lunes, 30 de mayo de 2016

Navegando en la filosofía - I

Navegando en la filosofía. 
(Recopilación)

Alex Villanueva A.
Caracas, Mayo 2016.



Ya hace casi 3 años que me quitaron un riñón a causa de un cáncer que me estaba comiendo por dentro. En aquella oportunidad realmente pensé la posibilidad de que me muriera… bueno, a lo mejor estoy muerto y no me he dado cuenta todavía, quizás nadie me quiera sacar de mi ilusión de existencia.
En aquella oportunidad hice una revisión de toda mi vida y tomé conciencia de que de nada me arrepentía, por el contrario, me sentí orgulloso de haber superado tantos obstáculos a lo largo de mis años. Yo tuve un entorno más bien limitado, con muy pocas oportunidades, casi siempre estuve más cerca del fracaso y si me hubiese dejado arrastrar por el destino, que me llevase la inercia, habría sido un pobre diablo, seguramente más pobre que diablo.
Mi padre ahogó sus frustraciones en el alcoholismo y quedé huérfano de él a los 13 años de edad, la familia quedó con muy exiguos recursos, lo que sin darme cuenta me hizo tomar el control de mi vida. Decidí volverme un ávido lector de cuanto podía conseguir en la biblioteca pública de La Serena, me fui al servicio militar para probarme a mí mismo, lo hice por mi propia decisión, me fui a la Pampa salitrera del Desierto de Atacama y después a Tierra del Fuego a realizar trabajos de Verano, fue por mi decisión propia, después me fui a la capital a estudiar con dientes y uñas, fue también mi decisión. Me vine a Venezuela sin que nadie me obligara, asimismo fue mi decisión, y aquí nacieron mis hijos, no por embarazos accidentales, sino que llegaron preconcebidos con plena conciencia.
Siempre he sentido que yo controlo mi vida y mis metas las he alcanzado por mi propio esfuerzo, nada me ha sido regalado, salvo mi existencia. Por supuesto que también he fracasado, hay metas que no he alcanzado y otras he sobrepasado, pero de nada me arrepiento, siempre hice lo mejor posible, estoy orgulloso de ello y, sobretodo, estoy orgulloso de mis hijos, aunque ellos ni se enteran.
Repito, siento que soy responsable de mi vida, asumo lo bueno y lo malo que he hecho, y no estoy arrepentido de nada. Es una lástima que no sea creyente, quiero decir, que no crea en el paraíso celestial, pues en ese caso estaría convencido que mi destino sería tener un puesto en ese paraíso. Pues no, no creo en otra vida, creo que ésta es la única vida y no debemos evadirla pensando como consuelo en otra vida más allá, sólo tenemos ésta y hay que quererla intensamente, tal como la quiso Nietzsche hasta la locura, tan sólo que en éste caso la locura no es una expresión que enfatice el apasionamiento por la vida, sino que Nietzsche se volvió loco de verdad, las espiroquetas que adquirió en la adolescencia le carcomieron el cerebro hasta que murió completamente demente en el año 1900.
Un día Nietzsche observó que un cochero fustigaba a un caballo en las calles de Turín, de repente se abalanzó sobre la pobre bestia y la abrazó mientras dejaba rodar sus lágrimas sobre el cuello del animal. Fue una escena muy conmovedora de un hombre que predicaba que la compasión era una debilidad, un peligro social, que sería sólo superada por el superhombre. Le diagnosticaron demencia.
Nietzsche ha sido un filósofo muy polémico, sujeto a muchas interpretaciones, cuyo pensamiento puede causar simpatías o repulsión, pero definitivamente no puede ser acusado de antisemita, ni admirador de la superioridad racial. La responsable de este infundio fue su propia hermana Elizabeth, quien asumió la ideología nacionalsocialista e intentó nazificar a su hermano y su obra. Con la llegada de Hitler al poder político Elizabeth abraza el nazismo que compartía con su fallecido esposo. En realidad Nietzsche siempre despreció a los antisemitas alemanes y en varias oportunidades expresó su disgusto por la actitud racista y antijudía de su cuñado.
A mí me parece que uno de los aportes más importantes de Nietzsche es su cuestionamiento a la tradición filosófica occidental, cuya raíz sitúa en Sócrates, Platón y la filosofía judeo-cristiana. En este sentido, se opone a la separación de la realidad en dos ámbitos, una realidad que captan nuestros sentidos como un mundo sensible, pero imperfecto, cambiante y perecedero, apenas un residuo de algo superior, como las sombras en la caverna de Platón, frente al otro ámbito de una realidad suprasensible, perfecta, estática, imperecedera, la verdadera esencia de la realidad que sería el fundamento de la anterior.
Para Nietzsche el mundo suprasensible no es más que una ilusión, una fantasía elaborada para negar el mundo sensible, como una reacción contra las vicisitudes de la vida, con el propósito de negar el destino trágico de la vida, convirtiéndola en un simple residuo de otra supuesta realidad trascendente.
Es interesante este planteamiento de Nietzsche, pues en cierto modo es un homenaje a la vida, a la voluntad de vivir intensamente con todas las pasiones y el goce que de ella deriva dentro de su caos. Tu vida es tuya, como dijo Nietzsche: “Nadie puede construirte el puente sobre el cual hayas de pasar el río de la vida; nadie, a no ser tú”.
Cuando en su libro “Así hablo Zaratustra” su personaje trastornado expresó dolorosamente: “Dios ha muerto… lo hemos matado”, no estaba señalando que Dios no existe, sino que la idea de Dios ya no es aceptada como lo que da sentido a nuestras vidas, estamos solos y arrojados a una existencia donde sólo nos queda creer en sí mismo para avanzar el camino que alcance el concepto del hombre superior.
Reconozco que esto me ha quitado el temor de que me envíen a las llamas del infierno, de modo que esta vida la he disfrutado y sufrido hasta el punto de sentirme orgulloso de ella, y dejaré dos extraordinarios hijos que son mucho más inteligentes que yo. Así entonces, cuando muera no lloren por mí, con mis errores y aciertos siempre hice lo mejor posible y estoy orgulloso de lo que dejo.
Oye, esto no es una despedida… todavía seguiré fastidiándolos un rato más.
Caracas, Febrero 23 de 2016.


El conocimiento.
En mi búsqueda de la felicidad me he preguntado cuál es el origen de las penurias de las personas. Me sospecho que la explicación está en el relato bíblico del Paraíso del Edén que narra el impulso irresistible que tuvieron Adán y Eva para comer el fruto prohibido del árbol del conocimiento, el árbol de la verdad… ¡Y que fue una tentación de la serpiente! ¡Y que…!
Desde entonces tenemos un apetito insaciable por conocer la realidad que nos rodea y, lo más importante, la realidad interna de nuestra naturaleza. Se dicen que fue un acto de desobediencia de Adán y Eva, pero a mí más bien me parece que fue simplemente un acto derivado de nuestra condición humana. Siempre queremos saber más; yo me reconozco de ésta manera, desde niño  tengo una ansiedad por comprender las cosas y mi ambición por el conocimiento no tiene límites, sin embargo, cuando intento entender la estructura subatómica de la materia o cuando intento entender la inmensidad del Universo me invade la convicción de que la ignorancia me envuelve completamente.
Estas inquietudes me llevaron a la lectura del libro “El Árbol del Conocimiento, Las Bases Biológicas del Entendimiento Humano”, de los destacados científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, obra que ha sido traducida a más de 12 idiomas. Estos autores, avanzando por el sendero de la Biología, llegan a la Epistemología con originales y peculiares planteamientos sobre el conocimiento.
Vamos a ver, el centro del libro surge con la pregunta ¿qué es la vida? Esta interrogante ha sido respondida de diferentes maneras a lo largo de la historia. El hombre primitivo observó que un sujeto vivo era un ser animado y muerto se volvía desanimado, con lo cual dedujo que la vida la sostenía un ánima - o alma, o espíritu - que luego las religiones le dieron diferentes interpretaciones. El alma pasó, en la metafísica griega, a ser quién animaba el cuerpo y luego a serlo también en la escolástica, pero en este caso gracias a un ente denominado Dios.
De un punto de vista científico Maturana y Varela proponen que los seres vivos se caracterizan porque se producen continuamente a sí mismos, son lo que llaman una organización autopoiética. El entorno sólo cumple la función de gatillar en la unidad autopoiética reacciones inherentes a su propia estructura.
Hasta aquí parece lo anterior un inocente planteamiento científico, pero las consecuencias son terribles, pues de esta propuesta se deriva el hecho de que cada uno de nosotros percibe el mundo a su manera y creemos que la realidad es fielmente como la observamos, pero realmente apenas somos un intérprete de la realidad que no logramos nunca saber verdaderamente como es.
Por ejemplo, un objeto lo podemos percibir de color rojo, quizás un daltónico lo sienta azul, u otra persona capte tonalidades que otra no las aprecie, de modo que cada cual tiene una idea particular del objeto, pero en definitiva el color no es una propiedad del objeto, sino el efecto del reflejo de la luz sobre nuestro sistema visual que trasmite determinadas señales al cerebro. ¿Entonces es falso el color percibido? No, es nuestra observación, es nuestra construcción de la realidad.
De manera que, siguiendo a los autores, nuestra constitución biológica tiene una importante influencia en la forma cómo accedemos al entorno, en cómo construimos la realidad. No se trata de que existan cosas externas a la conciencia que uno capta y se las mete en la cabeza, sino que aquellas cosas son percibidas por la estructura biológica de cada cual, las miraremos con el lente propio que poseamos.
¡Vaya, qué despelote! Cada uno percibirá la realidad a su manera y entonces estamos en una especie de Torre de Babel donde nadie se entiende entre sí, pues difícilmente habrán dos personas que coincidan en su manera de observar el mundo a través de su sistema nervioso, incluido el cerebro mismo. A esto agreguemos que la base emocional de nuestras convicciones dificulta convencer a otra persona de planteamientos lógicos, lo cual le quita espacio a la razón.
Realmente me cuesta mucho aceptar los planteamientos del viejo Maturana, pero no se puede desconocer lo atractivo de su atrevida propuesta y la enorme influencia que ha tenido en la sociología, la psicoterapia, el coaching, la filosofía, etc.
Sin embargo, por mi formación profesional me inclino al racionalismo de Descartes, le doy primacía a la razón en la búsqueda del conocimiento y desconfío de las ideas sin fundamento, algo así como la duda cartesiana, pero también me doy cuenta que cada quien tiene sus propias ideas, sus propias verdades, tiene su propio mundo interior, como lo predica Maturana.
Lo terrible es que algunos se creen poseedores de lo que consideran la única verdadera verdad, de modo que consideran que los demás que no coinciden con la suya están perdidos en un camino equivocado, que han caído en el error y la falsedad, motivo por el cual hay que encauzarlos por la senda supuestamente correcta, pues son unas ovejas negras que están descarriadas. Es el caso del fundamentalismo religioso y del fanatismo de las revoluciones sociales. Obsérvese que poca diferencia hay entre la prédica de un revolucionario, de cualquier signo político, y un fanático religioso. Ellos siempre creen tener la razón a costa de su propia vida y la de los demás.
