..............................................Calle Catedral esquina Balmaceda. La Serena, 1904.
He llegado a mi querida ciudad, La Serena, cuando tan sólo falta una semana para festejar la Navidad de éste año 1918. Faltan muy pocos días y las iglesias anuncian la conmemoración del nacimiento del niño Jesús y se preparan para los cánticos religiosos. Las más beatas ya empiezan a rezar con devoción el rosario cada tarde.
¿El Rosario? Supongo que debe ser muy importante rezarlo lo más rápido posible, pues siempre he observado que en el murmullo de las que rezan no se entiende para nada lo que dicen, quizás importa la rapidez como demostración de mayor devoción hacia la Virgen, lo cual no está nada de mal, pues en sus diversas apariciones por todo el mundo ha revelado a los privilegiados testigos de tales milagros que “el alma que se encomiende a mí por el rezo del Rosario no perecerá”… nada de mal tan generosa oferta.
Cada vez que se reza un Ave María se le está dando a la Virgen una rosa, así un rosario completo le hace una corona de rosas. La rosa es la reina de las flores, entonces el rosario es la rosa de todas las devociones, por ello la más importante de todas. Me parece muy bien, pero en todo caso, me preguntó por qué cada 10 Avemarías sólo basta un solo Padrenuestro, ésta es una aritmética algo extraña ¿verdad?
Volviendo a mis reflexiones sobre La Serena, a mí me parece que es una ciudad donde todo está influido por la religión católica de una manera más determinante que otras poblaciones, la gente tiene en público un aire santurrón, una conducta mojigata, como si nunca matasen siquiera una mosca.
Claro, con tantas iglesias por todas partes, en cada esquina se puede divisar alguna capilla o algún convento, se puede sentir la mirada inquisidora del vecindario que cuida alertar contra los pecados que se deben evitar, o más bien, se deben mantener en la intimidad lejos de la vista de los demás. A hurtadillas todos miran lo que acontece en el exterior de las casas y los chismes de algún modo llegarán a los oídos de algún párroco ávido de escuchar.
El refrán dicen: “Pueblo pequeño, infierno grande”. En efecto, así es esta ciudad que tiene alrededor de 15.000 habitantes, con su solemne apariencia de tranquilidad y pureza celestial, ofrece una vida donde casi todas las familias se conocen entre sí y muchos hacen de las delicias, con sus sabrosos comentarios, a costa de las tripas de los demás. Después está el confesionario de la iglesia para limpiar el alma de las malas habladurías.
Desde su fundación por los conquistadores españoles, ordenada por Pedro de Valdivia, con el nombre de “Villanueva de La Serena”, la ciudad ha tenido muchas iglesias y también muchos chismes. La fundó el Capitán Juan Bohón en el año 1544, pero tan sólo cinco años más tarde una sublevación de los indígenas provocó la muerte de casi todos los españoles, destruyendo e incendiando el poblado entero.
Pedro de Valdivia estaba más ocupado en sus aventuras de conquista en el sur de Chile, me refiero a conquistas territoriales enfrentado a los araucanos aborígenes, y también a sus conquistas amorosas con Inés de Suárez, la primera mujer española que llegó a éste país, acusada más tarde ante la Real Audiencia por su libertinaje sicalíptico con Valdivia.
Con su legendaria testarudez extremeña Pedro de Valdivia le ordenó al Capitán Francisco de Aguirre, Teniente Gobernador de la región norte, la refundación de la ciudad. En el mismo lugar donde hoy está la Plaza de Armas, nace el 26 de agosto de 1549 la ciudad “San Bartolomé de La Serena”.
Por supuesto que hubo una guerra de venganza contra los indígenas hasta prácticamente su exterminio, lo cual despobló los valles, de modo que hubo que traer indios del sur, y algunos pocos negros, para realizar las faenas de agricultura y de explotación de los lavaderos de oro.
Entonces el peligro ya no vino de los indígenas, sino de los piratas y corsarios que saqueaban las ciudades con inusitada violencia en sus continuos ataques. Francis Drake abriría la ruta del Pacífico hacia 1578 y nos hizo desagradables visitas, Bartolomé Sharp quemó la ciudad y la saqueó en 1680, Edward Davis le prendió fuego al convento Santo Domingo en 1686. Causaban gran temor en la población.
En aquel momento me imagino que tantos templos en la ciudad no sólo eran una protección divina para la gente de la ciudad, tantas vírgenes y tantos santos proveían una sentido de protección a los habitantes, sino además eran también un enorme atractivo para los piratas, quienes no desconocían las valiosas riquezas y tesoros que cobijaban las iglesias… ¡tontos no eran!
El templo más importante de La Serena fue y sigue siendo La Catedral, situada en la Plaza de Armas, al oriente en su extremidad sur. Fue la primera iglesia parroquial que se fundó en la ciudad, originalmente como la antigua iglesia Matriz. La demolición de esta antigua iglesia se inició el año 1841, colocándose la primera piedra de la Catedral en enero de 1844 y concluida el 15 de setiembre de 1856.
Claro, aquí no solamente irradia la suprema protección sagrada de la iglesia debido a su condición de catedral, sino también está la militante actitud de tantos muertos que dejaron generosas donaciones, como por ejemplo el legado de la Marquesa de Piedra Blanca de Guana, doña María Bravo de Morales, cuyo testamento del 15 de mayo de 1719 rezaba así:
“…mando a mis albaceas entreguen al cura i vicario de ésta ciudad, que al tiempo de mi fallecimiento, las tierras que deslindan desde la punta que abajo dejo a los padres de Santo Domingo (Lagunillas), corriendo hasta la estancia nombrada el Sauce, esclusive, con el cargo i condición que me canten todos lunes del año una misa, antes de la procesión de Animas, por mi alma, la de mis padres, abuelos, i benditas ánimas del purgatorio…”
Entiendo que así han habido muchas más donaciones de generosos fieles. De modo pues, quizás ya no haya espacio para asignar hasta la eternidad más misas, debidamente cantadas, cuando yo muera, en la circunstancia que yo decidiese ordenar a mis albaceas que entregaran mi fortuna, en este caso mi violín, después de mi muerte, a tan sagrados destinos.
Otro templo muy importante en La Serena es la iglesia San Francisco. Este es el único de los templos que no fue consumido por las llamas de incendio de 1680, según la tradición, debido a la presencia de un anciano sacerdote franciscano, que no quiso o no pudo huir durante el saqueo de los piratas, y logró inspirar con sus canas el respeto entre los desalmados secuaces de Sharp, sus ruegos y humildad para poner a su disposición todo objeto de valor que se encontrara en el convento habría logrado que no incendiasen la iglesia.
Se descubrió en el siglo pasado una inscripción, grabada en una piedra que había permanecido por muchos años tapada por una gruesa capa de cal, con la fecha de su construcción: 25 de diciembre de 1627. De modo que es el templo más antiguo de la ciudad, levantado con bloques de calizas, granulentos y sólidos, traídos de las canteras de Peñuelas.
El convento de San Agustín es otra importante construcción religiosa, fundada después del incendio del bucanero Sharp por la congregación de la Compañía de Jesús. En realidad el verdadero convento de los agustinos estaba situado en la parte nor-oeste de la ciudad y el nombre de la iglesia era Nuestra Señora de la Consolación, la que probablemente desapareció con el incendio de los piratas.
Los agustinos comenzaron a edificar una nueva iglesia, pero su construcción no avanzó prácticamente en nada, seguramente por falta de recurso y sencillamente por mala administración, tal como lo insinúan las décimas que un anónimo y humorístico fraile escribió:
“Mis ojos fueron atentos
en registrar estas cuentas,
i vieron que tantas rentas
todas se volvieron cuentos
Estos fueron los portentos
que los viejos nos dejaron
ellos las sumas sacaron
pero con tal perfección,
que de la enmaderación,
ni los vestijios quedaron.”
Sin embargo, la célebre expulsión de los jesuitas en 1676, por decisión del monarca Carlos III, permitió a los agustinos tomar posesión del templo que hoy se conoce con el nombre de San Agustín, mediante acuerdo de la Real Audiencia.
Todos los jesuitas fueron expulsados de los dominios del rey de España, debido al recelo que despertaba su obediencia al Papa y la falta de lealtad al rey, cuya autoridad supuestamente provenía directamente de Dios. Esta perniciosa filosofía minaba la sumisión al monarca y daba lugar a teorías peligrosamente subversivas para la corona… ¡Caramba, afortunados los agustinos!
