domingo, 4 de septiembre de 2011

El nuevo hobby de Andrés


Fotografías realizadas con un equipo Nikon, modelo D3100, por mi hijo Andrés con motivo del nuevo hobby que practica con pasión y mediante la cual expresa su propia alma sensible para capturar los misterios de la belleza de la naturaleza. Es el impulso de su espíritu explorador para indagar en las luces y sombras, los grises y colores, las formas y difuminaciones de las cosas que resplandecen un instante para luego perderse en su fugacidad.




Rosa roja, Agosto de 2011. Por Andrés Villanueva


.

El tiempo, Agosto de 2011. Por Andrés Villanueva


.Azules, Agosto de 2011. Por Andrés Villanueva
.


Mi primer Micro-procesador, Agosto de 2011. Por Andrés Villanueva

.


Caracas de noche, Agosto de 2011. Por Andrés Villanueva
.

viernes, 12 de agosto de 2011

CHISMEANDO CON MIS ANTEPASADOS



¿Cómo será ese asunto de los antepasados? Realmente cuando niño, aquello no era motivo particular de preocupación para mí, pues era suficiente tener padres y yo tenía ambos.

Además tenía hermanos: José, Cecilia y Jorge; quienes junto con mi mamá, Hilda, y mi papá, José, éramos una familia muy unida y bastante cerrada. También me daba cuenta que existían tías y primas, algunas cercanas, como la tía Juana y sus hijos; y los hijos de tía Cristina. Esta última no alcancé a conocer, pues creo que falleció antes de que yo naciera.

Más alejada estaba tía Chelita, también con muchos hijos, ellos era los mayores de mis primos: Alirio, Alicia, Teresa, Raúl y Rubén. También conocí a mi tío Lucho, hermano menor de mamá, quien tenía un hijito, con su esposa Teresa, a quien le decía Luchín. Todo aquello eras un mundo muy sencillo y no me preocupaba mucho, pues yo era un niño bueno.


Mi familia en realidad era mayor, pues incluía a Alfonso, un misterioso personaje que a veces aparecía de visita por casa. Más tarde descubrí que era un hermano por parte de papá, era hijo del primer matrimonio de papá y fue criado por una tía, una vez que quedó huérfano de su mamá. Decían que la costumbre era que el viudo se casara con la hermana de la difunta, sin embargo, deduzco que papá prefirió a mamá.

Papá estaba muy orgulloso de esta foto, la mando a enmarcar en un bello cuadro barroco que colgó en la pared principal de la sala de estar. Esta foto era casi un altar.

Como papá era más pequeño que mamá, dicen que él estaba parado en un montículo para verse más alto en la fotografía. A mí siempre me impresionó el inmenso ramo de flores, ¿rosas?, que adornan por detrás. Flores blancas, novia de blanco, una larga cola de seda, todo anuncia la felicidad. Ese traje de novia siempre lo ha guardado mamá.

¿Qué año fue el casamiento? tal vez el año 1.946. Supongo que se casaron en Coquimbo, donde ambos vivían, para luego irse a una luna de miel, en barco, hasta el sur de Chile. Pasearon por los canales y lagos de Chiloé.

En Coquimbo vivieron en una casa de la calle Diego Portales, cerca del centro de la ciudad. después se fueron a vivir a Antofagasta, al norte de Chile, donde papá fue comerciante al por mayor, vinculado al puerto y los barcos que llegaban allí.



Mis padres parecían artistas de cine. Todo el pelo que le faltaba a papá lo tenía mamá. A ella la asocio con Greta Garbo, por su aire misterioso y seductor, y a él lo asocio con el cantante Carlos Gardel, pues siempre le gustaba tararear los tangos que en aquella época fueron un delirio de la juventud y usaba mucha gomina, como debía ser. Como ven, papá siempre intentando verse más grande que mamá.

Su padre contrató a su mamá para los trabajos del hogar, los cuales incluyeron otro trabajito de donde nació mi papá. El viejo abuelo al comienzo no lo aceptó, pero más tarde, en la avanzada juventud de papá, le dio como regalo el reconocimiento de su paternidad. Los hermanos de papá, por parte de madre, eran mayores que él: Blanca, Amanda y Pedro, todos de apellido Campusano.


Esta fotografía llenaba de orgullo a papá, en la pared vecina del cuadro de su matrimonio con mamá estaba otro cuadro barroco con esta foto.

Su mamá fue una mujer humilde y muy trabajadora, lavaba y planchaba para poder subsistir. No era como ahora, con lavadoras automáticas y planchas al vapor, sino era con planchas de carbón y lavado de la ropa en grandes ollas que se hacían hervir al fuego con leña.

Además, papá guardaba un grato recuerdo de su hermana materna mayor, tía Amanda, quien de pequeño también lo cuidó.

Cuando agonizó estuvo un día balbuceando “mam... mam... “. Esperaba a tía Amanda, y cuando ella llegó y entró a la habitación, él despertó, la miró, suspiró profundo y luego murió.

Durante un año lo visité al cementerio, cada domingo le llevaba un pequeño ramo de flores y frente a su tumba me sentaba a reflexionar. Sentía mucho temor ahora que no estaba papá, pero le juré que haría el mayor esfuerzo para surgir y nunca olvidaría la familia… lo juré.

Es curioso que, en una época cuando la gente se casaba entre los 15 y 20 años de edad, mamá se haya casado después de los 30 años… quizás 33 años de edad. Ella era muy hermosa, aunque la observo entre sus hermanas como las más pretenciosa y muy cuidadosa en su forma de vestir, con un aire de mujer muy distinguida.

Quizás, como era la hermana menor, siempre tuvo la protección de las mayores, supongo que tenía más referencias para una mayor aspiración. De hecho, cuando niña tenía a tía Juana como mamá sustituta, en tanto que tío Lucho, el hermano menor, le correspondía como mamá a tía Chelita.

Su mayor sentido de superación hizo de nosotros, sus hijos, personas que forjamos un fuerte espíritu de motivación al logro y al progreso.


Mi mamá nació pobre, en la ciudad de La Serena, en una casa cerca del río Elqui, criada por su abuelita entre medio de gallinas, porque apenas niña muy pequeña murió su mamá.

Su nombre completo es Hilda del Carmen Hortensia Araya Huidobro y nació un día 1º de Agosto de 1.911. ¡Caramba, que indiscreción! Así se le puede calcular su edad que nunca le gustaba mencionar, pues cada vez que me inscribía en la Escuela Primaria contestaba con una edad inferior, porque no se acordaba lo que había dicho el año anterior.

Cuando mamá se casó se fue a Antofagasta con papá, donde el éxito y el lujo le acompañaron, para tener una vida en la alta sociedad. Papá tenía una camioneta para transportar las mercaderías que comerciaba y mamá tenía un auto Ford, último modelo, en el cual Pepe disfrutaba paseos por la ciudad que llaman la Perla del Mar.

En aquella época era muy osado mostrar los tobillos, por eso se usaban cortos calcetines para cubrirlos, pero mamá tenía bellas piernas que lucía con una disimulada provocación.

Tanto éxito embriagó a papá, pues entre licor, amigos y juegos de azar, toda su fortuna perdió. Decidieron regresar a Coquimbo, acompañados de un bebé por nacer, ese era yo. Al menos fui gestado en la riqueza, aunque después nací en la mayor crisis familiar de pobreza.


La abuelita de mamá tuvo un enorme coraje para criar a todos los hermanos. Eran seis, de mayor a menor: Juvenal, Chela, Juana, Cristina, Hilda y Luis.

Quien más me impresiona es tío Juvenal, a quien no conocí, pues murió en su juventud. Mamá decía que sólo a ella la dejaba presenciar sus prácticas de violín, que escuchaba con éxtasis y admiración.

El estudiaba para educador, pero la mala fortuna quiso que no terminara así. Supongo que las esperanzas de progresar se vieron truncadas en la familia con la muerte de tío Juvenal. El era el mayor, pero no alcanzó a culminar su formación profesional y mamá guardó para en su recuerdo las hermosas melodías, lánguidas y sutiles, de su violín.

