lunes, 16 de mayo de 2016

Andrés y sus circunstancias (completo)


ANDRÉS
Y SUS CIRCUNSTANCIAS
Alex Villanueva A.
Caracas, Agosto de 2010.


Prólogo.
Algún filósofo dijo que el individuo es producto de su propia voluntad, sin embargo nadie elige vivir. En efecto, Inés y yo no le preguntamos a Andrés si quería nacer, simplemente nosotros tomamos la decisión de traerlo a este mundo.
Tampoco nadie le preguntó a Andrés si quería nacer en cuna de oro, si quería ser buen mozo, simpático y saludable, o si quería nacer en Nueva York o en París, o si quería nacer en el Renacimiento o en la época de los viajes intergalácticos. Pues no, nadie le preguntó nada respecto de su entorno histórico, cultural y familiar, sino simplemente éstas son las circunstancias que le ha tocado vivir y él podrá decidir cómo quiere vivir, pero siempre será en las circunstancias que le rodean.
José Ortega y Gasset decía: “yo soy yo y mis circunstancias” haciendo referencia a que hemos sido arrojados a la vida, pero bajo ciertas condiciones que nos dan un margen de posibilidades para actuar y definir nuestro futuro. Nadie elige vivir, todos nos encontramos en un mundo que no hemos elegido.
Este texto, sin mayores ambiciones literarias, pero con el valor de mis recuerdos expresados antes que el viento del olvido se los lleve, trae estas pinceladas de las raíces de Andrés, la historia de sus primeros años de vida, y sus circunstancias.
No puedo conocer lo que ocurría en el interior del alma de Andrés en su niñez, pero si puedo decir que superó muy difíciles obstáculos que se atravesaron en su vida o que correspondían a su naturaleza.
No le fue sencillo enfrentar las adversidades de su complejo mundo infantil, pero en la medida que crecía se iba dibujando su personalidad orientada al éxito, motivado al logro, altamente competitivo y muy inteligente, sensible y creativo, pero de carácter introvertido, impaciente, desordenado, obsesivo y manipulador.
Con todas sus virtudes y sus defectos me enorgullezco de mi hijo Andrés y de sus logros. Espero que los senderos que ha elegido para su vida, cualquiera que estos sean, estén llenos de satisfacciones para él, pues tiene la capacidad y la conciencia para tomar las mejores decisiones sobre cómo quiere vivir para alcanzar, como diría Fernando Savater, la buena vida.
Apenas tengo dos hijos, Priscila y Andrés, quienes son los mejores regalos que me ha dado Inés, es lo mejor que me ha dado la vida. Estoy orgulloso de ellos y quiero sentir su felicidad hasta mi último aliento.
Alex Villanueva A.
Caracas, Agosto de 2010.

ANDRÉS Y SUS CIRCUNSTANCIAS
ÍNDICE

Prólogo

Cap.  1.- Mi hijo Andrés, un sueño hecho esperanzas

Cap.  2.- Priscila y su hermanito

Cap.  3.- La revolución de la inteligencia

Cap.  4.- Las sombras del viernes negro

Cap-  5.- La vida es una ilusión

Cap-  6.- Crisis de asma

Cap-  7.- Competir para llegar primero

Cap-  8.- El desborde de El Caracazo

Cap-  9.- Aprendiendo en la ciudad

Cap-10.- Superando las circunstancias



ANDRÉS Y SUS CIRCUNSTANCIAS.
Cap 1.- Mi hijo Andrés, un sueño hecho esperanzas.
Recuerdo que en el año 1981 se estrenó “En busca del arca perdida”, la primera película de aventuras de Indiana Jones, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Harrison Ford.
El héroe de esta película era Indiana Jones, un profesor de arqueología contratado por el gobierno de Estados Unidos para encontrar el Arca de la Alianza y evitar que los nazis pudieran apoderarse de ella y se tornaran invencibles según, algunos dicen, se interpreta del Antiguo Testamento.
Por supuesto que el mundo logra salvarse debido a las habilidades del protagonista, cuyas acciones son a veces una parodia de un héroe, como una escena donde enfrenta a un enemigo que lo apabulla con grandes malabarismos de su espada, como si fuese un samurai, entonces el espectador supone que Indiana Jones usará hábilmente su látigo para defenderse, pero con displicencia saca su pistola y simplemente dispara a su enemigo.
Gracias a Dios que Indiana Jones salvó el mundo, porque precisamente ese año 1981 nació Andrés, mi hijo, un día lunes 14 de Diciembre, a las 12:20 PM, en la clínica Santa Sofía ubicada en el sector de El Cafetal de Caracas, tal como lo había programado su médico, el Dr. Alejandro Pollier, mediante una intervención por cesárea.
Claro, ese año 1981 también nacieron Gustavo Dudamel, director de orquesta venezolano, Anna Kournikova, tenista rusa, Fernando Alonso, piloto español de Fórmula 1, Roger Federer, tenista suizo, Florentino Primera, cantante y actor venezolano, Daniela Alvarado, actriz venezolana, Britney Spears, cantante estadounidense, entre otros. No hay duda que nació Andrés con el signo de los triunfadores.
Hay muchos eventos que ese año vivimos a través de los medios de comunicación, la prensa y la televisión. Como no recordar, por ejemplo, la enorme algarabía popular que se produjo cuando Irene Sáez ganó la corona del Miss Universo y luego, ese mismo año, Pilín León ganó el Miss Mundo.
También en 1981 sentimos la emoción del matrimonio del príncipe Carlos de Inglaterra con Diana Spencer, él con su aire flemático y ella con sus grandes ojos de inocencia. La televisión trasmitía sus imágenes como envueltas en una especie de cuento de hadas, era algo así como el matrimonio de la bella y la bestia, porque nadie más feo que ese príncipe pegado a una enorme nariz y, en cambio, la princesa tenía la más dulce y tierna mirada.
Nosotros en la familia, en nuestro cuento de hadas también teníamos un príncipe, algo así como los dos hijos menores de la Reina Isabel II de Inglaterra, que se llaman Andrés y Eduardo. Ambos nombres provienen de santos y reyes, entre los que destacan San Andrés, que fue uno de los apóstoles seguidores de Jesús, y Eduardo VIII que fue el rey de Inglaterra que abdicó por amor en 1936 para casarse con su amante, la norteamericana Wallis Simson.
Por ésta razón a nuestro hijo le dimos el nombre de Andrés Eduardo, para que tuviese la protección de los santos y, para más aseguramiento, además tuviese el amparo de la realeza. También se lo pusimos como una forma de romper la costumbre de imponer el nombre de los padres, suerte de condicionamiento que coarta la mayor libertad posible que debe alcanzar una persona en su desarrollo individual. Nosotros preferimos romper los moldes de la tradición.
Andrés Eduardo, es un nombre que suena al oído como campanas celestiales, pentasílabo yámbico que por sí es un poema. Lo trajimos al mundo para darle el mayor abanico de oportunidades para su propia realización, así ahora lo puedo orgullosamente decir, enrumbados mis hijos hacia sus propios logros.
Ese mismo año 1981 también quedó marcado en mi memoria el fallecimiento de Rómulo Betancourt, a los 73 años de edad. Fue un destacado político que muchos reconocen como el padre de la democracia en Venezuela, fundador del partido Acción Democrática, Presidente Provisional de la Junta Revolucionaria de Gobierno de 1945 que derrocó al gobierno de Isaías Medina Angarita y fue Presidente Constitucional de la República en el período 1959-1964.
Vimos en televisión como los restos de Betancourt se trasladaron de Nueva York a Venezuela y fueron velados en la casa de Acción Democrática en El Paraíso, en Caracas. El funeral trasmitido por la televisión, fue una de las mayores manifestaciones de duelo público en la historia venezolana, ya que su ataúd fue cargado en hombros de simpatizantes desde el Centro de Caracas hasta el Cementerio del Este en La Guairita.
Murió Betancourt, pero también estaba muriendo la “Venezuela Saudita”, el país de la abundancia de los petrodólares y del “tá barato, dame dos”. A pesar de que los precios del petróleo seguían subiendo, de 1980 a 1981 subió de 19,9 a 32,7 dólares promedio el barril de petróleo venezolano, debido a la crisis provocada por el derrocamiento del Sha de Irán. Sin embargo, se sentía el aumento del desempleo, una fuerte inflación de precios, el desorden y la corrupción.
Se extendía el desencanto por las promesas incumplidas, el aumento del endeudamiento externo del país y la presión de los acreedores internacionales. Las palabras de la campaña presidencial de 1978 se las había llevado el viento, apenas algunos recordaban el slogan que enarbolaron los copeyanos: "¿Y dónde están los reales?", luego desafiantes decían en la campaña electoral: "Luis Herrera arregla esto". Entre uno y otro chocolate Toronto el presidente deshojaba la margarita y nada se arreglaba en el país.
En aquella época se desató una terrible xenofobia, particularmente hacia los colombianos. Cualquier persona que no tuviese los documentos al día era llevada en buses de la policía y trasladada de inmediato, sin ninguna contemplación, hacia Cúcuta. No se les daba tiempo para recoger sus pertenencias, ni despedirse de sus familiares.
Fueron cientos y cientos de personas maltratadas y expulsadas del país. La población observó con silencio cómplice el procedimiento, incluso algunos aplaudieron el atropello, puesto que los colombianos quitaban puestos de trabajo a los venezolanos, decían a modo de justificación.
En este contexto Andrés irrumpió a la vida, se alzó sobre una Venezuela titubeante que se deslizaba por un sendero lleno de incógnitas que mezclaban la esperanza y la incertidumbre.
El nacimiento de Andrés despertó en nosotros las mayores ansias de protección. Inés, como una tigresa, cuidó con esmero su embarazo, buscó los mejores médicos para su control, eligió la mejor clínica en Caracas para su parto, lo cobijó en sus brazos cuando nació, todo su esfuerzo fue para cuidar de él y, además, tenía una mamá chiquita, Priscila.
El parto lo atendió el doctor Pollier, médico ginecólogo chileno que nos había recomendado años atrás Velia, amiga de Liliana y que era la nutricionista en el mismo centro clínico Santa Sofía.
Pollier era un exilado político que tenía prohibición de regresar a Chile, bajo amenaza de encarcelación por el gobierno de Pinochet, debido a que había sido una persona muy cercana al presidente Salvador Allende, fue médico de confianza de la familia de Allende.
Debido a que Inés había tenido el parto de Priscila por cesárea y después tuvo una operación de la vesícula, no era recomendable que se sometiese a un trabajo de parto normal. Bueno, entre tantos tajos de bisturí en su vientre, uno más casi no hacía diferencia… ¡Que le hace una raya más al tigre!
Con nerviosismo y mucha ansiedad esperé, junto con Liliana, que Inés saliera del quirófano. Esta vez le aplicaron anestesia completa, ya que decía que en las cirugías anteriores no le había hecho el efecto debido la anestesia local, que había sentido el trabajo del bisturí y la aguja durante la costura de la herida.
El médico salió y nos comentó que todo había salido bien y pronto podríamos pasar a la habitación de Inés junto con el bebé. La verdad es que no sé si Andrés lloró con una palmadita del doctor, pues sólo se dedicó a dormir y tenía una enorme flojera para mamar.
En cambio, Inés rápidamente recuperó el apetito y se dedicó a comer con enorme ansiedad que contagió a Liliana, o quizás fue Liliana que contagió a Inés con voraz apetito… claro, la nutricionista que enviaba la comida a la habitación era la misma Velia.
Ya estaba con nosotros Andrés, fue el sueño de un hijo varón hecho realidad, fue el sueño hecho esperanzas de un futuro maravilloso para mi hijo Andrés, lo mejor que me ha dado Inés. El desafío mayor era ofrecerle las mejores oportunidades para desarrollar sus capacidades y permitirle alcanzar en el futuro un verdadero ejercicio de su libertad, para que pueda abrir un amplio espacio donde construir su propio sendero de la vida, lleno de satisfacciones dentro de las circunstancias que le toque vivir.
Lo habíamos planificado muy cuidadosamente, teníamos muy claro con Inés que un hijo significaba una enorme responsabilidad y no podía ser un asunto de azar. Primero debíamos alcanzar una situación de mayor estabilidad, lo cual sólo sentí que había logrado cuando conseguí un trabajo en CVG Ferrominera Orinoco, Ciudad Piar,  y me retiré de Minerven en Agosto de 1978.

Comenzaban a soplar vientos de xenofobia en la búsqueda de chivos expiatorios, cabezas de turco, para justificar los atrasos e ineficiencias de la apertura de la mina de oro en proyecto, tapar los negocios turbios con empresas inglesas, alemanas y sudafricanas, y el despilfarro de gerentes ineficientes.
El cambio de trabajo fue una decisión muy acertada y oportuna, pues ese año de campaña presidencial, en un mitin proselitista en el pueblo de El Callao, el propio candidato Luis Herrera expuso que al ganar las elecciones él mandaría a sacar a todos los chilenos que trabajaban en las minas de oro, aludiendo a varios profesionales de la minería que trabajábamos en Minerven.
El dinero de mi retiro de Minerven lo invertimos en la compra de un apartamento en Puerto Ordaz, en el Conjunto Residencial Karimamparú, mediante un crédito hipotecario, y lo pusimos en alquiler con una empresa inmobiliaria. El valor de la vivienda fue de 145.000 bolívares, lo que actualmente son 145 bolívares fuertes, más o menos el valor de un paquete de rollos de papel sanitario, toda una fortuna para nosotros en aquella época.
Además, en Septiembre de ese año me compré un auto tipo sedán, modelo Zephir, de color blanco y un techo de vinil azul. Me sentía orgulloso con tremenda nave. El Renault 12 quedó para Inés, aunque ella nunca aprendió a manejar bien un vehículo. Me consideraba afortunado con mi salario mensual de Bs. 6.145, más vivienda y servicios gratis,  y comisariato con alimentos a precios subvencionados, por ejemplo, la carne a un décimo del precio de mercado.
Entonces comenzamos a tener una percepción de mayor estabilidad y seguridad laboral, además, tenía a mi hermano y su familia en Caracas, en quienes podríamos apoyarnos si fuese el caso.  En base a estas circunstancias tomamos la decisión de buscar el segundo hijo que deseábamos. Inés suspendió sus anticonceptivos e inició un control en Caracas con el doctor Pollier hasta lograr el embarazo.
Un mes antes de la fecha estimada de parto Inés viajó por avión a Caracas a casa de la familia de Pepe, mi hermano mayor, donde la atendieron con mucho esmero. Más tarde yo viajé por tierra. Así nació Andrés.
Después de dos días en la clínica Santa Sofía, entre los brazos de Inés llegó Andrés a casa de Pepe, donde sus primos lo recibieron alborozados, José Patricio y Paulina, y la nana María lo atendió con esmero. Ya había ambiente festivo de Navidad y todos querían tener a Andrés en sus brazos, especialmente Priscila.

Cap 2.- Priscila y su hermanito.
Priscila esperaba con mucha ansiedad al bebé, tenía más de un año que venía reclamando que no tenía un hermanito y, en cambio, decía, sus amiguitas tenían con quien jugar en sus casas.
Claro, para ella era aburrido sólo tener la compañía de unos muñecos que, a pesar de su imaginación y fantasías, no tenían la gracia de un bebé que resulta más entretenido y llora de verdad.
Priscila estuvo todo el tiempo atenta al embarazo de Inés. Por supuesto que la primera pregunta que le surgió de aquella experiencia fue sobre cómo nacían los bebés. Afortunados nosotros que habíamos tenido un curso sobre la enseñanza sexual para los niños, dictado por las monjitas de la Escuela Divina Pastora de Ciudad Piar.
Le explicamos cuidadosamente a Priscila que los bebes se formaban a partir de una semillita en el interior de la mamá, la cual va creciendo hasta formar un nene que el doctor saca de la barriga con mucho cuidado.
- Sí, sí, eso ya lo sé. Lo que quiero que me expliquen es cómo entra la semillita – contestó ella con su viveza e inocencia.
La verdad es que se nos derrumbó el curso de las monjas. No cabía tampoco la explicación las abejitas, ni mucho menos el cuento de la avestruz. Nos miramos con Inés y sólo atinamos a reírnos y Priscila no sabía por qué.
Andrés fue el mejor regalo de Navidad que tuvimos en familia y para Priscila fue la realización de su sueño, tener un hermanito. Claro, su amiga Marlieri tenía un hermanito de dos años de edad, Marcos, entonces ella también tenía derecho a tener uno.
Tan pronto llegó Andrés a casa de Pepe, Priscila lo tomó en sus brazos, pero eran demasiadas las recomendaciones para sostenerlo con mucha delicadeza que sintió que no era tan sencillo como jugar con sus muñecos. Sin embargo, ayudaba a Inés a realizar la mudanza de los pañales de tela, ya que los desechables eran sólo un lujo para viajes y urgencias. Los primeros pañales los lavó Priscila en el lavandero del apartamento y se embetunó completa de caca de Andrés
Esa Navidad fue espectacular de regalos para todos los niños. José Patricio, Paulina, Priscila y Andrés recibieron muchos obsequios que pusimos alrededor del árbol de Navidad para que los encontraran al amanecer del día 25. Los adultos celebramos la nochebuena con una cena, acompañados con el pan de Pascuas que muy sabroso hacía Liliana con la ayuda de María. Estábamos Inés, Liliana, Pepe, María y Velia.
Pepe le regaló a Andrés una enorme pista con un tren eléctrico, aunque naturalmente él ni siquiera se dio cuenta de tan magnífico regalo de su tío. Pero esa pista sirvió para entretenerme bastante con mi hermano y regañábamos a los niños para que no nos molestaran en ese divertido juego. Bueno, es la responsabilidad de padre cuidar los juguetes de los hijos.
En aquella Navidad también me regalé un telescopio astronómico, tipo Newton, reflector de 1000 mm de largo focal y un espejo de 10 cm de diámetro. Todo un portento para un astrónomo principiante, con montura ecuatorial para el seguimiento de las estrellas y nebulosas, y que me abrió la ventana al universo para observar la luna y sus espectaculares cráteres, los planetas como Júpiter y su misterioso anillo, las nebulosas como Orión, la galaxia de Andrómeda y muchas cosas más. Bueno, las vecinas de los edificios también se podían observar con el telescopio.
La astronomía me fascina y me mantiene consciente de mi infinita pequeñez, pero a su vez me hace sentir maravillado del misterio de la vida y mucho más en aquella oportunidad cuando sentía la enorme emoción de la llegada de Andrés, mi hijo, que de la nada había aflorado a la existencia como un ser tan delicado y frágil que exigía la mayor protección para hacer de él en el futuro un individuo feliz e independiente. Delicada responsabilidad la nuestra de la cual estábamos muy conscientes, ¿recuerdas, Inés?
No fue sencillo tomar la decisión, durante varios años no nos sentimos seguro para tomar tan delicada responsabilidad. Incluso Inés, una vez que nació Priscila, me dijo que no volvería a tener otro hijo, ya que su experiencia de la primera cesárea fue muy traumática. Supuestamente la anestesia local no le hizo todo el efecto necesario y la operación quirúrgica la sintió como una horrible carnicería sobre su propio cuerpo.
Claro, esto no es sólo un asunto médico, pues es el resultado de la reprimenda de Dios a Eva, extendido luego a todas las mujeres, cuando dijo: “multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces, con dolor parirás los hijos” (Gn. 3:16). Afortunados los hombres que sólo nos toca el placer de comernos la manzana y después le echamos la culpa a la mujer de todo lo demás.
Tuvieron que trascurrir 4 años antes de decidirnos a buscar el segundo hijo. Pero una vez que lo acordamos no lográbamos que Inés tuviese el embarazo, a pesar de que con ella esperábamos para nuestras relaciones la luna creciente, la luna llena, los días con lluvia, las noches estrelladas, el chillido de los grillos, el canto de los gallos y cuanta recomendación nos daban para tal efecto. No pasaba nada.
Viajamos con frecuencia a Caracas para que Inés mantuviera un estricto control ginecológico con el Dr. Pollier. En el apartamento de mi hermano, en El Cafetal, mi cuñada Liliana nos preparaba unas exquisitas sopas de langostinos y aprovechaba incluso la cáscara, patas y cabezas del crustáceo. Estas partes duras del langostino las tostaba con un procedimiento secreto, las procesaba de una manera misteriosa y finalmente filtraba un hervido que obtenía con tales mágicos enjuagues, luego armaba la sopa propiamente tal. Divino plato de dioses.
Con esas sopas uno quedaba como toro de exposición, se ponía tieso como pata e’perro muerto. A veces pienso que Andrés es hijo de esas maravillosas sopas de langostinos de mi cuñada Liliana, pues no solamente Inés tuvo un embarazo absolutamente normal, sin ningún percance que lamentar, sino que después nació Andrés completamente sanito y muy tranquilo, sólo dormía y mamaba pecho sin casi nunca llorar.
Ese ambiente de alegría familiar en casa de mi hermano fue tristemente ensombrecido con los trágicos acontecimientos de la Planta de Tacoa, en el litoral de La Guaira. El día 19 de diciembre, apenas 5 días después del nacimiento de Andrés, ocurrió un incendio en esa planta eléctrica durante la descarga de combustible desde un barco petrolero, a muy tempranas horas de la mañana.
Cuando el incendio estaba casi controlado, a mediodía, explotó otro tanque de combustible que lanzó una inmensa bola ardiente en llamas, ríos de fuego bajaban hacia el mar por las laderas, miles de curiosos, bomberos, periodistas corrían para salvar sus vidas. El fuego acabó con más de 500 casas y, lo más terrible, murieron alrededor de 160 personas, hubo más de un centenar de desaparecidos y muchísimos heridos y quemados. Murieron trabajadores, pobladores, más de 50 bomberos y muchos comunicadores sociales, policías y voluntarios. En aquella oportunidad murió una joven periodista que era la esposa del también periodista Carlos Fernández.
Ese acontecimiento nos recordaba que la vida no es cosa sencilla, es una lucha constante contra la adversidad y los hechos imprevistos. Tampoco construir una familia es tarea fácil, pues cuando se trae un hijo a este mundo no debe ser por azar, sino se trae para brindarle las mejores oportunidades que resultan de dedicarle el mejor esfuerzo, y no para que después lo vaya a agradecer, sino para que un día levante libre vuelo hasta lo alto del cielo, más alto que nosotros, y orgullosos lo veamos remontar majestuosas montañas.
Intentar lo mejor no está exento de aventuras y sorpresas, parte importante del disfrute de la vida está en ello. Aprovechando que estábamos de vacaciones salimos los primeros días de enero hacia Zulia, para conocer la zona petrolera de la costa oriental del lago Maracaibo y su capital de Estado. Cada vez que veíamos un pozo petrolero le pedía a Inés que se bajara con Priscila y Andrés para una foto del recuerdo. Lástima que nunca me di cuenta que la máquina fotográfica no tenía rollo y todo fue en vano.
No sólo fue el desconsuelo de quedarnos sin foto de las torres petroleras en el lago o de los balancines extractores en su costa oriental, en los patios mismos de las casas de los pobladores, sino que cada parada representaba un enorme esfuerzo para posar para la foto mientras se debía soportar un calor extremo que lo envolvía todo como un horno.
En todo caso, esta vez teníamos un vehículo con aire acondicionado para refrescarnos en su interior. Íbamos paseando en mi imponente Ford Zephir de techo de vinil color azul y escuchando música instrumental de relax. Muy diferente al carrito Renault 12, sin aire acondicionado, que en cualquier salida nos deshidrataba completamente mientras el aire caliente del exterior entraba por todas las ventanas sin refrescarnos en absoluto, pero siempre fiel nos llevó a Caracas, Puerto La Cruz, Cumaná, Ciudad Bolívar, Puerto Ordaz, El Callao, El Dorado y muchos lugares más.
El viaje a Maracaibo lo hicimos por la Costa Occidental del país, con una parada de algunos días en Puerto Cumarebo. Allí vivía Rodrigo Segovia con su familia, en una casa del campamento de la Planta Cementos Caribe, una pequeña urbanización a la orilla del mar, con un paisaje paradisíaco y unas maravillosas puestas de sol en el atardecer tropical.
Amigos inolvidables. Nos atendieron como príncipes y desplegaron todo tipo de atenciones, especialmente para Andrés que fue el centro de atención de todo el mundo, aunque él indiferente se dedicaba a dormir y despertaba sólo para mamar pecho. Nos dimos el extraordinario gusto de comer langostas que las preparó Kena, esposa de Rodrigo, como un verdadero manjar de reyes.
Luego seguimos camino al estado Zulia, pasamos por Coro, rápidamente conocimos la península de Paraguaná, y después continuamos por una larga carretera, muy poco poblada y en muy malas condiciones de mantenimiento, hasta llegar al puente del lago de Maracaibo, el puente General Rafael Urdaneta. Qué emocionante cruzar en vehículo un puente de casi 9 km de longitud y que es considerado un icono cultural del occidente, tan importante como la virgen de Chiquinquirá, “la chinita”.
Maracaibo, la segunda ciudad más importante de Venezuela, algunos la llaman “la ciudad del sol amada”. Vaya, sí que es una ciudad del sol, y bastante sol, pues entre las altas temperaturas y la humedad la sensación de calor puede llegar a los 50º, ¡una pelusa!
Recorrimos la ciudad y sus alrededores, disfrutamos del paisaje costero hasta San Rafael del Mojan. En la ciudad nos llamó la atención que muchas guajiras, con sus enormes faldas típicas, se dedicaban al comercio informal que las autoridades no tenían permitido. Cuando aparecía la policía las mujeres simplemente tapaban sus mercaderías y cachivaches debajo de sus grandes faldas multicolores.
Estuvimos en la feria de las pulgas, allí se vendía todo tipo de cosas y mucha artesanía de los guajiros. Nosotros caminábamos despreocupadamente con una pequeña cuna porta bebé de mano donde llevábamos a Andrés y nos llamaba la atención que la gente nos miraba extrañada, quizás será debido a nuestra pinta de turistas o nuestro aire extranjero que resulta de nuestro condición de chilenos pensábamos.
Después que salimos del gentío de ese mercado popular una señora maracucha se nos acerca y dice que tengamos mucho cuidado con el bebé, ya que los guajiros acostumbran a robárselos y se los llevan a sus comunidades en la frontera con Colombia. Del susto que nos entró salimos de inmediato del mercado con Andrés en mis brazos y mirando con desconfianza a todo el mundo.
¿Cómo sería Andrés si se lo hubieran raptado los guajiros? ¿Vestiría con guayucos y usaría pintas de colores en su cuerpo y en su rostro? Estaría dedicado a criar ganado en un ambiente contaminado por el tráfico de drogas, los paramilitares y los guerrilleros colombianos.
Regresamos de Maracaibo a nuestro hogar en Ciudad Piar, pero esta vez pasamos por la costa oriental del lago Maracaibo y nos dirigimos hasta Trujillo para conocer los bellos paisajes del pie de monte andino y las altas montañas que parecen fueran a atrapar los pueblos ubicados en sus quebradas. Después nos dirigimos a Barquisimeto y seguimos camino a Oriente por las carreteras directo a Ciudad Bolívar.
Fue un largo viaje, pero por fin llegamos a nuestra casa en el campo B-2 de Ciudad Piar, sector donde vivían los profesionales y supervisores de la empresa. La casa era una construcción de la empresa Ferrominera de 3 amplias habitaciones, una cocina muy espaciosa, baños con tina para baños de espuma, jardín con césped en todo su alrededor y una enorme árbol de mango que nos resguardaba con su refrescante sombra.
Al día siguiente estábamos tan abatidos de cansancio que no nos dimos cuenta cuando Priscila llamó muy temprano a su amiga Marlieri para mostrarle orgullosa  a su hermanito. Por fin ella ya tenía un hermanito y se llamaba Andrés.
Inés le llamó la atención a Priscila, porque el bebé requería mucha delicadeza para atenderlo en sus necesidades y no era un juguete como sus muñecos.
- Entonces así no me sirve, además llora demasiado y no me hace caso para jugar - reclamó Priscila con decepción. Aún así, ella siempre fue su protectora.
Yo debía reintegrarme a mi trabajo de planificación en la mina de Cerro Bolívar e Inés debía reincorporarse a su trabajo como Profesora de Inglés de 1º a 5º grado en el Colegio Divina Pastora, cuyas clases eran solamente durante las mañanas. Ese trabajo lo consiguió dos años después que llegamos a Ciudad Piar, gracias a un curso de inglés por correspondencia que hizo con The Clute Institute. La última cuota me negué a pagarla hasta que me dieran el Diploma para Inés.
A veces comento que Inés es poco audaz, sin embargo fue muy valiente para disponerse a una tercera intervención quirúrgica con el nacimiento de Andrés, su vientre ya parece un mapa carretero. Y lo más increíble, vaya que enorme arrojo demostró, asumió el compromiso de dar clases de inglés con su muy limitada pronunciación… wan, tú, tri, for, faiv…, y se iba al colegio conduciendo el Renault, aunque lo estacionaba una cuadra antes para no tener ningún inconveniente para salir, ya que no sabía maniobrar en retroceso. Lo hizo muy bien y se conquistó la confianza de las monjitas que dirigían el Colegio.
Andrés comenzó a quedarse en las mañanas con una negrita que venía de Tocoma, una señora de servicio cuyo nombre se llevó el olvido. Así comenzó la aventura de Andrés en Ciudad Piar.

Cap 3.- La revolución de la inteligencia.
Cuando regresamos a Ciudad Piar, después de las vacaciones por Maracaibo, no encontramos ninguna novedad particular en la casa del campo B-2 donde vivíamos, salvo que nuestros gatos estaban mucho más flacos de cómo los habíamos dejamos.
En verdad no nos gustaba criar gatos, sino que simplemente los teníamos como una defensa contra las culebras y alimañas del monte que siempre podían entrar al interior de la casa buscando lugares más cálidos. Por  esta razón teníamos varios gatos medio muertos de hambre para que cazaran su alimento y siempre estuviesen alerta alrededor de la casa.
Claro, la gente creía que éramos amantes de aquellos felinos, entonces ocurrió varias veces que a medianoche nos dejaban abandonados gatos recién nacidos en la puerta de nuestra casa, así salvaban su propia conciencia y se marchaban con la idea de que nosotros los cuidaríamos. Por supuesto que después yo tenía que salir a botarlos lejos en el monte.
Nos sorprendimos al encontrar que los gatos estuvieran usando el porche de entrada de la casa como despensa, ya que en el sitio acumularon varias lagartijas muertas a medio comer o, quizás, era su forma de demostrarnos que habían hecho un buen trabajo durante nuestra ausencia. Pobres gatos, una vez vi a uno comiendo grama, supongo que por la falta de comida estaba probando volverse herbívoro.
Apenas tuvimos un día de descanso y el lunes siguiente cada cual retomó las actividades que le correspondían: Priscila a sus clases en el 1er grado del Colegio Divina Pastora, Inés a dictar sus clases de inglés durante las mañanas en el mismo Colegio y yo a mi trabajo en Ferrominera.
Andrés se quedaba en casa bajo el cuidado de la señora negrita que venía del pueblito Tocoma, ubicado en las cercanías del campamento minero, pero que luego de un poco más de un mes renunció, entonces comenzó a cuidarlo Camucha, la esposa del Gerente del único Banco que había en Ciudad Piar, y que era una muy buena vecina nuestra. Con ella y su familia, los Campos, se creó una muy agradable amistad.
Camucha tenía una hija pequeña, Milagritos, un año mayor que Andrés. Ambos compartieron más de un año en un pequeño corral tropical de bebés, donde los ponían y se entretenían juntos, aunque la mayor parte del tiempo se la llevaban durmiendo en la mañana después de tomar sus teteros.
Nunca supe de algún incidente que afectara a Andrés, más bien tengo la idea de que fue un período placentero, en compañía de Milagritos quien también era muy tranquila, y recibía los delicados cuidados de la vecina Camucha que ya tenía experiencia en la crianza de otros 2 muchachos que en ese entonces estaban en edad escolar.
Quizás su vida fue más agitada por Priscila, quien siempre estaba ansiosa de cuidarlo, ayudar a la mudanza de los pañales, cooperar para bañarlo,  jugar con él. Una vez, un día fin de semana, Priscila se levantó bastante temprano, tomó a Andrés y lo llevó a su dormitorio, le quitó el pañal, le polvoreó el cuerpo con bastante talco, incluso hasta en el pelo le cayó polvo, lo vistió, lo puso dentro del coche y lo sacó a la calle para ir a buscar a su amiga Marlieri.
Cuando Inés despertó y no vio a Andrés dio un grito de horror y salió desesperada a buscarlo por la casa, corría de un lado a otro y se tiraba el cabello sin comprender la situación. Me levanté de la cama muy alarmado, entonces vimos por la ventana que iba Priscila por la vereda hacia la casa de los García y llevaba en coche a Andrés que tranquilo disfrutaba el paseo ¡Qué susto pasamos!
Hubo que explicarle a Priscila la conveniencia de no repetir esa experiencia debido a los riesgos de la calle. No eran tiempos para regaños, sino de enseñanzas, ya que estábamos en la época que en el país teníamos un Ministerio para la Inteligencia, encabezado por Luis Alberto Machado. Todos debíamos ser inteligentes. Este señor escribió un libro que se volvió un best seller, “La Revolución de la Inteligencia”, con la hipótesis de que la inteligencia no es un don mágico con que algunos pocos iluminados nacen, sino una capacidad que puede ser desarrollada por cada individuo.
Entonces el desafío, según Machado, está en tener un sistema educativo orientado a desarrollar la inteligencia, puesto que todos tenemos las mismas potencialidades, la misma estructura orgánica y neurológica prácticamente desde que surgió el “homo sapiens”. ¡Vaya responsabilidad para los padres!, pues esto se traduce en que las cargas negativas de los genes heredados se pueden enderezar mediante la educación.
Quizás no tanto, pero por encima de la herencia genética y por encima de la influencia del medio ambiente se enfatiza, en el contexto de estas ideas, la importancia de la educación en el desarrollo de un niño y, de modo particular, se destaca el valor de la educación impartida por los padres. Así entonces, estábamos muy concientes de nuestra tarea educativa y yo sentía mucha confianza en la capacidad de Inés cuya profesión y experiencia trataba precisamente asuntos de pedagogía infantil
Por supuesto que no me parecía tan sencillo el asunto, pues si hubiésemos estado en la India posiblemente seríamos budistas y estaríamos preocupados por elevar la pureza de nuestros espíritus, o si hubiésemos estado en Cuba probablemente nos habríamos creído los hombres nuevos en alguna brigada de defensa de la revolución. Dicho de otro modo, el medio ambiente condiciona, simplemente en nuestro entorno hay imposiciones ideológica-culturales de las cuales sólo nos podemos librar con el desarrollo intelectual verdaderamente crítico. He aquí la importancia del desarrollo de la inteligencia.
En la euforia por el desarrollo del pensamiento se llevaron a cabo en el país varios programas, tales como: “Aprender a pensar", basado en las ideas de Edward De Bono sobre el pensamiento lateral, el “Proyecto Inteligencia” de la Universidad de Stanford, el proyecto “Enriquecimiento Instrumental”, orientado por Robert Sternberg y Feuerstein, “Estimulación Temprana” de Beatriz Manrique, “Creática” de Natalio Domínguez y muchos otros más.
Precisamente nuestra preocupación se orientaba en el sentido de estimular adecuadamente a Priscila y Andrés para su mejor desarrollo intelectual y emocional. Las ideas de Machado, aunque visto por algunos como un tipo loco, eran un apoyo y aliciente para estas inquietudes nuestras. También, dentro de estas mismas preocupaciones, intentábamos con Inés comprender lo mejor posible las enseñanzas de Jean Piaget sobre el desarrollo cognitivo infantil y en base a sus ideas seguíamos muy atentos el desarrollo de nuestros hijos.
Todos los juguetes que buscábamos debían tener un sentido didáctico, ya sea colores llamativos, los números, las letras, formas geométricas, sonidos agradables, componentes constructivos. También le poníamos un ambiente de música instrumental, generalmente música clásica tradicional o música suave de relax.
Andrés tenía una cama cuna que le había regalado la maestra Carmen, con altas barandas laterales que permitían cubrirla con una malla de tul para impedir que lo picaran los zancudos mientras dormía. Esa cama la pinté cuidadosamente de color gris claro antes que naciera Andrés.
Tenía 4 meses cuando cambiamos su cama desde el dormitorio nuestro al de Priscila, quien reclamaba que su hermanito debía estar con ella. En compañía de Priscila rápidamente se acostumbró, pero Inés siempre estaba atenta a él y con su fino oído detectaba cualquier pequeño ruido y enseguida se despertaba para ir a revisarlo.
Andrés era un bebé muy tranquilo, pero siempre reclamaba la presencia de la mamá. Inés casi siempre lo tenía en sus brazos y lo mimaba con exageración. Un día, cuando estábamos de compras en el local Sears de Puerto Ordaz, pusimos a Andrés en una andadera para explorar su reacción. Allí se sintió muy cómodo y no quiso que lo sacáramos, tendría 6 ó 7 meses cuando compramos ese primer medio de locomoción propio.
Inmediatamente con la andadera su mundo tuvo otra dimensión, ya que aprendió rápidamente a desplazarse por toda la casa, primero con pequeños impulsos de piernas para avanzar en retroceso, luego se volvió un experto para maniobrar en varias direcciones. Esa andadera también era su pequeña mesa de juegos e incluso un lugar para comer.
En la cama sabía levantar su cabecita y apoyarse en sus brazos, pero nunca intentó gatear. Quizás no tuvo el debido estímulo para hacerlo, puesto que la andadera le permitía exploraciones más interesantes del alrededor, hasta que un día, exactamente cuando cumplió un año de edad, se puso a caminar. Andrés caminó la primera vez el 14 de Diciembre de 1982.
Su progreso evolucionaba normalmente, tenía una adecuada movilidad para su edad y, como característica muy propia de él, expresaba una repugnancia exagerada a su propia caca. Ya balbuceaba varias palabras al cumplir su primer año de edad, llamaba a mamá, pedía agua, pedía el tetero, etc.
Ese año sentíamos que como familia progresábamos a paso seguro, nuestros hijos nos llenaban de júbilo, y en mi trabajo sentía que daba un aporte importante a la planificación de la minería del Cerro Bolívar, lo cual me lo retribuía la empresa con un salario incrementado ese año a Bs. 7.416,00 mensual ¡Un verdadero tesoro!
Además, ese mismo año 1982 protocolizamos la compra de un apartamento en el Conjunto Residencial La Churuata, en Puerto Ordaz, mediante un nuevo crédito hipotecario. El precio del inmueble fue de Bs. 249.500,00 ¡Una pelusa!



