ANDRÉS
Y SUS CIRCUNSTANCIAS
Caracas, Agosto de 2010.
Prólogo.
Algún filósofo dijo que el individuo es producto de su propia voluntad,
sin embargo nadie elige vivir. En efecto, Inés y yo no le preguntamos a Andrés
si quería nacer, simplemente nosotros tomamos la decisión de traerlo a este
mundo.
Tampoco nadie le preguntó a Andrés si quería nacer en cuna de oro, si
quería ser buen mozo, simpático y saludable, o si quería nacer en Nueva York o
en París, o si quería nacer en el Renacimiento o en la época de los viajes
intergalácticos. Pues no, nadie le preguntó nada respecto de su entorno
histórico, cultural y familiar, sino simplemente éstas son las circunstancias
que le ha tocado vivir y él podrá decidir cómo quiere vivir, pero siempre será
en las circunstancias que le rodean.
José Ortega y Gasset decía: “yo soy yo y mis circunstancias” haciendo
referencia a que hemos sido arrojados a la vida, pero bajo ciertas condiciones
que nos dan un margen de posibilidades para actuar y definir nuestro futuro. Nadie
elige vivir, todos nos encontramos en un mundo que no hemos elegido.
Este texto, sin mayores ambiciones literarias, pero con el valor de mis
recuerdos expresados antes que el viento del olvido se los lleve, trae estas
pinceladas de las raíces de Andrés, la historia de sus primeros años de vida, y
sus circunstancias.
No puedo conocer lo que ocurría en el interior del alma de Andrés en su
niñez, pero si puedo decir que superó muy difíciles obstáculos que se
atravesaron en su vida o que correspondían a su naturaleza.
No le fue sencillo enfrentar las adversidades de su complejo mundo
infantil, pero en la medida que crecía se iba dibujando su personalidad
orientada al éxito, motivado al logro, altamente competitivo y muy inteligente,
sensible y creativo, pero de carácter introvertido, impaciente, desordenado,
obsesivo y manipulador.
Con todas sus virtudes y sus defectos me enorgullezco de mi hijo Andrés
y de sus logros. Espero que los senderos que ha elegido para su vida,
cualquiera que estos sean, estén llenos de satisfacciones para él, pues tiene
la capacidad y la conciencia para tomar las mejores decisiones sobre cómo
quiere vivir para alcanzar, como diría Fernando Savater, la buena vida.
Apenas tengo dos hijos, Priscila y Andrés, quienes son los mejores
regalos que me ha dado Inés, es lo mejor que me ha dado la vida. Estoy
orgulloso de ellos y quiero sentir su felicidad hasta mi último aliento.
Alex Villanueva A.
Caracas, Agosto de 2010.
ANDRÉS Y SUS CIRCUNSTANCIAS
ÍNDICE
Prólogo
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Cap. 1.- Mi
hijo Andrés, un sueño hecho esperanzas
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Cap. 2.-
Priscila y su hermanito
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Cap. 3.- La
revolución de la inteligencia
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Cap. 4.- Las
sombras del viernes negro
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Cap- 5.- La
vida es una ilusión
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Cap- 6.- Crisis
de asma
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Cap- 7.- Competir
para llegar primero
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Cap- 8.- El
desborde de El Caracazo
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Cap- 9.-
Aprendiendo en la ciudad
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Cap-10.- Superando las circunstancias
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ANDRÉS Y SUS CIRCUNSTANCIAS.
Cap 1.- Mi hijo Andrés, un
sueño hecho esperanzas.
Recuerdo que en el año 1981 se estrenó “En busca del arca perdida”,
la primera película de aventuras de
Indiana Jones, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Harrison Ford.
El héroe de esta película era Indiana Jones, un profesor de arqueología
contratado por el gobierno de Estados Unidos para encontrar el Arca de la
Alianza y evitar que los nazis pudieran apoderarse de ella y se tornaran
invencibles según, algunos dicen, se interpreta del Antiguo Testamento.
Por supuesto que el mundo logra salvarse debido a las habilidades del
protagonista, cuyas acciones son a veces una parodia de un héroe, como una
escena donde enfrenta a un enemigo que lo apabulla con grandes malabarismos de
su espada, como si fuese un samurai, entonces el espectador supone que Indiana
Jones usará hábilmente su látigo para defenderse, pero con displicencia saca su
pistola y simplemente dispara a su enemigo.
Gracias a Dios que Indiana Jones salvó el mundo, porque precisamente ese
año 1981 nació Andrés, mi hijo, un día lunes 14 de Diciembre, a las 12:20 PM,
en la clínica Santa Sofía ubicada en el sector de El Cafetal de Caracas, tal
como lo había programado su médico, el Dr. Alejandro Pollier, mediante una
intervención por cesárea.
Claro,
ese año 1981 también nacieron Gustavo Dudamel, director de orquesta
venezolano, Anna Kournikova, tenista rusa, Fernando Alonso, piloto español de
Fórmula 1, Roger Federer, tenista suizo, Florentino Primera,
cantante y actor venezolano, Daniela Alvarado, actriz venezolana, Britney Spears, cantante estadounidense,
entre otros. No hay duda que nació Andrés con el signo de los triunfadores.
Hay
muchos eventos que ese año vivimos a través de los medios de comunicación, la
prensa y la televisión. Como no recordar, por ejemplo, la enorme algarabía
popular que se produjo cuando Irene Sáez
ganó la corona del Miss Universo y luego, ese mismo año, Pilín León ganó el Miss Mundo.
También
en 1981 sentimos la emoción del matrimonio del príncipe Carlos de Inglaterra con Diana
Spencer, él con su aire flemático y ella con sus grandes ojos de inocencia.
La televisión trasmitía sus imágenes como envueltas en una especie de cuento de
hadas, era algo así como el matrimonio de la bella y la bestia, porque nadie
más feo que ese príncipe pegado a una enorme nariz y, en cambio, la princesa
tenía la más dulce y tierna mirada.
Nosotros
en la familia, en nuestro cuento de hadas también teníamos un príncipe, algo así
como los dos hijos menores de la Reina Isabel II de Inglaterra, que se llaman
Andrés y Eduardo. Ambos nombres provienen de santos y reyes, entre los que
destacan San Andrés, que fue uno de los apóstoles seguidores de Jesús, y
Eduardo VIII que fue el rey de Inglaterra que abdicó por amor en 1936 para
casarse con su amante, la norteamericana Wallis Simson.
Por
ésta razón a nuestro hijo le dimos el nombre de Andrés Eduardo, para que
tuviese la protección de los santos y, para más aseguramiento, además tuviese
el amparo de la realeza. También se lo pusimos como una forma de romper la
costumbre de imponer el nombre de los padres, suerte de condicionamiento que
coarta la mayor libertad posible que debe alcanzar una persona en su desarrollo
individual. Nosotros preferimos romper los moldes de la tradición.
Andrés
Eduardo, es un nombre que suena al oído como campanas celestiales, pentasílabo
yámbico que por sí es un poema. Lo trajimos al mundo para darle el mayor
abanico de oportunidades para su propia realización, así ahora lo puedo
orgullosamente decir, enrumbados mis hijos hacia sus propios logros.
Ese
mismo año 1981 también quedó marcado en mi memoria el fallecimiento de Rómulo
Betancourt, a los 73 años de edad. Fue un destacado político que muchos
reconocen como el padre de la democracia en Venezuela, fundador del partido
Acción Democrática, Presidente Provisional de la Junta Revolucionaria de
Gobierno de 1945 que derrocó al gobierno de Isaías Medina Angarita y fue
Presidente Constitucional de la República en el período 1959-1964.
Vimos
en televisión como los restos de Betancourt se trasladaron de Nueva York a
Venezuela y fueron velados en la casa de Acción Democrática en El Paraíso, en
Caracas. El funeral trasmitido por la televisión, fue una de las mayores manifestaciones
de duelo público en la historia venezolana, ya que su ataúd fue cargado en
hombros de simpatizantes desde el Centro de Caracas hasta el Cementerio del
Este en La Guairita.
Murió
Betancourt, pero también estaba muriendo la “Venezuela
Saudita”, el país de la abundancia de los petrodólares y del “tá barato, dame dos”. A pesar de que
los precios del petróleo seguían subiendo, de 1980 a 1981 subió de 19,9 a 32,7
dólares promedio el barril de petróleo venezolano, debido a la crisis provocada
por el derrocamiento del Sha de Irán. Sin embargo, se sentía el aumento del
desempleo, una fuerte inflación de precios, el desorden y la corrupción.
Se
extendía el desencanto por las promesas incumplidas, el aumento del
endeudamiento externo del país y la presión de los acreedores internacionales.
Las palabras de la campaña presidencial de 1978 se las había llevado el viento,
apenas algunos recordaban el slogan que enarbolaron los copeyanos: "¿Y
dónde están los reales?",
luego desafiantes decían en la campaña electoral: "Luis Herrera arregla
esto". Entre uno y otro chocolate Toronto el presidente
deshojaba la margarita y nada se arreglaba en el país.
En
aquella época se desató una terrible xenofobia, particularmente hacia los
colombianos. Cualquier persona que no tuviese los documentos al día era llevada
en buses de la policía y trasladada de inmediato, sin ninguna contemplación,
hacia Cúcuta. No se les daba tiempo para recoger sus pertenencias, ni
despedirse de sus familiares.
Fueron
cientos y cientos de personas maltratadas y expulsadas del país. La población
observó con silencio cómplice el procedimiento, incluso algunos aplaudieron el
atropello, puesto que los colombianos quitaban puestos de trabajo a los
venezolanos, decían a modo de justificación.
En
este contexto Andrés irrumpió a la vida, se alzó sobre una Venezuela titubeante
que se deslizaba por un sendero lleno de incógnitas que mezclaban la esperanza
y la incertidumbre.
El
nacimiento de Andrés despertó en nosotros las mayores ansias de protección.
Inés, como una tigresa, cuidó con esmero su embarazo, buscó los mejores médicos
para su control, eligió la mejor clínica en Caracas para su parto, lo cobijó en
sus brazos cuando nació, todo su esfuerzo fue para cuidar de él y, además,
tenía una mamá chiquita, Priscila.
El parto lo atendió el doctor Pollier, médico ginecólogo chileno que
nos había recomendado años atrás Velia, amiga de Liliana y que era la nutricionista
en el mismo centro clínico Santa Sofía.
Pollier era un exilado político que tenía
prohibición de regresar a Chile, bajo amenaza de encarcelación por el gobierno
de Pinochet, debido a que había sido una persona muy cercana al presidente
Salvador Allende, fue médico de confianza de la familia de Allende.
Debido
a que Inés había tenido el parto de Priscila por cesárea y después tuvo una
operación de la vesícula, no era recomendable que se sometiese a un trabajo de
parto normal. Bueno, entre tantos tajos de bisturí en su vientre, uno más casi
no hacía diferencia… ¡Que le hace una raya más al tigre!
Con
nerviosismo y mucha ansiedad esperé, junto con Liliana, que Inés saliera del
quirófano. Esta vez le aplicaron anestesia completa, ya que decía que en las
cirugías anteriores no le había hecho el efecto debido la anestesia local, que
había sentido el trabajo del bisturí y la aguja durante la costura de la
herida.
El
médico salió y nos comentó que todo había salido bien y pronto podríamos pasar
a la habitación de Inés junto con el bebé. La verdad es que no sé si Andrés
lloró con una palmadita del doctor, pues sólo se dedicó a dormir y tenía una
enorme flojera para mamar.
En
cambio, Inés rápidamente recuperó el apetito y se dedicó a comer con enorme
ansiedad que contagió a Liliana, o quizás fue Liliana que contagió a Inés con
voraz apetito… claro, la nutricionista que enviaba la comida a la habitación
era la misma Velia.
Ya
estaba con nosotros Andrés, fue el sueño de un hijo varón hecho realidad, fue
el sueño hecho esperanzas de un futuro maravilloso para mi hijo Andrés, lo
mejor que me ha dado Inés. El desafío mayor era ofrecerle las mejores
oportunidades para desarrollar sus capacidades y permitirle alcanzar en el
futuro un verdadero ejercicio de su libertad, para que pueda abrir un amplio
espacio donde construir su propio sendero de la vida, lleno de satisfacciones
dentro de las circunstancias que le toque vivir.
Lo
habíamos planificado muy cuidadosamente, teníamos muy claro con Inés que un
hijo significaba una enorme responsabilidad y no podía ser un asunto de azar.
Primero debíamos alcanzar una situación de mayor estabilidad, lo cual sólo
sentí que había logrado cuando conseguí un trabajo en CVG Ferrominera Orinoco,
Ciudad Piar, y me retiré de Minerven en
Agosto de 1978.
Comenzaban a soplar vientos de xenofobia en la búsqueda de chivos expiatorios, cabezas de turco, para justificar los atrasos e ineficiencias de la apertura de la mina de oro en proyecto, tapar los negocios turbios con empresas inglesas, alemanas y sudafricanas, y el despilfarro de gerentes ineficientes. El cambio de trabajo fue una decisión muy acertada y oportuna, pues ese año de campaña presidencial, en un mitin proselitista en el pueblo de El Callao, el propio candidato Luis Herrera expuso que al ganar las elecciones él mandaría a sacar a todos los chilenos que trabajaban en las minas de oro, aludiendo a varios profesionales de la minería que trabajábamos en Minerven.
El
dinero de mi retiro de Minerven lo invertimos en la compra de un apartamento en
Puerto Ordaz, en el Conjunto Residencial Karimamparú, mediante un crédito
hipotecario, y lo pusimos en alquiler con una empresa inmobiliaria. El valor de
la vivienda fue de 145.000 bolívares, lo que actualmente son 145 bolívares
fuertes, más o menos el valor de un paquete de rollos de papel sanitario, toda
una fortuna para nosotros en aquella época.
Además,
en Septiembre de ese año me compré un auto tipo sedán, modelo Zephir, de color
blanco y un techo de vinil azul. Me sentía orgulloso con tremenda nave. El
Renault 12 quedó para Inés, aunque ella nunca aprendió a manejar bien un
vehículo. Me consideraba afortunado con mi salario mensual de Bs. 6.145, más
vivienda y servicios gratis, y comisariato
con alimentos a precios subvencionados, por ejemplo, la carne a un décimo del
precio de mercado.
Entonces
comenzamos a tener una percepción de mayor estabilidad y seguridad laboral,
además, tenía a mi hermano y su familia en Caracas, en quienes podríamos
apoyarnos si fuese el caso. En base a
estas circunstancias tomamos la decisión de buscar el segundo hijo que
deseábamos. Inés suspendió sus anticonceptivos e inició un control en Caracas
con el doctor Pollier hasta lograr el embarazo.
Un
mes antes de la fecha estimada de parto Inés viajó por avión a Caracas a casa
de la familia de Pepe, mi hermano mayor, donde la atendieron con mucho esmero.
Más tarde yo viajé por tierra. Así nació Andrés.
Después
de dos días en la clínica Santa Sofía, entre los brazos de Inés llegó Andrés a
casa de Pepe, donde sus primos lo recibieron alborozados, José Patricio y
Paulina, y la nana María lo atendió con esmero. Ya había ambiente festivo de
Navidad y todos querían tener a Andrés en sus brazos, especialmente Priscila.
Cap 2.- Priscila y su
hermanito.
Priscila esperaba con mucha ansiedad al bebé, tenía más de un año que
venía reclamando que no tenía un hermanito y, en cambio, decía, sus amiguitas
tenían con quien jugar en sus casas.
Claro, para ella era aburrido sólo tener la compañía de unos muñecos
que, a pesar de su imaginación y fantasías, no tenían la gracia de un bebé que
resulta más entretenido y llora de verdad.
Priscila estuvo todo el tiempo atenta al embarazo de Inés. Por supuesto
que la primera pregunta que le surgió de aquella experiencia fue sobre cómo
nacían los bebés. Afortunados nosotros que habíamos tenido un curso sobre la
enseñanza sexual para los niños, dictado por las monjitas de la Escuela Divina
Pastora de Ciudad Piar.
Le explicamos cuidadosamente a Priscila que los bebes se formaban a
partir de una semillita en el interior de la mamá, la cual va creciendo hasta
formar un nene que el doctor saca de la barriga con mucho cuidado.
- Sí, sí, eso ya lo sé. Lo que quiero que me expliquen es cómo entra la
semillita – contestó ella con su viveza e inocencia.
La verdad es que se nos derrumbó el curso de las monjas. No cabía
tampoco la explicación las abejitas, ni mucho menos el cuento de la avestruz.
Nos miramos con Inés y sólo atinamos a reírnos y Priscila no sabía por qué.
Andrés
fue el mejor regalo de Navidad que tuvimos en familia y para Priscila fue la
realización de su sueño, tener un hermanito. Claro, su amiga Marlieri tenía un
hermanito de dos años de edad, Marcos, entonces ella también tenía derecho a
tener uno.
Tan pronto llegó Andrés a casa de Pepe, Priscila lo tomó en sus brazos,
pero eran demasiadas las recomendaciones para sostenerlo con mucha delicadeza
que sintió que no era tan sencillo como jugar con sus muñecos. Sin embargo,
ayudaba a Inés a realizar la mudanza de los pañales de tela, ya que los
desechables eran sólo un lujo para viajes y urgencias. Los primeros pañales los
lavó Priscila en el lavandero del apartamento y se embetunó completa de caca de
Andrés
Esa
Navidad fue espectacular de regalos para todos los niños. José Patricio,
Paulina, Priscila y Andrés recibieron muchos obsequios que pusimos alrededor
del árbol de Navidad para que los encontraran al amanecer del día 25. Los
adultos celebramos la nochebuena con una cena, acompañados con el pan de
Pascuas que muy sabroso hacía Liliana con la ayuda de María. Estábamos Inés,
Liliana, Pepe, María y Velia.
Pepe
le regaló a Andrés una enorme pista con un tren eléctrico, aunque naturalmente
él ni siquiera se dio cuenta de tan magnífico regalo de su tío. Pero esa pista
sirvió para entretenerme bastante con mi hermano y regañábamos a los niños para
que no nos molestaran en ese divertido juego. Bueno, es la responsabilidad de
padre cuidar los juguetes de los hijos.
En
aquella Navidad también me regalé un telescopio astronómico, tipo Newton,
reflector de 1000 mm de largo focal y un espejo de 10 cm de diámetro. Todo un
portento para un astrónomo principiante, con montura ecuatorial para el
seguimiento de las estrellas y nebulosas, y que me abrió la ventana al universo
para observar la luna y sus espectaculares cráteres, los planetas como Júpiter
y su misterioso anillo, las nebulosas como Orión, la galaxia de Andrómeda y
muchas cosas más. Bueno, las vecinas de los edificios también se podían
observar con el telescopio.
La
astronomía me fascina y me mantiene consciente de mi infinita pequeñez, pero a
su vez me hace sentir maravillado del misterio de la vida y mucho más en
aquella oportunidad cuando sentía la enorme emoción de la llegada de Andrés, mi
hijo, que de la nada había aflorado a la existencia como un ser tan delicado y
frágil que exigía la mayor protección para hacer de él en el futuro un individuo
feliz e independiente. Delicada responsabilidad la nuestra de la cual estábamos
muy conscientes, ¿recuerdas, Inés?
No
fue sencillo tomar la decisión, durante varios años no nos sentimos seguro para
tomar tan delicada responsabilidad. Incluso Inés, una vez que nació Priscila,
me dijo que no volvería a tener otro hijo, ya que su experiencia de la primera
cesárea fue muy traumática. Supuestamente la anestesia local no le hizo todo el
efecto necesario y la operación quirúrgica la sintió como una horrible carnicería
sobre su propio cuerpo.
Claro,
esto no es sólo un asunto médico, pues es el resultado de la reprimenda de Dios
a Eva, extendido luego a todas las mujeres, cuando dijo: “multiplicaré en gran manera tus dolores y tus
preñeces, con dolor parirás los hijos” (Gn. 3:16). Afortunados los hombres que
sólo nos toca el placer de comernos la manzana y después le echamos la culpa a
la mujer de todo lo demás.
Tuvieron que
trascurrir 4 años antes de decidirnos a buscar el segundo hijo. Pero una vez
que lo acordamos no lográbamos que Inés tuviese el embarazo, a pesar de que con
ella esperábamos para nuestras relaciones la luna creciente, la luna llena, los
días con lluvia, las noches estrelladas, el chillido de los grillos, el canto
de los gallos y cuanta recomendación nos daban para tal efecto. No pasaba nada.
Viajamos con
frecuencia a Caracas para que Inés mantuviera un estricto control ginecológico
con el Dr. Pollier. En el apartamento de mi hermano, en El Cafetal, mi cuñada
Liliana nos preparaba unas exquisitas sopas de langostinos y aprovechaba
incluso la cáscara, patas y cabezas del crustáceo. Estas partes duras del
langostino las tostaba con un procedimiento secreto, las procesaba de una
manera misteriosa y finalmente filtraba un hervido que obtenía con tales mágicos
enjuagues, luego armaba la sopa propiamente tal. Divino plato de dioses.
Con esas sopas uno
quedaba como toro de exposición, se ponía tieso como pata e’perro muerto. A
veces pienso que Andrés es hijo de esas maravillosas sopas de langostinos de mi
cuñada Liliana, pues no solamente Inés tuvo un embarazo absolutamente normal,
sin ningún percance que lamentar, sino que después nació Andrés completamente
sanito y muy tranquilo, sólo dormía y mamaba pecho sin casi nunca llorar.
Ese ambiente de alegría familiar en casa de mi hermano fue tristemente
ensombrecido con los trágicos acontecimientos de la Planta de Tacoa, en el
litoral de La Guaira. El día 19 de diciembre, apenas 5 días después del
nacimiento de Andrés, ocurrió un incendio en esa planta eléctrica durante la
descarga de combustible desde un barco petrolero, a muy tempranas horas de la
mañana.
Cuando el incendio estaba casi controlado, a mediodía, explotó otro
tanque de combustible que lanzó una inmensa bola ardiente en llamas, ríos de
fuego bajaban hacia el mar por las laderas, miles de curiosos, bomberos,
periodistas corrían para salvar sus vidas. El fuego acabó con más de 500 casas
y, lo más terrible, murieron alrededor de 160 personas, hubo más de un centenar
de desaparecidos y muchísimos heridos y quemados. Murieron trabajadores,
pobladores, más de 50 bomberos y muchos comunicadores sociales, policías y
voluntarios. En aquella oportunidad murió una joven periodista que era la
esposa del también periodista Carlos Fernández.
Ese acontecimiento nos recordaba que la vida no es cosa sencilla, es
una lucha constante contra la adversidad y los hechos imprevistos. Tampoco
construir una familia es tarea fácil, pues cuando se trae un hijo a este mundo
no debe ser por azar, sino se trae para brindarle las mejores oportunidades que
resultan de dedicarle el mejor esfuerzo, y no para que después lo vaya a
agradecer, sino para que un día levante libre vuelo hasta lo alto del cielo,
más alto que nosotros, y orgullosos lo veamos remontar majestuosas montañas.
Intentar lo mejor no está exento de aventuras y sorpresas, parte
importante del disfrute de la vida está en ello. Aprovechando que estábamos de
vacaciones salimos los primeros días de enero hacia Zulia, para conocer la zona
petrolera de la costa oriental del lago Maracaibo y su capital de Estado. Cada
vez que veíamos un pozo petrolero le pedía a Inés que se bajara con Priscila y
Andrés para una foto del recuerdo. Lástima que nunca me di cuenta que la
máquina fotográfica no tenía rollo y todo fue en vano.
No sólo fue el desconsuelo de quedarnos sin foto de las torres
petroleras en el lago o de los balancines extractores en su costa oriental, en
los patios mismos de las casas de los pobladores, sino que cada parada
representaba un enorme esfuerzo para posar para la foto mientras se debía
soportar un calor extremo que lo envolvía todo como un horno.
En todo caso, esta vez teníamos un vehículo con aire acondicionado para
refrescarnos en su interior. Íbamos paseando en mi imponente Ford Zephir de
techo de vinil color azul y escuchando música instrumental de relax. Muy
diferente al carrito Renault 12, sin aire acondicionado, que en cualquier
salida nos deshidrataba completamente mientras el aire caliente del exterior
entraba por todas las ventanas sin refrescarnos en absoluto, pero siempre fiel
nos llevó a Caracas, Puerto La Cruz, Cumaná, Ciudad Bolívar, Puerto Ordaz, El
Callao, El Dorado y muchos lugares más.
El viaje a Maracaibo lo hicimos por la Costa Occidental del país, con
una parada de algunos días en Puerto Cumarebo. Allí vivía Rodrigo Segovia con
su familia, en una casa del campamento de la Planta Cementos Caribe, una
pequeña urbanización a la orilla del mar, con un paisaje paradisíaco y unas
maravillosas puestas de sol en el atardecer tropical.
Amigos inolvidables. Nos atendieron como príncipes y desplegaron todo
tipo de atenciones, especialmente para Andrés que fue el centro de atención de
todo el mundo, aunque él indiferente se dedicaba a dormir y despertaba sólo
para mamar pecho. Nos dimos el extraordinario gusto de comer langostas que las
preparó Kena, esposa de Rodrigo, como un verdadero manjar de reyes.
Luego seguimos camino al estado Zulia, pasamos por Coro, rápidamente
conocimos la península de Paraguaná, y después continuamos por una larga
carretera, muy poco poblada y en muy malas condiciones de mantenimiento, hasta
llegar al puente del lago de Maracaibo, el puente General Rafael Urdaneta. Qué
emocionante cruzar en vehículo un puente de casi 9 km de longitud y que es
considerado un icono cultural del occidente, tan importante como la virgen de
Chiquinquirá, “la chinita”.
Maracaibo, la segunda ciudad más importante de Venezuela, algunos la
llaman “la ciudad del sol amada”. Vaya, sí que es una ciudad del sol, y
bastante sol, pues entre las altas temperaturas y la humedad la sensación de
calor puede llegar a los 50º, ¡una pelusa!
Recorrimos la ciudad y sus alrededores, disfrutamos del paisaje costero
hasta San Rafael del Mojan. En la ciudad nos llamó la atención que muchas
guajiras, con sus enormes faldas típicas, se dedicaban al comercio informal que
las autoridades no tenían permitido. Cuando aparecía la policía las mujeres
simplemente tapaban sus mercaderías y cachivaches debajo de sus grandes faldas
multicolores.
Estuvimos en la feria de las pulgas, allí se vendía todo tipo de cosas
y mucha artesanía de los guajiros. Nosotros caminábamos despreocupadamente con
una pequeña cuna porta bebé de mano donde llevábamos a Andrés y nos llamaba la
atención que la gente nos miraba extrañada, quizás será debido a nuestra pinta
de turistas o nuestro aire extranjero que resulta de nuestro condición de
chilenos pensábamos.
Después que salimos del gentío de ese mercado popular una señora
maracucha se nos acerca y dice que tengamos mucho cuidado con el bebé, ya que
los guajiros acostumbran a robárselos y se los llevan a sus comunidades en la
frontera con Colombia. Del susto que nos entró salimos de inmediato del mercado
con Andrés en mis brazos y mirando con desconfianza a todo el mundo.
¿Cómo sería Andrés si se lo hubieran raptado los guajiros? ¿Vestiría
con guayucos y usaría pintas de colores en su cuerpo y en su rostro? Estaría
dedicado a criar ganado en un ambiente contaminado por el tráfico de drogas,
los paramilitares y los guerrilleros colombianos.
Regresamos de Maracaibo a nuestro hogar en Ciudad Piar, pero esta vez
pasamos por la costa oriental del lago Maracaibo y nos dirigimos hasta Trujillo
para conocer los bellos paisajes del pie de monte andino y las altas montañas
que parecen fueran a atrapar los pueblos ubicados en sus quebradas. Después nos
dirigimos a Barquisimeto y seguimos camino a Oriente por las carreteras directo
a Ciudad Bolívar.
Fue un largo viaje, pero por fin llegamos a nuestra casa en el campo
B-2 de Ciudad Piar, sector donde vivían los profesionales y supervisores de la
empresa. La casa era una construcción de la empresa Ferrominera de 3 amplias
habitaciones, una cocina muy espaciosa, baños con tina para baños de espuma,
jardín con césped en todo su alrededor y una enorme árbol de mango que nos resguardaba
con su refrescante sombra.
Al día siguiente estábamos tan abatidos de cansancio que no nos dimos
cuenta cuando Priscila llamó muy temprano a su amiga Marlieri para mostrarle
orgullosa a su hermanito. Por fin ella
ya tenía un hermanito y se llamaba Andrés.
Inés le llamó la atención a Priscila, porque el bebé requería mucha
delicadeza para atenderlo en sus necesidades y no era un juguete como sus
muñecos.
- Entonces así no me sirve, además llora demasiado y no me hace caso
para jugar - reclamó Priscila con decepción. Aún así, ella siempre fue su
protectora.
Yo debía reintegrarme a mi trabajo de planificación en la mina de Cerro
Bolívar e Inés debía reincorporarse a su trabajo como Profesora de Inglés de 1º
a 5º grado en el Colegio Divina Pastora, cuyas clases eran solamente durante
las mañanas. Ese trabajo lo consiguió dos años después que llegamos a Ciudad
Piar, gracias a un curso de inglés por correspondencia que hizo con The Clute
Institute. La última cuota me negué a pagarla hasta que me dieran el Diploma
para Inés.
A veces comento que Inés es poco audaz, sin embargo fue muy valiente
para disponerse a una tercera intervención quirúrgica con el nacimiento de
Andrés, su vientre ya parece un mapa carretero. Y lo más increíble, vaya que
enorme arrojo demostró, asumió el compromiso de dar clases de inglés con su muy
limitada pronunciación… wan, tú, tri, for, faiv…, y se iba al colegio
conduciendo el Renault, aunque lo estacionaba una cuadra antes para no tener
ningún inconveniente para salir, ya que no sabía maniobrar en retroceso. Lo
hizo muy bien y se conquistó la confianza de las monjitas que dirigían el
Colegio.
Andrés comenzó a quedarse en las mañanas con una negrita que venía de
Tocoma, una señora de servicio cuyo nombre se llevó el olvido. Así comenzó la
aventura de Andrés en Ciudad Piar.
Cap 3.- La revolución de la
inteligencia.
Cuando regresamos a Ciudad Piar, después de las vacaciones por
Maracaibo, no encontramos ninguna novedad particular en la casa del campo B-2
donde vivíamos, salvo que nuestros gatos estaban mucho más flacos de cómo los
habíamos dejamos.
En verdad no nos gustaba criar gatos, sino que simplemente los teníamos
como una defensa contra las culebras y alimañas del monte que siempre podían
entrar al interior de la casa buscando lugares más cálidos. Por esta razón teníamos varios gatos medio
muertos de hambre para que cazaran su alimento y siempre estuviesen alerta
alrededor de la casa.
Claro, la gente creía que éramos amantes de aquellos felinos, entonces
ocurrió varias veces que a medianoche nos dejaban abandonados gatos recién
nacidos en la puerta de nuestra casa, así salvaban su propia conciencia y se
marchaban con la idea de que nosotros los cuidaríamos. Por supuesto que después
yo tenía que salir a botarlos lejos en el monte.
Nos sorprendimos al encontrar que los gatos estuvieran usando el porche
de entrada de la casa como despensa, ya que en el sitio acumularon varias
lagartijas muertas a medio comer o, quizás, era su forma de demostrarnos que
habían hecho un buen trabajo durante nuestra ausencia. Pobres gatos, una vez vi
a uno comiendo grama, supongo que por la falta de comida estaba probando
volverse herbívoro.
Apenas tuvimos un día de descanso y el lunes siguiente cada cual retomó
las actividades que le correspondían: Priscila a sus clases en el 1er grado del
Colegio Divina Pastora, Inés a dictar sus clases de inglés durante las mañanas
en el mismo Colegio y yo a mi trabajo en Ferrominera.
Andrés se quedaba en casa bajo el cuidado de la señora negrita que
venía del pueblito Tocoma, ubicado en las cercanías del campamento minero, pero
que luego de un poco más de un mes renunció, entonces comenzó a cuidarlo
Camucha, la esposa del Gerente del único Banco que había en Ciudad Piar, y que
era una muy buena vecina nuestra. Con ella y su familia, los Campos, se creó
una muy agradable amistad.
Camucha tenía una hija pequeña, Milagritos, un año mayor que Andrés.
Ambos compartieron más de un año en un pequeño corral tropical de bebés, donde
los ponían y se entretenían juntos, aunque la mayor parte del tiempo se la
llevaban durmiendo en la mañana después de tomar sus teteros.
Nunca supe de algún incidente que afectara a Andrés, más bien tengo la
idea de que fue un período placentero, en compañía de Milagritos quien también
era muy tranquila, y recibía los delicados cuidados de la vecina Camucha que ya
tenía experiencia en la crianza de otros 2 muchachos que en ese entonces
estaban en edad escolar.
Quizás su vida fue más agitada por Priscila, quien siempre estaba
ansiosa de cuidarlo, ayudar a la mudanza de los pañales, cooperar para
bañarlo, jugar con él. Una vez, un día
fin de semana, Priscila se levantó bastante temprano, tomó a Andrés y lo llevó
a su dormitorio, le quitó el pañal, le polvoreó el cuerpo con bastante talco,
incluso hasta en el pelo le cayó polvo, lo vistió, lo puso dentro del coche y
lo sacó a la calle para ir a buscar a su amiga Marlieri.
Cuando Inés despertó y no vio a Andrés dio un grito de horror y salió
desesperada a buscarlo por la casa, corría de un lado a otro y se tiraba el
cabello sin comprender la situación. Me levanté de la cama muy alarmado,
entonces vimos por la ventana que iba Priscila por la vereda hacia la casa de
los García y llevaba en coche a Andrés que tranquilo disfrutaba el paseo ¡Qué
susto pasamos!
Hubo que explicarle a Priscila la conveniencia de no repetir esa
experiencia debido a los riesgos de la calle. No eran tiempos para regaños,
sino de enseñanzas, ya que estábamos en la época que en el país teníamos un
Ministerio para la Inteligencia, encabezado por Luis Alberto Machado. Todos
debíamos ser inteligentes. Este señor escribió un libro que se volvió un best
seller, “La Revolución de la Inteligencia”, con la hipótesis de que la
inteligencia no es un don mágico con que algunos pocos iluminados nacen, sino
una capacidad que puede ser desarrollada por cada individuo.
Entonces
el desafío, según Machado, está en tener un sistema educativo orientado a
desarrollar la inteligencia, puesto que todos tenemos las mismas
potencialidades, la misma estructura orgánica y neurológica prácticamente desde
que surgió el “homo sapiens”. ¡Vaya responsabilidad para los padres!, pues esto
se traduce en que las cargas negativas de los genes heredados se pueden
enderezar mediante la educación.
Quizás
no tanto, pero por encima de la herencia genética y por encima de la influencia
del medio ambiente se enfatiza, en el contexto de estas ideas, la importancia
de la educación en el desarrollo de un niño y, de modo particular, se destaca
el valor de la educación impartida por los padres. Así entonces, estábamos muy
concientes de nuestra tarea educativa y yo sentía mucha confianza en la
capacidad de Inés cuya profesión y experiencia trataba precisamente asuntos de
pedagogía infantil
Por
supuesto que no me parecía tan sencillo el asunto, pues si hubiésemos estado en
la India posiblemente seríamos budistas y estaríamos preocupados por elevar la
pureza de nuestros espíritus, o si hubiésemos estado en Cuba probablemente nos
habríamos creído los hombres nuevos en alguna brigada de defensa de la
revolución. Dicho de otro modo, el medio ambiente condiciona, simplemente en
nuestro entorno hay imposiciones ideológica-culturales de las cuales sólo nos
podemos librar con el desarrollo intelectual verdaderamente crítico. He aquí la
importancia del desarrollo de la inteligencia.
En
la euforia por el desarrollo del pensamiento se llevaron a cabo en el país
varios programas, tales como: “Aprender a pensar", basado en las ideas de Edward
De Bono sobre el pensamiento lateral, el “Proyecto Inteligencia” de la
Universidad de Stanford, el proyecto “Enriquecimiento Instrumental”, orientado
por Robert Sternberg y Feuerstein, “Estimulación Temprana” de Beatriz Manrique,
“Creática” de Natalio Domínguez y muchos otros más.
Precisamente
nuestra preocupación se orientaba en el sentido de estimular adecuadamente a
Priscila y Andrés para su mejor desarrollo intelectual y emocional. Las ideas
de Machado, aunque visto por algunos como un tipo loco, eran un apoyo y
aliciente para estas inquietudes nuestras. También, dentro de estas mismas
preocupaciones, intentábamos con Inés comprender lo mejor posible las
enseñanzas de Jean Piaget sobre el desarrollo cognitivo infantil y en base a
sus ideas seguíamos muy atentos el desarrollo de nuestros hijos.
Todos los juguetes que buscábamos debían tener un sentido didáctico, ya
sea colores llamativos, los números, las letras, formas geométricas, sonidos
agradables, componentes constructivos. También le poníamos un ambiente de
música instrumental, generalmente música clásica tradicional o música suave de
relax.
Andrés tenía una cama
cuna que le había regalado la maestra Carmen, con altas barandas laterales que
permitían cubrirla con una malla de tul para impedir que lo picaran los
zancudos mientras dormía. Esa cama la pinté cuidadosamente de color gris claro
antes que naciera Andrés.
Tenía 4 meses cuando cambiamos su cama desde el dormitorio nuestro al
de Priscila, quien reclamaba que su hermanito debía estar con ella. En compañía
de Priscila rápidamente se acostumbró, pero Inés siempre estaba atenta a él y
con su fino oído detectaba cualquier pequeño ruido y enseguida se despertaba
para ir a revisarlo.
Andrés
era un bebé muy tranquilo, pero siempre reclamaba la presencia de la mamá. Inés
casi siempre lo tenía en sus brazos y lo mimaba con exageración. Un día, cuando
estábamos de compras en el local Sears de Puerto Ordaz, pusimos a Andrés en una
andadera para explorar su reacción. Allí se sintió muy cómodo y no quiso que lo
sacáramos, tendría 6 ó 7 meses cuando compramos ese primer medio de locomoción
propio.
Inmediatamente
con la andadera su mundo tuvo otra dimensión, ya que aprendió rápidamente a
desplazarse por toda la casa, primero con pequeños impulsos de piernas para
avanzar en retroceso, luego se volvió un experto para maniobrar en varias
direcciones. Esa andadera también era su pequeña mesa de juegos e incluso un
lugar para comer.
En
la cama sabía levantar su cabecita y apoyarse en sus brazos, pero nunca intentó
gatear. Quizás no tuvo el debido estímulo para hacerlo, puesto que la andadera
le permitía exploraciones más interesantes del alrededor, hasta que un día,
exactamente cuando cumplió un año de edad, se puso a caminar. Andrés caminó la
primera vez el 14 de Diciembre de 1982.
Su
progreso evolucionaba normalmente, tenía una adecuada movilidad para su edad y,
como característica muy propia de él, expresaba una repugnancia exagerada a su
propia caca. Ya balbuceaba varias palabras al cumplir su primer año de edad,
llamaba a mamá, pedía agua, pedía el tetero, etc.
Ese
año sentíamos que como familia progresábamos a paso seguro, nuestros hijos nos
llenaban de júbilo, y en mi trabajo sentía que daba un aporte importante a la
planificación de la minería del Cerro Bolívar, lo cual me lo retribuía la
empresa con un salario incrementado ese año a Bs. 7.416,00 mensual ¡Un
verdadero tesoro!
Además,
ese mismo año 1982 protocolizamos la compra de un apartamento en el Conjunto
Residencial La Churuata, en Puerto Ordaz, mediante un nuevo crédito
hipotecario. El precio del inmueble fue de Bs. 249.500,00 ¡Una pelusa!
Cap 4.- Las sombras del viernes negro.
Parecía que el tiempo transcurría muy lentamente, como si todo se
moviera en cámara lenta, mientras el vehículo patinaba sin control sobre la
autopista y continuaba la pertinaz llovizna que hacía del pavimento una
verdadera pista de hielo.
- ¡Inés, sujeta a los niños! – alcance a gritar mientras me aferraba
fuertemente al volante sin atreverme a frenar. Inés sostenía nerviosamente en
sus brazos a Andrés y Priscila asustada se mantenía sentada en el asiento de
atrás.
El vehículo se arrastró hasta caer en el hueco de tierra que separaba
las dos vías de la autopista. Había un charco que hizo saltar el barro que
cubrió completamente el carro y perdí totalmente la visibilidad, después dimos
un salto y caímos en la otra vía con sentido contrario, finalmente el vehículo
dio un giro y volvió a caer en el charco de barro en posición de retroceso.
Estuvimos mudos unos instantes y después nos volvió el alma al cuerpo.
Si hubiese venido un vehículo en sentido contrario el accidente habría sido
horrible, entonces creo que me olvidé de mi ateísmo y dije: ¡Gracias a Dios!
Ahora podría decir, pensé, que tuvimos suerte por mi imprudencia, que fue el
destino o sencillamente que no era nuestra hora.
Me bajé del carro humeante y el agua con barro me llegó hasta casi la
rodilla. Tenía el guardafango doblado que aprisionaba un caucho delantero, con
riesgo de reventarlo, de modo que yo solo no tenía forma de sacar el vehículo.
Sin embargo, tan pronto vieron a Inés con un bebé en brazos comenzaron
a detenerse varios camioneros para ayudar. Ellos hicieron palanca con unas
barras de acero y lograron enderezar parcialmente el guardafango, suficiente
para liberar el caucho, y con un largo cable amarrado a un camión remolcaron el
vehículo hasta la berma derecha de la autopista.
En mi experiencia en carreteras no había conocido la solidaridad de los
camioneros, son extraordinariamente generosos con su manera de dar auxilio
incondicional. Me ayudaron a limpiar el parabrisas y a verificar que no hubiera
daños en el motor hasta que pudimos partir nuevamente, esta vez muy lentamente
y yo con barro hasta en las orejas.
Ese accidente fue en la autopista de San Mateo a Barcelona, a menos de
media hora para llegar a esta última ciudad, y veníamos de Ciudad Piar. Era un
fin de semana, como muchos otros, que nos tomamos para disfrutar de las playas
de Puerto La Cruz, pues éramos asiduos visitantes de la playa Arapito y la
playa Colorada.
Sin duda que era la influencia de las aciagas sombras del año 1983,
cuando la historia de Venezuela se quebró con el llamado Viernes Negro que le
puso fin al dólar de Bs. 4,30 el día 18 de febrero de ese año y se cerró el
mercado cambiario, a pesar de la ilusión de bienestar que el gobierno había
pretendido crear, entre otras cosas, con el proyecto de construcción de un
puente de tierra firme hasta la Isla de Margarita, un desvarío de los políticos
para una población ilusa.
El país tenía una alta deuda pública externa, agravada por importantes
montos de préstamos que habían contraído en forma desordenada numerosas
empresas del Estado. En 1983 se concentraba el vencimiento de más del 50% de
todas estas obligaciones, precisamente cuando los ingresos provenientes del
petróleo se redujeron por la baja de los precios internacionales.
Además, como consecuencia de un ambiente económico de desconfianza en
las políticas vacilantes del gobierno y el continuo enfrentamiento entre el
Ministro de Hacienda, Arturo Sosa, y el Banco Central, presidido por Leopoldo
Díaz Bruzual, se estaba produciendo una masiva fuga de capitales que estaba
agotando las reservas internacionales.
De manera que el gobierno se vio forzado a adoptar una decisión que,
hasta ese momento, había intentado evitar: el control de cambios de divisas. Se
estableció el régimen de control de cambios diferenciales (Recadi) que creó dos
tipos de cambio fijos (Bs. 4,30 y Bs. 6,00 por dólar) y un mercado libre de
paridad variable.
Los productos y servicios establecidos como prioritarios se podían
seguir importando con dólares a 4,30. La deuda privada externa fue reconocida
también a Bs. 4,30 por dólar. ¡Qué manguanga para los empresarios!
Con el tiempo la brecha entre el cambio preferencial y el tipo de
cambio libre se fue haciendo cada vez mayor, con lo cual Recadi se transformó
tristemente en una de las mayores fuentes de corrupción en la historia de
Venezuela. El negocio era comprar dólares baratos para luego venderlos en el
mercado libre.
Sin embargo, poco le afectaba el entorno político a Andrés, pues
continuaba con su vida tranquila sin sobresalto alguno y se relajaba con su
“punta” hasta dormirse placidamente. La punta era la esquina de una funda de
almohada con algo de algodón en su interior, la que batía suavemente sobre una
oreja o en las fosas nasales y le producía un extraño efecto de adormecimiento.
La “punta” debía tenerla siempre a su alcance, caso contrario se ponía
a llorar sin control y no había absolutamente nada que la sustituyera. Tampoco
le gustaba que se la lavaran, de modo que la “punta” se fue volviendo negruzca
y ni siquiera se blanqueaba cuando a escondidas Inés se la limpiaba con agua y
cloro.
Cada vez que viajábamos, o salíamos de la casa por algunas horas, había
que estar muy pendiente de tener consigo la “punta”. Por este motivo, me sospecho
que este asunto fue la causa de uno de sus mayores traumas de la infancia, ya
que fue a muy temprana edad a la escuela preescolar y, por supuesto, no podía
permitírsele que llevara su “punta” al colegio.
En efecto, antes que cumpliera los 2 años ingresó a la Escuela
Pre-escolar de la Divina Pastora de Ciudad Piar, cuyo local estaba ubicado en
el Campo “C” de Ferrominera, cerca del Club Tocoma. Precisamente ese mismo año
nos mudamos a ese campo residencial, en consideración a que me habían ascendido
a Jefe del Departamento de Planificación. En Septiembre de 1983 Andrés comenzó
a asistir durante las mañanas al colegio pre-escolar.
Esto fue una excepción que se hizo con Inés, en atención a que era
maestra de la Escuela, aunque ella daba clases en el nivel básico que
funcionaba en el campo “B 2”. La madre Feliciana, directora del plantel,
permitió la inscripción de Andrés antes de la edad exigida, debido a que no
teníamos en casa una persona fija de servicio doméstico que lo cuidara y
preferíamos que compartiera con otros niños en el colegio antes que seguir
dejándolo con Camucha.
Considerábamos que esta decisión permitiría desarrollar su
socialización, aprendería a compartir con otros niños mediante juegos dirigidos
por la maestra. Además, siempre estaba la atención vigilante de Inés, ya que
era amiga de todas las maestras de preescolar y mantenía buenas relaciones con
ellas, de modo que siempre estaba al tanto de lo que ocurría en la escuela y
del comportamiento de Andrés.
Sin embargo, como todo bebé de 2 años, ensimismado en su mundo interior
y en proceso de percibir el mundo externo que le debe haber resultado agresivo
e inesperado, dio muestras de poca amistad con sus compañeros mayores y busco
su seguridad debajo de un escritorio donde pasó prácticamente todo el primer
año.
Allí, debajo del escritorio se entretenía con juguetes del pre-escolar
y compartía con el único amigo que admitía en su pequeño territorio, Wilbagks
Marcano. No aceptaba otros amigos y, en particular, no aceptaba bajo ningún
motivo que se le acercara el negrito Kenny, porque se podía manchar de negro
según nos confesaba en casa. Por supuesto que nunca tuvo de nuestra parte
ningún mensaje de racismo y, por el contrario, intentábamos inculcarle valores
humanitarios de igualdad y amistad.
Lo llevábamos frecuentemente a parques infantiles, fiestas de
cumpleaños, lugares de esparcimiento, e intentábamos que se relacionara con
otros niños de su edad, pero era tímido para hacer amistad y prefería jugar
solo, a pesar de que recibía el afecto de los mayores que se lo brindaban por
amistad a nosotros o por los dictados de las convenciones sociales.
Posiblemente su timidez no fue debidamente trabajada en la Escuela por
la comodidad de las maestras que preferían dejarlo que hiciera lo que le diera
la gana, ya que después de todo con su conducta retraída era muy tranquilo y no
daba ningún problema. Esta inseguridad nunca le dio confianza ni siquiera para
pedir ayuda para orinar en los baños del Pre-escolar, nunca los usó y se
aguantaba hasta llegar a casa a medio día.
Andrés no tenía el sentido de la aventura, no sentía el entusiasmo para
explorar lo desconocido ignorando los riesgos, por el contrario, era muy cauto
con cualquier cosa nueva para él y siempre quería tener cerca a su mamá quien
lo sobreprotegía y evitaba cualquier mínimo riesgo de que se hiciera algún
daño.
En cambio, conmigo no sentía la seguridad que le daba mamá, pues con mi
trato más rudo yo intentaba que superara sus temores a través de experiencias
que le dieran arrojo para enfrentarlas. Pero Inés siempre llegaba como Chapulín
Colorado para salvarlo de mis bruscas maneras y actuaba tal como leona
enfurecida cuidando sus críos.
Cuando se le ofrecía a Andrés una comida desconocida, después de una
larga argumentación para convencerlo, la probaba con mucha desconfianza,
entonce él preguntaba:
- ¿Mamá, esta comida me gusta?
Todo aquello que fuese desconocido le producía una terrible
inseguridad, como por ejemplo cuando lo poníamos de pie en la arena de la
orilla de la playa se crispaba completo, se ponía totalmente tenso y no podía
caminar, porque sentía la inestabilidad de la arena bajo sus pies. Había que
tomarlo en brazos y llevarlo a suelo firme.
Tampoco le gustaba sentir y mirar su propia caca, pues le daba un asco
terrible y le daban náuseas que casi lo hacían vomitar. Había que limpiarlo
inmediatamente para que se le pasara la repugnancia a su propia caca, ya que el
era un niño impecable, siempre bien arregladito y muy aseado, la caca era
asunto que debían arreglar los demás.
Se nos cruzó la idea de que estos temores eran resultado del desamparo
de su ángel guardián, debido a que no lo habíamos bautizado en la Iglesia
Católica. Realmente para mí no representaba ningún asunto prioritario
bautizarlo o no, pero no hay duda que la influencia de las costumbres del
entorno puede generar situaciones incómodas que activan prejuicios que se
arrastran desde milenios atrás por la religión y están en el subconsciente
colectivo.
Más bien me debato entre el agnosticismo y el ateísmo, pero de lo que
no tengo dudas es que la humanidad ha creado un Dios a su propia imagen y
semejanza, con el lado bueno de la misericordia y el amor, y con el lado malo
de la ira y la venganza, evidentemente que demasiado humano. Así entonces, el
bautizo de Andrés en la Iglesia no era asunto que me importara, salvo por la
preocupación de Inés, a quien le resultaba incómoda mi posición.
También teníamos la presión de mi hermano Pepe y su esposa Liliana,
quienes eran católicos practicantes. Además, Priscila nos pidió expresamente
que la bautizáramos, ya que ella comenzaba a tener ciertas influencias
religiosas con las monjas de la Divina Pastora de su Colegio y lo asumía como
una decisión muy personal.
Entonces con sentido pragmático y también con la posibilidad que
representara una protección divina que los protegiese, la cual nunca está
demás, programamos el bautizo de Priscila y Andrés en Caracas. Los padrinos de
Andrés fueron Velia Saldías y Pepe, los de Priscila fueron Liliana y mi hermano
Jorge, que estaba de paso por Venezuela.
El padre Cándido Pérez los bautizó en la Iglesia de El Conde, Parque
Central. Fue el 11 de junio de 1983, frente a la pila bautismal se invocó a la
Santísima Trinidad y mediante la ablución del agua bendita sobre la cabeza de
Andrés y Priscila se les limpió del pecado original y quedaron a partir de ese
momento adscritos a la Iglesia Católica Apostólica Romana
Corrían los tiempos de la campaña presidencial donde se perfilaban como
candidatos principales Jaime Lusinchi, candidato de AD, y Rafael Caldera,
candidato por quinta vez de COPEI. Otros candidatos de menor influencia eran
Teodoro Petkoff, José Vicente Rangel, Jorge Olavarría, Andrés Velásquez.
En medio de una severa crisis económica, producto especialmente del
Viernes Negro, el gobierno de Luis Herrera tenía un alto índice de rechazo de
la población, que alcanzó a su partido social cristiano COPEI y abría una
oportunidad de triunfo para el partido Acción Democrática en las elecciones
programadas para el 4 de diciembre de 1983.
Cap 5.- La vida es una
ilusión.
Con Inés teníamos la preocupación de que Priscila se sintiera
desplazada con el nacimiento de Andrés, pues ella tenía todos los privilegios
de hija única y no tenía ninguna competencia para captar la atención de los
padres. Era evidente que podría sentirse destronada de su posición especial.
En cambio para Andrés la situación era diferente, ya Priscila tenía 5
años y medio de edad cuando nació, de modo que para él su hermana era una
persona muy mayor, en su pequeñez debe haberla observado como una persona con
enormes capacidades y habilidades que estaban fuera de sus logros.
Para Andrés seguramente Priscila se fue configurando con los años como
un modelo cuyos pasos debía seguir y, además, posiblemente en su interior nació
un instinto competitivo para superar dicho modelo en el futuro y alcanzar
posiciones de poder para ubicarse en el centro de atención, allí se implantó
esa semilla en su interior. Entonces creció el cariño fraternal tomado de la
mano con el sentido de la competencia.
Priscila no tuvo celos de su hermano menor como temíamos, por el
contrario, esperaba con tantas ansias su nacimiento que desarrolló un sentido
maternal para protegerlo y cuidarlo. Ella fue su mamá pequeña y en la medida
que fue creciendo fue tomando más participación en el cuidado de Andrés, quién,
en consecuencia, fue prácticamente criado como un hijo único con dos mamás.
Ser el más pequeño de la familia, el consentido, protegido por todos,
le dieron un carácter sensible, observador, desordenado, manipulador y egocéntrico,
que fue resultado posiblemente del principio de los opuestos, en el sentido de
que se diferenció de Priscila con rasgos de personalidad contrarios a los de su
hermana.
De hecho, el entorno social le da aprobación a un niño tranquilo,
callado, limpio, agradable, que no mata ni siquiera una mosca. Así era Andrés,
con una personalidad introvertida y poco sociable, casi nada aventurado a tomar
decisiones, porque siempre tuvo alguien mayor que le resolvía todos sus
problemas y no había espacio para la incertidumbre.
Andrés no tomaba riesgos, más bien siempre tendía a asegurarse de todo.
Por ejemplo, cuando se quedaba en casa con su abuela, mi mamá, la interrumpía
en su descanso y le pedía el tetero de manera imperiosa. Entonces la abuela
dejaba de ver su programa favorito de la TV, se levantaba de la cama e iba con
su paso cansino a la cocina y le hacía su tetero de leche con los aditivos
alimenticios que se le daban, luego él despótico decía:
- Déjalo ahí – y apuntaba con el dedo hacia la mesita de noche,
mientras se abanicaba con su “punta” y no le prestaba ninguna atención al
tetero.
No se tomaba la leche hasta muy tarde después, pero tenía la
tranquilidad de que ya la tenía asegurada. A mi mamá le disgusta esta
situación, porque siempre la interrumpía cuando estaba disfrutando algún
momento especial de la televisión y no había manera de evadir la insistencia de
Andrés, y luego ni siquiera había tal urgencia, puesto que no se tomaba el
tetero de inmediato.
Mi mamá estuvo casi un año con nosotros, vino de visita de Chile y nos
ayudó a cuidar a Andrés. Él fue su consentido y fue la mejor aliada que tuvo
para conseguir quedarse en casa cuando le correspondía ir al pre-escolar.
- Es tan chiquito, déjenlo conmigo – decía la abuelita con sentido
protector, mientras él se abalanzaba a sus brazos y se aferraba a ella con
fuerza.
Claro, nosotros nos levantábamos apurados y cada cual debía partir a
cumplir con sus obligaciones, teníamos poco tiempo para tranquilizarlo y
convencerlo para que fuese a la escuela. Entonces, por el contrario, Andrés
armaba tan grave berrinche que finalmente optábamos por dejarlo en casa con su
abuela. Allí desarrolló, en su mayor grado, el arte de la manipulación.
- Voy a vomitar, voy a vomitar… - gritaba. Si insistíamos en subirlo al
carro, entonces vomitaba de verdad.
Aunque estos líos ocurrieron con frecuencia, no podíamos renunciar a
que se integrara a la escuela y tomara la rutina diaria escolar. Muchas veces
tuvimos que obligarlo antes que dejarlo regaloneando con su abuela, era
preferible que tuviera contacto con otros niños de edad similar para inducirlo
a socializar.
Su vida era entretenerse sólo con sus juguetes, inmerso en su mundo de
fantasías, mientras hacia todo tipo de extraños sonidos imitando animales,
monstruos, máquinas. Cuando se sentía observado dejaba de hacer tales sonidos y
seguía silencioso entretenido con sus juguetes.
En cambio, durante los viajes en automóvil se mostraba muy ansioso y
cada rato preguntaba:
- ¿Dónde vamos? ¿A qué hora vamos a llegar?
Quizás ha tenido una vida apresurada, puesto que siempre quiere llegar
rápido a sus metas, se vuelve atropellado para alcanzar sus logros y se
impacienta con los fracasos. Posiblemente en el afán de adelantar su desarrollo
tuvo de nuestra parte, Inés y yo, mucha presión para el aprendizaje del
vocabulario, de los números y las primeras letras.
Inés con enorme paciencia le enseñaba las primeras nociones de lectura,
todos los días lo entretenía con recortes de letras, dados con símbolos,
figuras de nombres simples y, por supuesto, el ma, me, mi…
Fue una ardua tarea de aprendizaje y una lucha contra algunas
manifestaciones de dislexia, pues confundía e invertía algunos fonemas, lo cual
no es una enfermedad, pero es una circunstancia personal que dificulta el
proceso de desarrollo de la lecto-escritura.
Se dice que muchos famosos genios han sido disléxicos, como Alberto
Einstein, Thomas Alba Edison, Leonardo Da Vinci, Walt Disney, etc., pero
evidentemente que tener dislexia no convierte automáticamente en genio, de modo
que este asunto fue tomado por Inés con mucha atención y le dedicó su mayor
esfuerzo para que Andrés lo superara.
¿Cuál es el origen de la dislexia? Dicen que puede haber una
predisposición hereditaria a padecerla o están implicados otros factores como causas
genéticas, déficits espaciotemporales, problemas de orientación secuencial,
dificultades adaptativas en la escuela, etc.
A mí me parece que el mayor trauma emocional que recibió Andrés fue
cuando fuimos a buscar a mi mamá, recién llegada de Chile, a finales del año
1983. Viajamos a Caracas en mi carro un fin de semana y llegamos a casa de
Pepe, inmediatamente al día siguiente, un día domingo, nos regresamos a pesar
del cansancio después de una larga tertulia familiar durante la noche del día
anterior. Antes de llegar a Ciudad Bolívar choqué en la carretera y mi carro
quedó para chatarra. ¡Quedó hecho una mierda!
Con el cansancio, después de tantas horas conduciendo el automóvil,
perdí los reflejos en el atardecer mientras avanzaba a 120 ó 140 Km. por hora
en la carretera de El Tigre a Ciudad Bolívar, en el tramo que es una larguísima
recta que la envuelve una adormecedora sensación de monotonía.
Prácticamente no había tráfico y a lo lejos, delate de mí, vi una
camioneta que supuse podía fácilmente adelantar, pero cuando me acerqué observé
que estaba detenido en la vía misma y por el canal de tráfico en sentido
contrario venía otro vehículo. Frené con brusquedad, pero ya era demasiado
tarde, y choqué violentamente por detrás al camioneta.
Todo el tren delantero del carro quedó doblado, se rompió completamente
el parabrisas del vehículo, el volante al que me aferré con toda mi fuerza
quedó totalmente doblado y pegado a mi pecho. Mamá, a quien le habíamos
concedido el puesto delantero para su mayor comodidad, recibió un fuerte golpe
en las rodillas y un trozo de vidrio del parabrisa le voló el lunar del párpado
del ojo derecho.
Inés, Priscila y Andrés venían en el asiento de atrás donde el golpe
fue más amortiguado, pero los niños cayeron bajo el asiento y ni siquiera
atinaron a llorar, estaban mudos de estupor y no lograban comprender un
accidente que los tomó absolutamente por sorpresa.