Cuando murió tía Juana, mamá heredó el libro de la autobiografía de tío Juvenal. Un día lo leí con la emoción de la impertinencia de entrar en el alma de otra persona, las últimas páginas desentrañaban el misterio de su enfermedad, conoció una prostituta en Coquimbo, quien lo infectó de sífilis. En aquella época no estaba difundido el medicamento para ese mal, sólo usaban baños de las partes más íntimas con jugo de limón… hagan la prueba, tiene un sabor especial.


¿Qué misterio envuelve la historia de la mamá de mi mamá? ¿Por qué murió algo después de nacer mamá? Apenas conozco ésta solo fotografía de ella, no sé nada más.

Cubierta su cabeza con un paño y un distinguido abrigo de piel, se aprecia que fue una mujer muy hermosa. Pero tiene un rostro duro y una mirada fría que intimida.

Me hubiera gustado conocerla, ya que haberme criado sin abuelas da una formación incompleta sobre la visión de la vida.

Ella era de apellido Huidobro, según mamá, apellido que tenía mucho pedigrí, aunque ella aclaraba que existía una rama de Huidobros ricos y otra rama de los pobres. No eran necesarias más explicaciones para suponer que descendemos de la rama de los pobres.


He aquí la abuela materna de mamá, con su mejor peinado, vestida con un traje de gala, tiene un pequeño crucifijo al cuello y un largo collar. Sombrereras de generala y colgando de la mano una cartera de mujer.

Ella tiene la mirada triste y un rictus en la boca que denota desesperanza y resignación. ¿Por qué? Tiene un anillo en el dedo anular de la mano izquierda, señal de que estaba casada.

Esta foto es alrededor del año 1.900, quizás en esa época sus hijos ya eran adolescentes, tuvo varios además de tía Luisa y la mama de mi mamá, el olvido se llevó sus nombres.

Ella está parada frente a un inmenso cuadro de un paisaje primaveral, con una cerca y muchas flores. Ese cuadro llega hasta el mismo piso de la sala, donde se observa una silla con cojín y un pilar, en que ella apoya su mano, con un símbolo que quizás sea el antiguo escudo de La Serena.


Este antepasado de rasgos nobles es el abuelo materno de mamá, o sea, es un propio Huidobro, de amplia frente y rasgos europeos, pelo de color castaño a rubio, y mirada escrutadora. Muy probablemente en su sangre fluía el origen español.

Lucía un rostro de autoridad, reafirmado por su estilo de parada que proyectaba el mando sobre los demás. Usaba bigotes bien poblados, un reloj de cadenas y un corbatín sobre una camisa con cuello levantado.

El viejo murió, sin que lo alcanzara a conocer mamá, pero le dejó un apellido para que ella se ufanara del distinguido origen de antepasados que de la península ibérica habrían llegado al país.

Que importa que yo no provenga de la rama de los Huidobros con riqueza material, para mí ha sido suficiente heredar la riqueza espiritual… y algunos genes que por allí deben estar.


Esta fotografía es la más espectacular por su valor histórico. Con su mejor estilo victoriano, adornada con pieles de visón sobre un traje en extremo puritano, envuelta su cabeza con un pañuelo, casi rindiendo culto al Islam, es mi tatarabuela.

Ella es la mamá de la abuelita que crió a mi mamá. Se parece mucho a la mamá de mi mamá, tan sólo con unos años más.

Claro, aquella época era muy diferente, me refiero a mediados del siglo XIX, puesto que era muy pecaminoso mostrar las curvas del cuerpo. Incluso las relaciones íntimas de una pareja no eran para el placer, sino sencillamente para procrear, así lo establecían las buenas costumbres y la misma religión.

En correspondencia con tan rigurosas normas estaba establecido que las sábanas de la cama tenían un orificio del tamaño necesario para cumplir tal función de procreación, nada se podía tocar.

Realmente me cuesta entender cómo con tanta ropa de vestir y cubierta de pieles, más las sábanas con un solo huequito, pudo haber tanta descendencia que inclusive me trajo a mí.











“… y aquellos polvos trajeron estos lodos”. Nos guste o nos disguste, de aquellas raíces proviene mi naturaleza y la de mi descendencia, raíces que se pierden en un pasado desconocido y lleno de interrogantes que ya nadie puede responder, es un pasado donde se produjo el encuentro entre una población aborigen, que llevaba una apacible vida en los valles de los ríos cordilleranos y también a la orilla del mar, y un grupo de aventureros que vinieron de otro continente a conquistar la riqueza del nuevo mundo. Ese encuentro fue lleno de curiosidad, otras veces fue violento y apasionado… aquellas tempestades trajeron estos barros.




.

martes, 14 de junio de 2011

lunes, 13 de junio de 2011

Androico y Fanfán




No hace mucho tiempo que me casé, ya se me había hecho insoportable la soltería. Me enamoré locamente de Fanfán, aunque en un principio me costaba reconocerlo, me dí cuenta que sin ella me muero, pero también debo admitir que con ella me es difícil vivir. No es sencilla mi elección, estar con ella para no vivir o estar sin ella para morir.

Pobre Fanfán, cree que el mundo debe seguir un orden. A veces siento un poco de lástima que ella no entienda la naturaleza de las cosas y se esclavice con un constante esfuerzo inútil que pretende doblegar las fuerzas del caos. Bueno, es su problema, me digo, quizás así se siente feliz, pero no soporto que pretenda arrastrarme a su esquema rígido de reglas y normas que encadenarían mi espíritu rebelde, sólo para dar una apariencia artificial ante los demás y que no corresponde con la espontaneidad del devenir de la vida.

A veces la presión es excesiva para intentar hacerme cambiar, como si yo fuese una simple plastilina que se puede moldear de cualquier forma. Quizás sea verdad lo que dicen, en el sentido de que cuando un hombre se enamora de una mujer le surge la pretensión de que ella no cambie nunca, que se mantenga siempre lozana y plena de juventud, en cambio la mujer se enamora de un hombre con la pretensión de cambiarlo para asemejarlo al modelo idealizado de su imaginación, a su príncipe azul. Pues no, me rebelo definitivamente contra tales pretensiones, no soy y no seré nunca un príncipe azul.

Una vez no resistí la presión interna que se me acumuló y estallé en gritos que intentaban imponer mi criterio. Mientras más Fanfán se oponía a mi afán de dominio, mayores fueron mis gritos. Así es como recuerdo el despotismo de papá, quién imponía su autoridad con un rugido de león y luego se hacía lo que él decía, sin ninguna discusión. Siempre nos decía mamá: Compórtense bien que pronto va a llegar papá. Esta vez aquel modelo no funcionó, al escuchar mis gritos la vecina salió a los pasillos con un crucifijo para espantar al espíritu de Satanás y suplicar con sus rezos la protección de la Virgen María. Fanfán con su dulzura de siempre y con lágrimas en sus ojos de lánguida mirada simplemente me dijo: ¡Vete!

Me mandaron para el carajo y no podía entenderlo. ¿Por qué mi mamá nunca mandó para el carajo a mi papá? ¿O no estoy enterado? Me volví loco. Fanfán con su ternura me hacía entender que yo no calzaba en el orden de lo que era nuestro frágil hogar, donde cada cosa tenía su lugar.

Pero papá gritaba y todo cuadraba, entonces así me parecía que era el mundo: murmullos, voces, chillidos y gritos, muchos gritos. Sí, es verdad, así es el mundo, pero quizás no necesariamente debamos vivir entre gritos ¿Entonces el modelo de papá no es correcto? ¿O sea, mi papá es el culpable? Lo sospechaba, desde hace tiempo que lo sospechaba.

En ese momento entendí que necesitaba que alguien me ayudara y no podía ser papá, el simplemente me daría un grito. Debía encontrar alguien que conociese de conductas humanas y, claro, entendiera que el culpable de todo es mi papá. Qué mejor que un psicoanalista, ellos tienen clarísimo que el culpable de todos los rollos mentales proviene de los conflictos con los padres durante la niñez.

A Sigmundo, mi sicólogo, le conté toda mi vida, bueno en realidad le hablé de cómo yo percibí mi vida, porque ya veo que mis padres la ven de otra manera. Para ser más preciso, le hablé de cómo recuerdo que yo he percibido mi vida. Le conté a mi sicólogo que una vez mi hermana mayor, Proserpina, me sacó a pasear con sus amigas en mi coche de bebé cuando apenas tenía algunos meses de edad, no estoy seguro si así lo recuerdo o me lo contaron, pero tengo en mis sueños la imagen de un inmenso perro, mucho más grande que el cochecito cuna, que me olió por todas partes y después me lengüeteó toda la cara. El susto me paralizaba y no atinaba a gritar, mientras Proserpina jugaba despreocupadamente con sus amigas.

Sigmundo me escuchó, como dicen los sicólogos, con una atención parejamente flotante. Sólo decía a instantes: Ajá, Sigue, ¿Qué más…? Seguramente eso no tiene ninguna importancia, atiné decir. No, no, es muy significativo lo que me cuentas, dijo Sigmundo con un tono profesoral que me pareció de entusiasmo, el perro es precisamente el símbolo que representa a tu papá. Pensándolo bien, me dije, parece razonable la interpretación del sicólogo, es verdad que a mi papá le he tenido cierto temor y muchas veces lo veo como un perro rabioso.

Ese es el complejo de castración, continuó explicando Sigmundo con voz profunda, que expresa el temor de que el perro, tu padre en este caso, te muerda el pene y te lo arranque de una sola dentellada, en castigo por tus deseos incestuosas que resultan de tus impulsos sexuales inconscientes. El sentido de hostilidad hacia tu padre para ocupar tú el puesto de preferencia al lado de tu mamá, seguía explicando, te provoca un profundo sentido de culpabilidad que se traduce en el temor instintivo a la castración.

Androico, me dijo el sicólogo, el complejo de Edipo es un fenómeno absolutamente normal que es superado en el desarrollo de la vida, es inhibido y luego sublimado, aunque el perro de tu papá, perdón, quiero decir tu papá, tiene por cierto una agresividad que vamos progresivamente a investigar entre ambos.

Mientras tanto, me aconsejó Sigmundo, intentaremos que resuelvas el problema de los sueños que tienes como verdaderas pesadillas, harás unas prácticas muy sencillas, escúchame bien, cuando estés con una mujer en la intimidad, sea tu esposa, una amante o alguna aventurera cualquiera, antes de la relación sexual y durante los juegos preparatorios le pides que a tu oído te haga: Ggrrrrr, guau, guau… y luego te dé unos lengüetazos por toda la cara.

Realmente confío mucho en Sigmundo, aunque a veces me parece algo exagerado en sus recomendaciones. Entiendo que en la teoría de Freud constituye un aspecto fundamental el complejo de Edipo, sin embargo ese tratamiento lo tomé con alguna desconfianza, pero aún así se lo conté a Fanfán un día que estábamos comiendo alfajores, dulces de leche argentinos, y ella se entusiasmó tanto que se puso a dar gruñidos y ladridos de perro con pequeños saltitos sobre mí, incluso hacía unos aullidos de lobo que me produjo cierto temor que se estuviese volviendo loca, o quizás siempre ha estado loca y no me había dado cuenta. Lo peor fue que después de varias lenguaradas por mi cara se me comenzaron a pegar las moscas y estuve todo el rato espantándolas de mi rostro y perdí todo entusiasmo libidinoso. Fanfán se enojó mucho y estuvo varios días sin hablarme.

Recuerdo haber leído que Erich Fromm decía que el origen del odio y rivalidad con el padre estarían determinados por la rebelión contra la autoridad paterna y las estructuras sociales patriarcales que representa. Por supuesto que mi papá piensa diferente, él dice que fui sobreprotegido por mi mamá que no hizo como la mamá-pájara que cuando le salen plumas a su pajarillo simplemente lo empuja del nido para que vuele, si no aletea se cae desde las alturas sin posibilidades de sobrevivir.

Me educaron así, no tengo culpa de nada. Soy el resultado de mi herencia genética, lo que Freud llama el “Ello”, la parte más importante del inconciente que constituye el motor del comportamiento, y también soy resultado de mi “Super-yo”, o sea, la parte que forma mi conciencia moral como consecuencia de la educación familiar y de la influencia de mi entorno cultural. Luego, mi “yo” es apenas un pequeño administrador de mi conciencia ante la realidad y que media entre el “Ello” y el “Super-yo”.

Está clarísimo, soy producto del pasado y sus raíces condicionan mi futuro. Es como una piedra que sostenga en la mano, si la suelto sé con absoluta certeza que caerá al suelo. Así también es la vida, tiene una trayectoria predeterminada, es la ley de la gravedad. Claro, la vida es un fenómeno más complejo, quizás tenga demasiadas condiciones y variables para poder predecir su trayectoria, lo cual significa que simplemente no estamos en conocimiento para hacer tales predicciones, pero no descarta el determinismo de la vida.

Los seres humanos actuamos mediante procesos mentales que no son más que procesos electro-físico químicos del sistema neurológico, que atienden también a leyes específicas que siguen el principio de causalidad, no dependen del azar, es decir, nunca la piedra va a caer para arriba, ni para un lado.

Entonces, mis faltas, en realidad ya no serían faltas, me refiero a mis conductas, serían consecuencia básicamente de la educación que recibí de mis padres y, sobre todo, del excesivo ejercicio de autoridad de mi padre.

Sí, la culpa principal viene de la excesiva autoridad de papá. En mis recuerdos, lo tengo como si estuviese grabado con fuego, está el día cuando en la playa, según él me cuenta, intentaba enseñarme a nadar, cuando apenas yo era un niño pequeño. Me hundía bajo el agua y después me levantaba para dejarme en brazos de mi mamá a quién me aferraba con fuerza.

Quizás has suavizado tus recuerdos de tales experiencias, me dijo Sigmundo, debes intentar recordar la realidad de aquellos sucesos, debes estar seguro si tu mamá verdaderamente te protegía. Sí, sí, ella me protegía, le contesté a mi sicólogo, la culpa es de mi papá, él me hundía con fuerza bajo el agua y después de largo rato yo lograba emerger desesperado a la superficie, impulsado por el instinto de supervivencia.

No tienes que ser condescendiente con tu papá, insistió Sigmundo. Es verdad, le contesté a mi sicólogo, horrorizado en ese mismo instante por la comprensión de mis recuerdos, creo que no estaba enseñándome a nadar, nunca me dijo que flotara ni que moviera los brazos, sino que el estaba intentando ahogarme y disimulaba que jugaba conmigo. Lo entendí, casi le grité a Sigmundo, ¡el maldito me estaba ahogando!

Sigue, sigue, me incitaba el sicólogo. Un día me vengaré, continúe diciendo mientras me revolcaba en el diván del consultorio, lo haré picadillo y después lo voy a ahogar lentamente. Sigue, sigue. Sí, sí, lo voy a ahogar en la poceta del baño cuando esté llena de mierda. Sigue, sigue, decía Sigmundo algo exaltado. Le meteré toda la cabeza en la poceta y le preguntaré: ¿Quieres aprender a nadar, ah?

Después de un largo rato que nos quedamos en silencio, me preguntó Sigmundo: ¿Te sientes bien? Sí, contesté, es cómo si me hubiese sacado un inmenso peso de encima, respondí, ¿mañana podemos repetir otra vez esta sesión?