Cap 4.- Las sombras del viernes negro.
Parecía que el tiempo transcurría muy lentamente, como si todo se moviera en cámara lenta, mientras el vehículo patinaba sin control sobre la autopista y continuaba la pertinaz llovizna que hacía del pavimento una verdadera pista de hielo.
- ¡Inés, sujeta a los niños! – alcance a gritar mientras me aferraba fuertemente al volante sin atreverme a frenar. Inés sostenía nerviosamente en sus brazos a Andrés y Priscila asustada se mantenía sentada en el asiento de atrás.
El vehículo se arrastró hasta caer en el hueco de tierra que separaba las dos vías de la autopista. Había un charco que hizo saltar el barro que cubrió completamente el carro y perdí totalmente la visibilidad, después dimos un salto y caímos en la otra vía con sentido contrario, finalmente el vehículo dio un giro y volvió a caer en el charco de barro en posición de retroceso.
Estuvimos mudos unos instantes y después nos volvió el alma al cuerpo. Si hubiese venido un vehículo en sentido contrario el accidente habría sido horrible, entonces creo que me olvidé de mi ateísmo y dije: ¡Gracias a Dios! Ahora podría decir, pensé, que tuvimos suerte por mi imprudencia, que fue el destino o sencillamente que no era nuestra hora.
Me bajé del carro humeante y el agua con barro me llegó hasta casi la rodilla. Tenía el guardafango doblado que aprisionaba un caucho delantero, con riesgo de reventarlo, de modo que yo solo no tenía forma de sacar el vehículo.
Sin embargo, tan pronto vieron a Inés con un bebé en brazos comenzaron a detenerse varios camioneros para ayudar. Ellos hicieron palanca con unas barras de acero y lograron enderezar parcialmente el guardafango, suficiente para liberar el caucho, y con un largo cable amarrado a un camión remolcaron el vehículo hasta la berma derecha de la autopista.
En mi experiencia en carreteras no había conocido la solidaridad de los camioneros, son extraordinariamente generosos con su manera de dar auxilio incondicional. Me ayudaron a limpiar el parabrisas y a verificar que no hubiera daños en el motor hasta que pudimos partir nuevamente, esta vez muy lentamente y yo con barro hasta en las orejas.
Ese accidente fue en la autopista de San Mateo a Barcelona, a menos de media hora para llegar a esta última ciudad, y veníamos de Ciudad Piar. Era un fin de semana, como muchos otros, que nos tomamos para disfrutar de las playas de Puerto La Cruz, pues éramos asiduos visitantes de la playa Arapito y la playa Colorada.
Sin duda que era la influencia de las aciagas sombras del año 1983, cuando la historia de Venezuela se quebró con el llamado Viernes Negro que le puso fin al dólar de Bs. 4,30 el día 18 de febrero de ese año y se cerró el mercado cambiario, a pesar de la ilusión de bienestar que el gobierno había pretendido crear, entre otras cosas, con el proyecto de construcción de un puente de tierra firme hasta la Isla de Margarita, un desvarío de los políticos para una población ilusa.
El país tenía una alta deuda pública externa, agravada por importantes montos de préstamos que habían contraído en forma desordenada numerosas empresas del Estado. En 1983 se concentraba el vencimiento de más del 50% de todas estas obligaciones, precisamente cuando los ingresos provenientes del petróleo se redujeron por la baja de los precios internacionales.
Además, como consecuencia de un ambiente económico de desconfianza en las políticas vacilantes del gobierno y el continuo enfrentamiento entre el Ministro de Hacienda, Arturo Sosa, y el Banco Central, presidido por Leopoldo Díaz Bruzual, se estaba produciendo una masiva fuga de capitales que estaba agotando las reservas internacionales.
De manera que el gobierno se vio forzado a adoptar una decisión que, hasta ese momento, había intentado evitar: el control de cambios de divisas. Se estableció el régimen de control de cambios diferenciales (Recadi) que creó dos tipos de cambio fijos (Bs. 4,30 y Bs. 6,00 por dólar) y un mercado libre de paridad variable.
Los productos y servicios establecidos como prioritarios se podían seguir importando con dólares a 4,30. La deuda privada externa fue reconocida también a Bs. 4,30 por dólar. ¡Qué manguanga para los empresarios!
Con el tiempo la brecha entre el cambio preferencial y el tipo de cambio libre se fue haciendo cada vez mayor, con lo cual Recadi se transformó tristemente en una de las mayores fuentes de corrupción en la historia de Venezuela. El negocio era comprar dólares baratos para luego venderlos en el mercado libre.
Sin embargo, poco le afectaba el entorno político a Andrés, pues continuaba con su vida tranquila sin sobresalto alguno y se relajaba con su “punta” hasta dormirse placidamente. La punta era la esquina de una funda de almohada con algo de algodón en su interior, la que batía suavemente sobre una oreja o en las fosas nasales y le producía un extraño efecto de adormecimiento.
La “punta” debía tenerla siempre a su alcance, caso contrario se ponía a llorar sin control y no había absolutamente nada que la sustituyera. Tampoco le gustaba que se la lavaran, de modo que la “punta” se fue volviendo negruzca y ni siquiera se blanqueaba cuando a escondidas Inés se la limpiaba con agua y cloro.
Cada vez que viajábamos, o salíamos de la casa por algunas horas, había que estar muy pendiente de tener consigo la “punta”. Por este motivo, me sospecho que este asunto fue la causa de uno de sus mayores traumas de la infancia, ya que fue a muy temprana edad a la escuela preescolar y, por supuesto, no podía permitírsele que llevara su “punta” al colegio.
En efecto, antes que cumpliera los 2 años ingresó a la Escuela Pre-escolar de la Divina Pastora de Ciudad Piar, cuyo local estaba ubicado en el Campo “C” de Ferrominera, cerca del Club Tocoma. Precisamente ese mismo año nos mudamos a ese campo residencial, en consideración a que me habían ascendido a Jefe del Departamento de Planificación. En Septiembre de 1983 Andrés comenzó a asistir durante las mañanas al colegio pre-escolar.
Esto fue una excepción que se hizo con Inés, en atención a que era maestra de la Escuela, aunque ella daba clases en el nivel básico que funcionaba en el campo “B 2”. La madre Feliciana, directora del plantel, permitió la inscripción de Andrés antes de la edad exigida, debido a que no teníamos en casa una persona fija de servicio doméstico que lo cuidara y preferíamos que compartiera con otros niños en el colegio antes que seguir dejándolo con Camucha.
Considerábamos que esta decisión permitiría desarrollar su socialización, aprendería a compartir con otros niños mediante juegos dirigidos por la maestra. Además, siempre estaba la atención vigilante de Inés, ya que era amiga de todas las maestras de preescolar y mantenía buenas relaciones con ellas, de modo que siempre estaba al tanto de lo que ocurría en la escuela y del comportamiento de Andrés.
Sin embargo, como todo bebé de 2 años, ensimismado en su mundo interior y en proceso de percibir el mundo externo que le debe haber resultado agresivo e inesperado, dio muestras de poca amistad con sus compañeros mayores y busco su seguridad debajo de un escritorio donde pasó prácticamente todo el primer año.
Allí, debajo del escritorio se entretenía con juguetes del pre-escolar y compartía con el único amigo que admitía en su pequeño territorio, Wilbagks Marcano. No aceptaba otros amigos y, en particular, no aceptaba bajo ningún motivo que se le acercara el negrito Kenny, porque se podía manchar de negro según nos confesaba en casa. Por supuesto que nunca tuvo de nuestra parte ningún mensaje de racismo y, por el contrario, intentábamos inculcarle valores humanitarios de igualdad y amistad.
Lo llevábamos frecuentemente a parques infantiles, fiestas de cumpleaños, lugares de esparcimiento, e intentábamos que se relacionara con otros niños de su edad, pero era tímido para hacer amistad y prefería jugar solo, a pesar de que recibía el afecto de los mayores que se lo brindaban por amistad a nosotros o por los dictados de las convenciones sociales.
Posiblemente su timidez no fue debidamente trabajada en la Escuela por la comodidad de las maestras que preferían dejarlo que hiciera lo que le diera la gana, ya que después de todo con su conducta retraída era muy tranquilo y no daba ningún problema. Esta inseguridad nunca le dio confianza ni siquiera para pedir ayuda para orinar en los baños del Pre-escolar, nunca los usó y se aguantaba hasta llegar a casa a medio día.
Andrés no tenía el sentido de la aventura, no sentía el entusiasmo para explorar lo desconocido ignorando los riesgos, por el contrario, era muy cauto con cualquier cosa nueva para él y siempre quería tener cerca a su mamá quien lo sobreprotegía y evitaba cualquier mínimo riesgo de que se hiciera algún daño.
En cambio, conmigo no sentía la seguridad que le daba mamá, pues con mi trato más rudo yo intentaba que superara sus temores a través de experiencias que le dieran arrojo para enfrentarlas. Pero Inés siempre llegaba como Chapulín Colorado para salvarlo de mis bruscas maneras y actuaba tal como leona enfurecida cuidando sus críos.
Cuando se le ofrecía a Andrés una comida desconocida, después de una larga argumentación para convencerlo, la probaba con mucha desconfianza, entonce él preguntaba:
- ¿Mamá, esta comida me gusta?
Todo aquello que fuese desconocido le producía una terrible inseguridad, como por ejemplo cuando lo poníamos de pie en la arena de la orilla de la playa se crispaba completo, se ponía totalmente tenso y no podía caminar, porque sentía la inestabilidad de la arena bajo sus pies. Había que tomarlo en brazos y llevarlo a suelo firme.
Tampoco le gustaba sentir y mirar su propia caca, pues le daba un asco terrible y le daban náuseas que casi lo hacían vomitar. Había que limpiarlo inmediatamente para que se le pasara la repugnancia a su propia caca, ya que el era un niño impecable, siempre bien arregladito y muy aseado, la caca era asunto que debían arreglar los demás.
Se nos cruzó la idea de que estos temores eran resultado del desamparo de su ángel guardián, debido a que no lo habíamos bautizado en la Iglesia Católica. Realmente para mí no representaba ningún asunto prioritario bautizarlo o no, pero no hay duda que la influencia de las costumbres del entorno puede generar situaciones incómodas que activan prejuicios que se arrastran desde milenios atrás por la religión y están en el subconsciente colectivo.
Más bien me debato entre el agnosticismo y el ateísmo, pero de lo que no tengo dudas es que la humanidad ha creado un Dios a su propia imagen y semejanza, con el lado bueno de la misericordia y el amor, y con el lado malo de la ira y la venganza, evidentemente que demasiado humano. Así entonces, el bautizo de Andrés en la Iglesia no era asunto que me importara, salvo por la preocupación de Inés, a quien le resultaba incómoda mi posición.
También teníamos la presión de mi hermano Pepe y su esposa Liliana, quienes eran católicos practicantes. Además, Priscila nos pidió expresamente que la bautizáramos, ya que ella comenzaba a tener ciertas influencias religiosas con las monjas de la Divina Pastora de su Colegio y lo asumía como una decisión muy personal.
Entonces con sentido pragmático y también con la posibilidad que representara una protección divina que los protegiese, la cual nunca está demás, programamos el bautizo de Priscila y Andrés en Caracas. Los padrinos de Andrés fueron Velia Saldías y Pepe, los de Priscila fueron Liliana y mi hermano Jorge, que estaba de paso por Venezuela.
El padre Cándido Pérez los bautizó en la Iglesia de El Conde, Parque Central. Fue el 11 de junio de 1983, frente a la pila bautismal se invocó a la Santísima Trinidad y mediante la ablución del agua bendita sobre la cabeza de Andrés y Priscila se les limpió del pecado original y quedaron a partir de ese momento adscritos a la Iglesia Católica Apostólica Romana
Corrían los tiempos de la campaña presidencial donde se perfilaban como candidatos principales Jaime Lusinchi, candidato de AD, y Rafael Caldera, candidato por quinta vez de COPEI. Otros candidatos de menor influencia eran Teodoro Petkoff, José Vicente Rangel, Jorge Olavarría, Andrés Velásquez.
En medio de una severa crisis económica, producto especialmente del Viernes Negro, el gobierno de Luis Herrera tenía un alto índice de rechazo de la población, que alcanzó a su partido social cristiano COPEI y abría una oportunidad de triunfo para el partido Acción Democrática en las elecciones programadas para el 4 de diciembre de 1983.

Cap 5.- La vida es una ilusión.
Con Inés teníamos la preocupación de que Priscila se sintiera desplazada con el nacimiento de Andrés, pues ella tenía todos los privilegios de hija única y no tenía ninguna competencia para captar la atención de los padres. Era evidente que podría sentirse destronada de su posición especial.
En cambio para Andrés la situación era diferente, ya Priscila tenía 5 años y medio de edad cuando nació, de modo que para él su hermana era una persona muy mayor, en su pequeñez debe haberla observado como una persona con enormes capacidades y habilidades que estaban fuera de sus logros.
Para Andrés seguramente Priscila se fue configurando con los años como un modelo cuyos pasos debía seguir y, además, posiblemente en su interior nació un instinto competitivo para superar dicho modelo en el futuro y alcanzar posiciones de poder para ubicarse en el centro de atención, allí se implantó esa semilla en su interior. Entonces creció el cariño fraternal tomado de la mano con el sentido de la competencia.
Priscila no tuvo celos de su hermano menor como temíamos, por el contrario, esperaba con tantas ansias su nacimiento que desarrolló un sentido maternal para protegerlo y cuidarlo. Ella fue su mamá pequeña y en la medida que fue creciendo fue tomando más participación en el cuidado de Andrés, quién, en consecuencia, fue prácticamente criado como un hijo único con dos mamás.
Ser el más pequeño de la familia, el consentido, protegido por todos, le dieron un carácter sensible, observador, desordenado, manipulador y egocéntrico, que fue resultado posiblemente del principio de los opuestos, en el sentido de que se diferenció de Priscila con rasgos de personalidad contrarios a los de su hermana.
De hecho, el entorno social le da aprobación a un niño tranquilo, callado, limpio, agradable, que no mata ni siquiera una mosca. Así era Andrés, con una personalidad introvertida y poco sociable, casi nada aventurado a tomar decisiones, porque siempre tuvo alguien mayor que le resolvía todos sus problemas y no había espacio para la incertidumbre.
Andrés no tomaba riesgos, más bien siempre tendía a asegurarse de todo. Por ejemplo, cuando se quedaba en casa con su abuela, mi mamá, la interrumpía en su descanso y le pedía el tetero de manera imperiosa. Entonces la abuela dejaba de ver su programa favorito de la TV, se levantaba de la cama e iba con su paso cansino a la cocina y le hacía su tetero de leche con los aditivos alimenticios que se le daban, luego él despótico decía:
- Déjalo ahí – y apuntaba con el dedo hacia la mesita de noche, mientras se abanicaba con su “punta” y no le prestaba ninguna atención al tetero.
No se tomaba la leche hasta muy tarde después, pero tenía la tranquilidad de que ya la tenía asegurada. A mi mamá le disgusta esta situación, porque siempre la interrumpía cuando estaba disfrutando algún momento especial de la televisión y no había manera de evadir la insistencia de Andrés, y luego ni siquiera había tal urgencia, puesto que no se tomaba el tetero de inmediato.
Mi mamá estuvo casi un año con nosotros, vino de visita de Chile y nos ayudó a cuidar a Andrés. Él fue su consentido y fue la mejor aliada que tuvo para conseguir quedarse en casa cuando le correspondía ir al pre-escolar.
- Es tan chiquito, déjenlo conmigo – decía la abuelita con sentido protector, mientras él se abalanzaba a sus brazos y se aferraba a ella con fuerza.
Claro, nosotros nos levantábamos apurados y cada cual debía partir a cumplir con sus obligaciones, teníamos poco tiempo para tranquilizarlo y convencerlo para que fuese a la escuela. Entonces, por el contrario, Andrés armaba tan grave berrinche que finalmente optábamos por dejarlo en casa con su abuela. Allí desarrolló, en su mayor grado, el arte de la manipulación.
- Voy a vomitar, voy a vomitar… - gritaba. Si insistíamos en subirlo al carro, entonces vomitaba de verdad.
Aunque estos líos ocurrieron con frecuencia, no podíamos renunciar a que se integrara a la escuela y tomara la rutina diaria escolar. Muchas veces tuvimos que obligarlo antes que dejarlo regaloneando con su abuela, era preferible que tuviera contacto con otros niños de edad similar para inducirlo a socializar.
Su vida era entretenerse sólo con sus juguetes, inmerso en su mundo de fantasías, mientras hacia todo tipo de extraños sonidos imitando animales, monstruos, máquinas. Cuando se sentía observado dejaba de hacer tales sonidos y seguía silencioso entretenido con sus juguetes.
En cambio, durante los viajes en automóvil se mostraba muy ansioso y cada rato preguntaba:
- ¿Dónde vamos? ¿A qué hora vamos a llegar?
Quizás ha tenido una vida apresurada, puesto que siempre quiere llegar rápido a sus metas, se vuelve atropellado para alcanzar sus logros y se impacienta con los fracasos. Posiblemente en el afán de adelantar su desarrollo tuvo de nuestra parte, Inés y yo, mucha presión para el aprendizaje del vocabulario, de los números y las primeras letras.
Inés con enorme paciencia le enseñaba las primeras nociones de lectura, todos los días lo entretenía con recortes de letras, dados con símbolos, figuras de nombres simples y, por supuesto, el ma, me, mi…
Fue una ardua tarea de aprendizaje y una lucha contra algunas manifestaciones de dislexia, pues confundía e invertía algunos fonemas, lo cual no es una enfermedad, pero es una circunstancia personal que dificulta el proceso de desarrollo de la lecto-escritura.
Se dice que muchos famosos genios han sido disléxicos, como Alberto Einstein, Thomas Alba Edison, Leonardo Da Vinci, Walt Disney, etc., pero evidentemente que tener dislexia no convierte automáticamente en genio, de modo que este asunto fue tomado por Inés con mucha atención y le dedicó su mayor esfuerzo para que Andrés lo superara.
¿Cuál es el origen de la dislexia? Dicen que puede haber una predisposición hereditaria a padecerla o están implicados otros factores como causas genéticas, déficits espaciotemporales, problemas de orientación secuencial, dificultades adaptativas en la escuela, etc.
A mí me parece que el mayor trauma emocional que recibió Andrés fue cuando fuimos a buscar a mi mamá, recién llegada de Chile, a finales del año 1983. Viajamos a Caracas en mi carro un fin de semana y llegamos a casa de Pepe, inmediatamente al día siguiente, un día domingo, nos regresamos a pesar del cansancio después de una larga tertulia familiar durante la noche del día anterior. Antes de llegar a Ciudad Bolívar choqué en la carretera y mi carro quedó para chatarra. ¡Quedó hecho una mierda!
Con el cansancio, después de tantas horas conduciendo el automóvil, perdí los reflejos en el atardecer mientras avanzaba a 120 ó 140 Km. por hora en la carretera de El Tigre a Ciudad Bolívar, en el tramo que es una larguísima recta que la envuelve una adormecedora sensación de monotonía.
Prácticamente no había tráfico y a lo lejos, delate de mí, vi una camioneta que supuse podía fácilmente adelantar, pero cuando me acerqué observé que estaba detenido en la vía misma y por el canal de tráfico en sentido contrario venía otro vehículo. Frené con brusquedad, pero ya era demasiado tarde, y choqué violentamente por detrás al camioneta.
Todo el tren delantero del carro quedó doblado, se rompió completamente el parabrisas del vehículo, el volante al que me aferré con toda mi fuerza quedó totalmente doblado y pegado a mi pecho. Mamá, a quien le habíamos concedido el puesto delantero para su mayor comodidad, recibió un fuerte golpe en las rodillas y un trozo de vidrio del parabrisa le voló el lunar del párpado del ojo derecho.
Inés, Priscila y Andrés venían en el asiento de atrás donde el golpe fue más amortiguado, pero los niños cayeron bajo el asiento y ni siquiera atinaron a llorar, estaban mudos de estupor y no lograban comprender un accidente que los tomó absolutamente por sorpresa.
Fuimos afortunados ya que casualmente pasó una familia de Ciudad Piar que nos ayudó, nos llevó a casa en su vehículo después de dejar con una grúa mi carro en un taller del camino. Nos revisaron en la clínica de Ferrominera en Ciudad y nos dieron reposo, al día siguiente amanecimos como si nos hubieran dado una paliza, sentíamos dolores musculares en todo el cuerpo.
Ese vehículo lo tuve que vender como chatarra, no valía la pena repararlo. Pero fuimos por suerte a nosotros no nos pasó nada grave, aunque quizás Andrés allí tuvo, en medio del choque en la carretera, un revoltijo de los números y letras en su cabeza, debido posiblemente a algún enredo que se le produjo entre las conexiones sinápticas de las neuronas de la circunvolución angular adyacente a la cisura infraparietal del cerebro, que más tarde se manifestó como una leve dislexia.
Días más adelante llegó de visita de Caracas Pepe y su familia, lo recibimos con mucha alegría y organizamos un asado a la parrilla para celebrar la reunión de la familia. Mamá, ya sin acordarse del accidente de pocos días antes, nos reclamaba que a ella no la habíamos recibido de igual manera y preguntaba: ¿Y por qué a mí no me hicieron una parrillada?
En estas reuniones familiares Andrés era el centro de atención, puesto que recibía muchas expresiones de afecto de Pepe y Liliana, incluso en detrimentos de sus propios hijos a quienes trataban con cierta rudeza. También María, la nana de los primos, quien era prácticamente otro miembro de la familia, atendía con mucho esmero a Andrés.
En aquella época corrían tiempos de elecciones presidenciales en medio de una dramática crisis económica del país, agravada por factores exógenos como la contracción del mercado petrolero internacional y la insolvencia de países deudores importantes, que no le permitieron al gobierno negociar el refinanciamiento de la deuda externa con la banca internacional.
El refinanciamiento de la deuda externa quedó condicionado por la banca acreedora al establecimiento de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y que se completara el proceso de revisión y reconocimiento de la deuda externa privada. Ya que estábamos en un período electoral, el gobierno se negó a asumir las consecuencias políticas de un plan de ajuste económico y sólo se negociaron prórrogas para las obligaciones vencidas.
En este contexto, el candidato de Acción Democrática, Jaime Lusinchi, ganó las elecciones del 4 de diciembre de 1983 con el 56,5%. El triunfo de AD también fue holgado para los miembros del Congreso Nacional, lo cual le otorgó una amplia mayoría en la Cámaras de Diputados y Senadores.
El 2 de febrero de 1984 Lusinchi asumió la presidencia con palabras de modestia y conciliación, que tuvo una favorable acogida en la opinión pública
- Venezuela pagará todo lo que debe, hasta el último centavo… – dijo en su discurso de toma de posesión del mando presidencial y reiteró la necesidad del “Pacto Social”, ofrecido durante su campaña electoral, para alcanzar una distribución más equitativa de la riqueza.
Parafraseando a Calderón de la Barca podríamos decir: “la vida es una ilusión”… gracias a los políticos, o quizás, mas bien, una falsa ilusión por culpa de los políticos.

