sábado, 30 de abril de 2011

CUENTO DEL PESCADOR

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Cada vez que escucho a Chávez en sus interminables cadenas de radio y televisión criticar al imperialismo norteamericano y el sistema capitalista mundial con sus salvajes valores del consumismo materialista que le son propio, como la insaciable ansiedad por el dinero y el sentido de la acumulación de riqueza, me recuerdo el “cuento del pescador”, cuyo mensaje es la búsqueda de la felicidad.

Chávez, el de Venezuela, lo grita a los cuatro vientos, ser rico es malo, aunque claro, como él es el líder está junto con su familia exento de esta regla de oro del socialismo del siglo XXI y disfrutan a su antojo las mieles del poder.

El cuento del pescador, para quienes no lo conocen, dice:

Érase una vez un hombre rico y emprendedor que se horrorizó cuando vio a un pescador tranquilamente recostado junto a su bote, contemplando el mar y fumando apaciblemente su pipa, después de haber vendido el pescado.
– ¿Por qué no has salido a pescar? – le preguntó el hombre emprendedor.
– Porque ya he pescado bastante por hoy – respondió el apacible pescador.
– ¿Por qué no pescas más de lo que necesitas? – insistió el industrial.
– ¿Y qué haría con ello? – preguntó a su vez el pescador.
– Ganarías más dinero – fue la respuesta – y podrías poner un motor nuevo y más potente a tu bote. Podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon con las que sacarías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos botes… y después hasta una verdadera flota. Entonces serías rico y poderoso como yo.
– ¿Y que haría entonces? –preguntó de nuevo el pescador.
– Podrías sentarte y disfrutar de la vida – respondió el hombre.
– ¿Y qué cree que estoy haciendo en este preciso momento? – respondió sonriendo el apacible pescador.

Aquí termina el cuento. Por supuesto que provoca dar un emocionado suspiro y decir con el corazón en la mano: ¡Qué profundo el cuento, el pescador ya tiene la felicidad!

Sin embargo, quiero contar, un día que estaba paseando por una hermosa playa, donde disfrutaba mis vacaciones de verano, me encontré con un pobre hombre harapiento y descalzo que me pidió algo de comer, entonces le dí un pedazo de pan y él me miró con agradecimiento y dijo:

– ¿Sabe? Yo era un pescador muy feliz – hablaba con la mirada perdida en el horizonte del mar y una profunda tristeza.

– Ah, ¿sí? – murmuré

– Sí, pero un día vino una tormenta y se llevó el único bote que tenía, y como irresponsablemente no había ahorrado nada me hundí en la miseria, mi hija se hizo prostituta y mis dos hijos son delincuentes drogadictos, mi mujer me abandonó y se fue a vivir con otro hombre.

– ¿Y qué desea ahora? – atiné a preguntar

– Buscar al hijo e´su madre que dijo que ser rico es malo…

Claro que sí, ciertamente la riqueza no es ninguna garantía de felicidad. La felicidad no es el resultado de lo que tenemos, sino de lo que somos, es un sentimiento de plenitud que nace de lo más profundo del alma y nos llena de vitalidad por lo que hacemos.

Así somos los venezolanos, radiantes de felicidad, de modo que a cualquier lugar donde vamos vemos sonrisas de satisfacción, las vemos en las colas de las oficinas públicas, en los cruces de semáforos, cuando pagamos las compras del supermercado, cuando tenemos los apagones de la luz, cuando nos cortan el agua potable, en los repletos vagones del metro sin aire acondicionado, en los huecos de las carreteras y autopistas, y hasta en los delincuentes cuando nos asaltan cada vez con mayor frecuencia.

Somos tan felices, lo dice la encuesta Gallup que situó este año a Venezuela en el cuarto lugar de bienestar, junto con Finlandia. Vaya, todos somos como el pescador que holgazanea a la orilla del mar junto a su bote esperando que los pescados salten a su interior.

Ahora entiendo por qué Sigmund Freud expresó que “existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra es serlo”. Entonces, ¿tú eres feliz?.

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