Navegando en la filosofía - II.
(Recopilación)
Alex Villanueva A.
Caracas, Agosto 2016.
Jean Paul Sartre
Lo supe más de un año
antes, fue una larga enfermedad que consumió lentamente a mi padre. Estuve a
los pies de su lecho cuando dio su último suspiro, Doris cerró suavemente sus
ojos y un tenso silencio inundó el dormitorio, tenía apenas 13 años de edad. Me
invadió un sentimiento de angustia y sentí un profundo desamparo que me llevó
tiempo después a refugiarme en la religión a través de las llamadas misiones
católicas, movimiento que llegó a mi pueblo y arropó a muchas viejas beatas
entre las que estaba mi mamá. Allí conocí a un interesante cura que era
profesor de filosofía en el Seminario Conciliar de La Serena; él fue quien me
motivó a no tener anteojeras en el pensamiento y abrirme a leer incluso sobre
el existencialismo y el marxismo.
Así descubrí el libro “La
náusea” de Jean Paul Sartre. El protagonista es un tal Roquetin que siente que
vive en un mundo vacío y le asombra que los demás no adviertan lo absurdo de
las cosas y de la cotidianeidad de la vida. Un día en un parque tiene una
visión acerca del profundo significado de existir, que es y que no es nada a la
vez, y llega a entrever que acaso pueda otorgarle un sentido a su propia vida,
sin sentido como la de todos los hombres.
Me identificaba tan
profundamente con el personaje de la novela que me envolvió una terrible ansiedad
y una insondable soledad que expresaba mi desconcierto sobre el sentido de mi
vida y la incertidumbre de mi futuro. Observaba que mi abanico de posibilidades
no era muy amplio, entonces la opción que elegí fue ingresar a la Universidad,
a una carrera de estudios técnicos, cuando tenía 16 años. Dicen que era buen
estudiante, entré a esa Universidad con el mejor puntaje en el examen académico
de ingreso.
Volviendo a Sartre, me
recuerdo que en aquella época su filosofía existencialista estaba en boga en
Europa, pues representaba la rebeldía juvenil y la libertad en su más amplio
sentido. Quise entender más del autor y leí su extraordinario libro
autobiográfico “Las palabras”. Es un conmovedor relato de su infancia y su
entorno, crudo y sin pudor expresa sus miedos, sus afectos, sus miserias y su
amor a la lectura que lo lleva más tarde a elegir transformarse en un escritor
compulsivo.
Un día me propuse conocer
más acerca de su filosofía existencialista y qué mejor que indagar en su obra fundamental
“El ser y la nada”. Es un libro de casi 400 páginas y para leerlo hice un
esfuerzo monumental, pero lo confieso ahora, no entendí nada. Es una
experiencia alucinante, y muy frustrante, por supuesto; mientras tanto vestía
como existencialista, comía como existencialista y sufría como existencialista. Al menos del título del libro me quedó “la
nada”, en cuanto a “el ser” es más complicado todavía, pues Sartre en su teoría
ontológica divide la realidad en “el ser-en-sí” y “el-ser-para-sí”. ¿Se
entiende? Años después creo que algo he logrado entender, vamos viendo.
El “ser-en-sí” es el ser
de las cosas, de los objetos, de las realidades no humanas. El “ser-para-sí” es
el ser de las personas, en tanto que subjetividad dotada de conciencia y
libertad. Entonces, la parte que va más allá de las cosas es la subjetividad,
hasta el punto de que somos conscientes de sí mismo. Por ejemplo, si miramos un
objeto cualquiera podremos después recordar haberlo mirado, centrar la vivencia
en el objeto mismo, pero también somos conscientes de nosotros mismos mirando
ese objeto, esto es la autoconciencia.
Sartre considera
que esta presencia de la autoconciencia,
conciencia de sí misma, es un rasgo básico del “ser para-sí”. Ahora, que esté
la conciencia presente ante sí misma sólo es posible con una cierta separación
en el interior de la conciencia, pues para el conocimiento de uno mismo se
requiere observarse desde alguna distancia. Eso que separa a la
conciencia de sí misma es un no-ser, es la nada. El hombre se convierte
así en el ente por el que la nada adviene al mundo. Esta nada presente en
el interior del hombre es lo que le hace ser libre, le permite estar
abierto siempre al futuro y nunca identificarse completamente con su ser
actual. En otros términos, Sartre dice: “estamos condenados a ser libres”.