Definitivamente la raíz de todos mis problemas proviene de la culpa de mi papá, ahora lo tengo muy claro, lo he comprendido en toda su plenitud. Aunque ahora me surge la sospecha de que el comportamiento de mis padres es resultado de la educación que recibieron de los suyos, quienes a su vez heredaron el modelo de sus propios padres, y así sucesivamente, de modo que en última instancia los culpables son Caín y Abel. Adán no, porque ha sido el único que no debe haber tenido complejo de Edipo. O en términos evolucionistas, los culpables vienen del homo australopitecus cuando vagaba por las selvas africanas hace cientos de miles de años atrás.

Que extraño, no lo había pensado así, aunque no me gusta esta línea de pensamiento, pues a mi papá no lo puedo librar de su culpabilidad, él hizo todo lo que ocurrió porque le dio la gana, hasta una cachetada en el rostro una vez me dio. Bueno, ¿entonces yo también podría hacer lo que me dé la gana? A ver, esto no está nada de claro. Si yo puedo hacer lo que me venga en gana significa que me puedo librar de la influencia de mi entorno cultural, o sea, yo podría hacerme musulmán, o budista, o agnóstico, en contraposición a la fe cristiana del mundo occidental donde estoy insertado. Quizás sí ¿Realmente puedo hacer lo que me dé la gana?

Si se me presentan varias alternativas frente a determinada situación, es mi decisión elegir el camino que yo quiera, puedo irme por la derecha, o puedo tomar por la izquierda, o quizás por el centro, lo que sea, es decir, lo que a mí me dé la gana decidir y asumir las consecuencias de mi elección. Aunque, quizás realmente lo que parece mi decisión sea resultado de una eventual activación de un circuito sináptico entre algunas de las 100.000 millones de neuronas de mi cerebro, que se desencadena por influencia de los rayos cósmicos de cierto instante y que provocan la liberación de algunos neurotransmisores que promueven determinada decisión. O sea, no es propiamente mi decisión, sino la de los rayos cósmicos.

Entonces la libertad es sólo una ilusión, de igual modo como los colores de la realidad son sólo una alucinación del cerebro. Si tuviésemos ojos de mosca las cosas serían imágenes en forma de mosaicos como los vitrales geométricos, entonces podría decir poéticamente: Fanfán, adoro tus grandes ojos sin párpados, ojos que nunca duermen y no se cansan de mirarme.

¿Entonces no hay libertad? ¿No hay libre albedrío? Todo es una ilusión. No lo sé, todo es muy confuso, ya no sé qué pensar. Sin embargo, intuyo que no es importante saberlo, ya que lo esencial es mi conciencia de la realidad que me produce la sensación de que sí tengo el control sobre mí mismo, la sensación de libertad, la sensación de comprensión de mi entorno y que supuestamente puedo ejercer mi voluntad, independientemente de que sea verdad o no.

Lo importante es actuar conforme a la conciencia y con el sentimiento de libertad. Como diría Sartre, estamos condenados a ser libres, pero no porque tengamos la certeza de que así es nuestra naturaleza, tal vez lo seamos o quizás no, sino porque es la única manera de vivir. Es nuestra naturaleza sentir profundamente la convicción de que la piedra la podemos hacer caer para cualquier lado, sentir que somos dueños del destino, qué importa que no sea verdad.

Fanfán, quiero que me gruñas y me des ladridos al oído. Haremos lo que nos dé la gana y viviremos con el sentido de la libertad en un mundo lleno de colores. ¡Qué importa si existen o no! Nosotros sentiremos la libertad y los colores del mundo en lo profundo de nuestra alma, lo que importa es lo que sentimos y lo que queremos.

¡Qué curioso! Si podemos elegir esta decisión, entonces somos realmente libres, caso contrario, ni siquiera podríamos plantearla como una opción a elegir. ¡Vaya, qué curioso! Sí, somos libres. Me sorprendí de mi propia reflexión, mientras miraba a lo lejos como se alejaba caminando papá con un andar lento y cansino. Me dejé llevar por el impulso que me hizo levantar la mano en señal de saludo y a lo lejos le sonreí.



NOTA: Cualquier semejanza con alguna persona o hecho de la realidad es una simple casualidad. Esta historia es sólo un invento de las neuronas del autor que en extraña sinapsis le dictaron al computador con impulsos de serotonina y dopamina.

sábado, 30 de abril de 2011

CUENTO DEL PESCADOR

.
Cada vez que escucho a Chávez en sus interminables cadenas de radio y televisión criticar al imperialismo norteamericano y el sistema capitalista mundial con sus salvajes valores del consumismo materialista que le son propio, como la insaciable ansiedad por el dinero y el sentido de la acumulación de riqueza, me recuerdo el “cuento del pescador”, cuyo mensaje es la búsqueda de la felicidad.

Chávez, el de Venezuela, lo grita a los cuatro vientos, ser rico es malo, aunque claro, como él es el líder está junto con su familia exento de esta regla de oro del socialismo del siglo XXI y disfrutan a su antojo las mieles del poder.

El cuento del pescador, para quienes no lo conocen, dice:

Érase una vez un hombre rico y emprendedor que se horrorizó cuando vio a un pescador tranquilamente recostado junto a su bote, contemplando el mar y fumando apaciblemente su pipa, después de haber vendido el pescado.
– ¿Por qué no has salido a pescar? – le preguntó el hombre emprendedor.
– Porque ya he pescado bastante por hoy – respondió el apacible pescador.
– ¿Por qué no pescas más de lo que necesitas? – insistió el industrial.
– ¿Y qué haría con ello? – preguntó a su vez el pescador.
– Ganarías más dinero – fue la respuesta – y podrías poner un motor nuevo y más potente a tu bote. Podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon con las que sacarías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos botes… y después hasta una verdadera flota. Entonces serías rico y poderoso como yo.
– ¿Y que haría entonces? –preguntó de nuevo el pescador.
– Podrías sentarte y disfrutar de la vida – respondió el hombre.
– ¿Y qué cree que estoy haciendo en este preciso momento? – respondió sonriendo el apacible pescador.

Aquí termina el cuento. Por supuesto que provoca dar un emocionado suspiro y decir con el corazón en la mano: ¡Qué profundo el cuento, el pescador ya tiene la felicidad!

Sin embargo, quiero contar, un día que estaba paseando por una hermosa playa, donde disfrutaba mis vacaciones de verano, me encontré con un pobre hombre harapiento y descalzo que me pidió algo de comer, entonces le dí un pedazo de pan y él me miró con agradecimiento y dijo:

– ¿Sabe? Yo era un pescador muy feliz – hablaba con la mirada perdida en el horizonte del mar y una profunda tristeza.

– Ah, ¿sí? – murmuré

– Sí, pero un día vino una tormenta y se llevó el único bote que tenía, y como irresponsablemente no había ahorrado nada me hundí en la miseria, mi hija se hizo prostituta y mis dos hijos son delincuentes drogadictos, mi mujer me abandonó y se fue a vivir con otro hombre.

– ¿Y qué desea ahora? – atiné a preguntar

– Buscar al hijo e´su madre que dijo que ser rico es malo…

Claro que sí, ciertamente la riqueza no es ninguna garantía de felicidad. La felicidad no es el resultado de lo que tenemos, sino de lo que somos, es un sentimiento de plenitud que nace de lo más profundo del alma y nos llena de vitalidad por lo que hacemos.

Así somos los venezolanos, radiantes de felicidad, de modo que a cualquier lugar donde vamos vemos sonrisas de satisfacción, las vemos en las colas de las oficinas públicas, en los cruces de semáforos, cuando pagamos las compras del supermercado, cuando tenemos los apagones de la luz, cuando nos cortan el agua potable, en los repletos vagones del metro sin aire acondicionado, en los huecos de las carreteras y autopistas, y hasta en los delincuentes cuando nos asaltan cada vez con mayor frecuencia.

Somos tan felices, lo dice la encuesta Gallup que situó este año a Venezuela en el cuarto lugar de bienestar, junto con Finlandia. Vaya, todos somos como el pescador que holgazanea a la orilla del mar junto a su bote esperando que los pescados salten a su interior.

