martes, 23 de febrero de 2010

CAPRICHOS DE LA EVOLUCIÓN

.
El engreimiento del hombre no tiene límites, lo invade la soberbia y vive embriagado de envanecimiento, sin un ápice de humildad, no tiene conciencia de su insignificancia en el universo ni de la fugacidad de su vida. El hombre se siente el centro del cosmos y con el amparo de alguna religión busca una inasible felicidad eterna.

Cierto es que la evolución, como lo comprobase Darwin, que resulta de las mutaciones genéticas y la selección natural, después de un largo camino de cientos de miles de años, ha traído al ser humano a estadios extraordinariamente superiores de desarrollo y a su supremacía sobre el reino de todos los seres vivos en el planeta.

Los cambios en el medio ambiente han inducido alteraciones en los organismos vivos, han hecho que los individuos mejor adaptados a las condiciones reinantes tengan ventajas competitivas sobre sus congéneres y, por lo tanto, mejores posibilidades de que su descendencia predomine. Entonces es verdad, somos el resultado de la selección de los mejores.

Sin embargo, si las condiciones dejan de ser favorables pueden ocasionar la extinción de la especie humana, dura lección de la historia evolutiva que parece no haber sido suficientemente asimilada por la humanidad que daña irresponsablemente su propio entorno. Nuestro planeta tiene innumerables ejemplos de extinción de especies que no han podido adaptarse rápidamente a los cambios del medio.

Hace un poco más de 4 millones de años apareció el primer homínido, el llamado Australopithecus, especie con un cerebro relativamente grande que podía mantenerse erguido, caminar y correr en dos pies, y medía más de un metro de estatura. Luego apareció hace 2,5 millones de años el género Homo, cuya evolución dio lugar hace más de 200 mil años al homo neanderthal y el homo sapiens. El hombre de Neanderthal desapareció completamente y su lugar fue ocupado por los hombres modernos hace 35 mil años. Ahora, todos los seres humanos formamos parte de una única especie.

Somos una sola especie, homo sapiens, pero con parientes muy cercanos, demasiados cercanos para quebranto de nuestro propio orgullo, aunque actuamos como si no lo supiéramos. Compartimos el 99.4 % de los genes con los chimpancés, el 97.7 % con los gorilas y el 96.4 % con los orangutanes.

¿Pero qué es esta historia de apenas 4 millones de años del homínido, frente a una presencia de los dinosaurios durante más de 160 millones de años? Dominaron la tierra hasta hace 65 millones de años, cuando desaparecieron debido al impacto de un gran meteorito que provocó el cráter Chicxulub, de 180 kilómetros de diámetro, en lo que hoy es la Península de Yucatán en México.

En base a los fósiles estudiados se conocen más de mil especies de dinosaurios, entre herbívoros, carnívoros, omnívoros e insectívoros. Las hipotéticas estrategias de caza de estos animales implican cierto desarrollo de la inteligencia, agilidad y fuerza, que hacen necesaria una fisiología bastante avanzada. Entonces, ¿hasta dónde hubiese llegado su evolución estos últimos 65 millones de años si no hubieran desaparecidos?

Desgraciado meteorito que los eliminó, o más bien, que afortunados somos nosotros que descendemos de los mamíferos que tuvieron la oportunidad de sobrevivir la catástrofe del intruso extraterrestre, que luego pudieron diversificarse y dominar sobre las otras especies de la naturaleza. Es muy probable que si no se hubieran extinguido los dinosaurios, los humanos no reináramos sobre el planeta y, en consecuencia, las formas más inteligentes de hoy serían descendientes directos de los dinosaurios.

Quizá estos descendientes de los dinosaurios, por ejemplo sucesores del Tyrannosaurus Rex, estarían desarrollando tecnología avanzada, dejando su huella en el planeta Marte y... escribiendo en este blog.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario