jueves, 1 de septiembre de 2016

Navegando en la filosofía - II


Navegando en la filosofía - II.

 (Recopilación)


Alex Villanueva A.
Caracas, Agosto 2016.

Jean Paul Sartre
Lo supe más de un año antes, fue una larga enfermedad que consumió lentamente a mi padre. Estuve a los pies de su lecho cuando dio su último suspiro, Doris cerró suavemente sus ojos y un tenso silencio inundó el dormitorio, tenía apenas 13 años de edad. Me invadió un sentimiento de angustia y sentí un profundo desamparo que me llevó tiempo después a refugiarme en la religión a través de las llamadas misiones católicas, movimiento que llegó a mi pueblo y arropó a muchas viejas beatas entre las que estaba mi mamá. Allí conocí a un interesante cura que era profesor de filosofía en el Seminario Conciliar de La Serena; él fue quien me motivó a no tener anteojeras en el pensamiento y abrirme a leer incluso sobre el existencialismo y el marxismo.
Así descubrí el libro “La náusea” de Jean Paul Sartre. El protagonista es un tal Roquetin que siente que vive en un mundo vacío y le asombra que los demás no adviertan lo absurdo de las cosas y de la cotidianeidad de la vida. Un día en un parque tiene una visión acerca del profundo significado de existir, que es y que no es nada a la vez, y llega a entrever que acaso pueda otorgarle un sentido a su propia vida, sin sentido como la de todos los hombres.
Me identificaba tan profundamente con el personaje de la novela que me envolvió una terrible ansiedad y una insondable soledad que expresaba mi desconcierto sobre el sentido de mi vida y la incertidumbre de mi futuro. Observaba que mi abanico de posibilidades no era muy amplio, entonces la opción que elegí fue ingresar a la Universidad, a una carrera de estudios técnicos, cuando tenía 16 años. Dicen que era buen estudiante, entré a esa Universidad con el mejor puntaje en el examen académico de ingreso.
Volviendo a Sartre, me recuerdo que en aquella época su filosofía existencialista estaba en boga en Europa, pues representaba la rebeldía juvenil y la libertad en su más amplio sentido. Quise entender más del autor y leí su extraordinario libro autobiográfico “Las palabras”. Es un conmovedor relato de su infancia y su entorno, crudo y sin pudor expresa sus miedos, sus afectos, sus miserias y su amor a la lectura que lo lleva más tarde a elegir transformarse en un escritor compulsivo.
Un día me propuse conocer más acerca de su filosofía existencialista y qué mejor que indagar en su obra fundamental “El ser y la nada”. Es un libro de casi 400 páginas y para leerlo hice un esfuerzo monumental, pero lo confieso ahora, no entendí nada. Es una experiencia alucinante, y muy frustrante, por supuesto; mientras tanto vestía como existencialista, comía como existencialista y sufría como existencialista.  Al menos del título del libro me quedó “la nada”, en cuanto a “el ser” es más complicado todavía, pues Sartre en su teoría ontológica divide la realidad en “el ser-en-sí” y “el-ser-para-sí”. ¿Se entiende? Años después creo que algo he logrado entender, vamos viendo.
El “ser-en-sí” es el ser de las cosas, de los objetos, de las realidades no humanas. El “ser-para-sí” es el ser de las personas, en tanto que subjetividad dotada de conciencia y libertad. Entonces, la parte que va más allá de las cosas es la subjetividad, hasta el punto de que somos conscientes de sí mismo. Por ejemplo, si miramos un objeto cualquiera podremos después recordar haberlo mirado, centrar la vivencia en el objeto mismo, pero también somos conscientes de nosotros mismos mirando ese objeto, esto es la autoconciencia.
Sartre considera que esta presencia de la autoconciencia, conciencia de sí misma, es un rasgo básico del “ser para-sí”. Ahora, que esté la conciencia presente ante sí misma sólo es posible con una cierta separación en el interior de la conciencia, pues para el conocimiento de uno mismo se requiere observarse desde alguna distancia.  Eso que separa a la conciencia de sí misma es un no-ser, es la nada. El hombre se convierte así en el ente por el que la nada adviene al mundo. Esta nada presente en el interior del hombre es lo que le hace ser libre, le permite estar abierto siempre al futuro y nunca identificarse completamente con su ser actual. En otros términos, Sartre dice: “estamos condenados a ser libres”.
Este es el origen del principio existencialista: “la existencia precede a la esencia”, esto es, el hombre no tiene ser, por lo que sólo le cabe hacerse y ser aquello que ha querido ser. Esta consciencia de libertad absoluta es la que da lugar a los sentimientos de angustia, desamparo y desesperación.
Para Sartre el hombre empieza por existir, es arrojado en el mundo, y que sólo después se define. El hombre empieza por no ser nada, sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, entonces, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. En este sentido, una de las frases más hermosas que ha expresado Sartre señala que: “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”.
El concepto de libertad de Sartre es tan radical que niega cualquier tipo de determinismo, pues somos lo que hemos querido ser y siempre podemos dejar de ser lo que somos. Es nuestra libertad la que elige. Por tal motivo cuestiona conceptos del psicoanálisis de Sigmund Freud en cuanto a que considera que la persona adulta no puede ni debe estar defendiendo sus defectos en hechos ocurridos durante su infancia, ya que eso sería autoengaño y falta de madurez.
A pesar que sólo he comprendido algo de la filosofía existencialista a lo largo de mis años, no niego la enorme influencia que ha tenido en mí, quizás exacerbando mi conciencia de individuo y el sentimiento de libertad, lo cual me hace responsable a mí de sí mismo y de mis actos.
De modo similar tuve admiración por la pareja de Jean Paul Sartre y  Simone de Beauvoir, quienes mantenían una relación abierta y cuya convivencia duró toda la vida. Ellos marcaron una época quizás representada por los ojos bizcos de él y por el movimiento estudiantil rebelde del mayo francés de 1968 que remeció los cimientos de la sociedad francesa.
Sartre sorprendentemente rechazó el premio Nobel de Literatura que le otorgó la Academia Sueca en el año 1964, pues declaró que era una manera de decirle a él "finalmente es de los nuestros". En este sentido me parezco bastante a Sartre, yo también rechazaría el premio Nobel, no me gusta Suecia porque allá hace mucho frío.
Caracas, Junio 09 de 2016.


Inmanuel Kant
¡Sapere aude! ¡Atrévete a pensar!  ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Así decía Kant, parafraseando al poeta romano Quinto Horacio, para referirse a aquellos que por pereza y cobardía prefieren seguir siendo menores de edad. En todo caso, ahora es peor, pues pensar se ha vuelto sinónimo de ociosidad en el peor sentido de la palabra. En mi último empleo mi jefe me preguntó qué estaba haciendo, le contesté con la mirada puesta en el infinito que estaba pensando, fueron mis últimas palabras en esa empresa, me botaron. ¡Y qué decir de Inés!, cuando llega del trabajo a casa me pregunta qué he hecho durante el día, entonces cuando le digo que he estado reflexionando se desboca con un largo torrente verborreico sobre lavar los platos, fregar el piso, lavar los baños, etc. ¡Caramba, qué difícil es ser filósofo!
Claro, Inmanuel Kant (1724-1804) fue un filósofo en la época de la Ilustración y seguramente nunca tuvo que lavar un plato, pero sin duda que fue un pensador muy influyente en la Alemania de su época y hoy en día sigue teniendo una gran influencia. Escribió, entre muchos otros, un destacado libro, Crítica de la razón pura, donde expone los alcances y límites de la razón, y es calificado generalmente como el inicio de la filosofía contemporánea.
¿Qué puedo saber? se preguntó Kant en plena época del iluminismo, cuando se señalaba a la razón como la luz del poder que organiza toda la realidad. Ya decía Descartes “pienso, luego existo”, expresión que es el cimiento del racionalismo occidental, en tanto que, por el contrario, el filósofo inglés David Hume (1711-1776) sostenía que todo conocimiento se origina en la experiencia sensible y es la única fuente del mismo, sin la cual no se podría saber nada. Se entendía que había sólo una fuente del conocimiento, la razón para unos, y la experiencia para los otros.
Kant tiene la originalidad de plantear una suerte de síntesis entre el racionalismo y el empirismo de tales pensadores y formula el denominado giro copernicano, en el sentido similar a cómo Copérnico cuando no lograba explicar el movimiento de los planetas en torno a la tierra, entonces planteó que el espectador era quien giraba en torno al sol, que todos los planetas giraban alrededor del sol.
Para Kant el conocimiento se logra con el apoyo de la razón y la experiencia, pero centrado en el sujeto, no que el objeto adecúe al sujeto según indicaba la tradición filosófica, sino a la inversa. Con los sentidos recibimos los datos de la realidad, los sometemos a las formas intuitivas del espacio y el tiempo y, luego, con el entendimiento los ordenamos mediante conceptos generales, categorías a priori, que son algo así como nuestro software básico, digamos el sistema operativo base, con lo cual se produce un proceso configurador de la realidad.
Así entonces, según Kant, la única forma posible de conocimiento de la realidad es la de los fenómenos, esto es, de aquella parte de la realidad que la percibimos a través de la experiencia humana con nuestros sentidos. Lo que es la realidad “en sí misma”, el neúmeno en terminología de Kant, independientemente de nuestra manera de abordarla, es algo que está fuera de nuestro alcance. Esto es, vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros.
Me parece interesante una analogía que da cuenta gráfica de este planteamiento: Imaginemos una persona que está pescando en el mar con su red y observa que todos pescados que recoge son mayores que 15 centímetros, entonces podría deducir que en el mar solamente hay peces mayores a 15 centímetros de longitud, sin embargo, más razonable sería entender que la red está tejida con aberturas de 15 centímetros y que no puede capturar peces de menor medida. Así es la mente, como la red del pescador, cuya estructura cognoscitiva sólo permite capturar partes de la realidad (los pescados) que la conocemos siempre referidas a la red, pues la estructura de la red equivale a la estructura mental. En definitiva, no podemos pescar sin red, así nuestro conocimiento está configurado por nuestra red mental y está siempre referido solo a los fenómenos es decir, sólo a las manifestaciones de la realidad que logramos percibir. Nunca podremos saber del todo cómo son las cosas “en sí”, sólo podemos saber cómo las cosas aparecen ante nosotros.
De este modo, creo que la conclusión de Kant respecto a las posibilidades del conocimiento humano es definitivamente dramática, no tenemos forma de saber si las cosas son como las percibimos e interpretamos, estamos condicionados por nuestros sentidos y la estructura de nuestra razón. Esto es idealismo filosófico que se centra en el sujeto y subalterna la realidad.
Para que haya conocimiento debe existir un contenido empírico resultado de la experiencia posible, todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos, pasa de éstos al entendimiento y termina en la razón, caso contrario, nociones metafísicas como Dios y el alma son conceptos puros de la razón sin contenidos, pues están vacíos de datos de los sentidos. Así entonces, la razón pura encontrará argumentos para aceptar y para negar su existencia sin un efectivo soporte, esto es el agnosticismo kantiano, es inaccesible el conocimiento de Dios y el alma.
Me parece, finalmente, que es una paradoja que una mente abierta sea en realidad una mente cerrada, me refiero con una red cerrada en su tejido para que percibas mayores detalles de una realidad de la cual nunca estamos completamente seguros, en tanto que una mente cerrada es una que tiene una red tan abierta que de nada te enteras y nunca comprenderás por qué las ciruelas negras son rojas cuando están verdes. Vaya trabalenguas.
De todas maneras: ¡Atrévete a pensar!  ¡Abre tu mente y cierra la red de pescar!
Caracas, Agosto 02 de 2016.