Ahora entiendo por qué Sigmund Freud expresó que “existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra es serlo”. Entonces, ¿tú eres feliz?.

lunes, 24 de enero de 2011

Como escribir una poesía


Un día me dije: “Quiero ser poeta y escribiré poesías”. Bueno, no fue nada sencillo iniciarme en las lides de la lírica, ya que la inspiración no es cosa que se invoque y llegue de inmediato. De hecho, muchas veces me reventaba la cabeza para lograr un verso que expresara con fuerza mis sentimientos, que conmoviera lo más profundo del alma, y hacía pruebas expresivas como: “hojas de otoño es mi lánguida vida”, “camino triste sobre piedras del desierto”, “me clavo el corazón con tus espinas”, etc.

Por supuesto que es bastante complicado organizar después los versos en estrofas que tengan rima, consonante o asonante, que tengan una determinada métrica y teniendo cuidado en considerar las sinalefas, diéresis y sinéresis. ¡Vaya, me había imaginado este asunto muy sencillo!

Sin embargo, después de mucho cavilar logré desarrollar un método para versificar sin demasiadas complicaciones, en realidad es un procedimiento bastante sencillo para aquellos que no son profesionales de la poética, aunque para estos también les puede ser útil, y sus resultados son increíblemente buenos. Este método lo quiero compartir contigo, mi apreciado amigo.

El primer paso es que tengas una idea sobre lo que quieres expresar, una idea que contenga un sentimiento, una sensación, una emoción o una reflexión, que sea el resultado de una experiencia patética que te haya dejado, o te imagines que dejará, profundas huellas en tu alma. Por ejemplo: “Mi novia me abandonó a pesar del inmenso amor que siento por ella”.

Una vez que has dado el primer paso ya has comenzado a caminar, un empujoncito y estarás corriendo. Ahora el segundo paso es que escribas libremente la idea, sin forzar ninguna expresión, sin preocuparte que las oraciones no tengan demasiado aire poético. Por ejemplo, de mi idea inicial se me ocurrió escribir:

Esta noche me siento muy amargado,
es una noche de brillantes estrellas,
porque yo la quiero, la amo con todo mi corazón,
pero ella ya no me ama: la muy idiota.
La besé tantas veces, como un bobo,
pero ya no me quiere, que no… estúpido,
parece que la he perdido para siempre.

Bueno, ya tenemos la idea expresada de una manera ruda, evidentemente no tiene mucha delicadeza, pero no importa, esto es un avance muy significativo. Imagínate un diamante bruto, para obtener su brillo y esplendor es necesario tallarlo, entonces pongamos manos a la obra.

El tercer paso es que leas en voz alta lo que hayas escrito y cambia lo que te parezca apagado o suene sin emoción, debes sustituir por expresiones más vigorosas y cargadas de emoción, incorporando imágenes poéticas que le den belleza al mensaje que deseas trasmitir. Luego, si no quieres dejar el poema en versos libre, afinas la rima y la métrica. En mi caso, en esta fase me quedó así:

Esta noche me invade la tristeza,
noche fría de estrellas azuladas,
porque ya no me quiere mi princesa
ya no está mi infinita y dulce amada.

Besé sus rojos labios tantas veces
pero la he perdido para siempre,
mi alma se extingue entre los cipreses,
muere con sed de amor, muere de hambre.

Ya casi está lista la poesía, ya tiene bastante fuerza e impacta a la sensibilidad del alma, sólo falta el último paso. El cuarto paso es para que elabores la versión final y afines el texto para darle la estructura definitiva. En estos toques finales te aseguras la fluidez de los versos y el ritmo interno. Entonces el ejercicio desarrollado me quedó así:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.

¿Qué tal? ¿Qué te parece? Bueno, no está tan mal considerando que fue un ejercicio rápido, pero aún podrías mejorarlo un poco más y quizás logres mayor valor poético. Considera que este ejercicio tiene sólo un valor didáctico y no es más que una improvisación apresurada sin mucha meditación.

Te recomiendo que sigas practicando con el método sugerido, seguro que llegarás a ser un poeta interesante. Mucha suerte


(NOTA: Pablito, no te molestes ni te enojes, sólo es una broma)
.

sábado, 22 de enero de 2011

Biografía. Cap 3: Niño bueno

.