Según cuentan las crónicas de la ciudad, tampoco se salvó la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes del incendio de los piratas de Sharp, denominada antiguamente Santa María Magdalena de la Merced, pero fue rápidamente reconstruida en la misma propiedad que se extendía a toda la manzana en que actualmente está situada.
Es una lástima que se haya perdido en el tiempo la generosa obligación de esta iglesia para mantener un aula gratuita de latinidad y la repartición gratuita de 16 pesos a los pobres, en el día de la Natividad de Nuestra Señora, según legado de la marquesa de Piedra Blanca de Guana, quien enriqueció notablemente este convento.
En efecto, la referida marquesa, doña María Bravo de Morales, dejó un magnánimo legado para la iglesia de la Merced, motivo por el cual supongo que debe estar sentada a la diestra del Señor. Decía el legado, entre otras cosas:
“…mando a mis albaceas que den a mi madre Sma. De la Merced una joya de pecho de diamantes, a manera de erizo, que tiene 129 diamantes, i vale de todo costo 912 pesos… otra joya de diamantes, a manera de alacrán, que tiene 54 diamantes, costó 440 pesos… una gargantilla de diamantes con 11 piezas y 146 diamantes, con 103 granos de perlas, i vale de todo costo 1550 pesos… un par de zarcillos de diamante de peras, i tiene 192 diamantes de distintos tamaños, que valen 1306 pesos…”
Y continúa una larga enumeración de muchas más joyas de importante valor, elaboradas con oro, plata, diamantes, esmeraldas, perlas, etc. También deja para la santísima virgen algunas valiosas prendas de vestir:
“…dejo a dicha mi Sra. De las Mercedes un vestido azul de tela rica, entero con su encaje de realce, mando que de la pollera se haga un velo… dejo una pollera columbina con encajes de realce de tela rica… un vestido de tela rica musga… una mantilla de tela rica columbina…”
¡Vaya, esto es sorprendente! No logro imaginarme algún cura probándose las polleras de doña María, ni mucho menos adornándose con las preciosas joyas que cualquiera podría envidiar. No fue todo, sino aún más:
“… es mi voluntad que desde la hora de mi fallecimiento pase mi hacienda de Copiapó, con todas las tierras que tengo en aquel valle, con todos los negros, negras i damas, esclavos i esclavas mías, a los padres i religiosos de la orden de N. M. de las Mercedes, para que allí se funde un convento con el título i nombre de mi Sra. de las Mercedes…”
Todo esto no fue gratis, por supuesto. Doña María impuso algunas obligaciones, aunque podría decirse que era sólo parte de la rutina de los religiosos y no significaba ningún esfuerzo particular, pues entre otras decía:
“… mando que el domingo se cante la misa por el Maestro de campo Don Pío Bravo de Morales: mi padre… mando que el lunes se cante la misa por el alma de Don Bernabé de Riveros, mi abuelo… mando que el viernes se cante la misa por el alma de Doña Lorenza de Castilla, mi abuela… mando que todos los meses se digan 12 misas rezadas, las 4 por mi alma, las 4 por el alma de mi hermano Don Diego de Morales, i las 4 por el alma de mi hermano Don Pío de Morales”
¡No estaba mal el negocio! Todos salían ganando, unos obtenían la licencia directa para el cielo, sin mayores trámites, otros unas joyitas que nunca están de más… también ganaban los filibusteros que no les faltaba el buen olfato para oler donde se guardaban los valiosos tesoros, acopiados con la sangre y sudor de quienes no pudieron nunca pagar ni misas, ni cantos, ni rezos.
Me viene a la mente otra iglesia de La Serena, el Convento de Santo Domingo que, como otros templos, seguramente se fundó de manera humilde con paredes de adobes y techo de paja y totoras, pero luego principiada con piedra labrada, como la que hoy existe, construida con no pocas fatigas y trabajos de sus priores, sobre todo con el privilegio que le otorgó el cabildo en 1759 para que obtuviesen recursos con una fábrica de tinajas para el transporte de vinos y aguardiente… el fervor religioso no tiene por qué divorciarse de algunas copitas de vez en cuando.
Las tradiciones de la ciudad cuentan que durante la construcción de esta iglesia una salida del mar amenazó la ciudad, pues las olas del mar habían avanzado más de una milla y cubrían las vegas. El pueblo espantado sacó la virgen del Rosario para oponerla como un formidable dique contra las embravecidas olas del mar, entonces las aguas se retiraron frente a su presencia. Por esta circunstancia, se dice, la iglesia ocupa el lugar que tiene.