Este es el origen del
principio existencialista: “la existencia precede a la esencia”, esto es, el
hombre no tiene ser, por lo que sólo le cabe hacerse y ser aquello que ha
querido ser. Esta consciencia de libertad absoluta es la que da lugar a los
sentimientos de angustia, desamparo y desesperación.
Para Sartre el
hombre empieza por existir, es arrojado en el mundo, y que sólo después se
define. El hombre empieza por no ser nada, sólo será después, y será tal como
se haya hecho. Así, entonces, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para
concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino
tal como él se quiere; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. En este
sentido, una de las frases más hermosas que ha expresado Sartre señala que: “Lo
importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos
con lo que han hecho de nosotros”.
El concepto de libertad
de Sartre es tan radical que niega cualquier tipo de determinismo, pues somos
lo que hemos querido ser y siempre podemos dejar de ser lo que somos. Es
nuestra libertad la que elige. Por tal motivo cuestiona conceptos del
psicoanálisis de Sigmund Freud en cuanto a que considera que la persona adulta
no puede ni debe estar defendiendo sus defectos en hechos ocurridos durante su
infancia, ya que eso sería autoengaño y falta de madurez.
A pesar que sólo he
comprendido algo de la filosofía existencialista a lo largo de mis años, no niego
la enorme influencia que ha tenido en mí, quizás exacerbando mi conciencia de
individuo y el sentimiento de libertad, lo cual me hace responsable a mí de sí
mismo y de mis actos.
De modo similar tuve
admiración por la pareja de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes mantenían una relación
abierta y cuya convivencia duró toda la vida. Ellos marcaron una época quizás
representada por los ojos bizcos de él y por el movimiento estudiantil rebelde
del mayo francés de 1968 que remeció los cimientos de la sociedad francesa.
Sartre sorprendentemente
rechazó el premio Nobel de Literatura que le otorgó la Academia Sueca en el año
1964, pues declaró que era una manera de decirle a él "finalmente es de
los nuestros". En este sentido me parezco bastante a Sartre, yo también
rechazaría el premio Nobel, no me gusta Suecia porque allá hace mucho frío.
Caracas, Junio 09 de
2016.
Inmanuel Kant
¡Sapere aude! ¡Atrévete a
pensar! ¡Ten valor para servirte de tu
propio entendimiento! Así decía Kant, parafraseando al poeta romano Quinto
Horacio, para referirse a aquellos que por pereza y cobardía prefieren seguir
siendo menores de edad. En todo caso, ahora es peor, pues pensar se ha vuelto
sinónimo de ociosidad en el peor sentido de la palabra. En mi último empleo mi
jefe me preguntó qué estaba haciendo, le contesté con la mirada puesta en el
infinito que estaba pensando, fueron mis últimas palabras en esa empresa, me
botaron. ¡Y qué decir de Inés!, cuando llega del trabajo a casa me pregunta qué
he hecho durante el día, entonces cuando le digo que he estado reflexionando se
desboca con un largo torrente verborreico sobre lavar los platos, fregar el
piso, lavar los baños, etc. ¡Caramba, qué difícil es ser filósofo!
Claro, Inmanuel Kant
(1724-1804) fue un filósofo en la época de la Ilustración y seguramente nunca
tuvo que lavar un plato, pero sin duda que fue un pensador muy influyente en la
Alemania de su época y hoy en día sigue teniendo una gran influencia. Escribió,
entre muchos otros, un destacado libro, Crítica de la razón pura, donde expone
los alcances y límites de la razón, y es calificado generalmente como el inicio
de la filosofía contemporánea.
¿Qué puedo saber? se
preguntó Kant en plena época del iluminismo, cuando se señalaba a la razón como
la luz del poder que organiza toda la realidad. Ya decía Descartes “pienso,
luego existo”, expresión que es el cimiento del racionalismo occidental, en
tanto que, por el contrario, el filósofo inglés David Hume (1711-1776) sostenía
que todo conocimiento se origina en la experiencia sensible y es la única
fuente del mismo, sin la cual no se podría saber nada. Se entendía que había
sólo una fuente del conocimiento, la razón para unos, y la experiencia para los
otros.
Kant tiene la
originalidad de plantear una suerte de síntesis entre el racionalismo y el
empirismo de tales pensadores y formula el denominado giro copernicano, en el
sentido similar a cómo Copérnico cuando no lograba explicar el movimiento de
los planetas en torno a la tierra, entonces planteó que el espectador era quien
giraba en torno al sol, que todos los planetas giraban alrededor del sol.
Para Kant el conocimiento
se logra con el apoyo de la razón y la experiencia, pero centrado en el sujeto,
no que el objeto adecúe al sujeto según indicaba la tradición filosófica, sino
a la inversa. Con los sentidos recibimos los datos de la realidad, los
sometemos a las formas intuitivas del espacio y el tiempo y, luego, con el
entendimiento los ordenamos mediante conceptos generales, categorías a priori,
que son algo así como nuestro software básico, digamos el sistema operativo
base, con lo cual se produce un proceso configurador de la realidad.
Así entonces, según Kant,
la única forma posible de conocimiento de la realidad es la de los fenómenos,
esto es, de aquella parte de la realidad que la percibimos a través de la
experiencia humana con nuestros sentidos. Lo que es la realidad “en sí misma”,
el neúmeno en terminología de Kant, independientemente de nuestra manera de
abordarla, es algo que está fuera de nuestro alcance. Esto es, vemos las cosas
no como son, sino como somos nosotros.
Me parece interesante una
analogía que da cuenta gráfica de este planteamiento: Imaginemos una persona
que está pescando en el mar con su red y observa que todos pescados que recoge
son mayores que 15 centímetros, entonces podría deducir que en el mar solamente
hay peces mayores a 15 centímetros de longitud, sin embargo, más razonable
sería entender que la red está tejida con aberturas de 15 centímetros y que no
puede capturar peces de menor medida. Así es la mente, como la red del
pescador, cuya estructura cognoscitiva sólo permite capturar partes de la
realidad (los pescados) que la conocemos siempre referidas a la red, pues la
estructura de la red equivale a la estructura mental. En definitiva, no podemos
pescar sin red, así nuestro conocimiento está configurado por nuestra red
mental y está siempre referido solo a los fenómenos es decir, sólo a las manifestaciones
de la realidad que logramos percibir. Nunca podremos saber del todo cómo son
las cosas “en sí”, sólo podemos saber cómo las cosas aparecen ante nosotros.
De este modo, creo que la
conclusión de Kant respecto a las posibilidades del conocimiento humano es
definitivamente dramática, no tenemos forma de saber si las cosas son como las
percibimos e interpretamos, estamos condicionados por nuestros sentidos y la
estructura de nuestra razón. Esto es idealismo filosófico que se centra en el
sujeto y subalterna la realidad.
Para que haya
conocimiento debe existir un contenido empírico resultado de la experiencia
posible, todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos, pasa de éstos al
entendimiento y termina en la razón, caso contrario, nociones metafísicas como
Dios y el alma son conceptos puros de la razón sin contenidos, pues están
vacíos de datos de los sentidos. Así entonces, la razón pura encontrará
argumentos para aceptar y para negar su existencia sin un efectivo soporte,
esto es el agnosticismo kantiano, es inaccesible el conocimiento de Dios y el
alma.
Me parece, finalmente,
que es una paradoja que una mente abierta sea en realidad una mente cerrada, me
refiero con una red cerrada en su tejido para que percibas mayores detalles de
una realidad de la cual nunca estamos completamente seguros, en tanto que una
mente cerrada es una que tiene una red tan abierta que de nada te enteras y
nunca comprenderás por qué las ciruelas negras son rojas cuando están verdes.
Vaya trabalenguas.
De todas maneras:
¡Atrévete a pensar! ¡Abre tu mente y
cierra la red de pescar!
Caracas, Agosto 02 de
2016.
Hegel
Tenía la idea de que iba a
solucionar mis problemas en la medida que me introdujera en la filosofía, pero
cosa curiosa, ahora tengo más problemas derivados precisamente de la filosofía.
Yo pienso, luego existo, dijo René Descartes, o sea, si no pienso, entonces no
existo. ¡Vaya problema! Pero ahora mis problemas son de otro tipo, los cuales
en “realidad” diluyen mis conflictos cotidianos.
A propósito, ¿qué es la
realidad? Buena pregunta. Siguiendo el sentido común, una cosa es real si es
una sustancia independiente de otras, entonces la realidad es un conjunto de
sustancias que se pueden relacionar entre sí y no pasa nada, por ejemplo, aquí
yo tengo una silla, una mesa, un teléfono, etc., cosas que están organizadas de
determinada manera en torno a mi espacio y yo las veo, las siento y sin mayor
razonamiento sé que existen. Sin embargo, nuestro amigo Kant nos pone en duda
este conocimiento, pues dice que la realidad es incognoscibles, no se puede ir
más allá de los sentidos ni más allá de la comprensión.
Sólo entendemos lo que se
nos aparece, el fenómeno, pero no lo que es la cosa en sí misma, la esencia de
ella o el noúmeno. Por ejemplo, yo veo en mi ventana una hermosa rosa roja,
pero su tonalidad va de rojo intenso a pálido, dependiendo de la intensidad del
sol será el reflejo de la luz del sol desde la rosa y que luego incide sobre
mis bellos ojos, enseguida mis ojos trasmiten señales por el sistema óptico a
mi cerebro que construye una imagen de aquella rosa de acuerdo a ciertas
conexiones sinápticas. Entonces, si su color es un reflejo de la luz, esto
significa que la rosa es en verdad de todos los colores, los cuales absorbe,
todos menos el color rojo que lo emite por reflexión. Más aún, si percibiera la
rosa con ojos de mosca seguramente la vería de manera muy diferente. En
definitiva, siguiendo a Kant, el conocimiento de la realidad está mediado por
nuestras condiciones subjetivas y las limitaciones de la razón, el conocimiento
es subjetivo.
Para Hegel el problema es
haber creído que existen las sustancias en sí mismas, digamos la realidad
objetiva en sí, y plantea su original enfoque: la realidad es un conjunto de
relaciones. Según este modo de ver, Hegel no sostiene que no haya sustancias o
cosas, sino que éstas sólo constituyen un aspecto abstracto de algo que luego,
considerado concretamente en toda su realidad plena, se desplegará en una vasta
trama de relaciones.
Así entonces, las cosas no tienen
realidad más que en y por sus relaciones recíprocas. Una cosa en sí es una
noción confusa y absurda. Las cosas de la realidad tienen sentido en el
conjunto de relaciones, en una compleja trama de referencias. Por ejemplo, yo
no soy nada considerado aisladamente, despojado de mis vínculos, pero sí puedo
definirme en función de mis relaciones familiares, en función de mis relaciones
de amistad, en función de mis relaciones laborales, etc. Es decir, todo lo que yo soy se da en relación con
otros, sin mis relaciones sería nada en la perspectiva de Hegel.
De manera que cualquier
cosa o pensamiento, en cuanto se considera por sí mismo, separado de sus
relaciones, resulta contradictorio puesto que termina por anularse, en cambio
tiene sentido sólo en relación con otras cosas o pensamientos. Así, “algo es”
(tesis) en tanto se constituye en función de “aquello que no es”, de las otras
cosas, es decir, en cuanto se opone a “aquello que no es” (antítesis). La tesis
no es suprimida al negarse como independiente ya que se pone en relación con
otras cosas, sino que por el contrario, se afirma y se realiza a través de su
negación en una unidad superior (síntesis) de la que ella misma y su contraria
son parte integradora.
Este especial tipo de
relacionismo es la dialéctica, constituida entonces por tres momentos, que
Hegel llama afirmación, negación y negación de la negación (tesis, antítesis y
síntesis). La dialéctica es entonces para Hegel no sólo un método de
conocimiento, sino que constituye la estructura misma de la realidad, integrada
por oposiciones, por contrastes, por tensiones entre opuestos. La realidad es
un conjunto de relaciones dialécticas.