Entonces, ¿si no hay una verdad única, cómo lograr la convivencia humana sin que nos matemos unos a otros? No es sencillo, desde el homo australopitecus nos venimos peleando unos con otros, pero creo que hay un solo camino para la supervivencia: la afirmación de la vida. Esto es, el reconocimiento del respeto a la vida propia y a la vida de los demás, el respeto y la tolerancia como sustento para la búsqueda de la felicidad. Quizás así nos salvemos del destino que tuvieron los dinosaurios.
Reconozco que no ha sido sencilla esta lectura de Maturana y Varela, mientas más me atraganto con las manzanas del conocimiento, y lo hago con ansiedad, más apetito siento, pero más ignorante me considero, así podría parafrasea a Sócrates diciendo “solo sé que no sé nada”.
Caracas, Marzo 28 de 2016.


La música
Estoy escuchando el tema clásico “Ave María” de Franz Schubert y siento que mi alma se eleva y se vuelve más sensible. Lo reconozco, a pesar que ya no me quedan vestigios de religiosidad, me impresiona profundamente este tema de Schubert, quizás sea porque yo no me casé con esa canción en la iglesia.
Bueno, en realidad ni siquiera me casé por la iglesia y me perdí aquel sermón de “amarte y respetarte, de hoy en adelante, en lo próspero, en lo adverso, en la riqueza, en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, hasta que la muerte nos separe”, lo que me parece algo cursi y poco ajustado al sentimiento del momento en que se está dispuesto a jurar amor mutuo por toda la eternidad, tanto en el cielo como en el infierno, aunque todavía inconsciente de que precisamente el matrimonio es a la vez una vida celestial e infernal, ¿quién lo podría negar?
Volviendo al Ave María, me encanta la versión en violines pues se escuchan como lamentos de quien implora la protección de la Virgen María. Ya decía Friedrich Nietzsche: sin música la vida sería un error. O dicho más coloquialmente, parafraseando al organillero, sin música no baila el mono. Creo, más que nada, que el Ave María evoca la idea de pureza y santidad, lo que me recuerda el cuento de aquel tipo que le dijo a su amiga que quería tener sexo con ella, pero es que soy virgen, le contestó apenada la muchacha; no importa, le replicó, yo puedo rezar mientras lo hacemos.
Por supuesto que la pureza despierta también la idea de belleza. Quien no recuerda el hermoso rostro de la actriz Olivia Hussey haciendo el papel de Virgen María en la película de Jesús de Nazaret, con unos hermosos ojos claros que irradiaban la más pura inocencia frente al bellaco espíritu santo que se la cepilló… bueno, algo así es la historia.
Claro, es la idea europea de la belleza femenina que hemos adoptado - o que nos han impuesto – pero realmente María era una mujer judía seguramente con los rasgos común y corriente de aquel pueblo hebreo, altura media, rostro alargado, probablemente piel oscura, pelo liso largo color negro o castaño oscuro, que se lo untaba con aceites aromáticos, nariz prominente con forma de gancho, labios carnosos. Era común tener piojos en el cabello, se bañaban con poca frecuencia y usaban túnicas que nada tenían de limpias, en pocas palabras, con la visión moderna, María debe haber parecido una horrible desgreñada y maloliente harapienta.
Sin embargo, en aras de destacar el mensaje religioso la historia se manipula e idealizan los hechos para hacer aparecer, por ejemplo, a Jesús como hijo único de María, haciendo caso omiso del pasaje en Mateo 13:55: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas?”, lo cual pone en evidencia que María tuvo más hijos, váyase a saber si todos de José… no es que me guste el chisme. Por cierto, el nombre Jacob hace referencia a Santiago.
El milagro que describe Mateo de la concepción de Jesús sin que María hubiese tenido relación carnal alguna, y que no se cita en los evangelios de Marcos y Juan, a pesar de este hecho tan espectacular y prodigioso, es como si estos apóstoles no se hubiesen enterado o no le dieron importancia porque este asunto no les pareció algo novedoso. En realidad, ser hijo de una mujer virgen no es novedad en los líderes religiosos, de hecho, Buda, Krisma, Confucio y Lao-Tsé son también mitificados para la posteridad como hijos de una virgen, aparte de muchos otros personajes históricos que sería largo mencionar. O sea, no es nada raro ser hijo de una virgen.
Quizás yo también lo soy y a nadie ha sorprendido, no sería nada extraño, ya que según el viejo Maturana - sí, Humberto Maturana el de la autopoiesis - somos constructores de la realidad que sólo existe dentro de cada uno de nosotros. Entonces, yo me construiré mi realidad: soy hijo de la santa virgen Hildita… ¿y qué? Eso sí, no me vayan a crucificar, porque yo no voy a salvar a nadie, que cada quien se salve solito.
En todo caso, si quieren me mandan con mi música a otra parte. Pero, si les interesa, ahora escucharé la espectacular obra musical de Johann Sebastián Bach, “Pasión según San Mateo”, cuyos acordes ponen la piel de gallina al imaginar la muerte de un hombre bueno que injustamente fue condenado por quienes representaban al Imperio dominante de la época. Les recomiendo esta música sacra, es maravillosa pues, como dicen los españoles, da gusto que te cagas.
Caracas, Abril 01 de 2016.


La sospecha
Me encanta pensar. Hoy he apagado la T.V. y me he puesto a reflexionar un rato, bueno… sólo un ratito, no hay que exagerar en esto tampoco. Somos como una molécula de agua en el torrente de un río, unas veces suave y otras impetuoso, entonces ¿con qué derecho podríamos detenernos a observar el fluir de la corriente? Bueno, precisamente es lo que intento.
Me he recordado la tragedia del golpe militar de Pinochet en Chile que dejó un saldo muy sangriento y heridas que después de más de 40 años aún no terminan por cicatrizar. El país estaba en una situación de enorme tensión política debido al ciego enfrentamiento entre dos bandos irreconciliables en sus posiciones y actitudes en relación al modelo de país que cada cual defendía. Cada quien consideraba que tenía la razón ¿Quién la tenía?
Es una situación similar la que vivimos ahora en Venezuela. Ya llevamos 17 años de enfrentamientos entre chavistas y opositores, en una suerte de empate político donde se juega a perder-perder. Unos dicen que en estos años se ha recibido un ingreso petrolero superior al de todos los casi 200 años anteriores de la República y que ha sido malamente derrochado, en cambio, otros dicen que ese dinero se ha gastado para cubrir la enorme deuda social acumulada. El hecho final es que ahora estamos en una tragedia humanitaria terrible, no hay suficientes alimentos, ni medicinas, ni servicios públicos adecuados, ni seguridad ciudadana, etc. Es como un castillo de naipes que se desmorona frente a nuestra vista.
El enfrentamiento absurdo entre la nueva Asamblea Nacional, dominada por la oposición, y el gobierno que utiliza sin disimulo todos los demás poderes (Judicial, Controlaría, Fuerzas Armadas, Fiscalía, Defensoría, Consejo Electoral) en sus manos, para defenderse con interpretaciones estrafalarias de la Constitución, sólo conduce a más desastre. ¿Acaso en la sociedad no es posible dirimir legítimamente las diferencias de manera razonable y encontrar un camino aceptable para la misma?
Por supuesto que estas cosas despiertan la desconfianza en las instituciones y en las personas, se termina sospechando de las miserias del ser humano. Ya con Darwin se sospecha de la condición humana, pues se pretende esconder su animalidad por la vergüenza de ser un simple eslabón de la cadena evolutiva de las bestias. También junto con Marx se sospecha de la ideología de las personas, ya que ésta no es más que una expresión del uso de las ideas para justificar los intereses de las clases sociales. ¡Ah! ¿Y Freud? Con él sospechamos de la conciencia, la cual esconde detrás de sí los impulsos más oscuros de la inconsciencia que induce nuestras conductas. Y finalmente, lo más terrible, con Nietzsche debemos desconfiar de la razón - sí, de la razón – la cual se ha utilizado en la locura de la metafísica para hacernos creer en una verdad única e inamovible de una realidad dual.
Pues sí, con Nietzsche se perdió toda referencia, antes se entendía que había una sola verdad sobre las cosas, supuestamente la realidad era susceptible de apreciarla de una sola manera y para ello estaba la razón. Entonces, en este caso, cuando se actúa con la certeza de poseer la verdad nos podríamos sentir libres de toda responsabilidad, pues apenas seríamos un instrumento de las imposiciones de una realidad que apunta en una sola determinada dirección. En cambio, quien actúa sin la certeza de la verdad siente que debe asumir la responsabilidad de sus actos, razón por la cual debe ser más cuidadoso y prudentes para no provocar daños irreparables.
En este sentido, no hay nadie más peligroso que quién se cree poseedor de la verdad, pues se siente más allá de las demandas éticas y asume el derecho de imponer a sangre y fuego sus creencias sobre los demás. Esto es precisamente lo que nos está pasando con los conflictos políticos del país, cada quien asume que tiene la razón y en la defensa de su punto de vista no se siente responsable de los daños que se están produciendo en la población sumergida en la más dramática tragedia.
Como dice Rafael Echeverría en sus principios del coaching ontológico, inspirados en el pensamiento de Humberto Maturana, “no sabemos cómo las cosas son, sólo sabemos cómo las observamos o interpretamos, vivimos en mundos interpretativos”. Quizás alguien podría cuestionar este planteamiento arguyendo que en la ciencia existe la verdad; sin embargo, recordemos que precisamente la ciencia es un largo sepelio de verdades superadas, sólo son interpretaciones válidas hasta que surge otra mejor.
Así ha ocurrido, por ejemplo, con el conocimiento de nuestro planeta Tierra que era interpretado como un objeto plano en el centro de un Universo que giraba en torno a él, pero luego se observó que era un planeta redondo como parte el Sistema Solar, después se formuló un modelo de las trayectorias elípticas de los 8 planetas, más adelante aparecieron las lunas de los planetas, aparecieron los asteroides, planetas menores y planetoides, luego el cinturón de Kuiper y la nube de Oort. Además, somos apenas una basurita minúscula en las orillas marginales de la Vía Láctea, una galaxia entre más de 100 mil millones. Así el conocimiento y sus modelos interpretativos seguirán avanzando hasta el infinito. ¡Y nosotros discutiendo si Chávez fue un asunto bueno o malo que nos pasó!
Pues bien, si cada individuo tiene su propia verdad, cada quien tiene su propio mundo, resultado de las luces, sombras y oscuridades de lo que ha observado, entonces ¿cómo podemos entendernos en este enjambre de mundos individuales?
Sin duda es pesimista el mensaje de los maestros de la sospecha en el sentido de que el hombre no sería plenamente amo de sí mismo ni el forjador de la historia, sino el resultado de fuerzas que lo sobrepasan y le crean una falsa consciencia. Pues sí, una conciencia falsa debido a los intereses económicos, según Marx, por la represión del inconsciente, dice Freud, y por el resentimiento del débil, expresa Nietzsche.
Aun así, quizás tengamos la oportunidad de erigir una convivencia social en base al respeto mutuo. Quizás no seamos plenamente racionales, pero podríamos al menos ser razonables y en base a la sospecha sobre nosotros mismos podríamos actuar con más cautela y tolerancia. ¿Seremos capaces de hacerlo?
Caracas, Marzo 15 de 2016.


Más sobre Nietzsche
No puedo negar que he quedado impresionado con el pensamiento de Nietzsche, sus ideas me han quedado dando vueltas en la cabeza como los pajaritos de Maduro. De hecho, Fernando Savater en cierta oportunidad expresó: “…es un pensador enormemente estimulante y, por qué no decirlo, peligroso”. Claro que es peligroso, este tipo predicó la exaltación de lo dionisíaco - liberar los instintos en la embriaguez de la vida - hasta perder la razón, y efectivamente él se volvió loco y jamás volvió a recuperar el juicio, pero no es sólo este asunto el delicado, sino más grave fue la utilización después de su muerte de una interpretación de su filosofía por los nazis para sus tesis racistas.
Vamos viendo, es cierto que Nietzsche fue contrario al igualitarismo, tanto en el sentido religioso (todos somos hijos de Dios) como en el sentido social (igualdad de oportunidades), puesto que según él habría hombres inferiores y hombres superiores - apreciación que no está lejos de la realidad, salvo en la utopía del socialismo - y formula una moral que desprecia a los débiles y es contraria a la piedad y la compasión. Sin embargo, Nietzsche manifestó expresamente su hostilidad a la cultura alemana y al antisemitismo, y consideraba al Estado como una de las mayores perversiones del hombre. De hecho, su concepto de superhombre no tiene nada que ver con la idea de la superioridad de la raza de los nazis.
En realidad el concepto de superhombre surge de la idea de que Dios ha muerto, como lo expresa el loco del libro “La gaya ciencia”: “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros?…”
¿Qué quiere decir Nietzsche con este pasaje de aquel demente personaje? Aparte de que si Dios existe o no, se interpreta que para Nietzsche es una forma de decir que la muerte de Dios representa que ya no existe un orden en el mundo, ha muerto el Dios del sentido global del mundo, ya no existe una verdad única, ni una coherencia del pensamiento y de los valores, ya no existen referentes, de manera que ahora cada individuo debe sostener por sí mismo el sentido del mundo y de su vida, cada cual debe resolver en su íntima soledad su conflicto existencial, razón por la cual debe alcanzar una condición de madurez y superioridad intelectual en lo que Nietzsche llamó, en una traducción poco afortunada, “el Superhombre”.
Siguiendo su pensamiento, me supongo que de antes que se volviera demente, hay que superar al hombre que se somete a los valores tradicionales que fomentan el desprecio por la vida en aras de una supuesta trascendencia (el paraíso celestial), hay que superar la moral de rebaño que impone la conducta de la mayoría en base a normas ya establecidas, a modas y estilos de vida. Asimismo, rechaza la mansedumbre, el servilismo, la obediencia como sometimiento a un mandato. Hasta aquí no se ve nada mal.
Nietzsche formula una contundente crítica a la moral judeo-cristiana en el sentido de plantear que ésta surge de los débiles y oprimidos para hacer más llevadera su condición de esclavos, razón por la cual se acepta todo aquello que es fruto de la cobardía, el temor, la compasión, todo lo que es débil y disminuye el impulso vital, así la obediencia sería buena y el orgullo sería malo. Bueno, esto es más difícil de tragar para mí, pues, siendo religiosos o no, ocurre que somos herederos de una educación en valores de sensibilidad social que es muy difícil remover y, además, no me gustaría escuchar la expresión irónica ¡valiente tonto!
En todo caso, para Nietzsche el superhombre inventa sus propias normas morales a las que se somete conforme a valores que afirmen la intensidad y riqueza de la vida. Ama la exuberancia de la vida, en definitiva, es la afirmación de la vida y es un espíritu libre dueño de su propia vida. Esto es muy importante, la filosofía ya no se sostiene sobre un concepto externo, ya sea una verdad universal, una superioridad o algún concepto de Dios, sino que se basa en la vida del hombre que se adueña de su propio espíritu.
De cualquier forma, Nietzsche es peligroso, quizás tanto para la sociedad establecida en consideración a su contundente crítica a la cultura, a la religión y a la filosofía occidental, como a nivel individual  debido a un exacerbado egoísmo expresado en una falta de solidaridad humana por los débiles.
Sin embargo, es incuestionable su importante aporte al pensamiento filosófico del siglo XX, al menos es estimulante para nuestro propio pensar, para iniciar nuestras propias reflexiones. Recordemos que fue Nietzsche quien dijo: “no hay hechos, sólo interpretaciones”, entonces cada cual debe buscar su propia verdad, su propio camino. Además, quizás sus críticas al statu quo de su tiempo fue un anticipo al cuestionamiento de la que es nuestra sociedad de consumo y nuestra democracia del espectáculo.
Caracas, Abril 22 de 2016.


El Marxismo
“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo”, así comienza Marx el Manifiesto Comunista que se publicó en Londres en el año1848. En una suerte de ejercicio profético anunciaba en esta proclama la revolución social, particularmente en Inglaterra que era el país más industrializado de la época, pero que, sin embargo, casi 170 años más tarde el capitalismo no ha sido enterrado en Europa, sino más bien se ha renovado y ha habido una explosión en el desarrollo de las fuerzas productivas y aperturas democráticas que no previó el viejo Marx.
Pues sí, he vuelto a revisar mis lecturas de juventud de cuando los vientos de la vía chilena al socialismo me incentivaron a la lectura de mi amigo Carlos Marx. Ahora, la tragedia de Venezuela, con el denominado socialismo del siglo XXI, y también las lecturas de Nietzsche, me llevan de nuevo a la lectura de algunos de los tantos libros que tuve que quemar durante el golpe militar de Pinochet.
Tanto Nietzsche como Marx denunciaron la alienación sufrida por el ser humano. Si bien Nietzsche destacaba los aspectos morales de la tradición judeo-cristiana como la causa para perder el aprecio por la vida en este mundo, Marx, en cambio, se refiere a la alienación del hombre como una consecuencia de la estructura económica de la sociedad capitalista. El obrero siente que su trabajo no le pertenece y mientras más se sumerge en el mundo del trabajo más extraño se siente y menos dueño es de sí mismo.
En este sentido es interesante el planteamiento de Herbert Marcuse (1898-1979), que hace en su libro “El hombre unidimensional”, respecto a que la alienación es causada por la tecnología, la cultura de los medios de comunicación y el consumismo masivo - aguda radiografía suya de la sociedad norteamericana - mediante los cuales el Estado consigue esclavizar a la sociedad.
Para Marx, como lo escribe en el Manifiesto, “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases… opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta…”. Para agregar más adelante, “… toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado”.
Y sigue Marx en el Manifiesto, “… a la par que avanza (la burguesía), se cava su fosa y cría a sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables… los proletarios, con la revolución, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar”.
¿Quién no se emociona al leer estas líneas que buscan la justicia social? La aspiración del viejo Marx era el logro de la igualdad social en la sociedad comunista, en la cual reinaría una verdadera democracia, dolorosa aspiración en los inicios de un capitalismo salvaje en la era de la revolución industrial.
Entonces, ¿Qué pasó? Se supone que el proletariado enterraría a la burguesía, pero ocurre que la historia no ha resultado así. La Comuna de París de 1871 apenas duró dos meses, la socialista Unión Soviética se derrumbó después de 70 años de increíbles penurias de la población, China, el gigante socialista asiático, después de los fracasos de la economía central planificada en el período de Mao pasó a una economía de mercado propia del capitalismo, y ahora Cuba, con su verborreico comunismo ha comenzado a negociar con su acérrimo enemigo, Estados Unidos, para obtener algunos sucios dólares. ¡Pobre viejo Marx!
En aquellos socialismos reales las masas fueron sustituidas por una  denominada vanguardia que se atribuyó la posesión de la verdad y desde el poder, en nombre del proletariado, han pretendido imponerla a toda la sociedad cerrando progresivamente los espacios de libertad. En nombre de una revolución destruyen lo que la sociedad ha logrado a través de su historia y, luego, sobre las cenizas no saben construir nada nuevo… parecen el aprendiz de brujo que desata fuerzas oscuras que nadie logra dominar.
Por supuesto que el capitalismo tiene muchos defectos y muchos vicios, pero me parece que la alternativa del socialismo real ha tergiversado por tantos catecúmenos el pensamiento de Marx, lo han banalizado para petrificarlo en un pasado histórico superado y han empujado a la sociedad a trágicos ensayos sociales que han terminado en infaustos derramamientos de sangre, sufrimiento y muerte.
El mismo Marx dijo que la filosofía, más que para entender el mundo, es para transformar el mundo. Así, pienso que Marx dejó una voz para los que se rebelan, para los que tienen un pensamiento crítico, pero no para los que repiten de manera mecánica algún pensamiento suyo y terminan actuando, como lo denomina Nietzsche, bajo una moral de rebaños.
Precisamente, me refiero al experimento socialista del chavismo que inició un perturbado militar que se creía la reencarnación de Bolívar y dilapidó una riqueza petrolera que seguramente nunca más volverá. Destruyó un país que todavía lo maneja una banda de forajidos que se aferra al poder de la manera más infame y que nos lleva a un terrible abismo. Ladrones que han desprestigiado el sueño de justicia social.
En este callejón sin salida en que estamos en el país me pregunto ¿quién hace la historia? El viejo Marx parecía tener una respuesta bastante coherente con su perspectiva del materialismo histórico, pues decía que la historia evoluciona como resultado del conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción que dan lugar a la lucha de clases. Sin embargo, los pronósticos de Marx fallaron. Más bien pareciera que la historia avanza dando tumbos para uno y otro lado, en medio de equilibrios inestables que imagino que hasta el vuelo de una mariposa podría hacer perder la poca armonía social para desencadenar los más terribles efectos del caos que vendría. Así estamos en Venezuela, cualquier cosa puede pasar con este gobierno de Maduro que ha perdido toda legitimidad.
Caracas, Mayo 07 de 2016


¿Sirve la filosofía?
Venía realizando algunas reflexiones sobre filosofía, no porque sepa mucho de este asunto, sino porque a lo largo de mi vida he leído del tema de manera muy desordenada y ahora estoy intentando reducir un poco mi propio caos mental. Sin embargo, he querido hacer un alto debido a que mis invisibles contertulios se aburren y seguramente se preguntan para qué sirve esa tal filosofía, ¿acaso sirve para algo?
Cuando niño, si cometía algún error o rompía por accidente algún objeto, mi mamá me decía: “¡eres un inútil!”, y no lo decía precisamente de buen tono. En mi inconsciente quedó grabado como un registro negativo ser una persona inútil, en general me quedó por años la idea de que algo inútil es una cosa sin valor. ¿Y quién impuso ese concepto social?
¿Tendrá alguna utilidad una hermosa rosa que se cruza en mi contemplación del paisaje? ¿Tiene algún valor en lo más profundo de mi interior? Precisamente la filosofía es como esa rosa en el paisaje, no sirve para hacer nada, aunque hermosa, pero es verdaderamente inútil.
¿Y qué es la filosofía? Para no profundizar en el tema, donde no hay un consenso entre expertos para definirla con precisión, al menos podemos recurrir a su etimología. La palabra viene del latín “philo-sophía”, que a su vez se derivó del griego, y significa el amor a Sophía, pero no a cualquier Sophía, ni mucho menos a esa tal Sophía del barrio, sino aquella en el sentido de conocimiento, sabiduría, pensamiento, esto es entonces, amor a la sabiduría, amor parecido al sentido de acoso.
Pues bien, la filosofía tiene entonces que ver con la búsqueda de la sabiduría, pero no cualquier sabiduría. No es, por ejemplo, el saber del carpintero que sirve para hacer sillas, mesas, etc., o el saber del taxista que le sirve para ir con su taxi de un punto a otro en la gran ciudad, o el saber de un médico que sirve para quitar enfermedades a sus pacientes, o el saber de un ingeniero que sirve para resolver problemas técnicos. Por el contrario, el saber que busca la filosofía tiene la característica que no sirve para nada, más exactamente, la filosofía es la búsqueda del saber por el saber mismo, sin un fin pragmático.
¿Cuál saber busca la filosofía? Desde sus inicios en la antigua Grecia, el pensamiento filosófico tiene como finalidad encontrar una explicación de la totalidad de las cosas, dar cuenta de la totalidad de la realidad de una manera sistemática, crítica y racional, a al menos plantearse preguntas acerca de aquello.
De manera que dedicarse a la filosofía es consagrarse al intento de comprensión racional de la realidad, sin preguntarse si sirve para algo o no tal sabiduría, sin pretender que nos enseñe cómo hacer algunas cosas, sino, en cambio, plantearse para qué y por qué queremos hacer tales o cuales cosas. Para esto hay que utilizar la cabeza, ya sea con la mayéutica como lo hacía Sócrates, o el método cartesiano de René Descartes, o la hermenéutica, o el método fenomenológico o la dialéctica… en una palabra, usando el coco.
La sabiduría de la filosofía no sirve para hacer cosas, y mucho menos permite ganar el vil dinero que es la meta prioritaria impuesta por nuestra utilitaria sociedad. Sin embargo, la filosofía es necesaria, porque precisamente nos permite preguntarnos por las cosas que no sirven a algún fin práctico, para reflexionar sobre ellas en atención a nuestras más íntimas inquietudes sobre nuestra existencia. La filosofía nos permite desarrollar el sentido crítico, hacer preguntas irreverentes, provocativas, y quizás, más que buscar respuestas la importancia de la filosofía es desestructurar respuestas que parecen definitivas y que realmente no lo son.
Parafraseando a Bertrand Russell se puede decir que la filosofía sirve para mostrar las cosas que suponemos que sabemos, pero que en realidad no las sabemos. En una palabra, nos permite tomar consciencia de sí mismo y de nuestra ignorancia.
En la vida cotidiana debemos ser resolutivos, tenemos que hacer cosas, pero en nuestra dimensión existencial, cuando tenemos consciencia del sinsentido de que nacemos para morir, no podemos ocultar la pregunta acerca del porqué de las cosas, tal como un niño que siempre dice ¿por qué? Debemos reivindicar lo que no sirve cuando pasamos del plano de la cotidianeidad - donde todo lo que hacemos debe servir para algo - al plano existencial, donde somos verdaderamente emancipados. Tenemos derecho a preguntarnos, como dicen los cubanos, por dónde le entra el agua al coco.
Es cierto que Marx dijo que los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo. Sin embargo, esto no es una invitación para dejar de reflexionar e interpretar el mundo, al contrario, para intentar transformar el mundo en necesario previamente comprenderlo o, al menos, intentarlo. Primero es la filosofía, en el sentido de reflexión, y después la acción que, quizás, ya no debe denominarse filosofía.
En definitiva, a mí me parece que la filosofía es la única defensa contra el adoctrinamiento, el dogmatismo, las artimañas del poder, la publicidad de los medios masivos, la influencia de los partidos políticos, etc. En pocas palabras, la filosofía la siento como la salvaguardia contra la alienación del ser humano.
Con todo lo espectacular que es, en mi opinión, no hay nada más inútil que las pirámides de Egipto. Allí miles de esclavos entregaros sus vidas en una gigantesco esfuerzo humano de muchísimos años para atender las aspiraciones de algunos faraones. Pues, déjenme a mí construir mis propias pirámides dentro de mi consciencia, aunque inútiles, rompen con lo cotidiano y puedo desde lo alto mirar las cosas como si fuera la primera vez. Es mi derecho a ser un inútil ¿y qué?
Caracas, mayo 18 de 2016.


Sobre la felicidad
¿Eres feliz? Los filósofos de la antigua Grecia pensaban que la felicidad es el propósito de la vida de los seres humanos. También Simón Bolívar pensaba que un buen gobierno es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo, lo digo después que he vuelto a repasar la novela “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, que describe un mundo sin preocupaciones, donde todo está perfectamente planificado y dirigido por tecnócratas que administran una sociedad de personas absolutamente condicionadas a los requerimientos sociales.
“Un mundo feliz” es una sátira del progreso tecnológico devenido en locura de control social. Es la felicidad de la inconsciencia, la felicidad de la drogadicción, de la evasión de sí mismo, de la alienación. Me supongo que no es la felicidad que tú buscas, y no es la que yo quiero definitivamente.
Te advierto que en nuestra sociedad los individuos tenemos un fuerte sentimiento de libertad, pero que, sin embargo, la mayor de la veces las opiniones que tenemos son impuestas por los omnipresentes medios de información que maneja una minoría que ostenta el poder, y cuya mejor expresión es el exacerbado consumismo en el que estamos imbuidos. La gente incorpora inconscientemente juicios y conductas que experimenta como si fueran genuinamente propias… y luego dicen que se sienten infelices.
Pues bien, si quieres ser feliz debes tener una idea acerca de lo que significa precisamente ser feliz. Esto tiene que ver con una sensación de alegría y plenitud, una impresión de tranquilidad interna que te invade con un sentido de disfrute de la vida. Pero también te da la idea de algo que llega y pronto se va, o más precisamente es como algo que casi alcanzas pero huidizamente se aleja de ti.
En este sentido te recomiendo la lectura de los pensadores clásicos de la antigua Grecia. Sócrates pensaba que la felicidad se alcanzaba por el camino recto mediante la sabiduría y la virtud. En este mismo orden de ideas, Platón decía que la felicidad es posible cuando se capta con el intelecto la esencia de las cosas, más allá de la ilusión que nos ofrecen nuestros sentidos. En tanto que Aristóteles señalaba que la felicidad del hombre deriva del quehacer racional y ha de encontrarse en la actividad contemplativa.
Observarás que en estas ideas de la felicidad de los griegos siempre está subyacente el concepto de la virtud, de la búsqueda de la excelencia. Platón describió las cuatro virtudes cardinales: justicia, prudencia, fortaleza y templanza. Después el cristianismo añadió a estas virtudes las llamadas virtudes teologales: feesperanza y caridad.
Me parecen interesantes estas ideas de los clásicos griegos, pero te debo reconocer que ese concepto de la virtud me despierta una flojera terrible, sin haberlo intentado ya me cansa seguir ese tortuoso camino. Ahora bien, en esta búsqueda de pensadores, te cuento, me encontré con Epicuro (Grecia, 341 a. C. - 270 a. C), un filósofo menos importante que los clásicos, quizás estigmatizado debido a sus planteamientos que han ido en contracorriente al pensamiento tradicional.
Parafraseando a Epicuro la felicidad es para el que menos necesita del mañana, pues es quien avanza con más gusto hacia allá. El concepto es similar a la frase anónima de que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos lo necesita. En este sentido, Epicuro recomienda un remedio infalible que él llama el tetrafármaco, esto es, las cuatro reglas básicas de la vida:
-          No temas a Dios,
-          No te preocupes de la muerte;
-          Lo que es bueno es fácil de conseguir, y
-          Lo que es terrible es fácil de aguantar.
Pero te adelanté demasiado el tema, vayamos al principio. La idea clave de Epicuro, desde donde surge su filosofía, es que el ser humano busca denodadamente el bien, y el bien es lo que nos brinda placer, ¡Eureka! Bueno es aquello que nos produce placer y malo es lo que nos produce dolor. Entonces la cuestión no es un asunto de simple hedonismo, no es una frivolidad, sino esto es un asunto de ética. Debemos buscar lo bueno, lo correcto, y esto es el placer. Repito, lo bueno, en el sentido ético, es el placer.
El placer no se busca solamente por el gozo en sí mismo, sino al revés, se busca lo que es bueno moralmente y esto es precisamente lo que te produce placer, ambos no son antagónicos. La tragedia es que se ha separado el placer de lo bueno, y pareciera que debo renunciar al placer en aras de alcanzar lo bueno. Según Epicuro esto no es así, sino que hay que buscar el placer y huir del dolor y, en todo caso, si hay que elegir entre los dos, entonces primero huye del dolor.
Lo que ocurre es que somos hijos de la tradición de 2.500 años que te enseña a reprimir el placer como si éste fuese vulgar, pecaminoso, un asunto frívolo, simple hedonismo. Te dicen que debes controlar tus impulsos para purificar el alma, te piden que aceptes las penurias de la vida para alcanzar el cielo en la otra vida. ¡Así te joden la vida!
Pero el asunto no es tan simple. No se trata de un desenfrenado bacanal, enfrascarte en el alcohol y las drogas, dedicarte a la lujuria y a la gula. No al placer inmediatista. Hay que buscar el placer más duradero acompañado de la prudencia y una vida tranquila, sin excesos, lo que Epicuro llama la Ataraxia, imperturbabilidad del alma. ¿Y quién nos impide esto? Pues, lo miedos propios.
Pues sí, hay miedos que impiden disfrutar a plenitud la vida. Los cuatro miedos fundamentales, según Epicuro, son los miedos a la muerte, al dolor, al destino y a los dioses. Pero esto se resuelve de manera muy sencilla, siguiendo a Epicuro, porque en el caso de la muerte no debemos temerle ya que cuando estamos vivos no la sentimos y cuando nos llega mucho menos la sentiremos. Tampoco debemos temer al dolor, pues si es intenso dura poco, y si dura será menos intenso. En cuanto al destino, no lo sabemos porque no está escrito, y si lo estuviera, tampoco lo sabríamos. Finalmente a los dioses no debemos temerles, si existen serían tan perfectos que ni se molestarían por nuestras insignificancias de seres imperfectos.
Te doy mi modesto consejo al finalizar estas meditaciones, disfruta de las cosas sencillas, como decía Epicuro, huye del dolor, busca el placer por el caminar, el placer por el respirar… ¡el placer por el mero existir!
Vamos pues, ¡A tomar el tetrafármaco!
Caracas, Mayo 26 de 2015




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