Cap 6.- Crisis de asma.
- ¡Coño! – insultó Andrés al carro y le pegó una patada a la rueda trasera.
- ¿Hijo, por qué haces eso? – preguntó sorprendida Inés, en la oportunidad en que estábamos haciendo los preparativos para viajar a Ciudad Bolívar.
- Ah, bueno, mi papá siempre hace así cuando el carro no quiere encender.
No deja de emocionarme que de tan chiquito me hacía manifestaciones de solidaridad, porque la verdad es que yo pasé rabietas grandes con los vehículos debido a mis pobres conocimientos de mecánica automotriz.
Después del accidente en la carretera de El Tigre - Ciudad Bolívar me compre otro Zephir, el mismo modelo del chocado, y entre los 2 vehículos mi vecino Tony García, mecánico de equipo pesado de Ferrominera, me armó otro carro bastante aceptable, aunque ya sin el techo azul de vinil que tanto orgullo me producía.
Al comienzo tuve varios problemas de ajuste mecánico, pero con la ayuda de Tony, quien era un extraordinario mecánico y excelente amigo, el vehículo quedo en su punto. A Andrés le encantaba que lo sentara en mis rodillas y lo dejara conducir el volante del auto en los amplios espacios de la cancha de golf que la empresa tenía en desuso desde que se fueron los gringos de la anterior Orinoco Mining.
Ese carrito, especie de injerto frankensteniano compuesto de dos vehículos, nos permitió llevar y traer a Inés para que atendiera sus compromisos de estudios de Licenciatura en Educación de la Universidad Central, sede de Estudios Supervisados a Distancia en Ciudad Bolívar, todos los fines de semana durante varios años.
Después de tramitar una reválida de sus estudios de Profesora de Artes Plásticas y Dibujo Industrial de la Universidad Técnica de Chile, que le otorgó la aprobación de unas muy pocas materias, empezó sus estudios en 1984 cuando Andrés no había cumplido los 3 años. 
Salíamos temprano de la casa y tomábamos la carretera a Ciudad Bolívar, dejaba a Inés en el local de la Universidad y me iba con los niños, Priscila y Andrés, al aeropuerto para ver los aviones que le fascinaban a Andrés. Era un sitio agradable, porque tenía aire acondicionado y, además, yo aprovechaba para ir a los baños del aeropuerto, los únicos limpios que se podían encontrar en la ciudad.
Otras veces nos íbamos a pasear por la costanera del río Orinoco, o íbamos a algún parque, para pasar el tiempo hasta que Inés se desocupara de sus estudios. Almorzábamos junto con Inés, muchas veces lo hacíamos en el mercado popular de La Carioca, pero como a Priscila le molestaban las moscas, después teníamos que ir a un restaurante con mesas de mantel blanco para que ella comiera pastas italianas a la boloñesa.
Este operativo semanal hizo más fuerte la unión de Andrés con Priscila, pues ella asumía el papel de pequeña mamá sustituta y le daba las atenciones que requería para mantenerlo limpio, darle alimentos y entretenerlo durante casi todo el día. Al finalizar la tarde regresábamos todos a Ciudad Piar, después de un día de agotador calor que quitaba todas las energías así no se hiciera nada.
Los trabajos de Inés para la Universidad y mi dedicación a los libros crearon un permanente ambiente de estudio en la vida cotidiana familiar, siempre vivimos en este mundo de papeles y libros, que supongo influyó en Andrés y Priscila para que vieran estas actividades como asuntos normales en el quehacer del hogar. De manera que pasamos muchas horas en la mesa del comedor, cada cual con sus papeles y quehaceres.
Ese año 1984 logré obtener mi nacionalización como venezolano, asunto que me parecía importante, puesto que trabajaba en una empresa del Estado y pensaba que de ésta manera lograba una mayor estabilidad laboral, aparte de que profesionalmente era muy bien considerado habida cuenta mi origen desde un país con muchos desarrollos en minería y mi condición de trabajólico.
En ese momento, con la responsabilidad de criar dos hijos, era muy importante mantener la estabilidad en el trabajo y aprovechar los beneficios que significaban los servicios gratuitos que daba la empresa. En este sentido, era una importante ventaja los servicios médicos que disponíamos en la clínica de Ciudad Piar, así lo constatamos cuando Andrés tuvo una delicada crisis de asma que nos obligó a llevarlo de emergencia.
No habíamos notado antes que tuviese problemas respiratorios o algún tipo de alergia, pero ese día comenzó a manifestar dificultades progresivas para respirar, tenía una agitación poco común y todos los músculos del pecho se contraían para ayudar a los pulmones para aspirar el aire. Observábamos que hacía enormes esfuerzos con el diafragma para poder respirar y tenía una expresión de mucha ansiedad y agitación.
Cuando notamos que sus síntomas se agravaban nos fuimos volando a la clínica, allí lo dejaron internado y fue tratado con oxígeno y broncodilatadores. Estuvimos toda la noche despierto observándolo en la habitación de la clínica, mientras nos consumía la angustia al verlo en tal frágil condición.
No sabíamos a qué atribuir la crisis de asma de Andrés, en la familia no teníamos antecedentes de esa enfermedad y no sabíamos la gravedad de la misma. Era desesperante ver a Andrés aferrándose a la vida con esfuerzo sobrehumano para respirar y rogábamos para que no le fallaran las fuerzas de su cuerpecito.
Quedamos muy preocupados por el asma de Andrés, más aún cuando vimos en el tiempo que esas crisis, en diferentes grados de intensidad, eran frecuentes y tuvimos que volver a la clínica en muchas otras ocasiones para que fuese tratado por el médico y sometido a observación.
Inés pidió consejos entre sus amistades y recogió todo tipo de recomendaciones que la llevaron a hacer probar a Andrés todo tipo de remedios caseros: infusión de hojas de diferentes montes, grasa de tigre, aceite de culebra, batidos de sábila, enjuagues con pétalos de amapolas, extracto de ortigas, cataplasmas de barro en el pecho, zumo de zanahorias, comer cebollas, etc.
Andrés tuvo una gran suerte de no haberse intoxicado con tantas cosas extrañas que Inés le hizo tragar, a pesar de su resistencia para aceptar cualquier tipo de medicinas. Posiblemente su organismo debió desarrollar defensas adicionales, aunque quizás no para el asma, pero sí contra la intoxicación de aquellos raros brebajes.
La esposa de Luis Moreno, compañero de trabajo, le regaló a Inés un frasco de grasa de tigre que supuestamente le hizo bastante efecto favorable a Andrés, aunque probablemente también cambió su carácter y con los años fue manifestando un humor de tigre cuando las cosas no eran o no salían como él quería.
También nos recomendaron que realizara prácticas de natación, motivo por el cual lo pusimos en clases para que aprendiera a nadar en la piscina del Club Tocoma a pesar de que le tenía un gran temor al agua, especialmente al mar en la playa. Para que enfrentara sus temores yo lo hundía bajo el agua y después lo subía en mis brazos, pero era peor, porque lloraba asustado y buscaba a mamá a quien se aferraba como garrapata y no había forma de soltarlo de ella. Sólo después, con el tiempo, se hizo un buen nadador.
Paralelo a los remedios caseros buscamos especialistas médicos en Ciudad Bolívar, fuera del servicio médico de la empresa Ferrominera, para que le hiciera las evaluaciones correspondientes a Andrés. Le hicieron varios test sobre alergias y determinaron que era sensible a varios alérgenos, como el polen de las flores, ácaros del polvo, olores de los productos de limpieza, mariscos, pescados y jugo de naranja.
También el componente emocional era un factor importante en las causas de sus crisis de asma, entonces no se le podía hacer pasar ningún disgusto. De hecho, el tratamiento médico consistía en ponerle una seria muy larga de inyecciones intramusculares para lograr la inmunidad a los alérgenos.
Sin embargo, cada vez que nos acercábamos a la clínica Andrés adivinaba que era para ponerle una inyección y hacía tal berrinche que le surgían síntomas de asma. Después de algunos meses abandonamos el tratamiento, porque los beneficios eran menores frente a las crisis que le provocaban las excesivas inyecciones que a su pequeña edad eran definitivamente insoportables.
En aquella época yo fumaba más de 2 cajetillas diarias de cigarrillos, era un vicio que tenía de muchacho, herencia de mis padres fumadores y de cuando no había conciencia del daño que causaba a la salud propia y de quienes lo rodean. Yo pertenecía a una época donde se podía fumar en cualquier lugar, sin restricción alguna, para embotar las neuronas con el placer de la nicotina y el monóxido de carbono que reduce el oxígeno al cerebro.
Evidentemente que las crisis asmáticas de Andrés me hicieron tomar conciencia del daño del cigarrillo, tanto para él como para mí. Después de muchos años fumando justificaba de una y mil maneras mi vicio sin comprender la dependencia que me producía, ya que la falta eventual de cigarrillo me provocaba un ansia infinita y salía a buscarlos donde fuera hasta encontrarlo. Mi primera acción al despertar en la mañana era precisamente fumar un cigarrillo.
Me propuse dejar de fumar definitivamente en beneficio de mí y de mi familia, pero no podía lograrlo, lo dejaba y luego volvía a fumar. Un día sentí una congestión muy fuerte en el pecho y perdí el habla, no pude fumar durante dos días. El tercer día logré voluntariamente no fumar y así mismo los días siguientes, entonces sustituí los cigarrillos por caramelos de todo tipo, chicles, chocolates, café, galletas, etc. Por supuesto que engordé como una bolita.
Estuve un año soñando que fumaba y aspiraba profundo cuando pasaba al lado de alguien que exhalara el humo del cigarrillo, pero finalmente logré imponer mi voluntad después de una titánica lucha contar la dependencia del cigarrillo.
El asma no impidió que Andrés tuviera una vida normal, con el desenvolvimiento que tiene todo niño de su edad. Se integró al grupo de niños y niñas de las familias con quienes teníamos relaciones amistosas: los García, los Campo, los Marcano, los Urbina, etc. Era una vida libre de los temores de la ciudad, con grandes espacios para correr libremente, ver el terreno perderse en el horizonte con los cerros perfilados a lo lejos.
La tranquilidad del ambiente de Ciudad Piar no impedía que llegaran las inquietantes noticias sobre la situación económica y social del país, las expectativas de la población eran muy pesimistas a pesar de que el presidente Lusinchi inició su mandato con humildad y disposición de servicio, pero pronto el gobierno y su partido AD mostrarían muy poca apertura a la consulta y negociación con otros factores de poder político.
En el año 1984 el presidente anunció desde Nueva York un acuerdo con la banca internacional, mediante el cual se establecían las bases para un convenio de financiamiento de la deuda externa, sin embargo no llegó a formalizarse, por cuanto el mismo quedó condicionado al reconocimiento de la deuda privada que algunos denunciaban como desordenada, ilegal y fuente de corrupción.
Por otra parte, la presentación del VII Plan de la Nación desató fuertes críticas y polémicas, especialmente por parte del sector empresarial, lo que trajo como consecuencia la renuncia del ministro Luis Matos Azócar a comienzos de 1985 y el distanciamiento del gobierno del sector sindical.
En este contexto, como resultado de la necesidad de impregnarse de algún modo de esperanzas, la población se volcó a las calles con enorme efervescencia para recibir al santo padre, el Papa Juan Pablo II, cuando nos visitó por primera vez en Enero de 1985. Los recorridos del papamóvil se realizaron entre impresionantes multitudes, en Montalbán en Caracas, en los predios universitarios en Mérida, frente a la CVG en Ciudad Guayana.
El Papa Wojtyla fue recibido en el aeropuerto de Maiquetía por una pareja presidencial, poco conocida por la población en aquella época: Lusinchi y Blanca Ibáñez, después bautizada por Piñerúa Ordaz como la barragana de ese viejo verde y borracho presidente. Para sorpresa del Papa, en Miraflores fue recibido por otra pareja presidencial: Lusinchi y la Primera Dama, Gladys Castillo.
La prensa alcahueta y la televisión jamás comentaron esta situación, ni los atropellos sobre la Primera Dama, mientras Lusinchi estuvo en el poder. Cuando alguien intentó insinuar alguna irregularidad, la secretaria privada del presidente declaró ante la prensa: “Yo tengo cubridos todos mis gastos”.