Hegel intenta comprender
dialécticamente la historia y para ello somete todo su cuerpo doctrinal a los
sucesos históricos de cada época. Señala que la historia es un desarrollo
dialéctico permanente que se da por medio de afirmaciones, negaciones y
superación de las negaciones, y se repite el ciclo de negaciones y conciliación
que contiene los antagónicos. Así la historia avanza con nuevas formas
históricas que niegan las antiguas.
También la historia del
pensamiento, o de la razón, viene fluyendo de las tradiciones anteriores y al
encontrarse con las condiciones de la época vigente determinan otras formas de
pensar. De manera que no se puede afirmar que una idea sea correcta para
siempre, pues dependerá del contexto histórico. Hegel señaló que la razón es
algo dinámico, porque no existe ningún criterio fuera del propio proceso
histórico que pueda decidir lo que es lo más verdadero o lo más razonable.
En este sentido, la razón
es progresiva, es decir, el conocimiento del hombre está en constante
ampliación y de esa manera progresa. Según Hegel, la humanidad se mueve hacia
una racionalidad y libertad cada vez mayores, lo cual quiere decir que la
evolución histórica, a pesar de todos sus rodeos, avanza.
Se puede observar que
cualquier idea se sustenta sobre la base de otra idea anterior. Así, en cuanto
se presenta una idea, ésta será contradicha por otra, produciéndose una tensión
entre ambas. Esta tensión se anulará en cuanto surja una tercera idea que
recoja lo mejor de los puntos de vista de las dos precedentes. A esto Hegel lo
llama evolución dialéctica.
En consideración a estos
planteamientos de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (Prusia, 1770-1831) es
considerado el más importante representante de la cumbre del idealismo
filosófico alemán (Descartes, Spinoza, Hume, Kant, Hegel) y como un
revolucionario de la dialéctica, que habría de tener un impacto profundo en el
pensamiento de Karl Marx.
Efectivamente, Karl Marx
fue el más brillante protagonista de la izquierda hegeliana. El concepto
fundamental que Marx toma de Hegel es la dialéctica y asocia el concepto de
negación con el proletariado, quien va a negar a la burguesía. Negar la
burguesía es eliminarla a través de una revolución que va a instaurar una
sociedad sin clases, una sociedad en la cual no va a haber explotación del
hombre por el hombre.
El materialismo histórico
es la concepción que Marx tiene de la historia. Esto es, estudia lo concreto de
la historia: las relaciones de producción, las clases sociales, los conflictos
sociales, las relaciones políticas, los conflictos políticos, etc.
En resumen, la burguesía ha
negado al feudalismo, pero ha generado el proletariado. El proletariado, a su
vez, negará a la burguesía y, finalmente, habrá una síntesis donde ya no habrá
clases sociales… ¿y después?, ¿cómo sigue avanzando la dialéctica?, ¿qué pasa
con la historia?
Estamos en un momento
histórico muy curioso, donde el pronóstico de Marx de transitar desde el
capitalismo al socialismo no tiene ninguna claridad, ni el proletariado ha
logrado enterrar a la burguesía. Más bien se aprecia que el socialismo actual
se parece más al capitalismo en cuanto a la economía de mercado, como es el
caso de China y Vietnam, en tanto que el capitalismo se parece cada vez más al
socialismo en tanto distribución más justa del bienestar social, como es el
caso de los países escandinavos, entre otros Dinamarca, Noruega, Suecia y
Finlandia.
En Venezuela hemos hecho la
más extraordinaria síntesis de los modelos socio-económicos, hemos tomado lo
más depredador del capitalismo y lo más denigrante del socialismo, con un
aderezo de sabor tropical, para tener el modelo chavista de la sociedad en vías
de la más completa anarquía y corrupción. ¿Esto será un simple rodeo de la
historia, como decía Hegel, y algún día verdaderamente vamos a avanzar? ¿Adónde se habrá escondido, en nuestro caso,
la racionalidad de la historia?
Caracas, Agosto 11 de 2016.
Heidegger
En mi vida cotidiana me
encuentro con muchas cosas: mesas, sillas, árboles, números, ficciones, etc.
Puedo decir “esto es una mesa”, “esto es una suma”, “esto es
un fantasma”, es decir, son cosas que tienen la característica de “ser” y se
definen como entes, así como presidente que tiene la condición de
presidir, o disolvente de disolver, o dirigente de dirigir,
entonces los “entes” tienen la común condición de “ser”.
Martín Heidegger (1889,
1976), uno de los filósofos más importantes y controvertidos del siglo XX,
precisamente vuelve a replantear la interrogante de los griegos acerca de ¿qué
es el ser?, ¿qué quiere decir ser?, ¿por qué es el ser y no más bien nada? Este
es el tema de su libro más importante, “El ser y el tiempo”.
Hasta Hegel la filosofía
se había centrado en el sujeto pensante. La fuente del saber estaba justificada
en la razón como lo fundamentara René Descarte con su famosa frase “yo pienso,
luego existo”. En esta subjetividad se alza la realidad y se sostiene la
autonomía del hombre, quien encuentra la seguridad en sí mismo en su razón,
mediante la cual se dedica al dominio de la naturaleza. Esta subjetividad, como
la denomina Heidegger, llega a su fin con Hegel.
El hombre actual que
presume de su poder, de ser capaz de dominar y producir todo. Sin embargo, la
existencia (la mía y la de cada uno) es un hecho que se impone, que no hemos
decidido, nadie nos ha preguntado si queríamos existir, y no tenemos poder
alguno sobre tal hecho. Antes de cualquier decisión nuestra, ya estamos
arrojados a la existencia, nos encontramos con este hecho inexplicable:
existimos.
A la pregunta ¿por qué
existo? no puedo decir nada, me refiero a una respuesta fuera de la religión,
entonces me tengo que limitar al hecho de mi existencia. De manera que la
razón, ese poder que el hombre tanto enaltece, es incapaz de dar cuenta de este
hecho que es cada existencia, con lo cual se derrumban aquellas pretensiones de
poder absoluto que el hombre se atribuía a sí mismo.
Esta filosofía de la
existencia es una filosofía cuyo punto de partida ya no se encuentra en la
subjetividad, sino en la existencia concreta de cada uno, con su carácter
intransferible, incierto, contradictorio, y dramáticamente expresado en
sentimientos de soledad, abandono e impotencia cuando el individuo se piensa sí
mismo.
Para Heidegger la
filosofía de la existencia no es la meta de su obra, sino un punto de partida
para abordar el tema principal que le preocupa, el asunto del “ser”. En este
sentido, sostiene que la tradición de la filosofía más bien se ha referido
al “ente”, provocando lo que Heidegger
llama el “olvido del ser”.
Quizás de un modo oscuro,
aún sin conceptualizar, sabemos de antemano que significa “ser”. Podemos dudar
acerca de si un ente determinado es o no es, y podemos equivocarnos acerca de
si es así o no lo es, naturalmente porque distinguimos entre ser y no-ser. Lo
importante de esto es que el comportamiento del hombre depende del
"ser" del ente de que se trate, pues su actitud varía según se
refiera a otro hombre, o a un dios, o a un paisaje, o a un negocio, o a un
martillo, o a una sinfonía, y el comportamiento difiere porque cada uno de
estos entes tiene una diversa forma de "ser".
Cada hombre en su
individualidad es algo diferente a los demás, y muy diferente del hombre de
otras épocas y culturas, ello ocurre precisamente porque es diferente la
respectiva comprensión del ser. Así, de la manera cómo cada hombre y cómo cada
época histórica comprenden el ser dependen en definitiva todas las decisiones
fundamentales que definen la existencia humana.
En este sentido el ser
nos condiciona, nos define, nos hace ser lo que en cada caso somos. Por lo
tanto, somos nuestra comprensión del ser de acuerdo a la respectiva época y
cultura en que vivimos. De modo que la pregunta por el ser puede aclarar el
sentido de una época histórica. Esto nos señala la importancia de preguntar qué
es el ser.
Pero entonces, ¿hacia
dónde dirigir la pregunta por el ser? Sólo a un ente, a un ente que se
diferencia de todos los demás, el hombre, pues es el ente que se distingue por
la comprensión del ser. Heidegger lo designa con el término “Dasein” que
literalmente equivale a "ser-ahí", puesto que el hombre es el lugar
figurado del ahí, donde el "ser" se manifiesta, puesto que el hombre
es comprensión del ser.
El Dasein se caracteriza
fundamentalmente por la existencia, esto es, no tiene un ser acabado, no es
algo hecho o concluido, sino algo que cada uno, en cada caso, se tiene que
hacer; es un proyecto. El carácter "abierto" del hombre en su existencia
significa que el Dasein no puede entenderse como sujeto aislado, a la manera
del yo pensante cartesiano encerrado en sí mismo con sus propias reflexiones.
La esencia del Dasein se
funda en su existencia. Heidegger reserva el término existencia exclusivamente
para designar el ser del hombre, el modo cómo es el Dasein. Entonces podrá
decir que sólo el hombre existe. Las piedras, los animales, etc., no existen,
lo cual, como es obvio, no quiere decir que no los haya, sino que su modo de
ser no es el existir.
Decir que el hombre
existe significa que se distingue de las cosas justamente por el hecho de estar
referido a posibilidades, el Dasein está arrojado hacia sus posibilidades,
nosotros somos posibilidades. Una piedra nunca va a ser otra cosa más que una
piedra, pero un ser humano está abierto a sus posibilidades.
Ahora, hay una
posibilidad que está en todas y cada una de esas otras posibilidades, es la
posibilidad de morir. Aunque en realidad, dice Heidegger, el hombre se pasa la
vida tratando de ocultarse y de que le oculten que es un ser para la muerte,
que va a morir. Sin embargo, el ser del Dasein es ser para la muerte,
inexorablemente va a morir, pero el hombre quiere frenarla, quiere negarla, y
se entrega a lo que Heidegger llama "la existencia inauténtica".
Así entonces, el Dasein
inauténtico se entrega a lo que está determinado desde afuera, vive en un modo
de pasividad. Él hace lo que se dice, lee lo que se lee, opina lo que se opina
y así está inmerso en el mundo de lo anónimo para ser uno más y no pensar por
sí mismo. La muerte es algo que les ocurre a otros, la muerte está fuera,
ignorando que la muerte, inexorablemente, va a ser una experiencia propia y que
nadie puede morir por él.
En cambio, el fundamento
de la existencia auténtica es enfrentar y aceptar esa finitud de la vida. El
Dasein auténtico sabe que va a morir, sabe que es ser para la muerte y lo
acepta. Y eso le da densidad a su existencia, eso le da autenticidad. A partir
de esa aceptación, él es él, en consecuencia, elige lo que quiere leer, habla
de lo que quiere hablar, pero lo fundamental es que enfrenta la angustia que le
produce el hecho de que nadie puede morir por él.
Heidegger califica como
lo más perverso del mundo de la inautenticidad a la publicidad, ya que ésta
consiste en mentir para que el consumidor compre, le dice cómo él tiene que
ser, qué tiene que vestir, qué tiene que comer, a quién tiene que votar, etc.
Del mismo modo, señala
también como un elemento fundamental de la existencia inauténtica a la avidez
de novedades. Hay que despertar la avidez de novedades y así nunca el hombre va
a profundizar en algo, sino va a pasar de una cosa a la otra de manera
superficial.
Otra cosa que señala
Heidegger como típica de la existencia inauténtica son las habladurías. Hoy
esto lo facilitan las redes sociales de internet, Twitter, Facebook, WhatsApp,
etc., son poderosos creadores de habladurías, del "se dice" que
repetimos sin reflexionar ni ser críticos, renunciamos a buscar nuestra propia
voz… vivimos la cultura del copy&paste o el retweet.
En definitiva, el Dasein
auténtico sabe que va a morir, pero eso no le impide vivir. Incluso puede vivir
con más alegría, con más plenitud y eso es lo que tenemos que hacer, sabiendo
lo que nos espera, no ignorándolo.
He referido que según
Heidegger la esencia del hombre es la existencia, en el sentido de poder ser en
el mundo de las cosas y de otras personas, abierto a sus posibilidades.
Entonces, quizás, mis queridos lectores, si es que todavía queda alguno,
podamos parafrasear a Shakespeare diciendo: ser o no ser auténticamente, he
aquí la cuestión.
Caracas, Agosto 31 de
2016.
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