Nací bajo el signo de Géminis, un día 02 de Junio. No tengo el recuerdo de aquel momento, aunque un día en una residencia estudiantil en Santiago, cuando estudiaba en la Universidad, más por curiosidad y rebeldía de juventud que por vicio mismo, fumaba encerrado en mi habitación unos cigarrillos de marihuana, preparados por mí mismo, vaciando los cigarrillos convencionales y vueltos a rellenar con yerba, fui llevado por mi imaginación hasta los mismos inicios de mi vida, hasta verme mamando leche del pecho de mi madre.
Me es difícil describir el sentimiento de placer y seguridad que aquella experiencia me causó, la cual no sé si atribuir a la fantasía o al subconsciente, pero en cualquier caso es el cordón umbilical que nunca se pierde con mamá.
Llegué hasta este mundo como una cosa minúscula, creo que no estaba en ningún programa, más bien fue un accidente de mis padres que no llevaron bien la cuenta del calendario de abstinencia sexual. Pesaba apenas un kilogramo y medio, resultado de un parto prematuro, pues llegué tan sólo con ocho meses de preparación, siempre he estado consciente que me faltó un mes de cocción.
Mi mamá marcó en el calendario con color rojo los días infértiles, para asegurar que no ocurriese una visita inoportuna de la cigüeña, pero mi hermano Pepe ya sabía pintar y marcó días adicionales con color rojo. Creo que allí radica que Pepe siempre ha sido tan importante en mi vida como mi propio padre.
Las condiciones económicas del hogar no eran las más favorables para la llegada mía, por el contrario, me supongo que llegué en un momento muy inoportuno. Más bien era momento de crisis de la familia.
Después de tener mi papá una posición importante como comerciante mayorista en Antofagasta, con una intensa actividad en el puerto para desembarcar diferentes productos que luego debía distribuir en la ciudad, lo cual lo obligaba a una activa vida social con los oficiales de los barcos y los comerciantes de la ciudad, debió regresar a Coquimbo con el peso de haber fallado en la conducción de un negocio que debió ser floreciente.
Los amigos de oportunidad y el juego del azar hicieron trizas las ilusiones de grandeza de papá. Sólo mi hermano Pepe apenas conoció la fortuna por breves años de su primera infancia, paseó en el vehículo de mamá y en la camioneta de papá, la cual, por cierto, destrozó el tren en el cruce por el centro de la ciudad de Antofagasta. Papá siempre le reclamó a mamá que ella hubiera reaccionado con la preocupación sobre la condición del vehículo sin siquiera saber todavía qué le había pasado a él.
Mamá contaba que a veces llegaba papá muy tarde en la noche con montones de billetes ganados en juegos del azar. Lo más triste y dramático es que mamá contaba tales historias cuando más necesitábamos dinero para el hogar.
Todo se derrumbó en Antofagasta, papá perdió negocio, dinero y amigos, no le quedó nada, salvo el deseo de regresar a la ciudad natal, Coquimbo, para comenzar de nuevo. Mi tío Pedro lo ayudó, su hermanastro de madre, para conseguirle una casa y un empleo en el Puerto de Coquimbo, donde permaneció hasta el fin de su vida.
En tales circunstancias ocurrió mi nacimiento, mis padres recién llegados a Coquimbo, con el sentimiento del fracaso de sus experiencias en Antofagasta, un hogar desolado y con varios cajones que se usaban por muebles, la cocina que funcionaba con parafina y el coche cuna de Pepe que servía todavía para pasear.
Era una gran suerte que por mi pequeño tamaño yo podía caber en una simple caja de zapatos, aunque debido a mi prematuro nacimiento se debía cubrir mi lugar con algodones para no afectar mi delicada y azulada piel. Soy el único en la familia que puedo decir que tenía sangre azul, o por lo menos la piel.
Tan débil y desamparado por las circunstancias, cuantas veces hubo problemas para disponer del alimento que la naturaleza y el llanto de niño exigen, hicieron un pequeño ser resignado, paciente y sumiso. Las vecinas exclamaron ¡que niño tan tranquilo!, mi mamá dijo, es un ángel, mi tía Juana dijo, es un niño bueno, mi prima Cope dijo, es un tonto.
Fui un niño bueno de veras, no mataba siquiera una mosca. Mamá decía que tenía mi ángel de la guarda que no me dejaba de noche ni de día, yo sé que el estuvo muchos años conmigo y luego se fue simplemente porque yo lo olvidé, en verdad fui yo el que lo abandoné.
Siendo muy pequeño también nació Cecilia y luego Jorge. Realmente no sé como nacieron, pues no tengo recuerdo de tales acontecimientos, creo que ellos nacieron de una vez más grandes, pues no los recuerdo como bebés. Para mí ellos nacieron cuando le sacaron una fotografía sentados en la reja del vecino, con una risa llena de alegría y ternura de Cecilia, y Jorge más serio y nervioso sentado a su lado.
Cecilia y Jorge para mí siempre han sido como mis hijos Priscila y Andrés. Tal vez es una manera de proyectar mi cariño, pues ocurre a menudo que confundo en el recuerdo la niñez de unos con otros.
Es confuso, además, porque creo que quedé atrapado en una injusticia del destino, pues estaba alejado de mi hermano mayor, Pepe, quien tiene 3 años mayor que yo y después Cecilia y Jorge que tienen 3 y 4 años respectivamente menos que yo.
De esta manera no capté la atención privilegiada que se le da al primer hijo, ni la sobre protección que recibe el menor, estaba allí entremedio, absorto en mi mundo, con mis fantasías en donde sí yo era centro de todo acontecer.
Estas circunstancias hicieron de mí un niño muy tranquilo. Cuantas veces mamá se ufanaba que su hijo era tan tranquilo que no se movía para nada, cualquiera fuera el lugar donde me dejara, entonces yo no me movía para nada, prefería cerrar los ojos para no parpadear. Muy orgullosa estaba mi madre de un hijo tranquilo, fíjese, le decía mamá a su vecina, lo dejo aquí y no se moverá para nada… y yo me quedaba allí quietecito.
Crecí sin molestar a nadie. No fui como el caso de mi hijo Andrés, quien cuando pequeño iba al baño y después llamaba a gritos y con desespero a su mamá para que le limpiara el trasero, mientras el ponía una cara de repugnancia, porque la caca olía mal. El fue siempre delicado y las cosas sucias debían hacerla otros.
En cambio yo no recuerdo haber molestado, simplemente yo usaba para limpiarme el trasero una bata roja de papá que siempre se colgaba detrás de la puerta del baño, era una bata larga de tela de felpa. Recuerdo que de tanto usarla se iba volviendo tiesa, pero en la medida que fui creciendo comencé a alcanzar zonas más altas y felpudas de la bata de papá, y el color sólo fue cambiando de tonalidad.
Siendo pequeño mamá me enseñó las primeras poesías. Cuando sus vecinas llegaban, mamá me llamaba para pedirme que le recitara la poesía que había aprendido. Entonces gesticulando con las manos les decía: Era un pollito, así chiquitito, que pica e 'pica ¡rompió el huevito...! Que lindo, comentaban las vecinas.
Fueron millones de veces que recité aquello a instancias de mamá. Me parecía que era una cosa graciosa y muy importante que yo podía hacer; así cuando más grande quise compartir esto con Inés, pero ella me contestó: ¡Alito, a mi me gusta otro huevito!
No había cumplido los 6 años cuando me enviaron al kindergarte, a la Escuela de tía Luisa. Mamá me ponía el mejor pantalón tipo mameluco, me enviaba a la escuela bien peinado, con gomina de la fruta de membrillo y los zapatos marca Bata bien lustrados. La escuela estaba distante 4 cuadras desde mi casa, en la esquina Lautaro con Lincoyán, recomendándome muy enfáticamente que caminara derechito sin mirar a nadie.
Recuerdo a tía Alicia hablando con mamá, preguntando que le pasaba a Alito y comentaba, ahora en la calle no saluda a nadie y camina bien erguido mirando prácticamente al cielo. Verdaderamente la gente me confundía, mi mamá decía que debía caminar bien derechito, en cambio mi tía esperaba que mirara al lado para saludarla al pasar por su casa, yo no entendía sinceramente.
Tía Luisa tenía un inmenso ábaco, con unas bolas grandísimas, que servían para contar y otras extrañas operaciones que nunca allí entendí. Después del cuento del huevito, nunca quise contarle a Inés lo grande de las bolas del ábaco de tía Luisa, no quise exponerme a que me avergonzara otra vez.
En el patio tenía un inmenso palomar, había miles de palomas. Ya sabía en aquella época que las palomas servían para enviar mensajes, motivo por el cual me preguntaba a quién ella le enviaría mensajes. Mi tía tenía muchos años, más de cien, quizás ciento cincuenta, pensaba yo, entonces me imaginaba que ella tenía contactos con el más allá, lo cual explicaba su soltería y tantos baúles que debían estar llenos de misterios y fantasmas.
En tanto que mamá, creo yo, no creía en fantasmas, pues de tanto sacar moras del patio de tía Luisa, la ropa quedaba de fantasmagóricos colores violáceos, lo cual daba motivo para interminables regaños y una representación de la sufrida condición de madre que nuestra irresponsabilidad de niño hacía más dura todavía.
