Una vez una señora de avanzada edad llamó por teléfono a la policía para presentar una denuncia sobre unos muchachos que se bañaban desnudos en el río, a la vista de la ventana de su casa. La policía ordenó a tales personas que se fueran a un sitio más alejado del lugar; sin embargo, a los pocos minutos la señora vuelve a llamar reclamando otra vez lo mismo.
– Pero señora, nosotros acabamos de verificar que están muy lejos de su casa – contestaron del puesto policial.
– Sí, es verdad – contestó la señora – pero ocurre que yo todavía los puedo ver con mis binoculares.
Me imagino que algo parecido ocurre con este gobierno que ya tiene 11 años de ejercicio del poder en Venezuela, con el control absoluto de casi todas las instituciones del Estado, y que sigue culpando a los gobiernos anteriores, los que él denomina de la cuarta República, de las actuales desgracias de la economía, la delincuencia, la ineficiencia institucional, el colapso de los servicios públicos, la propagación de las enfermedades tropicales, la corrupción gubernamental y de todos los males del país.
Alguien, quizás en una iniciativa muy irreverente, podría atreverse a decirle al señor Presidente:
– Oiga usted, comandante, lleva 11 años como jefe de Estado, Presidente de la República, y ya no debería estar mirando los problemas de los gobiernos anteriores.
– Es que yo los sigo viendo, porque los miro con mi telescopio - contestaría seguramente el mandatario.
Claro, en la historia hay personas que por mirar por un telescopio estuvieron a punto de ser condenados a morir quemados en la hoguera de la Inquisición, como le ocurrió a Galileo Galilei, que pretendió demostrar con su aparato, en este caso en aplicaciones astronómicas, que la Tierra no era el centro del Universo ¡Vaya osadía frente a la Santa Iglesia!
Francamente no tengo nada contra aquellos que miran a través de un telescopio, ya sea que miren a muchachos y muchachas desnudas, que miren al pasado para destacar su ego bolivariano o que observen los planetas y las estrellas, pero que un gobernante del país no vea la destrucción progresiva que está a la vista, frente a sus propias narices, me alarma y me impacienta, porque no podemos esperar a que todo se vuelva cenizas y después no crezca la hierba como si hubiese pasado Atila con su barbarie.
No me resigno, definitivamente no.
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