive en la calle Vicuña con esquina Las Casas. Le mandé muchos saludos.
Pasé muchas noches callejeando con Rubio, teníamos unos galanteos con unas muchachas de la calle Colo-Colo. Después, una vez que Rubio, Segundo y Aqueda se hicieron amigos entre sí, salíamos juntos de noche a divertirnos por las calles de la ciudad, paseábamos por la Plaza, íbamos al biógrafo, etc.
Claro, durante el mes de María iba por las tardes a la iglesia Corazón de Jesús, para mí las misas eran momentos de recogimiento espiritual; por supuesto que también era la oportunidad de ver a bellas muchachas que iban con sus madres a rezar. Recordaba que en el año 1918 iba a la iglesia San Francisco, en Copiapó, a esperar a Rosa, esa infiel y cruel mujer a quien todavía evocaba.
Un día divisé a Rosalba, iba con unas amigas por la calle Infante, pero no me atreví a saludarla. Otra vez la vi en la Alameda, la saludé de lejos con una seña de mano y ella me sonrió, hasta que finalmente una noche le hablé y quedamos de vernos en la Plaza Buenos Aires, allí nos vimos y quedamos muy amigos. Así tuve muchos encuentros que me hicieron sentir muy dichoso a su lado.
Las Pascuas la pasé con mis amigos, la recibí con mucha alegría y con mucho alboroto en la Plaza de Armas. Compramos una empanadas donde la gorda Liliana, realmente estaban sabrosas con su guiso de carne picada con huevo y cebolla, pero con un toque amarguito de un no sé qué.
Bueno, las empanadas nos provocaron casi de inmediato un efecto que hizo exclamar a Segundo: “¡Apretemos cuevas!”. Por primera vez entiendo esta expresión tan nuestra, pues no sólo significa que hay que salir corriendo muy rápido, sino además hay que hacerlo con las nalgas bien apretadas para contener la fulminante diarrea que nos asaltó: ¡trote a la letrina de la casita!
Para recibir el Año Nuevo fui con mis amigos a la Plaza de Armas, allá estaba Rosaura con su novio y mi angelical Rosalba, pero no pude hablarle, no tuve una excusa para acercarme, pero pude observarla de lejos. Hubo biógrafo público, música con la banda municipal y fuegos artificiales. En fin, creo que este año nuevo 1920 lo pasaré de lo mejor, porque es la primera vez que lo recibo con tanta alegría.
El día 11 de enero fui en tren a Coquimbo, me envió mi abuelita para acompañar y traer de regreso a La Serena a mi hermana Graciela, quien estaba pasando unos días de vacaciones y disfrutando de las playas junto con mis tías y demás familiares.
Siempre me ha sorprendido Coquimbo por su agitada vida de Puerto que ofrece diversión de todo tipo y una vida nocturna excitante donde se mezclan marineros de paso, obreros del puerto, mineros que bajaban de todas partes, carrilanos del ferrocarril, vagabundos, borrachos y mujeres de la vida alegre.
La calle Pinto, en la noche avanzada, es una verdadera Babilonia llena de garitos, cantinas y prostíbulos, en los cuales el vino, la cerveza, el aguardiente y el humo de cigarrillos dominan las mentes embotadas de quienes dilapidan el fruto de su trabajo. Tampoco falta uno que otro cogotero que hace de las suyas.
A mí lo que más me gusta son las historias y leyendas de Coquimbo, como los cuentos del tesoro de los piratas, el ánima del quisco, el coche del diablo, el hombre perro y muchísimas más. Hay una historia reciente que a mí me conmueve profundamente, se refiere a la dama de la playa.
Era 25 de julio de 1914 cuando llegó a la bahía de La Herradura el majestuoso barco escuela alemán “Herzogin Cecilie”, con apuestos cadetes teutones, rubios y de ojos azules. En esos días ocurrió que estalló la gran guerra de Europa y Chile decretó su neutralidad territorial, en consecuencia, la referida nave debió quedar internada durante todo el período del conflicto bélico.
Los marinos bajaban con frecuencia a Coquimbo y La Serena y recorrían los alrededores con entera libertad, aunque en cierto sentido eran prisioneros del destino. Se cuenta que un cadete de nombre Walter se enamoró de una bella muchacha, Claudia, hija de un vecino muy adinerado. Para no ser sorprendidos, la dama y el galán se veían por las noches en la solitaria playa de La Herradura.