Todas las mamas son iguales. El otro día mis hijos hablaban y Andrés le contaba a Priscila que tuviese cuidado con mamá, porque el peor suplicio era cuando ella amenazaba con no hablar más. Verdaderamente es terrible, decía Andrés, pues un día mi papá, fastidiado de sus refunfuños, le dijo a mamá que ya no le prestaría atención, entonces ella contestó que no hablaría más, lo repitió diez o más veces, luego ella dijo que deseaba dejar muy en claro que no hablaría más, naturalmente que para evitar alguna confusión lo repitió casi cien veces.
Aquella vez Andrés y yo nos miramos, guardamos silencios y nos fuimos a ver televisión, allí Inés nos siguió para repetirnos que no nos olvidáramos que ella ya no volvería a hablarnos, lo repitió mil veces. Cuando nos fuimos a acostar para dormir ella quiso remarcarnos que su propósito de no hablarnos más era muy firme, así nosotros estuviésemos arrepentidos, lo repitió diez mil veces.
Dios mío, que alivio tan grande sentí cuando Inés nos perdonó y decidió hablarnos. Por favor Inés, queremos que siempre nos hables, cuanta razón Andrés tenía para recomendarle a Priscila que evitara que la castigaran dejándole de hablar.
Aunque debo recordar también que Priscila, con su habitual sentido común y fina inteligencia, comentaba que en aquellas tormentas verborreicas lo mejor era desconectarse, es muy fácil decía: Tú bajas el suitche mental y te abstraes del mundo externo... ¡Andrés, sólo apaga el suitche!
En realidad creo que Inés sufre más cuando se hace el propósito de no hablar, pues recuerdo el otro día que en el almuerzo comenzó a hablar de asuntos de la escuela, la escuché pacientemente y luego fui a la cocina a buscar la comida, ella siguió hablando sin parar, nos levantamos de la mesa para traer el postre y ella siguió hablando sin parar, con Andrés luego ordenamos la mesa y ella siguió hablando sin parar, nos fuimos a reposar a la habitación e Inés continuó sin parar....
A veces Inés me reclama que tiene la sensación de que no le presto suficiente atención y me provoca un sentimiento de culpabilidad que me induce a prometerle que la próxima vez la voy a escuchar con más atención, pienso que no debo mover el suitche.
Creo que todas las mamas fastidian con sus largos discursos, reclaman sobre el sufrimiento que uno les causa por la falta de obediencia, le atribuyen la enfermedad que se agrava por las travesuras de niño, también le señalan que su histeria es culpa de uno... ¡es un tormento! Mamá cuando se enojaba también hablaba como Inés, por eso muchas veces defiendo a mis niños en tales suplicios, no es justo.
¿Por que no respetaban mi mundo de niño? Querían que limpiara esto y lo otro, luego que fuera a comprar, hacer esta y otra cosa más, cuando mi placer era estar sólo con mis sueños despierto, haciendo fantasías donde era el héroe y lograba el éxito y la admiración de los demás.
Mamá le decía a papa: José, haz que los niños hagan algo útil en la casa. Entonces el fin de semana papá daba la orden de limpiar la sala comedor, él se paraba como cacique y daba las instrucciones para mover todos los muebles, viejos y pesados sillones, mesas y sillas, para después pasar con el pié la virutilla que raspaba todo el sucio del piso de madera, y finalmente arrodillado había que poner cera con un trapo negruzco lleno de mugre a lo largo de toda la sala.
Yo sé que mamá se desesperaba con el alboroto y nos dejaba solos con papá y nuestro tremendo desorden, además todo era gritos de unos y otros. Nos llegaban unos cuantos regaños y con la escoba nos daban algunos palos por el trasero, pero finalmente culminábamos la tarea, después de la guerra venía la paz, podía descansar y regresar mi mundo de fantasía.
Casi al cumplir los siete años ingresé a la Escuela Primaria, era la N° 3 de Coquimbo, en la cual estuve exactamente los seis años correspondientes al ciclo básico. Allí tuve, a lo largo de todos los años escolares, a la señorita Elba como profesora de aula, francamente a mí no me consta, pero ahora entiendo que tenía todas las características de señorita, solterona e histérica.
Las clases eran en la tarde, régimen por todos preferidos en mi casa, pues toda la familia nunca se levantaba muy temprano, así teníamos más libertad para acostarnos bien avanzada la noche, excepto mi papá quien siempre fue verdaderamente un madrugador.
El primer año tuve el suplicio de aprender los sonidos del abecedario, no solamente el símbolo de las letras, sino el sonido aislado de cada una de ellas. Digo un suplicio, porque realmente las consonantes tienen sentido cuando las acompaña alguna vocal, pero a nosotros la señorita Elba no obligaban a pronunciar por ejemplo el sonido de la "x", la "t" o la "p".
Pero con la señorita Elba todo se aprendía, caso contrario a uno lo levantaba jalándole el pelo desde las patillas, o bien con un golpe de los nudillos de los dedos sobre la cabeza. Así me ocurrió cuando bajando por las escaleras del salón de actos me puse a escupir en el pasamano y resulta que más atrás venía ella precisamente resbalando su mano por el mismo.
Siempre fui niño bueno, pero allí fue a la señorita Elba la primera persona que aprendí a odiar. Como no hacerlo si me acusaba injustamente de desordenes de mis compañeros y me gritaba que era un mosquita muerta. Como no odiarla si al Figueroa lo favorecía con el primer lugar de la clase solamente porque su mamá siempre regalaba los premios para las rifas del curso.
Sacaba buenas notas, era el tercero o cuarto de la clase, pero nadie me dijo que aquello era importante. No me sentía destacado, solamente importante me hizo sentir una amiga de papá.
Una vez, acompañando a papá a Banco, casi al final de la calle Aldunate de Coquimbo, recuerdo que se encontró en una oficina con una amiga, o quizás una simple conocida, quien me llamó muy amistosamente y me regaló pasas que recibí con mucho encanto. Me acarició y luego tomó mis manos, miró las líneas de la palma de mi mano con mucha atención y luego dijo que yo sería una persona muy inteligente.
Así aprendí dos cosas importantes. Una para toda mi vida, soy una persona inteligente, aquello me marcó para siempre y me permitió sobreponerme a la presión de la señorita Elba. Otra cosa que aprendí, ahora cuando viejo, es que examinar las líneas del destino es una buena excusa para tomarles las manos a las muchachas.
En general, no fue una grata experiencia la escuela primaria, la señorita Elba se encargó de dañarla. También mi destino fue desafortunado, pues recuerdo la preparación del acto cultural para celebrar el día de las Américas, un grupo seleccionado preparábamos el acto de representación de la unidad de los países americanos, en determinado momento del acto entrábamos en escena un grupo de muchachos con las banderas de cada país.
Era muy hermoso el acto con todas las banderas ondeando en el escenario, la mía era la de Cuba. Sin embargo, antes de la presentación del acto, debido a una resolución de la Asamblea de la Organización de Países Americanos, OEA, se expulsó a Cuba de la misma por la pretensión de exportar su revolución castro-comunista a Venezuela. También yo fui retirado del acto de las banderas, fui expulsado.
Creo que de allí nació mi simpatía al socialismo, allí sentí la rabia hacia las injusticias. También había ensayado como los demás y después no pude salir al escenario para que mamá orgullosa me viera como actor, no era justo.
Volviendo a la señorita Elba, me viene a la mente el recuerdo del último año en la escuela primaria. En su función de orientadora quiso enterarse de cuales eran las aspiraciones de los alumnos, preguntó que deseábamos ser cuando grandes. Varios contestaron que querían ser ingenieros, médicos, abogados, pero a Muñoz se le ocurrió contestar que el quería ser futbolista. ¡Futbolista!, exclamó la señorita Elba con burla y agregó, sólo los brutos no desean seguir estudiando. Sentí inmensa pena por el pobre Muñoz.
La señorita Elba luego se dirigió a mí y aunque se me hizo un nudo en la garganta, pude contestar que yo quería ir a la Escuela de Minas de La Serena, donde estudiaba mi hermano mayor. Nunca olvido su mirada despectiva, en su expresión diciéndome mosquita muerta: tú deberías ir a la Escuela Agrícola, la Escuela de Minas es para los inteligentes, ella expresó.
Tuve lágrimas contenidas, mi respiración se volvió irregular, vieja de mierda como la odié, acaso no sabía que las líneas de mi mano decían que yo era muy inteligente, además también era un niño bueno, mi tía Juana siempre lo decía, y ella sí sabía mucho de ésas cosas.
Por supuesto que tía Juana sabía distinguir lo bueno de lo malo, pues ella estaba todo el día rezando en la iglesia, además, siempre vestía de marrón, porque tenía ese compromiso con la Virgen María. Yo suponía que ella estaba más cerca de Dios que nosotros, pues ella tenía un rosario grande con muchas bolitas y conocía la técnica para comunicarse con el Señor.
Sentía que éramos muy afortunados de tener una tía como ella, pues cada vez que ocurría algo malo, nosotros podíamos contar con tía Juana y entonces todo se hacía soportable.
Tal es el caso de los temblores y terremotos que en Coquimbo son tan frecuentes, en general en todo Chile lo son. En mi casa todo se movía, se caían las cosas de las paredes y repisas, pero cuando llegaba tía Juana la acompañábamos a rezar, ella le suplicaba a Dios compasión, quien estoy seguro que la escuchaba con atención, entonces todo se calmaba.
.

miércoles, 12 de enero de 2011

Cap 10.- Andrés y sus circunstancias


El año 1992 amaneció con buenos augurios, pues el 16 de enero de 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en el Castillo de Chapultepec, México, que pusieron fin a doce años de guerra civil en el país. El cumplimiento de los acuerdos quedó bajo la tutela de una misión especial de Naciones Unidas.

Sin embargo, muy poco tiempo después, el día martes 4 de febrero, Venezuela se vio dramáticamente convulsionada con el de golpe militar, liderado por los teniente coroneles Hugo Chávez Frías en Caracas, Francisco Arias Cárdenas en el Zulia, Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta Hernández. Este grupo formaba parte de una organización conocida como Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), con una ideología política nacionalista y revolucionaria, que alegaba estar basada en el pensamiento de Simón Bolívar.

La movilización militar se inició cuando el presidente Pérez regresaba del Foro Económico Mundial de Davos. El asalto al palacio presidencial se inició a las 12 de la noche del aciago 4 de febrero, al mismo tiempo asaltaron la residencia presidencial, La Casona, y hubo acciones militares en otras importantes ciudades del país. Pérez se refugió en el Palacio de Miraflores y luego escapó milagrosamente hacia la estación de televisión Venevisión, desde donde se dirigió al país en dos ocasiones para informar sobre la situación.

Cuando se estaban movilizando las tropas, esa misma noche Inés viajaba en autobús con Priscila, de Puerto La Cruz a Caracas, para hacer los trámites de inscripción de postulación para la Universidad Metropolitana. Llegaron al terminal de buses al amanecer y nadie quería llevarlas en taxi al centro de la ciudad, a las Torres del Parque Central, donde estaban las oficinas de la Universidad, pues nadie sabía realmente que estaba ocurriendo.

Finalmente llegaron al Parque donde no había ninguna oficina ni comercio que atendiera, la gente corría para alejarse del centro de la ciudad mientras se escuchaba el tronar de los aviones militares F-16 en vuelo raso por la ciudad. Entonces se fueron corriendo hacia La Candelaria, al apartamento de los padres de Mary Camejo, para resguardarse mientras se desarrollaban los confusos acontecimientos.

Se habían sublevados comandos militares en Maracaibo, Caracas, Valencia y Maracay. En Maracaibo Arias Cárdenas se había apoderado de la sede del gobierno regional y tenía prisionero al Gobernador del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz. En Caracas, Chávez había establecido su centro de operaciones en la sede del Museo Histórico Militar, en La Planicie, mientras sus fuerzas militares tomaban a fuego de fusiles la estación estatal Venezolana de Televisión, otro grupo atacaba a La Casona, mientras otros intentaban tomar el Palacio de Miraflores.

El gobierno logró tomar el control de la situación y a mediodía Chávez decidió rendirse y fue presentado ante las cámaras de televisión, donde dijo entre otras cosas: “lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados…". Fue el inicio de su carrera política en el país, que en ese momento seguramente no podía imaginar.

De acuerdo a cifras oficiales del Ministerio de la Defensa, hubo 14 muertos y 53 heridos. No obstante, estimaciones extraoficiales ubican dicho saldo en 50 muertos y más de 100 heridos, entre civiles y militares.

Al día siguiente dejé a Andrés en casa de los Camejos y viajé muy preocupado en mi carro a Caracas para traer de inmediato a Inés y Priscila, ya que no se sabía lo que podía pasar debido a un ambiente de extrema inestabilidad que había en el país. El mismo día regresamos por carretera hasta Puerto La Cruz.

Esos acontecimientos deben haber provocado mucha ansiedad en Andrés, ya que no estaba acostumbrado a quedarse solo y todo el mundo comentaba esta situación, algunos a favor y otros en contra del golpe militar fallido. Pero todos coincidían en que era necesario que el país se enrumbara hacia un estado de verdadera justicia y bienestar.

Esta incertidumbre en Andrés seguramente estaba agravada por el hecho de que Priscila estaba planificando su ingreso a la Universidad en Caracas, lo que significaba que se distanciaría de él. Supongo que no era nada sencillo que asimilara esta idea, puesto que era muy unido a ella, siempre estuvieron juntos y Priscila representaba un apoyo con el que siempre podía contar.

Priscila siempre ha sido su hermana protectora que lo ha mimado, lo ha consentido en todo, fue en la niñez y la adolescencia su compañera de juegos y aventuras. El cariño posesivo de Andrés lo reflejaba en su expresión: “mi Prisci”.

Efectivamente Priscila se graduó de bachillerato en Julio de 1992 y aseguró su ingreso a la carrera de Ingeniería de Sistemas en la Universidad Metropolitana para el semestre siguiente. Estuvimos todos juntos en el acto de graduación de Priscila, en el Hotel Melía de Puerto La Cruz, y después en la fiesta bailable que se realizó en el Club Sirio, en la zona de Los Canales.

No fue una decisión sencilla autorizar a Priscila para que hiciera sus estudios universitarios en Caracas, nos invadían muchos temores sobre su seguridad personal y veíamos que era todavía muy joven, 16 años recién cumplidos, para que manejara su libertad con la conciencia de los riesgos de la gran ciudad.

Sin embargo, confiábamos en su madurez y buen juicio, además, se trataba de que ella construyera su futuro y aprovechara las oportunidades que había logrado con su propia capacidad. No podíamos resguardarla en una jaula de cristal inhibiendo su progreso personal.

De tal manera que buscamos la opción que le diera la mayor seguridad y la menor intranquilidad para nosotros. Entonces la dejamos en un apartamento en la zona de Macaracuay con otras dos compañeras de bachillerato, la mamá de una de ellas era la propietaria del inmueble y pasaba la mayor parte del tiempo acompañándolas.

Andrés sufrió mucho la separación de Priscila, bajó las notas del colegio, y aunque amplio sus espacios en el hogar, el vacío interior le producía el dolor del desgarramiento del alma, el sentimiento de soledad invadía sus sentimientos, sólo aligerados por los diarios contactos telefónicos con su hermana.

Sin embargo, viajábamos todos los fines de semana para acompañarla y atender sus necesidades. Los encuentros de Priscila y Andrés eran llenos de una emoción que desbordaba el cariño de hermanos, pero las despedidas eran abrazos de desconsuelo con lágrimas contenidas.

Nuestros viajes se fueron distanciando una vez que vimos la estabilidad de Priscila y su buen rendimiento en la Universidad, pero Andrés no dejaba de extrañarla. Un día, cuando apenas había cumplido los 12 años de edad, Andrés dijo que quería viajar en autobús para ver a Priscila.

Nos sorprendimos, ya que Andrés no era una persona que asumiera fácilmente los riesgos para afrontar experiencias desconocidas. Viajar en bus a Caracas era una aventura demasiado atrevida para su edad y nos imaginábamos que le podrían ocurrir demasiadas cosas malas, que le robaran, que se perdiera en la parada a mitad de camino, que el bus se accidentara, etc.

Nos miramos turbados con Inés y respondimos con silencio, los peligros eran demasiados. Sin embargo, Andrés insistió:

- Quiero viajar a Caracas para ver a mi Priscila – dijo con resuelta firmeza.

Recordé tantas lecturas que había hecho sobre la libertad, “estamos condenados a ser libre” había escrito Jean Paul Sartre, “la vida es libertad” dijo alguna vez Ortega y Gasset. Me vinieron a la memoria mis lecturas del libro de Erich Fromm, “El miedo a la libertad”, que describe el temor de tomar decisiones libres.

Apenas parecía un capricho, se podía entender solamente como un pequeño antojo de Andrés, pero lo entendí con mucha claridad, era un inmenso salto en la madurez y el desarrollo de su propia individualidad. Él sentía que era capaz de tomar una decisión por sí mismo y enfrentar en su intimidad los peligros que involucraban tan arriesgada aventura.

Andrés había arrancado de cuajo la sobreprotección de Inés, tenía la suficiente fortaleza para buscar lo que ansiaba en lo más íntimo de su ser. No había perdido sus temores, ni tenía la audacia de la inconsciencia, sino que tenía la seguridad de controlar sus miedos y estaba dispuesto a caminar por senderos que el mismo elegía.

Libertad es decidir, es elegir. Andrés se habría paso a la libertad, sabía lo que quería y se disponía a lograr lo que eran sus deseos, encontrarse con su hermana. Ya no había que obligarlo a subirse sólo a un ascensor, ni había que obligarlo a tomar un bus local de la ciudad.

Se subió solo al autobús y se sentó al lado de la ventana. Con su carita asustada y sus grandes ojos nos miraba haciendo señas de despedida con su mano, mientras en Caracas lo esperaba Priscila.

- Inés, me siento muy orgulloso de Andrés - alcancé a decir mientras apretaba la mano de Inés que angustiada hacía señas de despedida a Andrés y las lágrimas se deslizaban por su rostro.
El bus partió con destino a Caracas.