Hegel
Tenía la idea de que iba a solucionar mis problemas en la medida que me introdujera en la filosofía, pero cosa curiosa, ahora tengo más problemas derivados precisamente de la filosofía. Yo pienso, luego existo, dijo René Descartes, o sea, si no pienso, entonces no existo. ¡Vaya problema! Pero ahora mis problemas son de otro tipo, los cuales en “realidad” diluyen mis conflictos cotidianos.
A propósito, ¿qué es la realidad? Buena pregunta. Siguiendo el sentido común, una cosa es real si es una sustancia independiente de otras, entonces la realidad es un conjunto de sustancias que se pueden relacionar entre sí y no pasa nada, por ejemplo, aquí yo tengo una silla, una mesa, un teléfono, etc., cosas que están organizadas de determinada manera en torno a mi espacio y yo las veo, las siento y sin mayor razonamiento sé que existen. Sin embargo, nuestro amigo Kant nos pone en duda este conocimiento, pues dice que la realidad es incognoscibles, no se puede ir más allá de los sentidos ni más allá de la comprensión.
Sólo entendemos lo que se nos aparece, el fenómeno, pero no lo que es la cosa en sí misma, la esencia de ella o el noúmeno. Por ejemplo, yo veo en mi ventana una hermosa rosa roja, pero su tonalidad va de rojo intenso a pálido, dependiendo de la intensidad del sol será el reflejo de la luz del sol desde la rosa y que luego incide sobre mis bellos ojos, enseguida mis ojos trasmiten señales por el sistema óptico a mi cerebro que construye una imagen de aquella rosa de acuerdo a ciertas conexiones sinápticas. Entonces, si su color es un reflejo de la luz, esto significa que la rosa es en verdad de todos los colores, los cuales absorbe, todos menos el color rojo que lo emite por reflexión. Más aún, si percibiera la rosa con ojos de mosca seguramente la vería de manera muy diferente. En definitiva, siguiendo a Kant, el conocimiento de la realidad está mediado por nuestras condiciones subjetivas y las limitaciones de la razón, el conocimiento es subjetivo.
Para Hegel el problema es haber creído que existen las sustancias en sí mismas, digamos la realidad objetiva en sí, y plantea su original enfoque: la realidad es un conjunto de relaciones. Según este modo de ver, Hegel no sostiene que no haya sustancias o cosas, sino que éstas sólo constituyen un aspecto abstracto de algo que luego, considerado concretamente en toda su realidad plena, se desplegará en una vasta trama de relaciones. 
Así entonces, las cosas no tienen realidad más que en y por sus relaciones recíprocas. Una cosa en sí es una noción confusa y absurda. Las cosas de la realidad tienen sentido en el conjunto de relaciones, en una compleja trama de referencias. Por ejemplo, yo no soy nada considerado aisladamente, despojado de mis vínculos, pero sí puedo definirme en función de mis relaciones familiares, en función de mis relaciones de amistad, en función de mis relaciones laborales, etc. Es decir,  todo lo que yo soy se da en relación con otros, sin mis relaciones sería nada en la perspectiva de Hegel.
De manera que cualquier cosa o pensamiento, en cuanto se considera por sí mismo, separado de sus relaciones, resulta contradictorio puesto que termina por anularse, en cambio tiene sentido sólo en relación con otras cosas o pensamientos. Así, “algo es” (tesis) en tanto se constituye en función de “aquello que no es”, de las otras cosas, es decir, en cuanto se opone a “aquello que no es” (antítesis). La tesis no es suprimida al negarse como independiente ya que se pone en relación con otras cosas, sino que por el contrario, se afirma y se realiza a través de su negación en una unidad superior (síntesis) de la que ella misma y su contraria son parte integradora.
Este especial tipo de relacionismo es la dialéctica, constituida entonces por tres momentos, que Hegel llama afirmación, negación y negación de la negación (tesis, antítesis y síntesis). La dialéctica es entonces para Hegel no sólo un método de conocimiento, sino que constituye la estructura misma de la realidad, integrada por oposiciones, por contrastes, por tensiones entre opuestos. La realidad es un conjunto de relaciones dialécticas.
Hegel intenta comprender dialécticamente la historia y para ello somete todo su cuerpo doctrinal a los sucesos históricos de cada época. Señala que la historia es un desarrollo dialéctico permanente que se da por medio de afirmaciones, negaciones y superación de las negaciones, y se repite el ciclo de negaciones y conciliación que contiene los antagónicos. Así la historia avanza con nuevas formas históricas que niegan las antiguas.
También la historia del pensamiento, o de la razón, viene fluyendo de las tradiciones anteriores y al encontrarse con las condiciones de la época vigente determinan otras formas de pensar. De manera que no se puede afirmar que una idea sea correcta para siempre, pues dependerá del contexto histórico. Hegel señaló que la razón es algo dinámico, porque no existe ningún criterio fuera del propio proceso histórico que pueda decidir lo que es lo más verdadero o lo más razonable.
En este sentido, la razón es progresiva, es decir, el conocimiento del hombre está en constante ampliación y de esa manera progresa. Según Hegel, la humanidad se mueve hacia una racionalidad y libertad cada vez mayores, lo cual quiere decir que la evolución histórica, a pesar de todos sus rodeos, avanza.
Se puede observar que cualquier idea se sustenta sobre la base de otra idea anterior. Así, en cuanto se presenta una idea, ésta será contradicha por otra, produciéndose una tensión entre ambas. Esta tensión se anulará en cuanto surja una tercera idea que recoja lo mejor de los puntos de vista de las dos precedentes. A esto Hegel lo llama evolución dialéctica.
En consideración a estos planteamientos de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (Prusia, 1770-1831) es considerado el más importante representante de la cumbre del idealismo filosófico alemán (Descartes, Spinoza, Hume, Kant, Hegel) y como un revolucionario de la dialéctica, que habría de tener un impacto profundo en el pensamiento de Karl Marx.
Efectivamente, Karl Marx fue el más brillante protagonista de la izquierda hegeliana. El concepto fundamental que Marx toma de Hegel es la dialéctica y asocia el concepto de negación con el proletariado, quien va a negar a la burguesía. Negar la burguesía es eliminarla a través de una revolución que va a instaurar una sociedad sin clases, una sociedad en la cual no va a haber explotación del hombre por el hombre.
El materialismo histórico es la concepción que Marx tiene de la historia. Esto es, estudia lo concreto de la historia: las relaciones de producción, las clases sociales, los conflictos sociales, las relaciones políticas, los conflictos políticos, etc.
En resumen, la burguesía ha negado al feudalismo, pero ha generado el proletariado. El proletariado, a su vez, negará a la burguesía y, finalmente, habrá una síntesis donde ya no habrá clases sociales… ¿y después?, ¿cómo sigue avanzando la dialéctica?, ¿qué pasa con la historia?
Estamos en un momento histórico muy curioso, donde el pronóstico de Marx de transitar desde el capitalismo al socialismo no tiene ninguna claridad, ni el proletariado ha logrado enterrar a la burguesía. Más bien se aprecia que el socialismo actual se parece más al capitalismo en cuanto a la economía de mercado, como es el caso de China y Vietnam, en tanto que el capitalismo se parece cada vez más al socialismo en tanto distribución más justa del bienestar social, como es el caso de los países escandinavos, entre otros Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia.
En Venezuela hemos hecho la más extraordinaria síntesis de los modelos socio-económicos, hemos tomado lo más depredador del capitalismo y lo más denigrante del socialismo, con un aderezo de sabor tropical, para tener el modelo chavista de la sociedad en vías de la más completa anarquía y corrupción. ¿Esto será un simple rodeo de la historia, como decía Hegel, y algún día verdaderamente vamos a avanzar?  ¿Adónde se habrá escondido, en nuestro caso, la racionalidad de la historia?
Caracas, Agosto 11 de 2016.


Heidegger
En mi vida cotidiana me encuentro con muchas cosas: mesas, sillas, árboles, números, ficciones, etc. Puedo decir “esto es una mesa”, “esto es una suma”, “esto es un fantasma”, es decir, son cosas que tienen la característica de “ser” y se definen como entes, así como presidente que tiene la condición de presidir, o disolvente de disolver, o dirigente de dirigir, entonces los “entes” tienen la común condición de “ser”.
Martín Heidegger (1889, 1976), uno de los filósofos más importantes y controvertidos del siglo XX, precisamente vuelve a replantear la interrogante de los griegos acerca de ¿qué es el ser?, ¿qué quiere decir ser?, ¿por qué es el ser y no más bien nada? Este es el tema de su libro más importante, “El ser y el tiempo”.
Hasta Hegel la filosofía se había centrado en el sujeto pensante. La fuente del saber estaba justificada en la razón como lo fundamentara René Descarte con su famosa frase “yo pienso, luego existo”. En esta subjetividad se alza la realidad y se sostiene la autonomía del hombre, quien encuentra la seguridad en sí mismo en su razón, mediante la cual se dedica al dominio de la naturaleza. Esta subjetividad, como la denomina Heidegger, llega a su fin con Hegel.
El hombre actual que presume de su poder, de ser capaz de dominar y producir todo. Sin embargo, la existencia (la mía y la de cada uno) es un hecho que se impone, que no hemos decidido, nadie nos ha preguntado si queríamos existir, y no tenemos poder alguno sobre tal hecho. Antes de cualquier decisión nuestra, ya estamos arrojados a la existencia, nos encontramos con este hecho inexplicable: existimos.
A la pregunta ¿por qué existo? no puedo decir nada, me refiero a una respuesta fuera de la religión, entonces me tengo que limitar al hecho de mi existencia. De manera que la razón, ese poder que el hombre tanto enaltece, es incapaz de dar cuenta de este hecho que es cada existencia, con lo cual se derrumban aquellas pretensiones de poder absoluto que el hombre se atribuía a sí mismo.
Esta filosofía de la existencia es una filosofía cuyo punto de partida ya no se encuentra en la subjetividad, sino en la existencia concreta de cada uno, con su carácter intransferible, incierto, contradictorio, y dramáticamente expresado en sentimientos de soledad, abandono e impotencia cuando el individuo se piensa sí mismo.
Para Heidegger la filosofía de la existencia no es la meta de su obra, sino un punto de partida para abordar el tema principal que le preocupa, el asunto del “ser”. En este sentido, sostiene que la tradición de la filosofía más bien se ha referido al  “ente”, provocando lo que Heidegger llama el “olvido del ser”.
Quizás de un modo oscuro, aún sin conceptualizar, sabemos de antemano que significa “ser”. Podemos dudar acerca de si un ente determinado es o no es, y podemos equivocarnos acerca de si es así o no lo es, naturalmente porque distinguimos entre ser y no-ser. Lo importante de esto es que el comportamiento del hombre depende del "ser" del ente de que se trate, pues su actitud varía según se refiera a otro hombre, o a un dios, o a un paisaje, o a un negocio, o a un martillo, o a una sinfonía, y el comportamiento difiere porque cada uno de estos entes tiene una diversa forma de "ser".
Cada hombre en su individualidad es algo diferente a los demás, y muy diferente del hombre de otras épocas y culturas, ello ocurre precisamente porque es diferente la respectiva comprensión del ser. Así, de la manera cómo cada hombre y cómo cada época histórica comprenden el ser dependen en definitiva todas las decisiones fundamentales que definen la existencia humana.
En este sentido el ser nos condiciona, nos define, nos hace ser lo que en cada caso somos. Por lo tanto, somos nuestra comprensión del ser de acuerdo a la respectiva época y cultura en que vivimos. De modo que la pregunta por el ser puede aclarar el sentido de una época histórica. Esto nos señala la importancia de preguntar qué es el ser.
Pero entonces, ¿hacia dónde dirigir la pregunta por el ser? Sólo a un ente, a un ente que se diferencia de todos los demás, el hombre, pues es el ente que se distingue por la comprensión del ser. Heidegger lo designa con el término “Dasein” que literalmente equivale a "ser-ahí", puesto que el hombre es el lugar figurado del ahí, donde el "ser" se manifiesta, puesto que el hombre es comprensión del ser.
El Dasein se caracteriza fundamentalmente por la existencia, esto es, no tiene un ser acabado, no es algo hecho o concluido, sino algo que cada uno, en cada caso, se tiene que hacer; es un proyecto. El carácter "abierto" del hombre en su existencia significa que el Dasein no puede entenderse como sujeto aislado, a la manera del yo pensante cartesiano encerrado en sí mismo con sus propias reflexiones.
La esencia del Dasein se funda en su existencia. Heidegger reserva el término existencia exclusivamente para designar el ser del hombre, el modo cómo es el Dasein. Entonces podrá decir que sólo el hombre existe. Las piedras, los animales, etc., no existen, lo cual, como es obvio, no quiere decir que no los haya, sino que su modo de ser no es el existir.
Decir que el hombre existe significa que se distingue de las cosas justamente por el hecho de estar referido a posibilidades, el Dasein está arrojado hacia sus posibilidades, nosotros somos posibilidades. Una piedra nunca va a ser otra cosa más que una piedra, pero un ser humano está abierto a sus posibilidades.
Ahora, hay una posibilidad que está en todas y cada una de esas otras posibilidades, es la posibilidad de morir. Aunque en realidad, dice Heidegger, el hombre se pasa la vida tratando de ocultarse y de que le oculten que es un ser para la muerte, que va a morir. Sin embargo, el ser del Dasein es ser para la muerte, inexorablemente va a morir, pero el hombre quiere frenarla, quiere negarla, y se entrega a lo que Heidegger llama "la existencia inauténtica".
Así entonces, el Dasein inauténtico se entrega a lo que está determinado desde afuera, vive en un modo de pasividad. Él hace lo que se dice, lee lo que se lee, opina lo que se opina y así está inmerso en el mundo de lo anónimo para ser uno más y no pensar por sí mismo. La muerte es algo que les ocurre a otros, la muerte está fuera, ignorando que la muerte, inexorablemente, va a ser una experiencia propia y que nadie puede morir por él.
En cambio, el fundamento de la existencia auténtica es enfrentar y aceptar esa finitud de la vida. El Dasein auténtico sabe que va a morir, sabe que es ser para la muerte y lo acepta. Y eso le da densidad a su existencia, eso le da autenticidad. A partir de esa aceptación, él es él, en consecuencia, elige lo que quiere leer, habla de lo que quiere hablar, pero lo fundamental es que enfrenta la angustia que le produce el hecho de que nadie puede morir por él.
Heidegger califica como lo más perverso del mundo de la inautenticidad a la publicidad, ya que ésta consiste en mentir para que el consumidor compre, le dice cómo él tiene que ser, qué tiene que vestir, qué tiene que comer, a quién tiene que votar, etc.
Del mismo modo, señala también como un elemento fundamental de la existencia inauténtica a la avidez de novedades. Hay que despertar la avidez de novedades y así nunca el hombre va a profundizar en algo, sino va a pasar de una cosa a la otra de manera superficial.
Otra cosa que señala Heidegger como típica de la existencia inauténtica son las habladurías. Hoy esto lo facilitan las redes sociales de internet, Twitter, Facebook, WhatsApp, etc., son poderosos creadores de habladurías, del "se dice" que repetimos sin reflexionar ni ser críticos, renunciamos a buscar nuestra propia voz… vivimos la cultura del copy&paste o el retweet.
En definitiva, el Dasein auténtico sabe que va a morir, pero eso no le impide vivir. Incluso puede vivir con más alegría, con más plenitud y eso es lo que tenemos que hacer, sabiendo lo que nos espera, no ignorándolo.
He referido que según Heidegger la esencia del hombre es la existencia, en el sentido de poder ser en el mundo de las cosas y de otras personas, abierto a sus posibilidades. Entonces, quizás, mis queridos lectores, si es que todavía queda alguno, podamos parafrasear a Shakespeare diciendo: ser o no ser auténticamente, he aquí la cuestión.