Todo parecía marchar sobre ruedas, Claudia amaba a Walter con delirio y él le correspondía. La dicha embargaba el alma de Walter, pero a su vez en su espíritu de guerrero sentía la llamada al combate en defensa de su país. Un día 16 arrojados pilotines del Herzogin, entre los que se contaba Walter, planearon fugarse para incorporarse al frente de guerra en las huestes alemanas. Se marcharon en un viejo barco de madera llamado Pinto, el cual dicen que logró recalar en Trondheim, Noruega, el 1 de abril de 1917.
Una profunda melancolía se fue apoderando del atormentado corazón de Claudia, esperando en vano el regreso de su amado. Un día, entre sollozos, la vieron caminando por la orilla de la playa. A la mañana siguiente, una hermosa jovencita fue hallada flotando en el mar.
Cuentan que en las noches de luna llega a la playa de La Herradura una hermosa carroza tirada por esbeltos caballos, conducida por un elegante cochero uniformado, de la cual se baja una bella dama, finamente vestida de blanco y cubierta de valiosas joyas, y se pasea por la orilla del mar, mirando ansiosa al horizonte como si aguardase a alguien. Luego, sube al coche para perderse en la fría oscuridad de la noche… es la dama de la playa.
Llegué a casa de mi tía Mercedes, ella vive frente a la línea del tren que viene de Ovalle, entre la estación del Empalme y el cerro Dominante. Por atrás de la casa, a una altura algo menor, pasa la línea del tren que viene de La Serena y llega también hasta el mismo Empalme.
Esta estación, donde confluyen las dos líneas ferroviarias, tiene instalado de hace pocos años una hermosa estructura metálica techada, con elegantes terminaciones góticas. En las cercanías se estacionan los coches y carrozas tirados por caballos para el transporte de las personas más distinguidas y, por supuesto, con más dinero.
El tren luego continúa por la calle Aldunate hasta la Maestranza, donde está la estación terminal, “la estación de Abajo”, en el área del muelle del ferrocarril, más allá del muelle Fiscal, a 3 cuadras de la Plaza Vicuña Mackena. Naturalmente que el tren debe transitar dentro del puerto a una velocidad menor, de tal modo que permita el trote del caballo del policía de control que va delante del tren.
Al día siguiente fuimos con Graciela a saludar a mis tías Elisa y María Luisa Rojo, también saludé con emoción contenida a Teresita. Esa mañana, al verla después de un año, me sentí feliz como nunca, todo estaba lleno de colores brillantes, todo era música encantada, para mí era un día primaveral divino. Pasamos el día escuchando gramófono, polipón y guitarra.
Un día salimos a caminar por los arenales cercanos a Guayacán, desde allí divisábamos a la misma vez la bahía de Coquimbo y la bahía de La Herradura. En medio de la soledad del paisaje, apartado del mundanal ruido del puerto, está el Convento del Buen Pastor, inaugurado hace 10 años por Sor María de Santa Gertrudis. Inspira al retiro espiritual, ahora más, con Teresita a mi lado.
Después, el día martes 13 de enero, fecha que para algunos se vincula con la mala suerte o de posibles desgracias que obligan a andarse con mucho cuidado; sin embargo, yo tuve una tarde imborrable y sublime. Di besos a Teresita y juramos amor eternamente.
Sí, fue una tarde inolvidable. Vine solo donde mis tías Elisa y Luisa, pues mi hermana Graciela, tía Mercedes, Sarita y Marina se habían ido a la playa de Guayacán a bañarse. Me encontré a Teresita sola en casa, los demás habían salido al centro de la ciudad, entonces ella me recibió con despreocupación y nos sentamos en el salón de la casa.
No sé como ocurrió, acaso ella se acercó, o quizás fui yo que tomé sus manos, tal vez fue su aliento de perfume de jardín, o acaso su silencio con su dulce mirada fue una invitación, ya no sé como fue, solo sé que un beso en sus labios nos unió en la emoción del amor.
¡Un beso! Sí, después fueron muchos besos y caricias que las manos sensibles llevaban al corazón, caricias que sentían su delicada tez y jugaban con su terso cabello entre mis dedos. La tuve entre mis brazos y sentí el palpitar de su alma entre susurros de palabras de amor.
¡Jurar amor eternamente! Día extraordinario de pasión y éxtasis, sentir el alma de una tierna y bella muchacha ávida de cariño. ¡Tarde maravillosa! ¿Y cuando me aleje otra vez? ¿Cómo irá mi corazón? No lo sé, el amor tiene senderos misteriosos y llenos de sorpresas, realmente no sé qué será después, sólo me dejo llevar como una paja al viento, el destino dirá lo demás.
Tan pronto regresé a La Serena fui a visitar a mi recordada Rosalba, realmente desde que la conocí me ha gustado mucho, pero ahora siento que la amo con delirio y sé que ella también lo siente así. Recibí una misiva de ella donde me dice: “¡Te seré fiel hasta la muerte!… Te amo como ninguna mujer habrá amado nunca a un hombre”, he saboreado con besos esta dulce carta de mi angelical niña de mis sueños.
He presentado Rosalba a Graciela y hemos charlado durante largo tiempo. Graciela la miraba con cierto aire de curiosidad y un mal disimulado recelo, seguramente un día terminarán siendo amigas, pensaba para mis adentros. Chiquilla mía, cuanto te estoy amando y lo hago con toda mi fuerza juvenil, Rosalba es la mujer que amo más puramente en el mundo.
Amor platónico, es amor casto y puro que llena todo mi espíritu, todos mis pensamientos siempre tienen un nombre, es el nombre de una flor, Rosalba, así es lo que siento por ella y jamás me atrevería a intentar el mínimo daño para ella, como hacen algunos tontos que actúan sin pensar.
Es verdad, algunos tontos se meten en tremendos líos como ocurre con mi amigo Aqueda. Me ha contado que tiene a su enamorada con un mes de tremenda angustia, la menstruación paralizada y, desde luego, un bebé que nadie desea. El anda muy asustado y no haya con qué pamplinas hacerle botar el feto… ¡Qué lío!
Se dice que hay algunas comadronas que se dedican a practicar el aborto con brebajes y ungüentos, además se comenta de varias mujeres que lo han hecho en la clandestinidad, pero también se sabe que es una intervención peligrosa para la vida de la mujer. Definitivamente no es un asunto que permita la legalidad y, por otro lado, la iglesia lo prohíbe tajantemente. ¿Entonces, qué hacer?
A través de los siglos la tradición religiosa venía explicando que el embrión es una suerte de órgano sin alma hasta fines del tercer mes del embarazo, en consecuencia, digamos que podría asumirse “abortable”. Pero una vez transformado en feto, ya quedaba dotado de alma, era “animatus”. Sin embargo, esta posición de la iglesia fue modificada por el Papa Pío IX en 1869, quien declaró que el nacimiento del alma ocurre en el preciso momento de la concepción. ¡Grave problema, amigo Aqueda! Yo no sé que haría en tu lugar.
Los primeros días de Febrero estuvo el circo Beltrán, junto con mis amigos Sáez y Rubio entramos para disfrutar una tarde de distensión. El payaso chorizo fue la delicia del público, sus gracias y tonterías provocaban risa incontenible.
Después paseamos durante la noche de luna, hasta las 3 de la mañana. En el Teatro Municipal hubo un té danzante, nosotros que no entramos al espectáculo, tuvimos nuestra propia danza en la calle con un tarro de duraznos lleno de helado.
Esa noche, cuando regresé a casa, estaba el cielo completamente despejado y todas sus estrellas eran más brillantes que nunca, era noche de luna llena. Antes de entrar a mi hogar me detuve un momento, para dejarme llevar por mis pensamientos, envuelto en la magia del infinito cielo.
Pensaba en Rosalba, sólo ella ocupaba mi memoria, sentía esos ojitos tan vivitos, ese mirar melancólico, su boquita con esos labios que me vuelven loco, esa risita que resuena en mis oídos como cascada de campanillas ¡Oh, qué angelical! Es un dechado de hermosura, cuyas manos han acariciado las mías y mi rostro, también mi corazón. Por ella tengo valor para sentir que merezco su alba mano, su vida, la amo con delirio. ¿Pensará esa virgencita en mí como yo pienso en ella?
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