Fuimos afortunados ya que casualmente pasó una familia de Ciudad Piar
que nos ayudó, nos llevó a casa en su vehículo después de dejar con una grúa mi
carro en un taller del camino. Nos revisaron en la clínica de Ferrominera en
Ciudad y nos dieron reposo, al día siguiente amanecimos como si nos hubieran
dado una paliza, sentíamos dolores musculares en todo el cuerpo.
Ese vehículo lo tuve que vender como chatarra, no valía la pena
repararlo. Pero fuimos por suerte a nosotros no nos pasó nada grave, aunque
quizás Andrés allí tuvo, en medio del choque en la carretera, un revoltijo de
los números y letras en su cabeza, debido posiblemente a algún enredo que se le
produjo entre las conexiones sinápticas de las neuronas de la circunvolución
angular adyacente a la cisura infraparietal del cerebro, que más tarde se
manifestó como una leve dislexia.
Días más adelante llegó de visita de Caracas Pepe y su familia, lo
recibimos con mucha alegría y organizamos un asado a la parrilla para celebrar
la reunión de la familia. Mamá, ya sin acordarse del accidente de pocos días
antes, nos reclamaba que a ella no la habíamos recibido de igual manera y
preguntaba: ¿Y por qué a mí no me hicieron una parrillada?
En estas reuniones familiares Andrés era el centro de atención, puesto
que recibía muchas expresiones de afecto de Pepe y Liliana, incluso en
detrimentos de sus propios hijos a quienes trataban con cierta rudeza. También
María, la nana de los primos, quien era prácticamente otro miembro de la
familia, atendía con mucho esmero a Andrés.
En aquella época corrían tiempos de elecciones presidenciales en medio
de una dramática crisis económica del país, agravada por factores exógenos como
la contracción del mercado petrolero internacional y la insolvencia de países
deudores importantes, que no le permitieron al gobierno negociar el
refinanciamiento de la deuda externa con la banca internacional.
El refinanciamiento de la deuda externa quedó condicionado por la banca
acreedora al establecimiento de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional
y que se completara el proceso de revisión y reconocimiento de la deuda externa
privada. Ya que estábamos en un período electoral, el gobierno se negó a asumir
las consecuencias políticas de un plan de ajuste económico y sólo se negociaron
prórrogas para las obligaciones vencidas.
En este contexto, el candidato de Acción Democrática, Jaime Lusinchi,
ganó las elecciones del 4 de diciembre de 1983 con el 56,5%. El triunfo de AD
también fue holgado para los miembros del Congreso Nacional, lo cual le otorgó
una amplia mayoría en la Cámaras de Diputados y Senadores.
El 2 de febrero de 1984 Lusinchi asumió la presidencia con palabras de
modestia y conciliación, que tuvo una favorable acogida en la opinión pública
- Venezuela pagará todo lo que debe, hasta el último centavo… – dijo en
su discurso de toma de posesión del mando presidencial y reiteró la necesidad
del “Pacto Social”, ofrecido durante su campaña electoral, para alcanzar una
distribución más equitativa de la riqueza.
Parafraseando a Calderón de la Barca podríamos decir: “la vida es una
ilusión”… gracias a los políticos, o quizás, mas bien, una falsa ilusión por
culpa de los políticos.
Cap 6.- Crisis de asma.
- ¡Coño! – insultó Andrés al carro y le pegó una patada a la rueda
trasera.
- ¿Hijo, por qué haces eso? – preguntó sorprendida Inés, en la
oportunidad en que estábamos haciendo los preparativos para viajar a Ciudad
Bolívar.
- Ah, bueno, mi papá siempre hace así cuando el carro no quiere
encender.
No deja de emocionarme que de tan chiquito me hacía manifestaciones de
solidaridad, porque la verdad es que yo pasé rabietas grandes con los vehículos
debido a mis pobres conocimientos de mecánica automotriz.
Después del accidente en la carretera de El Tigre - Ciudad Bolívar me
compre otro Zephir, el mismo modelo del chocado, y entre los 2 vehículos mi
vecino Tony García, mecánico de equipo pesado de Ferrominera, me armó otro
carro bastante aceptable, aunque ya sin el techo azul de vinil que tanto
orgullo me producía.
Al comienzo tuve varios problemas de ajuste mecánico, pero con la ayuda
de Tony, quien era un extraordinario mecánico y excelente amigo, el vehículo
quedo en su punto. A Andrés le encantaba que lo sentara en mis rodillas y lo
dejara conducir el volante del auto en los amplios espacios de la cancha de
golf que la empresa tenía en desuso desde que se fueron los gringos de la
anterior Orinoco Mining.
Ese carrito, especie de injerto frankensteniano compuesto de dos
vehículos, nos permitió llevar y traer a Inés para que atendiera sus
compromisos de estudios de Licenciatura en Educación de la Universidad Central,
sede de Estudios Supervisados a Distancia en Ciudad Bolívar, todos los fines de
semana durante varios años.
Después de tramitar una reválida de sus estudios de Profesora de Artes
Plásticas y Dibujo Industrial de la Universidad Técnica de Chile, que le otorgó
la aprobación de unas muy pocas materias, empezó sus estudios en 1984 cuando
Andrés no había cumplido los 3 años.
Salíamos temprano de la casa y tomábamos la carretera a Ciudad Bolívar,
dejaba a Inés en el local de la Universidad y me iba con los niños, Priscila y
Andrés, al aeropuerto para ver los aviones que le fascinaban a Andrés. Era un
sitio agradable, porque tenía aire acondicionado y, además, yo aprovechaba para
ir a los baños del aeropuerto, los únicos limpios que se podían encontrar en la
ciudad.
Otras veces nos íbamos a pasear por la costanera del río Orinoco, o
íbamos a algún parque, para pasar el tiempo hasta que Inés se desocupara de sus
estudios. Almorzábamos junto con Inés, muchas veces lo hacíamos en el mercado
popular de La Carioca, pero como a Priscila le molestaban las moscas, después
teníamos que ir a un restaurante con mesas de mantel blanco para que ella
comiera pastas italianas a la boloñesa.
Este operativo semanal hizo más fuerte la unión de Andrés con Priscila,
pues ella asumía el papel de pequeña mamá sustituta y le daba las atenciones
que requería para mantenerlo limpio, darle alimentos y entretenerlo durante
casi todo el día. Al finalizar la tarde regresábamos todos a Ciudad Piar,
después de un día de agotador calor que quitaba todas las energías así no se
hiciera nada.
Los trabajos de Inés para la Universidad y mi dedicación a los libros
crearon un permanente ambiente de estudio en la vida cotidiana familiar,
siempre vivimos en este mundo de papeles y libros, que supongo influyó en
Andrés y Priscila para que vieran estas actividades como asuntos normales en el
quehacer del hogar. De manera que pasamos muchas horas en la mesa del comedor,
cada cual con sus papeles y quehaceres.
Ese año 1984 logré obtener mi nacionalización como venezolano, asunto
que me parecía importante, puesto que trabajaba en una empresa del Estado y
pensaba que de ésta manera lograba una mayor estabilidad laboral, aparte de que
profesionalmente era muy bien considerado habida cuenta mi origen desde un país
con muchos desarrollos en minería y mi condición de trabajólico.
En ese momento, con la responsabilidad de criar dos hijos, era muy
importante mantener la estabilidad en el trabajo y aprovechar los beneficios
que significaban los servicios gratuitos que daba la empresa. En este sentido,
era una importante ventaja los servicios médicos que disponíamos en la clínica
de Ciudad Piar, así lo constatamos cuando Andrés tuvo una delicada crisis de
asma que nos obligó a llevarlo de emergencia.
No habíamos notado antes que tuviese problemas respiratorios o algún tipo
de alergia, pero ese día comenzó a manifestar dificultades progresivas para
respirar, tenía una agitación poco común y todos los músculos del pecho se
contraían para ayudar a los pulmones para aspirar el aire. Observábamos que
hacía enormes esfuerzos con el diafragma para poder respirar y tenía una
expresión de mucha ansiedad y agitación.
Cuando notamos que sus síntomas se agravaban nos fuimos volando a la
clínica, allí lo dejaron internado y fue tratado con oxígeno y
broncodilatadores. Estuvimos toda la noche despierto observándolo en la
habitación de la clínica, mientras nos consumía la angustia al verlo en tal
frágil condición.
No sabíamos a qué atribuir la crisis de asma de Andrés, en la familia
no teníamos antecedentes de esa enfermedad y no sabíamos la gravedad de la
misma. Era desesperante ver a Andrés aferrándose a la vida con esfuerzo
sobrehumano para respirar y rogábamos para que no le fallaran las fuerzas de su
cuerpecito.
Quedamos muy preocupados por el asma de Andrés, más aún cuando vimos en
el tiempo que esas crisis, en diferentes grados de intensidad, eran frecuentes
y tuvimos que volver a la clínica en muchas otras ocasiones para que fuese
tratado por el médico y sometido a observación.
Inés pidió consejos entre sus amistades y recogió todo tipo de
recomendaciones que la llevaron a hacer probar a Andrés todo tipo de remedios
caseros: infusión de hojas de diferentes montes, grasa de tigre, aceite de
culebra, batidos de sábila, enjuagues con pétalos de amapolas, extracto de
ortigas, cataplasmas de barro en el pecho, zumo de zanahorias, comer cebollas,
etc.
Andrés tuvo una gran suerte de no haberse intoxicado con tantas cosas
extrañas que Inés le hizo tragar, a pesar de su resistencia para aceptar
cualquier tipo de medicinas. Posiblemente su organismo debió desarrollar
defensas adicionales, aunque quizás no para el asma, pero sí contra la
intoxicación de aquellos raros brebajes.
La esposa de Luis Moreno, compañero de trabajo, le regaló a Inés un
frasco de grasa de tigre que supuestamente le hizo bastante efecto favorable a
Andrés, aunque probablemente también cambió su carácter y con los años fue
manifestando un humor de tigre cuando las cosas no eran o no salían como él
quería.
También nos recomendaron que realizara prácticas de natación, motivo
por el cual lo pusimos en clases para que aprendiera a nadar en la piscina del
Club Tocoma a pesar de que le tenía un gran temor al agua, especialmente al mar
en la playa. Para que enfrentara sus temores yo lo hundía bajo el agua y
después lo subía en mis brazos, pero era peor, porque lloraba asustado y
buscaba a mamá a quien se aferraba como garrapata y no había forma de soltarlo
de ella. Sólo después, con el tiempo, se hizo un buen nadador.
Paralelo a los remedios caseros buscamos especialistas médicos en
Ciudad Bolívar, fuera del servicio médico de la empresa Ferrominera, para que
le hiciera las evaluaciones correspondientes a Andrés. Le hicieron varios test
sobre alergias y determinaron que era sensible a varios alérgenos, como el
polen de las flores, ácaros del polvo, olores de los productos de limpieza,
mariscos, pescados y jugo de naranja.
También el componente emocional era un factor importante en las causas
de sus crisis de asma, entonces no se le podía hacer pasar ningún disgusto. De
hecho, el tratamiento médico consistía en ponerle una seria muy larga de
inyecciones intramusculares para lograr la inmunidad a los alérgenos.
Sin embargo, cada vez que nos acercábamos a la clínica Andrés adivinaba
que era para ponerle una inyección y hacía tal berrinche que le surgían
síntomas de asma. Después de algunos meses abandonamos el tratamiento, porque
los beneficios eran menores frente a las crisis que le provocaban las excesivas
inyecciones que a su pequeña edad eran definitivamente insoportables.
En aquella época yo fumaba más de 2 cajetillas diarias de cigarrillos,
era un vicio que tenía de muchacho, herencia de mis padres fumadores y de
cuando no había conciencia del daño que causaba a la salud propia y de quienes
lo rodean. Yo pertenecía a una época donde se podía fumar en cualquier lugar,
sin restricción alguna, para embotar las neuronas con el placer de la nicotina
y el monóxido de carbono que reduce el oxígeno al cerebro.
Evidentemente que las crisis asmáticas de Andrés me hicieron tomar
conciencia del daño del cigarrillo, tanto para él como para mí. Después de
muchos años fumando justificaba de una y mil maneras mi vicio sin comprender la
dependencia que me producía, ya que la falta eventual de cigarrillo me
provocaba un ansia infinita y salía a buscarlos donde fuera hasta encontrarlo.
Mi primera acción al despertar en la mañana era precisamente fumar un
cigarrillo.
Me propuse dejar de fumar definitivamente en beneficio de mí y de mi
familia, pero no podía lograrlo, lo dejaba y luego volvía a fumar. Un día sentí
una congestión muy fuerte en el pecho y perdí el habla, no pude fumar durante
dos días. El tercer día logré voluntariamente no fumar y así mismo los días
siguientes, entonces sustituí los cigarrillos por caramelos de todo tipo,
chicles, chocolates, café, galletas, etc. Por supuesto que engordé como una
bolita.
Estuve un año soñando que fumaba y aspiraba profundo cuando pasaba al
lado de alguien que exhalara el humo del cigarrillo, pero finalmente logré
imponer mi voluntad después de una titánica lucha contar la dependencia del
cigarrillo.
El asma no impidió que Andrés tuviera una vida normal, con el
desenvolvimiento que tiene todo niño de su edad. Se integró al grupo de niños y
niñas de las familias con quienes teníamos relaciones amistosas: los García,
los Campo, los Marcano, los Urbina, etc. Era una vida libre de los temores de
la ciudad, con grandes espacios para correr libremente, ver el terreno perderse
en el horizonte con los cerros perfilados a lo lejos.
La tranquilidad del
ambiente de Ciudad Piar no impedía que llegaran las inquietantes noticias sobre
la situación económica y social del país, las expectativas de la población eran
muy pesimistas a pesar de que el presidente Lusinchi inició su mandato con
humildad y disposición de servicio, pero pronto el gobierno y su partido AD
mostrarían muy poca apertura a la consulta y negociación con otros factores de
poder político.
En el año 1984 el
presidente anunció desde Nueva York un acuerdo con la banca internacional,
mediante el cual se establecían las bases para un convenio de financiamiento de
la deuda externa, sin embargo no llegó a formalizarse, por cuanto el mismo
quedó condicionado al reconocimiento de la deuda privada que algunos
denunciaban como desordenada, ilegal y fuente de corrupción.
Por otra parte,
la presentación del VII Plan de la Nación desató fuertes críticas y polémicas,
especialmente por parte del sector empresarial, lo que trajo como consecuencia
la renuncia del ministro Luis Matos Azócar a comienzos de 1985 y el
distanciamiento del gobierno del sector sindical.
En este contexto,
como resultado de la necesidad de impregnarse de algún modo de esperanzas, la
población se volcó a las calles con enorme efervescencia para recibir al santo
padre, el Papa Juan Pablo II, cuando nos visitó por primera vez en Enero de
1985. Los recorridos del papamóvil se realizaron entre impresionantes
multitudes, en Montalbán en Caracas, en los predios universitarios en Mérida,
frente a la CVG en Ciudad Guayana.
El
Papa Wojtyla fue recibido en el aeropuerto de Maiquetía por una pareja
presidencial, poco conocida por la población en aquella época: Lusinchi y
Blanca Ibáñez, después bautizada por Piñerúa Ordaz como la barragana de ese
viejo verde y borracho presidente. Para sorpresa del Papa, en Miraflores fue recibido
por otra pareja presidencial: Lusinchi y la Primera Dama, Gladys Castillo.
La
prensa alcahueta y la televisión jamás comentaron esta situación, ni los
atropellos sobre la Primera Dama, mientras Lusinchi estuvo en el poder. Cuando
alguien intentó insinuar alguna irregularidad, la secretaria privada del
presidente declaró ante la prensa: “Yo tengo cubridos todos mis gastos”.
Cap 7.- Competir para llegar
primero.
Después de una extensa y agotadora negociación con la banca
internacional, el gobierno del presidente Lusinchi firmó un acuerdo de
refinanciamiento de la deuda externa en febrero de 1986, tomando en
consideración una visión muy optimista de la economía del país. De hecho, las
proyecciones petroleras se basaban en las expectativas de altos precios
surgidas del conflicto bélico entre Irak e Irán, guerra que duró casi 8 años.
Lamentablemente, ese año 1986 la baja de los precios en los mercados
petroleros internacionales fue dramática. El precio del petróleo venezolano,
que en enero era de US $ 24 por barril, cayó en marzo a US $ 13,42 por barril y
en junio llegó a ubicarse en US $ 12,99, con lo cual los ingresos fiscales se
contrajeron a casi la mitad.
Esto obligó al gobierno a postergar los pagos
de amortización de la deuda correspondientes a 1985 y 1986, y solicitar la reapertura
del proceso de negociación para lograr plazos más largos e intereses más bajos.
Un nuevo acuerdo se alcanzó y fue destacado por el presidente Lusinchi con la
afirmación: “Hemos logrado el mejor acuerdo de refinanciamiento del mundo”
Sin embargo, Venezuela
no obtuvo período de gracia, mientras México, que había firmado 4 meses antes,
había logrado un período de 7 años. Se estableció un plazo de 14 años para
pagar, mientras que a México se le otorgaron 20, y la tasa de interés a pagar
por Venezuela también fue ligeramente superior a la obtenida por el otro país.
Años más tarde Lusinchi declararía con expresión de ingenuidad, o más
bien de cinismo descarado: “"la banca me engañó...". Expresión a la
cual replicó el presidente antecesor, Luis Herrera Campíns: “Piaste tarde,
pajarito”.
Sin duda que esta es parte de la historia del dramático fracaso de los
líderes del país para superar las crisis con el mejor desempeño, en particular,
es la irresponsabilidad de un pobre enamorado que al no poder lograr el
divorcio tuvo que consolar a su secretaria privada, que no pudo tener el puesto
de primera dama, con la entrega de la máxima condecoración del país, “La Orden
del Libertador”, además le otorgó poderes para nombrar y destituir funcionarios,
seleccionar los ascensos a generales de las fuerzas armadas y otras lindezas.
Por supuesto que no es sencillo aceptar el fracaso, en aquella época
tampoco para Andrés fue sencillo aceptar su primer importante fracaso,
precisamente cuando cursaba su último nivel en la etapa de pre-escolar
1986/1987. En aquel momento tuvo que repetir los 5 años de edad.
Efectivamente, tuvo que repetir el cumpleaños de los 5 años de edad, es
decir, después de trascurrido un año tenía que continuar con la misma edad, a
pesar de ver el amanecer de su nuevo día de cumpleaños. ¡Vaya fracaso! ¡Repetir
la edad de 5 años!
- Yo no quiero repetir los 5 años – Andrés lloraba desconsoladamente,
expresando su frustración ante la sorpresiva noticia de que repetiría la edad.
Claro, la maestra los amenazaba que si no aprendían las primaras
nociones de lectura y escritura repetirían de curso, en tanto que la mayoría de
los alumnos pasarían a la nueva escuela de Educación Básica. Entonces, supongo
que Andrés deducía que repetir la edad era un fracaso similar.
- No quiero, no quiero repetir… - lloraba con amargura, porque
supuestamente lo querían obligar a vivir de nuevo los 5 años. Era como repetir
una película, pero allí donde uno mismo es el protagonista.
Que situación tan absurda teníamos. ¿Cómo poder explicarle que todo era
resultado de nuestras mentiras? Nosotros le enseñamos que dijera un año más de
su edad verdadera para que la gente no se diera cuenta del privilegio de estar
un año adelantado en el Colegio pre-escolar, era una mentira para protegerlo y
evitar que alguien reclamara que se le concedía un favoritismo por ser hijo de
la maestra Inés, en tanto que con los demás niños eran extremadamente rigurosos
en respetar la edad establecida.
Pero como ya iba a entrar a la Escuela Básica había que desmontar esa
mentira, no era verdad que tenía 5 años para cumplir los 6, sino apenas cumplía
5 años y en un semestre más entraría a primer grado de la escuela básica.
La personalidad atropellada de Andrés, la falta de paciencia para alcanzar
sus logros, el permanente apresuramiento para llegar lo más pronto posible,
seguramente tienen su origen en este episodio. Lo hicimos vivir más rápido que
lo natural, le adelantamos un año debido a que las circunstancias así lo
recomendaban, pero cuando lo regresamos a la contabilidad natural del tiempo le
provocamos un sentimiento de fracaso que le resultó muy difícil admitir.
En aquella época Priscila hizo la Primera Comunión en la Iglesia
Católica de Ciudad Piar, una razón más para que Andrés rechazara la repetición
de los 5 años de edad debido a que, en cambio, Priscila estaba avanzando a una
nueva etapa de su formación cristiana al tomar por primera vez la hostia y el
vino, que representan el cuerpo y sangre de Cristo
Por supuesto que no era justo que Priscila tuviese al alcance de su
mano la eternidad, puesto que había recibido el sacramento que instituyó Jesús
durante la última cena cuando dijo: “Yo soy el pan de la vida, si uno come de
este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo os daré es mi carne, para la
vida del mundo" (Jn. 6,32-34, 51). En tanto que a Andrés, en vez de la
eternidad, apenas se le repetían los 5 años de edad. Definitivamente injusto.
Si sus propios padres le hacían repetir de manera inesperada la edad,
lo cual evidentemente fue un abuso, entonces no había nadie en quien confiar.
Así entonces, con mayor razón Andrés tenía mucha desconfianza de la gente
extraña que no presta ninguna atención a los niños.
En efecto, Andrés sentía mucha inhibición frente a las personas extrañas
y no se atrevía a expresarse frente a ellas. Entonces, cada vez que tenía
oportunidad comencé a mandarlo a que comprara cualquier cosa en la panadería,
en el mercado, en algún kiosco, y en cada nueva oportunidad me ponía más lejos
a esperarlo.
Andrés se resistía al comienzo, pero haciendo de tripas corazón se
sobreponía empujado por mi posición imperativa y hacía la compra que se le
encargaba, después corría de regreso a los brazos de Inés, o a los brazos de
Priscila, que sufrían más que él mismo.
Felizmente transcurrió el tiempo y en Julio de 1987 recibió en un acto
de graduación el Diploma de egresado del Pre-escolar de la Escuela Divina
Pastora. Fue el primer Diploma de su carrera de estudiante, lo cual nos llenó
de orgullo.
Además, ya no era el menor de la gran familia nuestra en Venezuela.
Nació en marzo de ese año su prima Daniela, hija de Pepe y Liliana, tan
pequeñita que en los brazos de Andrés parecía éste un muchachote grande que
tenía su propia individualidad expresada en su personalidad.
Ingresó al primer año de la Educación Básica con la maestra Manuela
Silva. En ese momento los desafíos para Andrés eran mayores y había que
orientarlo al éxito, desarrollar su espíritu competitivo y estimular la
satisfacción del logro. El ahora era un niño mayor.
Esta fue la razón para estimularlo a que compitiera en carrera de
bicicletas en el festival deportivo que organizó la Escuela a fin de año. A mí
me había tocado enseñarle a conducir y pedalear, primero con 2 ruedas
auxiliares en la parte de atrás de la bicicleta, para que se sostuviera sin
caerse mientras desarrollaba el equilibrio.
Antes que cumpliera los 5 años de edad le quité las ruedas auxiliares
de la bicicleta y lanzaba a Andrés desde una pequeña rampa y corría tras él
para sujetarlo antes que cayera al suelo. Me costó bastantes carreras detrás de
él y algún porrazo de Andrés, pero finalmente aprendió y se hizo un excelente
ciclista.
Entonces lo entusiasmé para que participara en una de las carreras
donde había muchachos de su edad, le di unas cuantas indicaciones y los
consejos para que se cuidara, ya que su bicicleta tenía los frenos malos.
Entonces a la orden de la partida arrancó veloz como una flecha y rápidamente
se puso de primero, pedaleaba con el mayor empeño y la mirada fija en la meta por
donde cruzó raudo como un jinete en su corcel.
Que emocionante verlo cruzar de primero como un verdadero campeón, pero
en ese preciso instante hubo un alboroto debido a unos niños perdidos, entonces
toda la atención se desvió hacia ese incidente y las autoridades se olvidaron
de la premiación. Andrés jadeante me miraba orgulloso con expresión de triunfo,
pero desconcertado porque no le dieron ningún premio.
Qué importa, pensé, Andrés es mi campeón. Aunque no niego que me
hubiera gustado que le hubieran dado cualquier premio de reconocimiento por su
victoria, al menos una recompensa simbólica al esfuerzo.
Con el tiempo no le dimos mayor importancia al incidente, después de
todo para nosotros la vida siempre había sido un permanente esfuerzo, sin que
considerásemos que merecíamos un reconocimiento particular, lo cual nos parecía
absolutamente normal y natural, puesto que todo lo hemos logramos con mucho
trabajo y nada nos ha sido regalado.
Nuestra mentalidad, la de Inés y la mía, que básicamente se estructuró
en un país sencillo y modesto, cuya vida exige un gran esfuerzo para
sobreponerse a extremos climáticos, el desierto más seco en el norte del país y
el frío más espantoso en el sur. Chile es un país donde se requiere permanente
esfuerzo para sobreponerse al clima y asegurar la comida para mañana, ya sea en
la agreste montaña o en el bravío mar de su extensa costa.
Además, de algún modo en nuestro subconsciente, influido por la
herencia cultural judeo cristiana, esta la premisa de que el sufrimiento y el
dolor purifican el espíritu, expían los pecados para la salvación. Entonces el
reconocimiento al esfuerzo no era un asunto importante.
Sin embargo, el refuerzo positivo es necesario para estimular la
motivación al logro. Quizás Andrés sintió que no fue suficientemente importante
su victoria, razón por la cual no habría recibido un premio, de modo que forjó
una tendencia a exigirse demasiado a sí mismo, a luchar indefinidamente por
logros superiores y, en consecuencia, mantiene una permanente insatisfacción por
lo que tiene y lo que alcanza. Muchas veces va por la vida pedaleando azorado y
sin frenos, similar como en la bicicleta de la competencia.
Igual que Andrés, los países también compiten, pero esa competencia
llevó a Colombia y Venezuela a enfrentarse en 1987 hasta el punto de casi
entrar a un conflicto bélico que hubiese sido de desastrosas consecuencias para
ambos países.
La causa de la crisis fue la disputa sobre la soberanía en el Golfo de
Venezuela, o como le gusta llamarlo a los colombianos, el Golfo de
Coquivacoa, donde no existe una
delimitación marítima acordada entre las partes, en consecuencia, las áreas de
patrullaje en el lago se solapan.
La crisis se inició cuando la corbeta de la Armada de Colombia ingresó
a aguas en disputa entre ambos Estados, frente a la costa entre Castilletes y
Punta Espada, costa evidentemente de Colombia en el extremo Noroeste del Golfo,
pero que Venezuela considera que es costa seca. Los colombianos reclaman que si
se bañan en su playa tendrían que pedir visa a Venezuela, lo que no es lógico.
Se movilizaron de inmediato las fuerzas armadas venezolanas, incluyendo
aviones F-16 que sobrevolaron las naves colombianas, esperando órdenes de
atacar. El gobierno colombiano también ordenó la movilización militar de varias
unidades de la marina y el ejército, incluyendo algunos submarinos, pero con
una clara inferioridad a los numerosos y modernos equipos de Venezuela.
Venezuela emitió un ultimátum donde le comunicó al gobierno de Colombia
que empezaría la guerra si no retiraba la corbeta de las aguas supuestamente
venezolanas. El Presidente colombiano Virgilio Barco Vargas ordenó a último
minuto el retiro de sus fuerzas militaras en aras de buscar una solución
pacífica negociada.
No hubo guerra, caso contrario podría haber sido movilizado en mi nueva
condición de venezolano y perteneciente a la reserva militar. ¡Que alivio!
Cap 8.- El desborde de El
Caracazo.
La vida se deslizaba apaciblemente en Ciudad Piar, una ciudad con la
estructura de campamento minero, con grandas áreas avenidas, extensas áreas
verdes y un entorno de naturaleza no intervenida que dominaba el paisaje e
invitaba a la contemplación y la distensión. Lejos del mundanal ruido y
contaminación de las grandes ciudades la vida estaba envuelta en un refrescante
aire de tranquilidad.
Andrés comenzó en Septiembre de 1987 a asistir al primer grado del
Nivel Básico del Colegio Divina Pastora. Todos lo días Inés lo llevaba al
colegio, junto con Priscila, manejando a su manera el Renault 12 TL. Nunca
aprendió a conducir bien, pero sabía lo suficiente para ir del campo C al campo
B-2, algo así como 800 metros de distancia, y a marcha extremadamente lenta.
Inés, después de ser maestra de inglés, era la Bibliotecaria desde 1985
y Priscila asistía a 6to grado, de modo que Andrés tenía la cercanía de las
dos. No tuvo dificultades para integrarse a su nuevo curso y su desempeño como
estudiante fue bastante bueno.
La empresa Ferrominera me entregó, en consideración a los beneficios
laborales que me correspondían, un inmenso maletín escolar para los cuadernos,
libros y utensilios escolares de Andrés, y todas las mañanas salía
impecablemente vestido con su uniforme y su maletín. Realmente era un maletín
demasiado grande para su edad, o demasiados libros para su nivel escolar, entonces
se cansaba rápidamente con tan extravagante peso.
Mientras más peso se iba agregando a su maletín de mano, más incómodo
caminaba y cada vez los pies se le desviaban más hacia adentro por el esfuerzo
para sostener tan descomunal maletín, es lo que llaman la anteversión femoral
que va afectando el eje rotacional del cuerpo. Ocasionalmente los niños con
esta condición presentan una marcha torpe y tienden a caerse con gran facilidad.
Entonces tuvimos que buscar un médico ortopedista para que lo examinara
y mantuviera un control sobre su desarrollo. El médico le prescribió unos
botines ortopédicos anclados a unos estribos con unas cuerdas negras hasta un
cinturón ajustado a su cadera, es el twister o mecanismo desrrotador para
impulsar el pie hacia fuera.
Este aparato lo usó durante años, lo aceptó con estoicismo, hasta
normalizar su defecto al caminar. Así aprendió a caminar derechito y ha seguido
por la vida caminando derechito, pues creo que el twister se le quedó por
siempre en el subconsciente y no lo ha abandonada jamás.
En aquella época comenzaron las operaciones de minería en el cerro San
Isidro, entonces desde la casa del campo C donde vivíamos se veían pasar con
frecuencia los camiones mineros de Ferrominera, los camiones Lectra Haul de100
toneladas de capacidad, que se trasladaban desde cerro Bolívar. Andrés los
miraba con admiración y decía que algún día él sería operador de esos equipos
tan impresionantes cuyas ruedas eran mucho más grandes que una persona adulta.
A esa edad un niño dice generalmente que quiere ser policía, o quiere
ser bombero, o los más ambiciosos dicen que desean ser doctores, puesto que
representan a las autoridades que logran identificar más inmediatamente. Sin
embargo, Andrés se imaginaba como conductor de un gigantesco camión, no sólo en
la búsqueda de autoridad, sino en la consecución de poder.
De modo pues, que de pequeño comenzaron a manifestarse sus ansias de
poder, la motivación al poder, para maniobrar vigorosos y monstruosos equipos
que le permitieran lograr sus cometidos con fortaleza aplastante y sin que
ningún obstáculo se lo impidiese. El poder para controlar y dirigir, quizás de
manera avasallante.
Dentro de su pasividad se desarrollaban en el interior de Andrés las
fuerzas de una personalidad orientada al éxito, inteligente y competitiva. El
primer año del nivel básico lo aprobó con nota 18, en la escala de 0 a 20, una
excelente calificación, y se mantuvo siempre con calificaciones buenas.
Pedro Urbina en vez de Andrés le decía “Carlos Andrés” en alusión a
Carlos Andrés Pérez, presidente durante los años 1974 a 1979 de la llamada
Venezuela Saudita, uno de los políticos más importantes de aquella época y que
volvía a presentarse como candidato presidencial, pese a no contar con el apoyo
de la cúpula de su partido Acción Democrática.
En diciembre de 1988 se realizaron las elecciones presidenciales y
parlamentarias en un escenario definitivamente alarmante, puesto que Lusinchi
había anunciado que no podía pagar la deuda externa del país debido a que se
habían agotado las reservas internacionales.
Sin embargo, la imagen de Pérez como el presidente del milagro
económico en su primer gobierno, cuando los altos precios del petróleo y el
intensivo endeudamiento del país permitió adelantar faraónicos proyectos de
inversión, originó que resultara electo sirviéndose del slogan “el gocho pa’l
88”. Resultó electo con el 52,9% de los votos y derrotó al candidato de COPEI
Eduardo Fernández que obtuvo 40.4% de los votos.
Los electores vieron en el retorno de Pérez a la presidencia la vuelta
al país de la abundancia de su primer gobierno, en la que se eclipsaban los
problemas de exclusión social a través del derroche y el populismo. Sin
embargo, los graves problemas del país definían una terrible realidad
económica, que llevó a una entrega del nuevo gobierno al Fondo Monetario
Internacional.
Esta situación del país no impidió que se realizara una fastuosa toma
de posesión de Carlos Andrés Pérez en el Teatro Teresa Carreño con más de 2.000
invitados internacionales, entre los que destacaban Fidel Castro, Felipe
González y Alan García, para mencionar sólo algunos.
Apenas iniciado el gobierno de Carlos Andrés Pérez, todas las ilusiones
y esperanzas de la población se vieron truncados frente a las medidas
económicas neoliberales que se anunciaron al país, el paquete económico del
gobierno, provocando la explosión del mayor sentimiento de desencanto del
pueblo.
Escasas cuatro semanas después de lo que popularmente se conoció como
la coronación de Carlos Andrés Pérez, el día 27 de febrero de 1989, se produjo
la más importante rebelión popular, el sangriento "Caracazo", en el
que murieron cientos de personas en una protesta contra el aumento de los
precios de la gasolina y del transporte público.
El gobierno anunció el aumento del precio de la gasolina alta de 1,50
Bs/litro subió a 2,75 Bs y la media de 1,30 Bs/litro a 2,55 Bs. En la mañana
del día siguiente, el fatídico día 27, se iniciaron las protestas en Guarenas,
luego se desatan saqueos y la violencia en Caracas, la gente bajó de los cerros
de Catia, Valle y Antímano y tomó el control de las calles.
Protestas violentas también se presentaron en otras ciudades como
Maracay, Valencia, Barquisimeto, Mérida y Ciudad Guayana. El gobierno nacional,
incapaz de controlar la situación, suspendió las garantías constitucionales,
declaró toque de queda y reprimió a la población con la activación de efectivos
militares.
Hubo una cantidad impresionante de muertos, entre 300 y 500 personas,
miles de heridos y enormes pérdidas económicas. Mientras aún persistía la
represión contra las manifestaciones, el gobierno firmó el 1 de marzo una Carta
de Intención con el FMI para acceder a un préstamo que permitiera afianzar su
famoso paquete económico de gobierno.
Durante muchos meses se discutió cómo pudo acontecer algo tan violento
en Venezuela que sorprendió a toda la
dirigencia política del país, puesto que fue una explosión espontánea de los
barrios que sobrepasó cualquier intento de dirección de algún sector político. La
consecuencia del Caracazo fue la inestabilidad política del gobierno de Carlos Andrés
Pérez. Años más tarde la Corte
Interamericana de Derechos Humanos condenaría la actuación del
gobierno en tales hechos.
Mientras tanto Andrés, sin mucha conciencia de estos dramáticos
acontecimientos que marcaron la historia política del país, disfrutaba del
sosiego de la vida escolar en el Colegio de la Divina Pastora. En la boleta del
2do año escolar, período 1988/1989, la maestra Manuela Silva escribió en la
boleta de calificaciones: “Andrés es tímido y se distrae fácilmente, pero
cumple con las tareas, es obediente y cariñoso con los compañeros, cuida su
presencia personal”.
Por supuesto que parte importante del mérito, aparte de Andrés, era de
Inés que lo atendía con mucha dedicación, lo vestía con el mayor esmero y
siempre estaba acompañándolo en las tareas escolares, además de atender sus
propias obligaciones de estudiante de Licenciatura de la Universidad Central.
De hecho, 1989 fue el último año de estudios de Inés, y nosotros
estábamos felices, porque ya se terminarían los viajes a Ciudad Bolívar que se
había vuelto un fastidio insoportable, porque ya no había lugares nuevos donde
entretenerse.
Ese año acompañamos a Inés a su acto de graduación en Caracas, en el
Aula Magna de la UCV. Viajamos al apartamento de mi hermano en El Cafetal y
disfrutamos un fin de semana en familia y celebramos el triunfo de Inés.
Aquella vez también nos embargaba la emoción de planificar el regreso a
Chile. Lo habíamos hablado en nuestra familia y sentíamos el contagio de muchos
chilenos que vieron la oportunidad de regresar al país de origen aprovechando
la apertura a la democracia a Chile.
Tras la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988, la constitución
de Chile fue enmendada para facilitar la transición a la democracia. En
diciembre de 1989 se efectuó la elección que ganó el demócrata cristiano
Patricio Aylwin y que dio fin a la dictadura de Pinochet y el inicio al nuevo
régimen democrático.
Ese año presenté mi renuncia a Ferrominera, porque sentí que de manera
injusta me ponían un techo a mis ascensos en la organización, seguramente
debido a mi origen extranjero, dando preferencia a colegas con menores méritos
que los míos. Definitivamente no acepté ser un profesional de segunda
categoría, mis aportes a la empresa habían sido de incalculable valor, y si no
lo sabían apreciar prefería renunciar.
Nosotros y la familia de mi hermano comenzamos a planificar el viaje de
regreso a Chile. Fantaseamos con la posibilidad de viajar por tierra cruzando
Brasil, Paraguay, Uruguay, Argentina y después pasar a través de la cordillera
de los Andes para llegar a Chile.
Priscila y Andrés se dejaban llevar por el entusiasmo de los mayores,
pero me imagino que tendrían también angustias por la incertidumbre de llegar a
un mundo desconocido para ellos. No era nada sencillo que se pudieran imaginar
cómo sería el nuevo régimen de estudio, cómo serían las escuelas en Chile, cómo
sería la vida con un clima muy diferente.
Vendimos y regalamos todos nuestros muebles y artefactos de hogar en
Ciudad Piar, excepto las camas, y nos mudamos a Puerto La Cruz para prepararnos
para el viaje de retorno. Mientras tanto conseguí un trabajo en la cementera
Vencemos de Pertigalete, el cual lo tomé como una manera de hacer algunos
ahorros adicionales.
Nos dedicamos a conocer y bañarnos en todas las playas de la zona,
desde Lecherías hasta Cumaná, donde Andrés desplegaba sus habilidades de buen
nadador. Vivíamos un ambiente de vacaciones.
Cap 9.- Aprendiendo en la
ciudad.
Puerto La Cruz era nuestra ciudad favorita, porque era el lugar más
frecuente de nuestras vacaciones, era la ciudad de las playas que más
visitábamos. Nos encantaba caminar por el paseo Colón y curiosear entre los
artesanos y vendedores de baratijas, llegábamos hasta lo más alto del cerro El
Morro y contemplábamos extasiados el paisaje en el atardecer, nos divertíamos en
la playa Colorada, playa Arapito, Isla de Plata, etc.
Vivíamos en un pequeño apartamento en la urbanización de Los Samanes,
frente al Hospital Razetti, en un piso 9. Fuimos los primeros en ocupar un
apartamento en el edificio recién entregado por la constructora para habitar, a
pesar de que no funcionaba el ascensor y así estuvo durante el primer mes, pero
lo tomamos deportivamente.
Se me ocurrió la aventura de escalar el monte que estaba detrás del
edificio, quizás de 200 ó 300 metros de altura. Las pendientes era muy fuertes
y el terreno arenoso cubierto de cujíes, entonces yo me resbalaba hacia abajo
por mi mayor peso, en cambio Andrés y Priscila, mucho más livianos, lograban
escalar con más facilidad. Ellos me tuvieron que ayudar a subir y finalmente llegamos
hasta la meta que nos habíamos propuesto, unas inmensas letras de concreto que
decían “El Samán” a mitad de la altura del cerro. Allí nos tendimos a descansar
y contemplar el paisaje desde las alturas de nuestro monte Everest.
Quizás fue la primera vez que se invirtieron los papeles, yo no ayudaba
a los niños, sino ellos me ayudaban a mí. Por supuesto que llegamos al
apartamento hecho todo un desastre, con la ropa completamente sucia y llenos de
tierra, aunque muy afortunados que no tuviésemos garrapatas abundantes en esos
montes. Inés nos recibió con una sonrisa de león.
Pero la ciudad exige otros aprendizajes que no habían recibido Priscila
ni Andrés. La primera lección fuerte para Andrés fue aprender a subir y bajar
solo en ascensor, aventura a la cual no se atrevía y le provocaba un tremendo
temor. Lo obligué a que subiera en el piso 9 del edificio, previamente había
bajado Inés con Priscila para esperarlo en la Planta Baja, entonces bajó solo
por primera vez controlando a duras penas sus miedos.
Andrés sabía que tenía que aprender tales cosas, pues siempre estaba la
posibilidad de que hubiese alguna situación especial donde se viese obligado a
manipular solo el ascensor. De modo que se le explicó todas las posibilidades,
hasta que más adelante fue un asunto absolutamente normal.
Por supuesto que la vida en Ciudad Piar era muchísimo más sencilla para
Andrés. Allí no habían ascensores, ni calles transitadas, ni peligros en las
noches, sólo habían grandes extensiones de terreno donde se podía correr libremente
y una escuela con amplios patios para entretenerse en los recreos.
También se le tuvo que enseñar a tomar el autobús y movilizarse por la
ciudad. A pesar de su resistencia, le pedimos que subiera a un bus de
locomoción colectiva en una parada de la ciudad y se sentara hasta llegar a una
parada, en la avenida municipal, donde debía bajarse. Nosotros lo seguimos con
el carro, muy cerquita detrás del bus, mientras él nos miraba con enormes ojos
sin pestañear desde la ventana trasera del autobus sin despegar para nada su
mirada.
Es verdad que Andrés fue sobreprotegido, pero también estas anécdotas
me recuerdan las duras lecciones a que lo sometí para que superara sus temores,
quizás reflejo de mis propios miedos frente a la agresividad de la ciudad, muy
diferente a la especie de paraíso que era Ciudad Piar. Habíamos perdido el
Paraíso y debíamos adaptarnos a la agresividad de un nuevo mundo.
Esta sensación de peligro, la necesidad de que tuviesen capacidad para
su propia defensa, me llevó a inscribir a Priscila y Andrés en los cursos de
Tae Kwon Do en la Academia de Hong Ki Kim de Puerto La Cruz, que estaba al
final del paseo Colón. Asistían de muy buena gana, durante algunas tardes de la
semana, al entrenamiento de artes marciales con sus trajes completamente blanco
y el cinturón de aprendices también de color blanco.
En la noche los pasaba buscando, cuando venía de regreso de mi trabajo
en Pertigalete. Los niños, acompañados con Inés, me esperaban en la redoma de
La Cruz en el paseo Colón para irnos al hogar. A veces los encontraba muy
impacientes cuando me atrasaba debido a que se extendían mis reuniones en el
trabajo y no tenía manera de evadirme de mis jefes.
No pasó mucho tiempo sin que se me atravesara la idea de quedarme en
Puerto la Cruz, pues era vivir en el lugar donde mucha gente pasaba vacaciones
y donde siempre tendríamos la playa al alcance de la mano. Lo hablamos en
familia y vimos que la incertidumbre del regreso a Chile era muy grande,
posiblemente allá encontraría trabajo en lugares apartados de la ciudad y no
estábamos seguros de que nos acostumbraríamos a esa nueva situación.
Nos preocupaba el futuro de Priscila y Andrés, sabíamos el ambiente
altamente competitivo de las buenas Universidades en Chile, en tanto que en
Venezuela, con todas las limitaciones del sistema educativo, estaban en su
propio ambiente y podrían desenvolverse con más éxito, puesto que ellos
pertenecían más a la cultura e idiosincrasia de este país y posiblemente no
asimilarían la circunspección de los chilenos.
Una vez, sentado en una roca en la cima de El Morro, miré a Andrés y le
pregunté qué deseaba hacer en el futuro. El me contestó muy serio que deseaba
estudiar, me dijo que quería ser un profesional. Miré satisfecho hacia el
horizonte del mar y sentí la alegría que nace del optimismo y de las ganas de
luchar, me sentí orgulloso de las ambiciones de progreso de Andrés.
Fue una decisión de todos, Inés, Priscila y Andrés estuvieron de
acuerdo en que la mejor opción que teníamos era quedarnos a vivir en Puerto La
Cruz. Entonces tomamos la determinación de mudarnos a un apartamento más
céntrico de la ciudad y más amplio, nos cambiamos a la Avenida Bolívar de
Puerto La Cruz, al edificio Carracedo.
Inscribimos a Priscila y Andrés en el Colegio de Nuestra Señora de
Lourdes, en dónde Inés ingresó como maestra temporal de un curso del nivel
básico. El colegio estaba a una cuadra de donde vivíamos, de modo que los tres
salían y regresaban caminando juntos, siempre juntos como había sido toda la
vida, los tres juntos como las estrellas Tres Marías de la nebulosa de Orión.
A los pocos meses, en una reunión de profesores del colegio para
analizar el rendimiento de los estudiantes, Inés escuchó el comentario de una
maestra:
- El niño nuevo que acaba de ingresar tiene muy mala preparación, con
el rendimiento que tiene creo que va a repetir el curso – lo decía la maestra
de 4to año básico, mostrando preocupación por el peor alumno de su salón.
- ¿Quién es ese niño nuevo? – preguntó Inés
- El niño que viene del Estado Bolívar… Villanueva… - contestó
despreocupadamente la profesora, sin saber que Inés era su mamá.
Inés guardó silencio mientras se puso pálida, se le cerraron los ojos,
la garganta se le atragantó y el corazón le dio un vuelco. Ella ya había notado
que el nivel de exigencia de este colegio era muy superior al colegio de Ciudad
Piar, pero no sospechaba que Andrés tuviese problemas.
Inés aplicó entonces un programa intensivo de apoyo a Andrés, todas las
tardes Inés lo acompañaba para hacer tareas y le ayudó a nivelarse al curso
donde estaba. El esfuerzo fue extraordinario, pero valió la pena, aprobó
satisfactoriamente el curso y pasó a 5to año.
Pero las cosas no fueron tan simples, ya que en el curso siguiente tuvo
una maestra terrible, una típica maestra que descargaba sus frustraciones sobre
los pequeños muchachos a quienes trataba de manera déspota y humillante. No sé
si esta maestra tenía algún problema con Inés, pero a Andrés le decía en forma
despectiva “el hijito de la maestra”.
Esa imbécil destruyó la autoestima de Andrés, le quitó las ganas de ir
a la escuela, le tenía un miedo pavoroso a la maestra. Lo tuvimos que llevar a
un sicólogo quien lo trató durante algunos meses hasta recuperar su seguridad
en sí mismo, mediante un tratamiento de relajamiento e inducción para
sobreponerse a la adversidad.
El tratamiento lo favoreció bastante, puesto que recuperó su
estabilidad emocional, su rendimiento en los estudios mejoró
extraordinariamente, hasta el punto que recibió al finalizar su 5to año,
período 1991/1992, un certificado al mérito por su elevado rendimiento escolar.
También fue progresando en sus prácticas de Tae Kwon Do, recibió
después de 8 meses en la academia el cinturón amarillo, meses más adelante
obtuvo el cinturón verde y ya era un experto en lanzar la patada voladora.
Estas habilidades le hicieron sentir más seguro y se rodeo de un pequeño grupo
de amigos muy leales entre sí.
Por otra parte, progresaba muy bien su aprendizaje en el manejo del
computador personal. Teníamos un equipo XT, en aquella época un poderoso
procesador de datos, en el cual Andrés se entretenía con juegos digitales y
también desplegaba sus habilidades en el manejo de Word Star.
Con el computador preparaba sus trabajos para la escuela y también
diseñaba diferentes tipos de tarjetas y fichas, como el calendario de clases de
su curso, que luego imprimía para vendérselos a sus compañeros de clases.
A fines del año 1991 se le celebró su décimo cumpleaños en el
apartamento de Carracedo con un pequeño grupo de sus más cercanos amigos. Estuvo
Carlitos, Nelly, Juan Pablo y Juan La Forgia. Recibió entre sus regalos el
primer reloj de pulsera que de inmediato se puso y lo lucía orgullosamente.
En esos días preparamos el arbolito de Navidad, ritual que obligaba a
buscar adornos de diferentes tipos para colgarlos desde las ramas artificiales.
Lo más importante eran los juegos de lucecitas, en un largo cableado color
verde, que había que extender a todo su largo para revisar los pequeños
bombillos en forma de pequeña flor.
Priscila ya conocía el procedimiento que yo utilizaba, esto es, quitar
un bombillo que encendiera de una red que funcionara bien y comenzar a
sustituirlo por cada bombillo que se de deseaba probar, uno a uno. Si no
encendía la red era porque ya no servía el bombillo en prueba.
Priscila le propuso a Andrés, para simplificar la tarea, probar
directamente los pequeños bombillos en el enchufe de 110 voltios. Andrés,
siempre muy confiado en Priscila, inocentemente hizo la prueba y obviamente que
el bombillo explotó en sus manos y el chispazo eléctrico los hizo caer al suelo
de susto.
Quizás este accidente fue el condicionamiento que presagió, con muchos
años de anticipación, la inclinación de Andrés por la Ingeniería Eléctrica.
Claro, en ese momento no era nada sencillo entender los asuntos de voltaje y
amperaje, pero si era bastante impresionante recibir un corrientazo desde el
enchufe de la pared.
Mientras tanto el país seguía su marcha y, a pesar de los hechos del 27
y 28 de febrero de 1989, parecía que el paquete económico de Pérez comenzaba a
rendir sus frutos, el PIB había crecido significativamente, se desaceleraba el
ritmo de crecimiento de la inflación, y habían disminuido las tasas de
desempleo. Los inversionistas veían al país como una nación de bajo riesgo.
Parecía que lo más difícil del programa de gobierno ya había pasado,
representado por los sacrificios de vastos sectores de la población, en
particular los de menores ingresos. Las medidas habían sido muy duras, más aún
habida cuenta que la población ha estado acostumbrada a ser mimada por un
Estado paternalista que ofrece todo, aunque siempre es poco lo que cumple.
Cap 10.- Superando las
circunstancias.
El año 1992
amaneció con buenos augurios, pues el 16 de enero de 1992
se firmaron los Acuerdos de Paz de
Chapultepec entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN) en el Castillo de
Chapultepec, México, que pusieron fin
a doce años de guerra civil
en el país. El cumplimiento de los acuerdos quedó bajo la tutela de una misión
especial de Naciones Unidas.
Sin embargo, muy
poco tiempo después, el día martes 4 de febrero, Venezuela se vio
dramáticamente convulsionada con el de golpe militar, liderado por los teniente
coroneles Hugo Chávez Frías en Caracas, Francisco Arias Cárdenas en el Zulia,
Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta Hernández. Este grupo formaba parte de
una organización conocida como Movimiento
Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), con una ideología política
nacionalista y revolucionaria, que alegaba estar basada en el pensamiento de Simón Bolívar.
La movilización
militar se inició cuando el presidente Pérez regresaba del Foro Económico
Mundial de Davos. El asalto al palacio presidencial se inició a las 12
de la noche del aciago 4 de febrero, al mismo tiempo asaltaron la residencia
presidencial, La Casona, y hubo acciones militares en otras
importantes ciudades del país. Pérez se refugió en el Palacio de
Miraflores y luego escapó milagrosamente hacia la estación de
televisión privada Venevisión, desde
donde se dirigió al país en dos ocasiones para informar sobre la situación.
Cuando se estaban
movilizando las tropas, esa misma noche Inés viajaba en autobús con Priscila,
de Puerto La Cruz a Caracas, para hacer los trámites de inscripción de
postulación para la Universidad Metropolitana. Llegaron al terminal de buses al
amanecer y nadie quería llevarlas en taxi al centro de la ciudad, a las Torres
del Parque Central, donde estaban las oficinas de la Universidad, pues nadie
sabía realmente que estaba ocurriendo.
Finalmente
llegaron al Parque donde no había ninguna oficina ni comercio que atendiera, la
gente corría para alejarse del centro de la ciudad mientras se escuchaba el
tronar de los aviones militares F-16 en vuelo raso por la ciudad. Entonces se
fueron corriendo hacia La Candelaria, al apartamento de los padres de Mary
Camejo, para resguardarse mientras se desarrollaban los confusos
acontecimientos.
Se habían
sublevados comandos militares en Maracaibo, Caracas, Valencia y Maracay. En
Maracaibo Arias Cárdenas se había apoderado de la sede del gobierno regional y
tenía prisionero al Gobernador del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz. En Caracas,
Chávez había establecido su centro de operaciones en la sede del Museo
Histórico Militar, en La Planicie, mientras sus fuerzas militares tomaban a
sangre y fuego la estación estatal Venezolana de Televisión, otro grupo atacaba
a La Casona, donde se mantenía la familia del presidente, mientras otros
intentaban tomar el Palacio de Miraflores.
El gobierno logró
tomar el control de la situación y a mediodía Chávez decidió rendirse y fue
presentado ante las cámaras de televisión, donde dijo entre otras cosas: “lamentablemente,
por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados…". Fue el
inicio de su carrera política en el país, que en ese momento seguramente nadie
podía imaginar.
De acuerdo a
cifras oficiales del Ministerio de la Defensa,
hubo 14 muertos y 53 heridos. No obstante, estimaciones extraoficiales
ubican dicho saldo en 50 muertos y más de 100 heridos, entre civiles y
militares.
Al día siguiente
dejé a Andrés en casa de los Camejo y viajé muy preocupado en mi carro a
Caracas para traer de inmediato a Inés y Priscila, ya que no se sabía lo que
podía pasar debido a un ambiente de extrema inestabilidad que había en el país.
El mismo día regresamos por carretera hasta Puerto La Cruz.
Esos
acontecimientos deben haber provocado mucha ansiedad en Andrés, ya que no
estaba acostumbrado a quedarse solo y todo el mundo comentaba esta situación,
algunos a favor y otros en contra del golpe militar fallido. Pero todos
coincidían en que era necesario que el país se enrumbara hacia un estado de
verdadera justicia y bienestar.
Esta
incertidumbre en Andrés seguramente estaba agravada por el hecho de que
Priscila estaba planificando su ingreso a la Universidad en Caracas, lo que
significaba que se distanciaría de él. Supongo que no era nada sencillo que
asimilara esta idea, puesto que era muy unido a ella, siempre estuvieron juntos
y Priscila representaba un apoyo con el que siempre podía contar.
Priscila siempre
ha sido su hermana protectora que lo ha mimado, lo ha consentido en todo, fue
en la niñez y la adolescencia su compañera de juegos y aventuras. A su vez, el
cariño posesivo de Andrés siempre lo ha reflejado en su expresión: “mi Prisci”.
Efectivamente
Priscila se graduó de bachillerato en Julio de 1992 y aseguró su ingreso a la
carrera de Ingeniería de Sistemas en la Universidad Metropolitana para el
semestre siguiente. Estuvimos todos juntos en el acto de graduación de
Priscila, en el Hotel Melía de Puerto La Cruz, y después en la fiesta bailable
que se realizó en el Club Sirio, en la zona de Los Canales
No fue una
decisión sencilla autorizar a Priscila para que hiciera sus estudios
universitarios en Caracas, nos invadían muchos temores sobre su seguridad
personal y veíamos que era todavía muy joven, 16 años recién cumplidos, para
que manejara su libertad con la conciencia de los riesgos de la gran ciudad.
Sin embargo,
confiábamos en su madurez y buen juicio, además, se trataba de que ella
construyera su futuro y aprovechara las oportunidades que había logrado con su
propia capacidad. No podíamos resguardarla en una jaula de cristal inhibiendo
su progreso personal
De tal manera que
buscamos la opción que le diera la mayor seguridad y la menor intranquilidad
para nosotros. Entonces la dejamos en un apartamento en la zona de Macaracuay
con otras dos compañeras de bachillerato, la mamá de una de ellas era la
propietaria del inmueble y pasaba la mayor parte del tiempo acompañándolas.
Andrés sufrió
mucho la separación de Priscila, bajó las notas del colegio, y aunque amplio sus
espacios en el hogar, el vacío interior le producía el dolor del desgarramiento
del alma, la sensación de soledad invadía sus sentimientos, sólo aligerados por
los diarios contactos telefónicos con su hermana.
Sin embargo,
viajábamos todos los fines de semana para acompañarla y atender sus
necesidades. Los encuentros de Priscila y Andrés eran llenos de una emoción que
desbordaba el cariño de hermanos, pero las despedidas eran abrazos de
desconsuelo con lágrimas contenidas.
Nuestros viajes
se fueron distanciando una vez que vimos la estabilidad de Priscila y su buen
rendimiento en la Universidad, pero Andrés no dejaba de extrañarla. Un día,
cuando apenas había cumplido los 12 años de edad, dijo que quería viajar en
autobús para ver a Priscila.
Nos sorprendimos,
ya que Andrés no era una persona que asumiera fácilmente los riesgos para
afrontar experiencias desconocidas. Viajar en bus a Caracas era una aventura
demasiado atrevida para su edad y nos imaginábamos que le podrían ocurrir
demasiadas cosas malas, que le robaran, que se perdiera en la parada a mitad de
camino, que el bus se accidentara, etc.
Nos miramos
turbados con Inés y respondimos con silencio, los peligros eran demasiados. Sin
embargo, Andrés insistió:
- Quiero viajar a
Caracas para ver a mi Priscila – dijo con resuelta firmeza.
Recordé tantas
lecturas que había hecho sobre la libertad, “estamos condenados a ser libre”
había escrito Jean Paul Sartre, “la vida es libertad” dijo alguna vez Ortega y
Gasset. Me vinieron a la memoria mis lecturas del libro de Erich Fromm, “El
miedo a la libertad”, que describe el temor de tomar decisiones libres.
Apenas parecía un
capricho, se podía entender solamente como un pequeño antojo de Andrés, pero lo
entendí con mucha claridad, era un inmenso salto en la madurez y el desarrollo
de su propia individualidad. Él sentía que era capaz de tomar una decisión por
sí mismo y enfrentar en su intimidad los peligros que involucraban tan
arriesgada aventura.
Andrés había
arrancado de cuajo la sobreprotección de Inés, tenía la suficiente fortaleza
para buscar lo que ansiaba en lo más íntimo de su ser. No había perdido sus
temores, ni tenía la audacia de la inconsciencia, sino que tenía la seguridad
de controlar sus miedos y estaba dispuesto a caminar por senderos que el mismo
elegía para superar sus propias circunstancias.
Libertad es
decidir, es elegir. Andrés se habría paso a la libertad, sabía lo que quería y
se disponía a lograr lo que eran sus deseos, encontrarse con su hermana. Ya no
había que obligarlo a subirse sólo a un ascensor, ni había que obligarlo a
tomar un bus local de la ciudad.
Se subió solo al
autobús y se sentó al lado de la ventana. Con su carita asustada y sus grandes
ojos nos miraba haciendo señas de despedida con su mano, mientras en Caracas lo
esperaba Priscila.
- Inés, me siento
muy orgulloso de Andrés - alcancé a
decir mientras apretaba la mano de Inés que angustiada hacía señas de despedida
a Andrés y las lágrimas se deslizaban por su rostro.
A lo lejos, desde
un nido alojado en lo alto de una palmera un pajarillo se iniciaba en la
aventura de volar por primera vez, levantó vuelo por los amplios espacios del
límpido cielo azul… el bus partió con destino a Caracas.
FIN
Es un relato digno de un guión para una película, que buen paseo por la historia de mi país y que manera de describir lo cotidiano tan enriquecedora... Que gran regalo! Sr. Alex toda mi admiración y respeto!! No es cuestión de suerte los hijos que tienen!!��
ResponderEliminarGracias, Joselyn. Eres muy generosa en tus comentarios... no ha sido sencillo para mis hijos enderezar los genes que heredaron. Saludos.
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