Hay muchas más iglesias en la ciudad, seguramente más de veinte, además oratorios, capillas, conventos, monasterios, etc. Está la iglesia Santa Inés, en su primitivo origen una ermita; la iglesia Santa Lucía, anexa al Seminario Conciliar; la iglesia de San Juan de Dios, vinculada al hospital del mismo nombre; la iglesia de los Capuchinos, cuya ampliación se inició el año 1865 con la colocación ceremoniosa de la primera piedra, pero que hasta la fecha no se ha colocado la segunda; la iglesia del Corazón de Jesús; la iglesia El Tránsito; la iglesia del Monasterio del Buen Pastor… y, en fin, otras más.
Así es mi ciudad, cada vez la voy entendiendo un poco más. Ahora que he llegado a pasar mis vacaciones de verano he recorrido con más atención sus calles, caminando junto con mi amigo Segundo Sáez mientras evocamos aventuras de Copiapó. La ciudad me parece más alegre con sus calles empedradas y nombres llenos de historia: Almagro, Colón, San Agustín, Recova, Catedral, San Francisco, San Juan de Dios, Lazareto, San Miguel, Santa Inés, Carreras, O’Higgins, Cienfuegos, Renjifo, Infante y muchos más.
Cuando íbamos caminando hacia la Alameda, cerca del Banco de Chile, nos cruzamos con Sarita que caminaba por la acera de enfrente. Nos miramos un poco confundidos, sin saber bien a qué atenernos, notaba en ella una cierta perturbación. La saludé y seguí.
Llegamos a la pileta de la Alameda, había una luna llena que parecía entregarme un secreto mensaje, dirigí la mirada hacia lo lejos en dirección al norte, recordé aquellas felices noches que pasé al lado de mi adorada Rosita. Esta noche le escribiré una carta con las palabras más bellas que guarda mi corazón para tan tierna beldad que me llena de dulces recuerdos… ¡Dios me la guarde!
He llegado a mi querida ciudad, La Serena, cuando tan sólo falta una semana para festejar la Navidad de éste año 1918. Faltan muy pocos días y las iglesias anuncian la conmemoración del nacimiento del niño Jesús y se preparan para los cánticos religiosos. Las más beatas ya empiezan a rezar con devoción el rosario cada tarde.
¿El Rosario? Supongo que debe ser muy importante rezarlo lo más rápido posible, pues siempre he observado que en el murmullo de las que rezan no se entiende para nada lo que dicen, quizás importa la rapidez como demostración de mayor devoción hacia la Virgen, lo cual no está nada de mal, pues en sus diversas apariciones por todo el mundo ha revelado a los privilegiados testigos de tales milagros que “el alma que se encomiende a mí por el rezo del Rosario no perecerá”… nada de mal tan generosa oferta.
Cada vez que se reza un Ave María se le está dando a la Virgen una rosa, así un rosario completo le hace una corona de rosas. La rosa es la reina de las flores, entonces el rosario es la rosa de todas las devociones, por ello la más importante de todas. Me parece muy bien, pero en todo caso, me preguntó por qué cada 10 Avemarías sólo basta un solo Padrenuestro, ésta es una aritmética algo extraña ¿verdad?
Volviendo a mis reflexiones sobre La Serena, a mí me parece que es una ciudad donde todo está influido por la religión católica de una manera más determinante que otras poblaciones, la gente tiene en público un aire santurrón, una conducta mojigata, como si nunca matasen siquiera una mosca.
Claro, con tantas iglesias por todas partes, en cada esquina se puede divisar alguna capilla o algún convento, se puede sentir la mirada inquisidora del vecindario que cuida alertar contra los pecados que se deben evitar, o más bien, se deben mantener en la intimidad lejos de la vista de los demás. A hurtadillas todos miran lo que acontece en el exterior de las casas y los chismes de algún modo llegarán a los oídos de algún párroco ávido de escuchar.
El refrán dicen: “Pueblo pequeño, infierno grande”. En efecto, así es esta ciudad que tiene alrededor de 15.000 habitantes, con su solemne apariencia de tranquilidad y pureza celestial, ofrece una vida donde casi todas las familias se conocen entre sí y muchos hacen de las delicias, con sus sabrosos comentarios, a costa de las tripas de los demás. Después está el confesionario de la iglesia para limpiar el alma de las malas habladurías.
