jueves, 24 de septiembre de 2009

RELATO: CUANDO EL GALLO NO CANTA

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A la memoria de mi tío Héctor Juvenal
Araya Huidobro, a sus sueños e ilusiones
que el viento se llevó.
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Siento la angustia de que los días pasan y estos malditos dolores no me quieren abandonar, apenas he dormido durante esta noche, tengo náuseas y un intenso dolor de cabeza, pareciera que mis pensamientos fuesen a explotar.

A pesar de que hay cortinas oscuras en mi habitación, percibo un lánguido amanecer, es como si el día no tuviese fuerzas para diluir las sombras de la noche que invaden todo el lugar. Apenas oigo los ruidos de la calle, ya no está la acostumbrada algarabía de las mañanas, es un día muy extraño y yo me siento muy débil.

Mi enfermedad me deprime profundamente, pues cuando parece que estoy mejorando me viene enseguida una recaída, después me vuelvo a sentir mejor para recaer una y otra vez. Ahora las nauseas me provocan deseos de vomitar todo, expulsar mis pensamientos, vomitar mi alma y botar de una vez todos mis dolores para descansar el cuerpo de esta angustia que ya no puedo soportar.

Aún no canta el gallo que anuncia un nuevo amanecer, cuando la alborada devela un nuevo día, erguido en medio de su harén de gallinas que sólo atinan a un leve cacareo que más parece un suave murmullo. Mal agüero es si las gallinas cantasen, pues sería señal de mala suerte y de muerte, en tanto que el canto del gallo es símbolo de valor y abundancia.

A mí me agrada el canto del gallo, ya que su cantar matinal anuncia el fin de las juergas nocturnas, ahuyenta la muerte, nos exorciza de demonios y espíritus malignos. El canto del gallo expulsa a los diablos, brujas y duendes que abundan en la soledad traicionera de las noches.

También el gallo y su canto son símbolos de fecundidad, en el sentido de fertilidad, de la cual está signada mi familia, ya que de hecho somos cinco hermanos y yo soy el mayor. Podríamos haber sido muchos más hermanos, pero un lóbrego día el gallo no quiso cantar, ese día lo quiso imitar una gallina con un falso cacareo, fue un triste día que no amaneció cuando mamá falleció.

Mi madre murió a los pocos días de haber nacido mi hermanito menor, la alegría de la llegada del bebé se ensombreció de angustia para toda la familia. Muy poco tiempo después falleció papá de tristeza y soledad.

Entones mi abuelita decidió enviarme al internado de la Escuela Normal de Copiapó, una vez que terminé mis estudios de la Escuela Primaria. Mi primer año, con el dolor reciente de la muerte de mi mamá, fue cuando apenas tenía 14 años.

Aquella vez sentí que se me partía el corazón al alejarme de mi familia, separarme de mis amigos, lejos de mi ciudad y ausente de mi hogar. Se desgarraba mi alma con lágrimas contenidas, ya no tenía a mi madre para sentir su protección frente a un mundo agresivo y desconocido para mí.

Es cierto que tenía la emoción de la aventura, conocería otras realidades y forjaría un espíritu de luchador, pero también sentía el temor de la incertidumbre y me embargaba un profundo sentimiento de soledad. Me envolvía el desconcierto de mi alma desamparada y la angustia consumía mi interioridad.

Sin embargo, tenía la obligación de sobreponerme a mi conciencia de orfandad, pues como soy el mayor de los hermanos, el hombre de la familia me decía mi abuelita, debía pronto alcanzar una profesión para ayudar a los que me seguían atrás. Mi deber era esforzarme en mis próximos estudios de normalista para después apoyar a la familia que tanto ha dado por mí.

Algún día, lo digo con mucho orgullo, seré maestro normalista y sentiré el placer de enseñar a jóvenes que podré aconsejar para que no cometan mis errores, entonces mis lágrimas y mis sufrimientos habrán sido útiles para tender mis manos a quienes la puedan necesitar.

Si Dios se apiada de mí y me da muchos años de vida, si me premia con los hijos que quisiera tener, les daré a ellos mis mejores ejemplos y siempre los protegeré de los peligros de la vida. Con el brillo del sol de todos los días habré purificado mi espíritu y el resplandor de mi alma sensible será un abanico de luces para los demás.

Estaba ensimismado en estos pensamientos cuando sorprendí a mi hermanita Hilda mirándome a hurtadillas desde la puerta medio entreabierta de mi habitación, su inocente carita expresaba curiosidad e incomprensión, también su mirada era de temor. Le grité que se fuera, puesto que nada tenía que hacer allí, entonces la sentí que asustada y sollozando corrió hacia la habitación donde estaba la abuelita.

Mi hermanita menor era la única a quien le permitía quedarse en mi habitación escuchando mis prácticas de violín, se sentaba en un rincón del cuarto y escuchaba con atención las melodías musicales que yo practicaba. Su candidez me ayudaba a inspirarme con la mayor pureza en las emociones que acompañaban la música que hacía fluir con mi viejo violín.

Pero ahora ya no soporto la compañía de nadie, quiero estar sólo, cualquier otra cosa me molesta, todo me irrita y hace mayores mis padecimientos que no he logrado quitar con tantos remedios que me he hecho. Primero me venía aplicando fricciones de mercurio en mis zonas afectadas, es lo que llaman ungüento azul, y también he inhalado vapores de mercurio para curar mis malestares, son remedios muy fuertes, pero es la manera de mejorar de mi enfermedad.

Sin embargo, después de altibajos en mi estado de salud, sólo he logrado sentirme más débil y me surgieron unos agudos dolores del pecho, tenía temblores y espasmos musculares. La fiebre me hacía alucinar con las sombras que parecían que se desplazaban como oscuros fantasmas que me envolvían en un abrazo letal.

Definitivamente pierdo la paciencia por la prolongación desmesurada de esta situación, no merezco este castigo del destino, hace daño a mis planes de terminar mis estudios y daña a mi familia que tiene depositadas tantas esperanzas en mí ¿Por qué la vida deja caer tanto polvo sobre mis hombros? ¿Acaso he hecho algún mal para merecer tan drástico castigo?

Quizás sean pruebas de Dios para obligarme a fortalecer más aún mí espíritu, a fin de prepararme para enfrentar las adversidades de la vida. Pues sí, por este motivo he puesto toda mi fortaleza para tratarme con la mayor intensidad, es la razón por la cual me he administrado mayores dosis de remedios para salir más rápido de este trance, a pesar de los malestares que me produce el tratamiento. Así es, un momento de placer con Venus provoca mucho sufrimiento con Mercurio, es la manera de expiar los pecados.

Mejoraba, pero luego la recaída fue peor, entonces comencé a ver al Dr. Aguirre, quien me viene controlando y me ha dicho que los remedios que me ha dado son definitivos para sanar. “Salvarsán”, esto es, arsénico que salva, es el nombre de un moderno medicamento que me ha recetado el doctor y que me producirá la recuperación total.

Las primeras inyecciones hicieron desparecer las lesiones de mi piel, aunque he tenido muchos nauseas y vómitos con terribles diarreas, además creo que he estado perdiendo algo de mi cabello. Cada inyección me produce agudos escalofríos y mucha fiebre.

Me desaparecen algunos síntomas, sin embargo, ya no me quedan fuerzas, apenas soporto los dolores abdominales, hoy amanecí con un agudo dolor de pecho, la piel del cuerpo se me ha vuelto grisácea, tengo estrías de color blanco en las uñas. ¿Será que la vida se me va? Díos mío, no quiero pensar en ello, en la vida quiero hacer muchas cosas, quiero ser educador, quiero enseñar, quiero ser poeta y también quiero llenar todos los espacios de música con mi fiel violín, amo la vida.

Tengo ansias de vivir, quiero conocer el mundo y quiero disfrutar la vida junto con mis seres queridos, deseo compartir con ellos mis éxitos que me llenan de orgullo y satisfacción. Me arrepiento de todas las cosas que pudiera haber hecho mal en mi vida, pero mi Dios, no te lleves mi alma todavía, te lo suplico, mi vida será de rectitud y nobleza, lo prometo desde lo más profundo de mí.

El destino quiso quitarme a mi madre a muy temprana edad, dejándome huérfano en este agreste mundo, desamparado del cariño que sólo da la mujer que a uno lo trae a la vida. Esto me obligó a forjarme mi futuro con mucho esfuerzo y muchos riesgos, sin que a ella la tuviese para advertirme de los peligros que afrontamos en las osadas aventuras de la juventud.

Madre, me has hecho mucha falta, siento un profundo vacío que arrastro desde el triste día que te fuiste con tu carita dormida, silenciosa y serena. Tengo el recuerdo de mirarte fijamente, mientras mis lágrimas brotaban de mis ojos y dejaban marcados surcos plateados sobre mis mejillas manchadas de muchacho.

¿Pero, por qué hay tanto silencio? ¿Dónde están todos? Hoy amaneció y no escuché el canto del gallo, ni siquiera escucho el revolotear de los pajarillos en el nogal. Díos mío, el gallo no cantó…
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