lunes, 22 de marzo de 2010

Cap 2: Juvenal

............................................... Escuela Normal de Preceptores de Copiapó (1915)
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Este día domingo 1° de diciembre de 1918 nunca lo podré olvidar, el internado de la Escuela es un verdadero hospital con prácticamente todos los internos enfermos de una extraña y fortísima gripe. Había 44 internos enfermos y en toda la Escuela habría, a lo sumo, 10 a 15 estudiantes alentados.
Naturalmente que no hemos tenido clases, están suspendidas debido a tantos enfermos con la “influenza”. Mañana hay orden de hacer una desinfección general con azufre en todos los salones, a fin de espantar los gérmenes de la epidemia de ésta influenza, y lanzar los malos espíritus al infierno del mismo modo como el diablo “fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”, según dice el mismo Apocalipsis.

Tenemos noticias de que la Gran Guerra en Europa, que se inició en el año 1914, llega a su fin y nacen renovados aires de paz, pero también nos trae esta virulenta epidemia de influenza que ha dado más muertos en el mundo que la guerra misma.

Antiguamente se creía que ésta enfermedad se producía debido a la influencia de estrellas, planetas y poderes ocultos, por este motivo en Italia, en el año 1510, se le llamó “Influenza de freddo” (influencia del frío), aludiendo a su aparición en los meses fríos de invierno.

En cambio, otros piensan que la enfermedad flota en el ambiente, llevada por manos invisibles, como maldición divina, como verdaderos miasmas etéreos que extienden sus peligrosos tentáculos entre las personas más descuidadas en su protección personal.

Había noticias de que la epidemia estaba causando estragos en Santiago, puesto que había cundido entre trabajadores de la Vega Central con extraordinaria violencia y gravedad. Asimismo, llamaba la atención que la epidemia se había extendido en la cárcel de Santiago y después a toda la población, provocando muchas muertes entre las personas afectadas.

Se sabía que las pulgas fueron el principal transmisor de la peste negra que abatió a la población en Europa en el siglo XIV, de modo que la pregunta obvia era si habría vínculos entre las pulgas y el contagio de ésta nueva gripe. Claro, había un extraño vínculo entre infección y pobreza, de manera que había un culpable que todos pensaban, aunque nadie mencionaba explícitamente a la miseria, lo que equivale a decir que los culpables eran los pobres.

Junto con la pobreza, se incluía como culpables a la mugre, a la basura, al descuido, a la falta de aire. Bueno, había que proscribir a las pulgas y a los piojos, fieles compañeros indeseables de los pobres y de los perros… ¡A ellos con los vapores de azufre para que los espanten hacia el infierno!

En el internado de la escuela no había suficiente salivaderas para nosotros los enfermos, algunos nos veíamos obligados a escupir en el mismo suelo las flemas y mucosidades sanguinolentas, rojo amarillentas. Acostados en los catres semidesnudos, debido al intenso calor atacameño, nadie hablaba, sólo se escuchaba la tos, intensa y fatigante, a veces con un paroxismo verdaderamente intolerable, y una respiración agitada con un permanente gorgoteo.

Nuestros cuerpos se han vuelto grisáceos, con una palidez plomiza, que resalta el azulado de los labios, la nariz, las orejas y la matriz de las uñas. La inapetencia es completa, de noche nos invade el insomnio y los delirios provocados por la fiebre que hace transpirar pestífero sudor por todo el cuerpo, hasta la deshidratación. La sed es muy grande.

Con enorme esfuerzo me he levantado un momento para ir a las letrinas, entonces sin motivo aparente, de manera violenta comienza otra vez a salirme sangre de narices, con furia desatada me explota una hemorragia nasal y me salen pedazos grandes de moco con sangre negruzca. Mi debilidad es extrema, apenas tengo energía para volver a mi cama y tenderme desfallecido en ella.

Pasado mañana está anunciado un eclipse de luna, a las 9 de la noche, está previsto un oscurecimiento completo de nuestro satélite. Sin embargo, más me parece a mí un eclipse de la vida, ya hay muchos muertos en el país debido a esta terrible epidemia de influenza ¿Por qué nos castigas, Dios mío?

¿Y si yo muriera? Sería injusto que el destino me tuviera previsto un fin a mi temprana edad, apenas he comenzado a ver el mundo, hay muchos caminos que quisiera recorrer, no he vivido lo suficiente, mis ilusiones y mis sueños me trazan senderos que deseo fervientemente transitar.

Tantas ilusiones de mi abuelita sobre mi progreso en mis estudios en la Escuela Normal, motivo de mucho orgullo para ella y para todas mis hermanas, quedarían destrozadas, se perderían los sueños y tanto esfuerzo de mi familia si yo muriese debido a esta virulenta enfermedad. Dios no permitiría tanta tristeza para los míos, ni merezco tal castigo, puesto que mis pecados nunca han pretendido causar daño a otras personas y he entregado toda mi fe en ti Señor… tengo muchas ansias de vivir. Pero será tu voluntad, mi Dios

Si muriera mis pensamientos se irían con la imagen de mi Rosita, ella es mi ilusión, es mi esperanza única, es ella a quién he entregado todo mi corazón. En mi último aliento, en mi último palpitar, será su nombre de hermosa y delicada flor, Rosita, que cubrirá todo mi ser.

Fue un día de mayo de éste año cuando la vi por primera vez, yo estaba en el estadio viendo un partido de fútbol, acompañado de dos amigos, cuando desde lo alto de una pequeña planicie la vi junto con otras jovencitas, entre ellas estaba Rosita que destacaba con su traje de color rosadito, chatita, muy linda… ella quedó grabada en mi corazón.

Una tarde de paseo dominical por la Alameda la conocí a través de Anselmo Quelopana, un amigo del internado de la escuela, y dijo llamarse Rosa Molina Gutiérrez. La saludé con mi mayor caballerosidad y pienso que ella se quedó con buena impresión de mí. Le escribí una nota expresándole mi deseo de tener el privilegio de su amistad, después nos hemos escrito varias veces.

Una noche, en agosto pasado, junto con Quelopana decidimos escaparnos del internado para ir a visitar a Rosita. Nos subimos por la escalera frente a la ropería, saltamos la pared hacia la viña y de allí salimos corriendo hacia la calle.

Esa noche estuve hablando con Rosita, ella es muy simpática y cada día me parece más linda; ya teníamos tres meses que nos conocíamos y su amistad me llena de vitalidad el alma y de ansias inmensas de tener siempre su cercanía. Ella vive en la calle Chañarcillo, en la casa Nro. 283.

Cuando regresamos al internado nos sorprendió en nuestra falta el subdirector, el señor Eulufí, quien nos regaño y nos castigó dejándonos sin salida hasta las vacaciones de septiembre. Mi corazón sintió el golpe de un extraordinario dolor, porque no vería a Rosita durante casi 3 semanas.

Todos esos días estuve pensando en Rosita, ella invade todos mis pensamientos y sólo espero las vacaciones para volver a verla. Un día le dijo a Rubio que no me había escrito, porque había estado enferma, es tan mentirosa esa beldad, sin embargo son dulces mentirillas no me importan demasiado, yo sólo soñaba con volverla a ver, quería que estuviese a mi lado para tener los momentos más felices de mi vida… no sé si mi alma sentía, con su imagen grabada dentro de mí, alegría o melancolía.

Hasta que por fin llegaron las ansiadas vacaciones. Dichosas fueron las noches que estuve junto con ella, mi amada Rosita, muchas noches hablé con ella ¡Qué feliz me sentía! Pero una noche nos disgustamos, porque una mañana me detuve en su casa cuando unos pobres italianos venían a pedir algo de comer, yo le avisé a su familia para que les diesen alguna ayuda, pero nada les dio.

Pobres infelices, con hambre y sin dinero, me inspiraron compasión y les regalé todo el dinero en sencillo que tenía, para que se compraran algo. Mi alma sintió ganas de llorar, de abrazar a aquellos hombres, porque yo sé lo que es sufrir, yo sé lo infiel que es el mundo, de ellos me apiadaba.

Al día siguiente Rosita no quiso hablar conmigo, fui en la noche a su casa, pero no me quiso recibir, sin embargo la pude ver por la ventana que da hacia la calle. Como nunca, la vi tras la ventana, estaba muy triste, pensativa, con la cabeza gacha entre sus brazos y la lámpara de la habitación a media luz… éste era un cuadro con ella muy abatida ¡No sé por qué!

Transcurrió casi un mes antes que volviera a retomar la amistad con Rosita, estuvimos disgustados muchos días y nos distanciamos durante ese lapso, pero un día me mandó a decir que olvidaría todo y me envió un clavel blanco.

Nos encontramos durante los festejos del “día del estudiante”. Hubo un desfile de carros alegóricos, entre los cuales destacaban el cañón, la mariposa y el submarino, éste último presentado por mi Escuela Normal y que ganó el primer premio, el cual fue recibido con salva de aplausos. Venía con Lincoyán, compañero del internado, cuando me encontré con Rosita y Olivia.

- ¿Rosita, quiere Ud. que la acompañe? – me dirigí a ella muy suavemente y con la mayor gentileza, con cierto temor a un posible rechazo.

- Como Ud. guste – contestó con amabilidad y me miro con sus dulces y hermosos ojos que borraron todo temor dentro de mí.

Nos fuimos conversando animadamente como si nunca hubiésemos estado enojados. En la Plazuela del Teatro tomé con suavidad sus manos y le di un beso leve en su mejilla ardorosa que dejó marcado su calor en mis labios. Nos miramos a los ojos una eternidad para decirnos sin palabras nuestras promesas de amor.

Un día en la mañana salí hacia el cerro, estábamos en una práctica de gimnasia. Desde esa altura, frente a la casa de Rosita, se observaban los lindos paisajes de alrededor, desde allí se divisa la terminación del camino que está detrás del Cementerio, es un paisaje del árido desierto de pura arena y, girando hacia la izquierda, se ven hermosas sementeras regadas por el serpenteante río Copiapó, en completo contraste con la vista anterior… ¡es todo hermosura!

A los pocos días que siguieron recibí una carta que Rosita me escribió… ¡El gallo! me decía, con una delicada esquelita. En el internado, a la sombra debajo de una parra, fui a leerla ¡Qué linda su confianza, me declara su amor! Me escribió: “El año se nos va y qué dolor voy a tener cuando Ud. se vaya a su hogar”. Nunca como entonces he querido tanto a Copiapó.

Esa misma tarde fui al local de fotografía, retiré mis tres retratos que había mandado a hacer y a uno le puse la siguiente dedicatoria: “A mi amiguita, Rosa Molina Gutiérrez, dedico éste retrato en prueba de mi amor que siempre mi corazón os ha tenido y os tendrá. Consérvelo, Rosita, no nos olvidemos, querámonos siempre y tengamos la firme esperanza que después nuestros corazones se unirán. El que sinceramente la ama. Héctor Juvenal Araya”.

Estos recuerdos me vienen a la mente cuando enfrento con desespero a la muerte que sospecho me quiere llevar. Me siento tan débil que apenas tengo energías para respirar con mucha dificultad, me invade un dolor en todas las articulaciones, en todos los músculos del cuerpo, fuertes dolores de cabeza, fiebre alta, congestión en la nariz, hemorragias nasales, tos con expectoraciones sanguinolentas, sudor mal oliente… se siente el aire de la muerte.

Casi no he dormido en toda la noche, sufro de insomnio y mi cabeza revienta de dolor. Algunos internos se levantaron y habían salido, nada anunciaba el desastre, pero el reloj marcaba las 7:44 a.m. cuando comenzó a temblar cada vez con mayor intensidad por un lapso de casi 6 minutos, este día 4 de diciembre ocurrió un terremoto tan violento que nadie podía mantenerse de pie.

Una desgracia sobre otra, es como si nos estuviesen cayendo las plagas de Egipto. Dicen que el terremoto alcanzó el décimo grado de intensidad, según la escala de Rosi y Forel, sus oscilaciones fueron rapidísimas y en todas direcciones, las campanas de la ciudad repicaban solas.

Nosotros que estábamos enfermos arrancamos hacia las letrinas, yo que estaba tan débil no sabía si bajo mis pies había suelo; veía pasar los pájaros asustado, se escuchaban los gritos de la gente, una nube gris avanzaba implacable… ¡todo espantaba!

El pánico fue general y la gente huyó a las plazas, potreros y cerros, negándose a alojar en sus casas. Dicen que hay algunas muertes provocadas por los derrumbes y varios heridos, muchas casas quedaron en ruinas y hay cuantiosos daños por todas partes.

En la Escuela los perjuicios son notables, la ropería tiene las murallas completamente agrietadas, el recinto dónde nos lavamos tiene la muralla que ya prácticamente se cae, todos los salones están llenos de tierra, con las cornisas caídas, el techo casi se cae… ¡todo malo!

Hay orden de ayudar a todos los habitantes de la ciudad. Mis compañeros recorrieron el pueblo y después hicieron guardia en los alrededores del sector La Chimba. Ahora, en la tarde, ya ha escampado mi hemorragia de las narices, y hablando con Rubio me he enterado que a la casita de Rosita nada le ha pasado, aunque ella ha estado muy pálida de susto.

Hemos decidido dormir esta noche en la intemperie, al aire libre ¡Eso es de hombres guapos! Bueno, en realidad tenemos temor de que vuelva a temblar y terminen por derrumbarse las paredes de la Escuela. Mientras tanto la ciudad, llena de ruinas por todas partes, está vigilada por los boy scout y los zapadores de La Calera.

Así transcurren los días, con una ciudad de calles tristes y solitarias, muy poco traficadas, negocios cerrados, muchas murallas caídas y muchos damnificados atendidos en el cuartel de bomberos. No hemos tenido pan, lo hemos sustituido por sopaipillas.

En todo esto tengo una noticia buena, he pasado de curso con muy buenas calificaciones, me ha felicitado nuestro Director, el pedagogo Don Rómulo J. Peña. Llegaré con una buena nueva a mi casa, viajaré en tren el próximo día 17 de éste mes de Diciembre.

Pero lo más importante que me ha ocurrido es en realidad el obsequio que he recibido de Rosita, me ha regalado un retrato suyo con la siguiente dedicatoria: “En sus momentos de desolación y tristeza contemple este pequeño recuerdo, piense que él es una prueba del amor que le profeso. Reciba, querido amigo, el amor más puro del corazón de su amiga. Rosa M.”

Me ha jurado ser mi esposa, y es por ella que todavía no me voy a La Serena, en cambio mis amigos Sáez y Rubio ya partieron de regreso a mi ciudad. Mi abuelita me ha estado esperando, me escribió una carta donde me dice que estuvo esperándome hasta las 3 de la mañana el día que llegaron mis amigos, ahora me envía más dinero, ya van $72, me siento tan abusivo ¡Supiera mi abuelita que me quedo unos días más por Rosita!

Todas estas noches han sido de felicidad para mí, siempre al lado de Rosa. Hoy, mi noche de despedida, me juró serme fiel y sellamos nuestro amor con un ósculo cuyo sabor aún permanece en mí.

- No me olvide, yo rezaré mucho por Ud. para que llegue alentadito – ella muy triste se despidió – Adiós…

- Adiós… - dije y muy triste me alejé cabizbajo, mi alma partida en pedazos por el dolor, una angustia que me oprimía la garganta.

Día miserable que el destino me depara, me aleja del lucero de mi vida, esplendor de mis noches, ya voy a partir a mi ciudad de la Serena y siento el desgarramiento de mi alma, porque me alejo de la niña de mis dulces ensueños. Con el dolor de mi corazón me he inspirado para componer en mi viejo violín un vals que he llamado “Rosita”.

¡Adiós querido Copiapó!


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