Desde su fundación por los conquistadores españoles, ordenada por Pedro de Valdivia, con el nombre de “Villanueva de La Serena”, la ciudad ha tenido muchas iglesias y también muchos chismes. La fundó el Capitán Juan Bohón en el año 1544, pero tan sólo cinco años más tarde una sublevación de los indígenas provocó la muerte de casi todos los españoles, destruyendo e incendiando el poblado entero.
Pedro de Valdivia estaba más ocupado en sus aventuras de conquista en el sur de Chile, me refiero a conquistas territoriales enfrentado a los araucanos aborígenes, y también a sus conquistas amorosas con Inés de Suárez, la primera mujer española que llegó a éste país, acusada más tarde ante la Real Audiencia por su libertinaje sicalíptico con Valdivia.
Con su legendaria testarudez extremeña Pedro de Valdivia le ordenó al Capitán Francisco de Aguirre, Teniente Gobernador de la región norte, la refundación de la ciudad. En el mismo lugar donde hoy está la Plaza de Armas, nace el 26 de agosto de 1549 la ciudad “San Bartolomé de La Serena”.
Por supuesto que hubo una guerra de venganza contra los indígenas hasta prácticamente su exterminio, lo cual despobló los valles, de modo que hubo que traer indios del sur, y algunos pocos negros, para realizar las faenas de agricultura y de explotación de los lavaderos de oro.
Entonces el peligro ya no vino de los indígenas, sino de los piratas y corsarios que saqueaban las ciudades con inusitada violencia en sus continuos ataques. Francis Drake abriría la ruta del Pacífico hacia 1578 y nos hizo desagradables visitas, Bartolomé Sharp quemó la ciudad y la saqueó en 1680, Edward Davis le prendió fuego al convento Santo Domingo en 1686. Causaban gran temor en la población.
En aquel momento me imagino que tantos templos en la ciudad no sólo eran una protección divina para la gente de la ciudad, tantas vírgenes y tantos santos proveían una sentido de protección a los habitantes, sino además eran también un enorme atractivo para los piratas, quienes no desconocían las valiosas riquezas y tesoros que cobijaban las iglesias… ¡tontos no eran!
El templo más importante de La Serena fue y sigue siendo La Catedral, situada en la Plaza de Armas, al oriente en su extremidad sur. Fue la primera iglesia parroquial que se fundó en la ciudad, originalmente como la antigua iglesia Matriz. La demolición de esta antigua iglesia se inició el año 1841, colocándose la primera piedra de la Catedral en enero de 1844 y concluida el 15 de setiembre de 1856.
Claro, aquí no solamente irradia la suprema protección sagrada de la iglesia debido a su condición de catedral, sino también está la militante actitud de tantos muertos que dejaron generosas donaciones, como por ejemplo el legado de la Marquesa de Piedra Blanca de Guana, doña María Bravo de Morales, cuyo testamento del 15 de mayo de 1719 rezaba así:
“…mando a mis albaceas entreguen al cura i vicario de ésta ciudad, que al tiempo de mi fallecimiento, las tierras que deslindan desde la punta que abajo dejo a los padres de Santo Domingo (Lagunillas), corriendo hasta la estancia nombrada el Sauce, esclusive, con el cargo i condición que me canten todos lunes del año una misa, antes de la procesión de Animas, por mi alma, la de mis padres, abuelos, i benditas ánimas del purgatorio…”
Entiendo que así han habido muchas más donaciones de generosos fieles. De modo pues, quizás ya no haya espacio para asignar hasta la eternidad más misas, debidamente cantadas, cuando yo muera, en la circunstancia que yo decidiese ordenar a mis albaceas que entregaran mi fortuna, en este caso mi violín, después de mi muerte, a tan sagrados destinos.
Otro templo muy importante en La Serena es la iglesia San Francisco. Este es el único de los templos que no fue consumido por las llamas de incendio de 1680, según la tradición, debido a la presencia de un anciano sacerdote franciscano, que no quiso o no pudo huir durante el saqueo de los piratas, y logró inspirar con sus canas el respeto entre los desalmados secuaces de Sharp, sus ruegos y humildad para poner a su disposición todo objeto de valor que se encontrara en el convento habría logrado que no incendiasen la iglesia.