Cap 7.- Competir para llegar primero.
Después de una extensa y agotadora negociación con la banca internacional, el gobierno del presidente Lusinchi firmó un acuerdo de refinanciamiento de la deuda externa en febrero de 1986, tomando en consideración una visión muy optimista de la economía del país. De hecho, las proyecciones petroleras se basaban en las expectativas de altos precios surgidas del conflicto bélico entre Irak e Irán, guerra que duró casi 8 años.
Lamentablemente, ese año 1986 la baja de los precios en los mercados petroleros internacionales fue dramática. El precio del petróleo venezolano, que en enero era de US $ 24 por barril, cayó en marzo a US $ 13,42 por barril y en junio llegó a ubicarse en US $ 12,99, con lo cual los ingresos fiscales se contrajeron a casi la mitad.
Esto obligó al gobierno a postergar los pagos de amortización de la deuda correspondientes a 1985 y 1986, y solicitar la reapertura del proceso de negociación para lograr plazos más largos e intereses más bajos. Un nuevo acuerdo se alcanzó y fue destacado por el presidente Lusinchi con la afirmación: “Hemos logrado el mejor acuerdo de refinanciamiento del mundo”
Sin embargo, Venezuela no obtuvo período de gracia, mientras México, que había firmado 4 meses antes, había logrado un período de 7 años. Se estableció un plazo de 14 años para pagar, mientras que a México se le otorgaron 20, y la tasa de interés a pagar por Venezuela también fue ligeramente superior a la obtenida por el otro país.
Años más tarde Lusinchi declararía con expresión de ingenuidad, o más bien de cinismo descarado: “"la banca me engañó...". Expresión a la cual replicó el presidente antecesor, Luis Herrera Campíns: “Piaste tarde, pajarito”.
Sin duda que esta es parte de la historia del dramático fracaso de los líderes del país para superar las crisis con el mejor desempeño, en particular, es la irresponsabilidad de un pobre enamorado que al no poder lograr el divorcio tuvo que consolar a su secretaria privada, que no pudo tener el puesto de primera dama, con la entrega de la máxima condecoración del país, “La Orden del Libertador”, además le otorgó poderes para nombrar y destituir funcionarios, seleccionar los ascensos a generales de las fuerzas armadas y otras lindezas.
Por supuesto que no es sencillo aceptar el fracaso, en aquella época tampoco para Andrés fue sencillo aceptar su primer importante fracaso, precisamente cuando cursaba su último nivel en la etapa de pre-escolar 1986/1987. En aquel momento tuvo que repetir los 5 años de edad.
Efectivamente, tuvo que repetir el cumpleaños de los 5 años de edad, es decir, después de trascurrido un año tenía que continuar con la misma edad, a pesar de ver el amanecer de su nuevo día de cumpleaños. ¡Vaya fracaso! ¡Repetir la edad de 5 años!
- Yo no quiero repetir los 5 años – Andrés lloraba desconsoladamente, expresando su frustración ante la sorpresiva noticia de que repetiría la edad.
Claro, la maestra los amenazaba que si no aprendían las primaras nociones de lectura y escritura repetirían de curso, en tanto que la mayoría de los alumnos pasarían a la nueva escuela de Educación Básica. Entonces, supongo que Andrés deducía que repetir la edad era un fracaso similar.
- No quiero, no quiero repetir… - lloraba con amargura, porque supuestamente lo querían obligar a vivir de nuevo los 5 años. Era como repetir una película, pero allí donde uno mismo es el protagonista.
Que situación tan absurda teníamos. ¿Cómo poder explicarle que todo era resultado de nuestras mentiras? Nosotros le enseñamos que dijera un año más de su edad verdadera para que la gente no se diera cuenta del privilegio de estar un año adelantado en el Colegio pre-escolar, era una mentira para protegerlo y evitar que alguien reclamara que se le concedía un favoritismo por ser hijo de la maestra Inés, en tanto que con los demás niños eran extremadamente rigurosos en respetar la edad establecida.
Pero como ya iba a entrar a la Escuela Básica había que desmontar esa mentira, no era verdad que tenía 5 años para cumplir los 6, sino apenas cumplía 5 años y en un semestre más entraría a primer grado de la escuela básica.
La personalidad atropellada de Andrés, la falta de paciencia para alcanzar sus logros, el permanente apresuramiento para llegar lo más pronto posible, seguramente tienen su origen en este episodio. Lo hicimos vivir más rápido que lo natural, le adelantamos un año debido a que las circunstancias así lo recomendaban, pero cuando lo regresamos a la contabilidad natural del tiempo le provocamos un sentimiento de fracaso que le resultó muy difícil admitir.
En aquella época Priscila hizo la Primera Comunión en la Iglesia Católica de Ciudad Piar, una razón más para que Andrés rechazara la repetición de los 5 años de edad debido a que, en cambio, Priscila estaba avanzando a una nueva etapa de su formación cristiana al tomar por primera vez la hostia y el vino, que representan el cuerpo y sangre de Cristo
Por supuesto que no era justo que Priscila tuviese al alcance de su mano la eternidad, puesto que había recibido el sacramento que instituyó Jesús durante la última cena cuando dijo: “Yo soy el pan de la vida, si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo os daré es mi carne, para la vida del mundo" (Jn. 6,32-34, 51). En tanto que a Andrés, en vez de la eternidad, apenas se le repetían los 5 años de edad. Definitivamente injusto.
Si sus propios padres le hacían repetir de manera inesperada la edad, lo cual evidentemente fue un abuso, entonces no había nadie en quien confiar. Así entonces, con mayor razón Andrés tenía mucha desconfianza de la gente extraña que no presta ninguna atención a los niños.
En efecto, Andrés sentía mucha inhibición frente a las personas extrañas y no se atrevía a expresarse frente a ellas. Entonces, cada vez que tenía oportunidad comencé a mandarlo a que comprara cualquier cosa en la panadería, en el mercado, en algún kiosco, y en cada nueva oportunidad me ponía más lejos a esperarlo.
Andrés se resistía al comienzo, pero haciendo de tripas corazón se sobreponía empujado por mi posición imperativa y hacía la compra que se le encargaba, después corría de regreso a los brazos de Inés, o a los brazos de Priscila, que sufrían más que él mismo.
Felizmente transcurrió el tiempo y en Julio de 1987 recibió en un acto de graduación el Diploma de egresado del Pre-escolar de la Escuela Divina Pastora. Fue el primer Diploma de su carrera de estudiante, lo cual nos llenó de orgullo.
Además, ya no era el menor de la gran familia nuestra en Venezuela. Nació en marzo de ese año su prima Daniela, hija de Pepe y Liliana, tan pequeñita que en los brazos de Andrés parecía éste un muchachote grande que tenía su propia individualidad expresada en su personalidad.
Ingresó al primer año de la Educación Básica con la maestra Manuela Silva. En ese momento los desafíos para Andrés eran mayores y había que orientarlo al éxito, desarrollar su espíritu competitivo y estimular la satisfacción del logro. El ahora era un niño mayor.
Esta fue la razón para estimularlo a que compitiera en carrera de bicicletas en el festival deportivo que organizó la Escuela a fin de año. A mí me había tocado enseñarle a conducir y pedalear, primero con 2 ruedas auxiliares en la parte de atrás de la bicicleta, para que se sostuviera sin caerse mientras desarrollaba el equilibrio.
Antes que cumpliera los 5 años de edad le quité las ruedas auxiliares de la bicicleta y lanzaba a Andrés desde una pequeña rampa y corría tras él para sujetarlo antes que cayera al suelo. Me costó bastantes carreras detrás de él y algún porrazo de Andrés, pero finalmente aprendió y se hizo un excelente ciclista.
Entonces lo entusiasmé para que participara en una de las carreras donde había muchachos de su edad, le di unas cuantas indicaciones y los consejos para que se cuidara, ya que su bicicleta tenía los frenos malos. Entonces a la orden de la partida arrancó veloz como una flecha y rápidamente se puso de primero, pedaleaba con el mayor empeño y la mirada fija en la meta por donde cruzó raudo como un jinete en su corcel.
Que emocionante verlo cruzar de primero como un verdadero campeón, pero en ese preciso instante hubo un alboroto debido a unos niños perdidos, entonces toda la atención se desvió hacia ese incidente y las autoridades se olvidaron de la premiación. Andrés jadeante me miraba orgulloso con expresión de triunfo, pero desconcertado porque no le dieron ningún premio.
Qué importa, pensé, Andrés es mi campeón. Aunque no niego que me hubiera gustado que le hubieran dado cualquier premio de reconocimiento por su victoria, al menos una recompensa simbólica al esfuerzo.
Con el tiempo no le dimos mayor importancia al incidente, después de todo para nosotros la vida siempre había sido un permanente esfuerzo, sin que considerásemos que merecíamos un reconocimiento particular, lo cual nos parecía absolutamente normal y natural, puesto que todo lo hemos logramos con mucho trabajo y nada nos ha sido regalado.
Nuestra mentalidad, la de Inés y la mía, que básicamente se estructuró en un país sencillo y modesto, cuya vida exige un gran esfuerzo para sobreponerse a extremos climáticos, el desierto más seco en el norte del país y el frío más espantoso en el sur. Chile es un país donde se requiere permanente esfuerzo para sobreponerse al clima y asegurar la comida para mañana, ya sea en la agreste montaña o en el bravío mar de su extensa costa.
Además, de algún modo en nuestro subconsciente, influido por la herencia cultural judeo cristiana, esta la premisa de que el sufrimiento y el dolor purifican el espíritu, expían los pecados para la salvación. Entonces el reconocimiento al esfuerzo no era un asunto importante.
Sin embargo, el refuerzo positivo es necesario para estimular la motivación al logro. Quizás Andrés sintió que no fue suficientemente importante su victoria, razón por la cual no habría recibido un premio, de modo que forjó una tendencia a exigirse demasiado a sí mismo, a luchar indefinidamente por logros superiores y, en consecuencia, mantiene una permanente insatisfacción por lo que tiene y lo que alcanza. Muchas veces va por la vida pedaleando azorado y sin frenos, similar como en la bicicleta de la competencia.
Igual que Andrés, los países también compiten, pero esa competencia llevó a Colombia y Venezuela a enfrentarse en 1987 hasta el punto de casi entrar a un conflicto bélico que hubiese sido de desastrosas consecuencias para ambos países.
La causa de la crisis fue la disputa sobre la soberanía en el Golfo de Venezuela, o como le gusta llamarlo a los colombianos, el Golfo de Coquivacoa,  donde no existe una delimitación marítima acordada entre las partes, en consecuencia, las áreas de patrullaje en el lago se solapan.
La crisis se inició cuando la corbeta de la Armada de Colombia ingresó a aguas en disputa entre ambos Estados, frente a la costa entre Castilletes y Punta Espada, costa evidentemente de Colombia en el extremo Noroeste del Golfo, pero que Venezuela considera que es costa seca. Los colombianos reclaman que si se bañan en su playa tendrían que pedir visa a Venezuela, lo que no es lógico.
Se movilizaron de inmediato las fuerzas armadas venezolanas, incluyendo aviones F-16 que sobrevolaron las naves colombianas, esperando órdenes de atacar. El gobierno colombiano también ordenó la movilización militar de varias unidades de la marina y el ejército, incluyendo algunos submarinos, pero con una clara inferioridad a los numerosos y modernos equipos de Venezuela.
Venezuela emitió un ultimátum donde le comunicó al gobierno de Colombia que empezaría la guerra si no retiraba la corbeta de las aguas supuestamente venezolanas. El Presidente colombiano Virgilio Barco Vargas ordenó a último minuto el retiro de sus fuerzas militaras en aras de buscar una solución pacífica negociada.
No hubo guerra, caso contrario podría haber sido movilizado en mi nueva condición de venezolano y perteneciente a la reserva militar. ¡Que alivio!

Cap 8.- El desborde de El Caracazo.
La vida se deslizaba apaciblemente en Ciudad Piar, una ciudad con la estructura de campamento minero, con grandas áreas avenidas, extensas áreas verdes y un entorno de naturaleza no intervenida que dominaba el paisaje e invitaba a la contemplación y la distensión. Lejos del mundanal ruido y contaminación de las grandes ciudades la vida estaba envuelta en un refrescante aire de tranquilidad.
Andrés comenzó en Septiembre de 1987 a asistir al primer grado del Nivel Básico del Colegio Divina Pastora. Todos lo días Inés lo llevaba al colegio, junto con Priscila, manejando a su manera el Renault 12 TL. Nunca aprendió a conducir bien, pero sabía lo suficiente para ir del campo C al campo B-2, algo así como 800 metros de distancia, y a marcha extremadamente lenta.
Inés, después de ser maestra de inglés, era la Bibliotecaria desde 1985 y Priscila asistía a 6to grado, de modo que Andrés tenía la cercanía de las dos. No tuvo dificultades para integrarse a su nuevo curso y su desempeño como estudiante fue bastante bueno.
La empresa Ferrominera me entregó, en consideración a los beneficios laborales que me correspondían, un inmenso maletín escolar para los cuadernos, libros y utensilios escolares de Andrés, y todas las mañanas salía impecablemente vestido con su uniforme y su maletín. Realmente era un maletín demasiado grande para su edad, o demasiados libros para su nivel escolar, entonces se cansaba rápidamente con tan extravagante peso.
Mientras más peso se iba agregando a su maletín de mano, más incómodo caminaba y cada vez los pies se le desviaban más hacia adentro por el esfuerzo para sostener tan descomunal maletín, es lo que llaman la anteversión femoral que va afectando el eje rotacional del cuerpo. Ocasionalmente los niños con esta condición presentan una marcha torpe y tienden a caerse con gran facilidad.
Entonces tuvimos que buscar un médico ortopedista para que lo examinara y mantuviera un control sobre su desarrollo. El médico le prescribió unos botines ortopédicos anclados a unos estribos con unas cuerdas negras hasta un cinturón ajustado a su cadera, es el twister o mecanismo desrrotador para impulsar el pie hacia fuera.
Este aparato lo usó durante años, lo aceptó con estoicismo, hasta normalizar su defecto al caminar. Así aprendió a caminar derechito y ha seguido por la vida caminando derechito, pues creo que el twister se le quedó por siempre en el subconsciente y no lo ha abandonada jamás.
En aquella época comenzaron las operaciones de minería en el cerro San Isidro, entonces desde la casa del campo C donde vivíamos se veían pasar con frecuencia los camiones mineros de Ferrominera, los camiones Lectra Haul de100 toneladas de capacidad, que se trasladaban desde cerro Bolívar. Andrés los miraba con admiración y decía que algún día él sería operador de esos equipos tan impresionantes cuyas ruedas eran mucho más grandes que una persona adulta.
A esa edad un niño dice generalmente que quiere ser policía, o quiere ser bombero, o los más ambiciosos dicen que desean ser doctores, puesto que representan a las autoridades que logran identificar más inmediatamente. Sin embargo, Andrés se imaginaba como conductor de un gigantesco camión, no sólo en la búsqueda de autoridad, sino en la consecución de poder.
De modo pues, que de pequeño comenzaron a manifestarse sus ansias de poder, la motivación al poder, para maniobrar vigorosos y monstruosos equipos que le permitieran lograr sus cometidos con fortaleza aplastante y sin que ningún obstáculo se lo impidiese. El poder para controlar y dirigir, quizás de manera avasallante.
Dentro de su pasividad se desarrollaban en el interior de Andrés las fuerzas de una personalidad orientada al éxito, inteligente y competitiva. El primer año del nivel básico lo aprobó con nota 18, en la escala de 0 a 20, una excelente calificación, y se mantuvo siempre con calificaciones buenas.
Pedro Urbina en vez de Andrés le decía “Carlos Andrés” en alusión a Carlos Andrés Pérez, presidente durante los años 1974 a 1979 de la llamada Venezuela Saudita, uno de los políticos más importantes de aquella época y que volvía a presentarse como candidato presidencial, pese a no contar con el apoyo de la cúpula de su partido Acción Democrática. 
En diciembre de 1988 se realizaron las elecciones presidenciales y parlamentarias en un escenario definitivamente alarmante, puesto que Lusinchi había anunciado que no podía pagar la deuda externa del país debido a que se habían agotado las reservas internacionales.                                                     
Sin embargo, la imagen de Pérez como el presidente del milagro económico en su primer gobierno, cuando los altos precios del petróleo y el intensivo endeudamiento del país permitió adelantar faraónicos proyectos de inversión, originó que resultara electo sirviéndose del slogan “el gocho pa’l 88”. Resultó electo con el 52,9% de los votos y derrotó al candidato de COPEI Eduardo Fernández que obtuvo 40.4% de los votos.
Los electores vieron en el retorno de Pérez a la presidencia la vuelta al país de la abundancia de su primer gobierno, en la que se eclipsaban los problemas de exclusión social a través del derroche y el populismo. Sin embargo, los graves problemas del país definían una terrible realidad económica, que llevó a una entrega del nuevo gobierno al Fondo Monetario Internacional.
Esta situación del país no impidió que se realizara una fastuosa toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en el Teatro Teresa Carreño con más de 2.000 invitados internacionales, entre los que destacaban Fidel Castro, Felipe González y Alan García, para mencionar sólo algunos.
Apenas iniciado el gobierno de Carlos Andrés Pérez, todas las ilusiones y esperanzas de la población se vieron truncados frente a las medidas económicas neoliberales que se anunciaron al país, el paquete económico del gobierno, provocando la explosión del mayor sentimiento de desencanto del pueblo.
Escasas cuatro semanas después de lo que popularmente se conoció como la coronación de Carlos Andrés Pérez, el día 27 de febrero de 1989, se produjo la más importante rebelión popular, el sangriento "Caracazo", en el que murieron cientos de personas en una protesta contra el aumento de los precios de la gasolina y del transporte público.
El gobierno anunció el aumento del precio de la gasolina alta de 1,50 Bs/litro subió a 2,75 Bs y la media de 1,30 Bs/litro a 2,55 Bs. En la mañana del día siguiente, el fatídico día 27, se iniciaron las protestas en Guarenas, luego se desatan saqueos y la violencia en Caracas, la gente bajó de los cerros de Catia, Valle y Antímano y tomó el control de las calles.
Protestas violentas también se presentaron en otras ciudades como Maracay, Valencia, Barquisimeto, Mérida y Ciudad Guayana. El gobierno nacional, incapaz de controlar la situación, suspendió las garantías constitucionales, declaró toque de queda y reprimió a la población con la activación de efectivos militares.
Hubo una cantidad impresionante de muertos, entre 300 y 500 personas, miles de heridos y enormes pérdidas económicas. Mientras aún persistía la represión contra las manifestaciones, el gobierno firmó el 1 de marzo una Carta de Intención con el FMI para acceder a un préstamo que permitiera afianzar su famoso paquete económico de gobierno.
Durante muchos meses se discutió cómo pudo acontecer algo tan violento en Venezuela que sorprendió a toda la dirigencia política del país, puesto que fue una explosión espontánea de los barrios que sobrepasó cualquier intento de dirección de algún sector político. La consecuencia del Caracazo fue la inestabilidad política del gobierno de Carlos Andrés Pérez. Años más tarde la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenaría la actuación del gobierno en tales hechos. 
Mientras tanto Andrés, sin mucha conciencia de estos dramáticos acontecimientos que marcaron la historia política del país, disfrutaba del sosiego de la vida escolar en el Colegio de la Divina Pastora. En la boleta del 2do año escolar, período 1988/1989, la maestra Manuela Silva escribió en la boleta de calificaciones: “Andrés es tímido y se distrae fácilmente, pero cumple con las tareas, es obediente y cariñoso con los compañeros, cuida su presencia personal”.
Por supuesto que parte importante del mérito, aparte de Andrés, era de Inés que lo atendía con mucha dedicación, lo vestía con el mayor esmero y siempre estaba acompañándolo en las tareas escolares, además de atender sus propias obligaciones de estudiante de Licenciatura de la Universidad Central.
De hecho, 1989 fue el último año de estudios de Inés, y nosotros estábamos felices, porque ya se terminarían los viajes a Ciudad Bolívar que se había vuelto un fastidio insoportable, porque ya no había lugares nuevos donde entretenerse.
Ese año acompañamos a Inés a su acto de graduación en Caracas, en el Aula Magna de la UCV. Viajamos al apartamento de mi hermano en El Cafetal y disfrutamos un fin de semana en familia y celebramos el triunfo de Inés.
Aquella vez también nos embargaba la emoción de planificar el regreso a Chile. Lo habíamos hablado en nuestra familia y sentíamos el contagio de muchos chilenos que vieron la oportunidad de regresar al país de origen aprovechando la apertura a la democracia a Chile.
Tras la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988, la constitución de Chile fue enmendada para facilitar la transición a la democracia. En diciembre de 1989 se efectuó la elección que ganó el demócrata cristiano Patricio Aylwin y que dio fin a la dictadura de Pinochet y el inicio al nuevo régimen democrático.
Ese año presenté mi renuncia a Ferrominera, porque sentí que de manera injusta me ponían un techo a mis ascensos en la organización, seguramente debido a mi origen extranjero, dando preferencia a colegas con menores méritos que los míos. Definitivamente no acepté ser un profesional de segunda categoría, mis aportes a la empresa habían sido de incalculable valor, y si no lo sabían apreciar prefería renunciar.
Nosotros y la familia de mi hermano comenzamos a planificar el viaje de regreso a Chile. Fantaseamos con la posibilidad de viajar por tierra cruzando Brasil, Paraguay, Uruguay, Argentina y después pasar a través de la cordillera de los Andes para llegar a Chile.
Priscila y Andrés se dejaban llevar por el entusiasmo de los mayores, pero me imagino que tendrían también angustias por la incertidumbre de llegar a un mundo desconocido para ellos. No era nada sencillo que se pudieran imaginar cómo sería el nuevo régimen de estudio, cómo serían las escuelas en Chile, cómo sería la vida con un clima muy diferente.
Vendimos y regalamos todos nuestros muebles y artefactos de hogar en Ciudad Piar, excepto las camas, y nos mudamos a Puerto La Cruz para prepararnos para el viaje de retorno. Mientras tanto conseguí un trabajo en la cementera Vencemos de Pertigalete, el cual lo tomé como una manera de hacer algunos ahorros adicionales.
Nos dedicamos a conocer y bañarnos en todas las playas de la zona, desde Lecherías hasta Cumaná, donde Andrés desplegaba sus habilidades de buen nadador. Vivíamos un ambiente de vacaciones.

Cap 9.- Aprendiendo en la ciudad.
Puerto La Cruz era nuestra ciudad favorita, porque era el lugar más frecuente de nuestras vacaciones, era la ciudad de las playas que más visitábamos. Nos encantaba caminar por el paseo Colón y curiosear entre los artesanos y vendedores de baratijas, llegábamos hasta lo más alto del cerro El Morro y contemplábamos extasiados el paisaje en el atardecer, nos divertíamos en la playa Colorada, playa Arapito, Isla de Plata, etc.
Vivíamos en un pequeño apartamento en la urbanización de Los Samanes, frente al Hospital Razetti, en un piso 9. Fuimos los primeros en ocupar un apartamento en el edificio recién entregado por la constructora para habitar, a pesar de que no funcionaba el ascensor y así estuvo durante el primer mes, pero lo tomamos deportivamente.
Se me ocurrió la aventura de escalar el monte que estaba detrás del edificio, quizás de 200 ó 300 metros de altura. Las pendientes era muy fuertes y el terreno arenoso cubierto de cujíes, entonces yo me resbalaba hacia abajo por mi mayor peso, en cambio Andrés y Priscila, mucho más livianos, lograban escalar con más facilidad. Ellos me tuvieron que ayudar a subir y finalmente llegamos hasta la meta que nos habíamos propuesto, unas inmensas letras de concreto que decían “El Samán” a mitad de la altura del cerro. Allí nos tendimos a descansar y contemplar el paisaje desde las alturas de nuestro monte Everest.
Quizás fue la primera vez que se invirtieron los papeles, yo no ayudaba a los niños, sino ellos me ayudaban a mí. Por supuesto que llegamos al apartamento hecho todo un desastre, con la ropa completamente sucia y llenos de tierra, aunque muy afortunados que no tuviésemos garrapatas abundantes en esos montes. Inés nos recibió con una sonrisa de león.
Pero la ciudad exige otros aprendizajes que no habían recibido Priscila ni Andrés. La primera lección fuerte para Andrés fue aprender a subir y bajar solo en ascensor, aventura a la cual no se atrevía y le provocaba un tremendo temor. Lo obligué a que subiera en el piso 9 del edificio, previamente había bajado Inés con Priscila para esperarlo en la Planta Baja, entonces bajó solo por primera vez controlando a duras penas sus miedos.
Andrés sabía que tenía que aprender tales cosas, pues siempre estaba la posibilidad de que hubiese alguna situación especial donde se viese obligado a manipular solo el ascensor. De modo que se le explicó todas las posibilidades, hasta que más adelante fue un asunto absolutamente normal.
Por supuesto que la vida en Ciudad Piar era muchísimo más sencilla para Andrés. Allí no habían ascensores, ni calles transitadas, ni peligros en las noches, sólo habían grandes extensiones de terreno donde se podía correr libremente y una escuela con amplios patios para entretenerse en los recreos.
También se le tuvo que enseñar a tomar el autobús y movilizarse por la ciudad. A pesar de su resistencia, le pedimos que subiera a un bus de locomoción colectiva en una parada de la ciudad y se sentara hasta llegar a una parada, en la avenida municipal, donde debía bajarse. Nosotros lo seguimos con el carro, muy cerquita detrás del bus, mientras él nos miraba con enormes ojos sin pestañear desde la ventana trasera del autobus sin despegar para nada su mirada.
Es verdad que Andrés fue sobreprotegido, pero también estas anécdotas me recuerdan las duras lecciones a que lo sometí para que superara sus temores, quizás reflejo de mis propios miedos frente a la agresividad de la ciudad, muy diferente a la especie de paraíso que era Ciudad Piar. Habíamos perdido el Paraíso y debíamos adaptarnos a la agresividad de un nuevo mundo.
Esta sensación de peligro, la necesidad de que tuviesen capacidad para su propia defensa, me llevó a inscribir a Priscila y Andrés en los cursos de Tae Kwon Do en la Academia de Hong Ki Kim de Puerto La Cruz, que estaba al final del paseo Colón. Asistían de muy buena gana, durante algunas tardes de la semana, al entrenamiento de artes marciales con sus trajes completamente blanco y el cinturón de aprendices también de color blanco.
En la noche los pasaba buscando, cuando venía de regreso de mi trabajo en Pertigalete. Los niños, acompañados con Inés, me esperaban en la redoma de La Cruz en el paseo Colón para irnos al hogar. A veces los encontraba muy impacientes cuando me atrasaba debido a que se extendían mis reuniones en el trabajo y no tenía manera de evadirme de mis jefes.
No pasó mucho tiempo sin que se me atravesara la idea de quedarme en Puerto la Cruz, pues era vivir en el lugar donde mucha gente pasaba vacaciones y donde siempre tendríamos la playa al alcance de la mano. Lo hablamos en familia y vimos que la incertidumbre del regreso a Chile era muy grande, posiblemente allá encontraría trabajo en lugares apartados de la ciudad y no estábamos seguros de que nos acostumbraríamos a esa nueva situación.
Nos preocupaba el futuro de Priscila y Andrés, sabíamos el ambiente altamente competitivo de las buenas Universidades en Chile, en tanto que en Venezuela, con todas las limitaciones del sistema educativo, estaban en su propio ambiente y podrían desenvolverse con más éxito, puesto que ellos pertenecían más a la cultura e idiosincrasia de este país y posiblemente no asimilarían la circunspección de los chilenos.
Una vez, sentado en una roca en la cima de El Morro, miré a Andrés y le pregunté qué deseaba hacer en el futuro. El me contestó muy serio que deseaba estudiar, me dijo que quería ser un profesional. Miré satisfecho hacia el horizonte del mar y sentí la alegría que nace del optimismo y de las ganas de luchar, me sentí orgulloso de las ambiciones de progreso de Andrés.
Fue una decisión de todos, Inés, Priscila y Andrés estuvieron de acuerdo en que la mejor opción que teníamos era quedarnos a vivir en Puerto La Cruz. Entonces tomamos la determinación de mudarnos a un apartamento más céntrico de la ciudad y más amplio, nos cambiamos a la Avenida Bolívar de Puerto La Cruz, al edificio Carracedo.
Inscribimos a Priscila y Andrés en el Colegio de Nuestra Señora de Lourdes, en dónde Inés ingresó como maestra temporal de un curso del nivel básico. El colegio estaba a una cuadra de donde vivíamos, de modo que los tres salían y regresaban caminando juntos, siempre juntos como había sido toda la vida, los tres juntos como las estrellas Tres Marías de la nebulosa de Orión.
A los pocos meses, en una reunión de profesores del colegio para analizar el rendimiento de los estudiantes, Inés escuchó el comentario de una maestra:
- El niño nuevo que acaba de ingresar tiene muy mala preparación, con el rendimiento que tiene creo que va a repetir el curso – lo decía la maestra de 4to año básico, mostrando preocupación por el peor alumno de su salón.
- ¿Quién es ese niño nuevo? – preguntó Inés
- El niño que viene del Estado Bolívar… Villanueva… - contestó despreocupadamente la profesora, sin saber que Inés era su mamá.
Inés guardó silencio mientras se puso pálida, se le cerraron los ojos, la garganta se le atragantó y el corazón le dio un vuelco. Ella ya había notado que el nivel de exigencia de este colegio era muy superior al colegio de Ciudad Piar, pero no sospechaba que Andrés tuviese problemas.
Inés aplicó entonces un programa intensivo de apoyo a Andrés, todas las tardes Inés lo acompañaba para hacer tareas y le ayudó a nivelarse al curso donde estaba. El esfuerzo fue extraordinario, pero valió la pena, aprobó satisfactoriamente el curso y pasó a 5to año.
Pero las cosas no fueron tan simples, ya que en el curso siguiente tuvo una maestra terrible, una típica maestra que descargaba sus frustraciones sobre los pequeños muchachos a quienes trataba de manera déspota y humillante. No sé si esta maestra tenía algún problema con Inés, pero a Andrés le decía en forma despectiva “el hijito de la maestra”.
Esa imbécil destruyó la autoestima de Andrés, le quitó las ganas de ir a la escuela, le tenía un miedo pavoroso a la maestra. Lo tuvimos que llevar a un sicólogo quien lo trató durante algunos meses hasta recuperar su seguridad en sí mismo, mediante un tratamiento de relajamiento e inducción para sobreponerse a la adversidad.
El tratamiento lo favoreció bastante, puesto que recuperó su estabilidad emocional, su rendimiento en los estudios mejoró extraordinariamente, hasta el punto que recibió al finalizar su 5to año, período 1991/1992, un certificado al mérito por su elevado rendimiento escolar.
También fue progresando en sus prácticas de Tae Kwon Do, recibió después de 8 meses en la academia el cinturón amarillo, meses más adelante obtuvo el cinturón verde y ya era un experto en lanzar la patada voladora. Estas habilidades le hicieron sentir más seguro y se rodeo de un pequeño grupo de amigos muy leales entre sí.
Por otra parte, progresaba muy bien su aprendizaje en el manejo del computador personal. Teníamos un equipo XT, en aquella época un poderoso procesador de datos, en el cual Andrés se entretenía con juegos digitales y también desplegaba sus habilidades en el manejo de Word Star.
Con el computador preparaba sus trabajos para la escuela y también diseñaba diferentes tipos de tarjetas y fichas, como el calendario de clases de su curso, que luego imprimía para vendérselos a sus compañeros de clases.
A fines del año 1991 se le celebró su décimo cumpleaños en el apartamento de Carracedo con un pequeño grupo de sus más cercanos amigos. Estuvo Carlitos, Nelly, Juan Pablo y Juan La Forgia. Recibió entre sus regalos el primer reloj de pulsera que de inmediato se puso y lo lucía orgullosamente.
En esos días preparamos el arbolito de Navidad, ritual que obligaba a buscar adornos de diferentes tipos para colgarlos desde las ramas artificiales. Lo más importante eran los juegos de lucecitas, en un largo cableado color verde, que había que extender a todo su largo para revisar los pequeños bombillos en forma de pequeña flor.
Priscila ya conocía el procedimiento que yo utilizaba, esto es, quitar un bombillo que encendiera de una red que funcionara bien y comenzar a sustituirlo por cada bombillo que se de deseaba probar, uno a uno. Si no encendía la red era porque ya no servía el bombillo en prueba. 
Priscila le propuso a Andrés, para simplificar la tarea, probar directamente los pequeños bombillos en el enchufe de 110 voltios. Andrés, siempre muy confiado en Priscila, inocentemente hizo la prueba y obviamente que el bombillo explotó en sus manos y el chispazo eléctrico los hizo caer al suelo de susto.
Quizás este accidente fue el condicionamiento que presagió, con muchos años de anticipación, la inclinación de Andrés por la Ingeniería Eléctrica. Claro, en ese momento no era nada sencillo entender los asuntos de voltaje y amperaje, pero si era bastante impresionante recibir un corrientazo desde el enchufe de la pared.
Mientras tanto el país seguía su marcha y, a pesar de los hechos del 27 y 28 de febrero de 1989, parecía que el paquete económico de Pérez comenzaba a rendir sus frutos, el PIB había crecido significativamente, se desaceleraba el ritmo de crecimiento de la inflación, y habían disminuido las tasas de desempleo. Los inversionistas veían al país como una nación de bajo riesgo.
Parecía que lo más difícil del programa de gobierno ya había pasado, representado por los sacrificios de vastos sectores de la población, en particular los de menores ingresos. Las medidas habían sido muy duras, más aún habida cuenta que la población ha estado acostumbrada a ser mimada por un Estado paternalista que ofrece todo, aunque siempre es poco lo que cumple.

Cap 10.- Superando las circunstancias.
El año 1992 amaneció con buenos augurios, pues el 16 de enero de 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en el Castillo de Chapultepec, México, que pusieron fin a doce años de guerra civil en el país. El cumplimiento de los acuerdos quedó bajo la tutela de una misión especial de Naciones Unidas.
Sin embargo, muy poco tiempo después, el día martes 4 de febrero, Venezuela se vio dramáticamente convulsionada con el de golpe militar, liderado por los teniente coroneles Hugo Chávez Frías en Caracas, Francisco Arias Cárdenas en el Zulia, Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta Hernández. Este grupo formaba parte de una organización conocida como Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), con una ideología política nacionalista y revolucionaria, que alegaba estar basada en el pensamiento de Simón Bolívar.
La movilización militar se inició cuando el presidente Pérez regresaba del Foro Económico Mundial de Davos. El asalto al palacio presidencial se inició a las 12 de la noche del aciago 4 de febrero, al mismo tiempo asaltaron la residencia presidencial, La Casona, y hubo acciones militares en otras importantes ciudades del país. Pérez se refugió en el Palacio de Miraflores y luego escapó milagrosamente hacia la estación de televisión privada Venevisión, desde donde se dirigió al país en dos ocasiones para informar sobre la situación.
Cuando se estaban movilizando las tropas, esa misma noche Inés viajaba en autobús con Priscila, de Puerto La Cruz a Caracas, para hacer los trámites de inscripción de postulación para la Universidad Metropolitana. Llegaron al terminal de buses al amanecer y nadie quería llevarlas en taxi al centro de la ciudad, a las Torres del Parque Central, donde estaban las oficinas de la Universidad, pues nadie sabía realmente que estaba ocurriendo.
Finalmente llegaron al Parque donde no había ninguna oficina ni comercio que atendiera, la gente corría para alejarse del centro de la ciudad mientras se escuchaba el tronar de los aviones militares F-16 en vuelo raso por la ciudad. Entonces se fueron corriendo hacia La Candelaria, al apartamento de los padres de Mary Camejo, para resguardarse mientras se desarrollaban los confusos acontecimientos.
Se habían sublevados comandos militares en Maracaibo, Caracas, Valencia y Maracay. En Maracaibo Arias Cárdenas se había apoderado de la sede del gobierno regional y tenía prisionero al Gobernador del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz. En Caracas, Chávez había establecido su centro de operaciones en la sede del Museo Histórico Militar, en La Planicie, mientras sus fuerzas militares tomaban a sangre y fuego la estación estatal Venezolana de Televisión, otro grupo atacaba a La Casona, donde se mantenía la familia del presidente, mientras otros intentaban tomar el Palacio de Miraflores.
El gobierno logró tomar el control de la situación y a mediodía Chávez decidió rendirse y fue presentado ante las cámaras de televisión, donde dijo entre otras cosas: “lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados…". Fue el inicio de su carrera política en el país, que en ese momento seguramente nadie podía imaginar.
De acuerdo a cifras oficiales del Ministerio de la Defensa,  hubo 14 muertos y 53 heridos. No obstante, estimaciones extraoficiales ubican dicho saldo en 50 muertos y más de 100 heridos, entre civiles y militares.
Al día siguiente dejé a Andrés en casa de los Camejo y viajé muy preocupado en mi carro a Caracas para traer de inmediato a Inés y Priscila, ya que no se sabía lo que podía pasar debido a un ambiente de extrema inestabilidad que había en el país. El mismo día regresamos por carretera hasta Puerto La Cruz.
Esos acontecimientos deben haber provocado mucha ansiedad en Andrés, ya que no estaba acostumbrado a quedarse solo y todo el mundo comentaba esta situación, algunos a favor y otros en contra del golpe militar fallido. Pero todos coincidían en que era necesario que el país se enrumbara hacia un estado de verdadera justicia y bienestar.
Esta incertidumbre en Andrés seguramente estaba agravada por el hecho de que Priscila estaba planificando su ingreso a la Universidad en Caracas, lo que significaba que se distanciaría de él. Supongo que no era nada sencillo que asimilara esta idea, puesto que era muy unido a ella, siempre estuvieron juntos y Priscila representaba un apoyo con el que siempre podía contar.
Priscila siempre ha sido su hermana protectora que lo ha mimado, lo ha consentido en todo, fue en la niñez y la adolescencia su compañera de juegos y aventuras. A su vez, el cariño posesivo de Andrés siempre lo ha reflejado en su expresión: “mi Prisci”.
Efectivamente Priscila se graduó de bachillerato en Julio de 1992 y aseguró su ingreso a la carrera de Ingeniería de Sistemas en la Universidad Metropolitana para el semestre siguiente. Estuvimos todos juntos en el acto de graduación de Priscila, en el Hotel Melía de Puerto La Cruz, y después en la fiesta bailable que se realizó en el Club Sirio, en la zona de Los Canales
No fue una decisión sencilla autorizar a Priscila para que hiciera sus estudios universitarios en Caracas, nos invadían muchos temores sobre su seguridad personal y veíamos que era todavía muy joven, 16 años recién cumplidos, para que manejara su libertad con la conciencia de los riesgos de la gran ciudad.
Sin embargo, confiábamos en su madurez y buen juicio, además, se trataba de que ella construyera su futuro y aprovechara las oportunidades que había logrado con su propia capacidad. No podíamos resguardarla en una jaula de cristal inhibiendo su progreso personal
De tal manera que buscamos la opción que le diera la mayor seguridad y la menor intranquilidad para nosotros. Entonces la dejamos en un apartamento en la zona de Macaracuay con otras dos compañeras de bachillerato, la mamá de una de ellas era la propietaria del inmueble y pasaba la mayor parte del tiempo acompañándolas.
Andrés sufrió mucho la separación de Priscila, bajó las notas del colegio, y aunque amplio sus espacios en el hogar, el vacío interior le producía el dolor del desgarramiento del alma, la sensación de soledad invadía sus sentimientos, sólo aligerados por los diarios contactos telefónicos con su hermana.
Sin embargo, viajábamos todos los fines de semana para acompañarla y atender sus necesidades. Los encuentros de Priscila y Andrés eran llenos de una emoción que desbordaba el cariño de hermanos, pero las despedidas eran abrazos de desconsuelo con lágrimas contenidas.
Nuestros viajes se fueron distanciando una vez que vimos la estabilidad de Priscila y su buen rendimiento en la Universidad, pero Andrés no dejaba de extrañarla. Un día, cuando apenas había cumplido los 12 años de edad, dijo que quería viajar en autobús para ver a Priscila.
Nos sorprendimos, ya que Andrés no era una persona que asumiera fácilmente los riesgos para afrontar experiencias desconocidas. Viajar en bus a Caracas era una aventura demasiado atrevida para su edad y nos imaginábamos que le podrían ocurrir demasiadas cosas malas, que le robaran, que se perdiera en la parada a mitad de camino, que el bus se accidentara, etc.
Nos miramos turbados con Inés y respondimos con silencio, los peligros eran demasiados. Sin embargo, Andrés insistió:
- Quiero viajar a Caracas para ver a mi Priscila – dijo con resuelta firmeza.
Recordé tantas lecturas que había hecho sobre la libertad, “estamos condenados a ser libre” había escrito Jean Paul Sartre, “la vida es libertad” dijo alguna vez Ortega y Gasset. Me vinieron a la memoria mis lecturas del libro de Erich Fromm, “El miedo a la libertad”, que describe el temor de tomar decisiones libres.
Apenas parecía un capricho, se podía entender solamente como un pequeño antojo de Andrés, pero lo entendí con mucha claridad, era un inmenso salto en la madurez y el desarrollo de su propia individualidad. Él sentía que era capaz de tomar una decisión por sí mismo y enfrentar en su intimidad los peligros que involucraban tan arriesgada aventura.
Andrés había arrancado de cuajo la sobreprotección de Inés, tenía la suficiente fortaleza para buscar lo que ansiaba en lo más íntimo de su ser. No había perdido sus temores, ni tenía la audacia de la inconsciencia, sino que tenía la seguridad de controlar sus miedos y estaba dispuesto a caminar por senderos que el mismo elegía para superar sus propias circunstancias.
Libertad es decidir, es elegir. Andrés se habría paso a la libertad, sabía lo que quería y se disponía a lograr lo que eran sus deseos, encontrarse con su hermana. Ya no había que obligarlo a subirse sólo a un ascensor, ni había que obligarlo a tomar un bus local de la ciudad.
Se subió solo al autobús y se sentó al lado de la ventana. Con su carita asustada y sus grandes ojos nos miraba haciendo señas de despedida con su mano, mientras en Caracas lo esperaba Priscila.
- Inés, me siento muy orgulloso de Andrés -   alcancé a decir mientras apretaba la mano de Inés que angustiada hacía señas de despedida a Andrés y las lágrimas se deslizaban por su rostro.
A lo lejos, desde un nido alojado en lo alto de una palmera un pajarillo se iniciaba en la aventura de volar por primera vez, levantó vuelo por los amplios espacios del límpido cielo azul… el bus partió con destino a Caracas.



FIN

2 comentarios:

  1. Es un relato digno de un guión para una película, que buen paseo por la historia de mi país y que manera de describir lo cotidiano tan enriquecedora... Que gran regalo! Sr. Alex toda mi admiración y respeto!! No es cuestión de suerte los hijos que tienen!!��

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    1. Gracias, Joselyn. Eres muy generosa en tus comentarios... no ha sido sencillo para mis hijos enderezar los genes que heredaron. Saludos.

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