Se descubrió en el siglo pasado una inscripción, grabada en una piedra que había permanecido por muchos años tapada por una gruesa capa de cal, con la fecha de su construcción: 25 de diciembre de 1627. De modo que es el templo más antiguo de la ciudad, levantado con bloques de calizas, granulentos y sólidos, traídos de las canteras de Peñuelas.
El convento de San Agustín es otra importante construcción religiosa, fundada después del incendio del bucanero Sharp por la congregación de la Compañía de Jesús. En realidad el verdadero convento de los agustinos estaba situado en la parte nor-oeste de la ciudad y el nombre de la iglesia era Nuestra Señora de la Consolación, la que probablemente desapareció con el incendio de los piratas.
Los agustinos comenzaron a edificar una nueva iglesia, pero su construcción no avanzó prácticamente en nada, seguramente por falta de recurso y sencillamente por mala administración, tal como lo insinúan las décimas que un anónimo y humorístico fraile escribió:
“Mis ojos fueron atentos
en registrar estas cuentas,
i vieron que tantas rentas
todas se volvieron cuentos
Estos fueron los portentos
que los viejos nos dejaron
ellos las sumas sacaron
pero con tal perfección,
que de la enmaderación,
ni los vestijios quedaron.”
Sin embargo, la célebre expulsión de los jesuitas en 1676, por decisión del monarca Carlos III, permitió a los agustinos tomar posesión del templo que hoy se conoce con el nombre de San Agustín, mediante acuerdo de la Real Audiencia.
Todos los jesuitas fueron expulsados de los dominios del rey de España, debido al recelo que despertaba su obediencia al Papa y la falta de lealtad al rey, cuya autoridad supuestamente provenía directamente de Dios. Esta perniciosa filosofía minaba la sumisión al monarca y daba lugar a teorías peligrosamente subversivas para la corona… ¡Caramba, afortunados los agustinos!
Según cuentan las crónicas de la ciudad, tampoco se salvó la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes del incendio de los piratas de Sharp, denominada antiguamente Santa María Magdalena de la Merced, pero fue rápidamente reconstruida en la misma propiedad que se extendía a toda la manzana en que actualmente está situada.
Es una lástima que se haya perdido en el tiempo la generosa obligación de esta iglesia para mantener un aula gratuita de latinidad y la repartición gratuita de 16 pesos a los pobres, en el día de la Natividad de Nuestra Señora, según legado de la marquesa de Piedra Blanca de Guana, quien enriqueció notablemente este convento.
En efecto, la referida marquesa, doña María Bravo de Morales, dejó un magnánimo legado para la iglesia de la Merced, motivo por el cual supongo que debe estar sentada a la diestra del Señor. Decía el legado, entre otras cosas:
“…mando a mis albaceas que den a mi madre Sma. De la Merced una joya de pecho de diamantes, a manera de erizo, que tiene 129 diamantes, i vale de todo costo 912 pesos… otra joya de diamantes, a manera de alacrán, que tiene 54 diamantes, costó 440 pesos… una gargantilla de diamantes con 11 piezas y 146 diamantes, con 103 granos de perlas, i vale de todo costo 1550 pesos… un par de zarcillos de diamante de peras, i tiene 192 diamantes de distintos tamaños, que valen 1306 pesos…”
Y continúa una larga enumeración de muchas más joyas de importante valor, elaboradas con oro, plata, diamantes, esmeraldas, perlas, etc. También deja para la santísima virgen algunas valiosas prendas de vestir:
“…dejo a dicha mi Sra. De las Mercedes un vestido azul de tela rica, entero con su encaje de realce, mando que de la pollera se haga un velo… dejo una pollera columbina con encajes de realce de tela rica… un vestido de tela rica musga… una mantilla de tela rica columbina…”
¡Vaya, esto es sorprendente! No logro imaginarme algún cura probándose las polleras de doña María, ni mucho menos adornándose con las preciosas joyas que cualquiera podría envidiar. No fue todo, sino aún más:
“… es mi voluntad que desde la hora de mi fallecimiento pase mi hacienda de Copiapó, con todas las tierras que tengo en aquel valle, con todos los negros, negras i damas, esclavos i esclavas mías, a los padres i religiosos de la orden de N. M. de las Mercedes, para que allí se funde un convento con el título i nombre de mi Sra. de las Mercedes…”
Todo esto no fue gratis, por supuesto. Doña María impuso algunas obligaciones, aunque podría decirse que era sólo parte de la rutina de los religiosos y no significaba ningún esfuerzo particular, pues entre otras decía:
“… mando que el domingo se cante la misa por el Maestro de campo Don Pío Bravo de Morales: mi padre… mando que el lunes se cante la misa por el alma de Don Bernabé de Riveros, mi abuelo… mando que el viernes se cante la misa por el alma de Doña Lorenza de Castilla, mi abuela… mando que todos los meses se digan 12 misas rezadas, las 4 por mi alma, las 4 por el alma de mi hermano Don Diego de Morales, i las 4 por el alma de mi hermano Don Pío de Morales”
¡No estaba mal el negocio! Todos salían ganando, unos obtenían la licencia directa para el cielo, sin mayores trámites, otros unas joyitas que nunca están de más… también ganaban los filibusteros que no les faltaba el buen olfato para oler donde se guardaban los valiosos tesoros, acopiados con la sangre y sudor de quienes no pudieron nunca pagar ni misas, ni cantos, ni rezos.
Me viene a la mente otra iglesia de La Serena, el Convento de Santo Domingo que, como otros templos, seguramente se fundó de manera humilde con paredes de adobes y techo de paja y totoras, pero luego principiada con piedra labrada, como la que hoy existe, construida con no pocas fatigas y trabajos de sus priores, sobre todo con el privilegio que le otorgó el cabildo en 1759 para que obtuviesen recursos con una fábrica de tinajas para el transporte de vinos y aguardiente… el fervor religioso no tiene por qué divorciarse de algunas copitas de vez en cuando.
Las tradiciones de la ciudad cuentan que durante la construcción de esta iglesia una salida del mar amenazó la ciudad, pues las olas del mar habían avanzado más de una milla y cubrían las vegas. El pueblo espantado sacó la virgen del Rosario para oponerla como un formidable dique contra las embravecidas olas del mar, entonces las aguas se retiraron frente a su presencia. Por esta circunstancia, se dice, la iglesia ocupa el lugar que tiene.
Hay muchas más iglesias en la ciudad, seguramente más de veinte, además oratorios, capillas, conventos, monasterios, etc. Está la iglesia Santa Inés, en su primitivo origen una ermita; la iglesia Santa Lucía, anexa al Seminario Conciliar; la iglesia de San Juan de Dios, vinculada al hospital del mismo nombre; la iglesia de los Capuchinos, cuya ampliación se inició el año 1865 con la colocación ceremoniosa de la primera piedra, pero que hasta la fecha no se ha colocado la segunda; la iglesia del Corazón de Jesús; la iglesia El Tránsito; la iglesia del Monasterio del Buen Pastor… y, en fin, otras más.
Así es mi ciudad, cada vez la voy entendiendo un poco más. Ahora que he llegado a pasar mis vacaciones de verano he recorrido con más atención sus calles, caminando junto con mi amigo Segundo Sáez mientras evocamos aventuras de Copiapó. La ciudad me parece más alegre con sus calles empedradas y nombres llenos de historia: Almagro, Colón, San Agustín, Recova, Catedral, San Francisco, San Juan de Dios, Lazareto, San Miguel, Santa Inés, Carreras, O’Higgins, Cienfuegos, Renjifo, Infante y muchos más.
Cuando íbamos caminando hacia la Alameda, cerca del Banco de Chile, nos cruzamos con Sarita que caminaba por la acera de enfrente. Nos miramos un poco confundidos, sin saber bien a qué atenernos, notaba en ella una cierta perturbación. La saludé y seguí.
Llegamos a la pileta de la Alameda, había una luna llena que parecía entregarme un secreto mensaje, dirigí la mirada hacia lo lejos en dirección al norte, recordé aquellas felices noches que pasé al lado de mi adorada Rosita. Esta noche le escribiré una carta con las palabras más bellas que guarda mi corazón para tan tierna beldad que me llena de dulces recuerdos… ¡Dios me la guarde!
Consigue la novela: Juvenal, cuando el gallo no canta
PUBLICACIONES A. VILANUEVA: https://www.amazon.com/Alex-Villanueva-Araya/e/B079Y7Q2QQ
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario