En abril comenzó un nuevo año escolar, es mi cuarto año de estudios en Copiapó y además, desde el año anterior, estoy asignado por las autoridades de la institución como inspector de los estudiantes de niveles inferiores. Es una interesante responsabilidad, debo hacer frecuentemente turnos de vigilancia de disciplina.
Me siento muy orgulloso de estudiar en la Escuela Normal de esta ciudad, dirigida por el destacado y noble pedagogo Don Rómulo J. Peña Maturana, quien la fundó en el año 1905. Es un privilegio recibir sus lúcidas enseñanzas.
Siento el enorme compromiso de formarme para educador, maestro para atender los ideales de nuestros grandes hombres que lucharon por la Independencia de América con la ambición de otorgarle educación al pueblo. Ellos comprendieron que la base de la república era la escuela y que cada ciudadano con responsabilidad pública debía ser un hombre ilustrado.
Creo que tan noble inspiración de los padres de la patria ha avanzado muy lentamente, puesto que siglos de dominación extranjera hacen difícil romper con las costumbres arraigadas en todas las clases sociales. Además, las convulsiones revolucionarias dentro de cada país retardaron, todavía más, el desarrollo de una educación moderna.
Por supuesto que no podía ser de otra manera, en la América española, el régimen monárquico y el dominio de la nobleza retenían en la metrópoli la ilustración para las clases elevadas, dejando al pueblo en una “saludable ignorancia”. Prácticamente no había instituciones que promoviesen el cultivo intelectual y el mejoramiento moral, a excepción de las prácticas de un exagerado sentimiento religioso. La enseñanza estaba confiada por completo a comunidades religiosas.
No me es difícil comprender entonces las enormes dificultades que encontraron los gobiernos constituidos, luego de la separación de la metrópoli española, para instaurar un sistema de educación pública nacional.
Pienso que en Chile se ha logrado un importante adelanto, puesto que se ha despertado en el pueblo la noción de la importancia de la educación y la del deber que tienen los padres para procurarla a sus hijos.
Es muy emocionante sentir que voy a pertenecer al ejército de maestros de la educación moderna, para la nueva generación que se levanta llamada a realizar los mayores progresos del país. Seré formador de las tiernas inteligencias e inocentes corazones, promotor de conocimientos destinados a formar ciudadanos ilustrados, virtuosos y patriotas.
Es por ello que cuando cantamos el himno de la institución, Adelante, escrita por el mismo Director de la Escuela, con música compuesta por Don Domingo Baeza, siento con mucho orgullo la honra de mi futura profesión de maestro:
¡Adelante!, la senda está franca,
adelante, mortal, avanzad,
que la ciencia ha encendido su antorcha
y nos muestra el supremo ideal.
Saludemos su luz, bendigamos
de sus rayos el claro fulgor,
entonemos cantares de gozo
a la aurora de un día mejor.
A la aurora, a la aurora,
a la aurora de un día mejor.
a la aurora de un día mejor.
Esa luz que da fuerza y da vida
que es más pura y brillante que el sol,
con la cual los abismos se aclaran
y el arcano en el día trocó.
que es más pura y brillante que el sol,
con la cual los abismos se aclaran
y el arcano en el día trocó.
A la aurora, a la aurora,
a la aurora de un día mejor.
Esa luz que da fuerza en la mente,
Que le infunde la fe y la razón,
que le presta esa fuerza invencible
que al titán de las sombras venció.
Cuando llegué de mi viaje de La Serena tuve que asistir de inmediato a mis clases, estuve varios días sin salir, dedicado exclusivamente a mis estudios con la mayor atención. Hay tantas cosas nuevas que debo aprender: pedagogía, metodología, ciencias, literatura y retórica, psicología, geometría, francés y muchas cosas más.
Bueno, es cierto también que no salía porque estaba un poco ofendido con Rosa, pues me había prometido escribirme durante mis vacaciones y no lo hizo. Saéz me puso al corriente de ella, al menos tenía algunas noticias de ella.
No fui a verla sino a los 10 días de haber llegado a Copiapó y cuando la vi estaba cual nunca de hermosa, el angelito más bello del cielo, que hizo saltar mi corazón hasta casi ahogarme. Sentir la suave piel de sus manos es como una cálida brisa que alienta el alma a un éxtasis celestial, niña linda de mis amores.
Así pasaron los días, pasó el mes de mayo y luego junio, hasta que el día 10 de julio, fecha del aniversario de nuestra Escuela Normal, día de celebraciones y júbilo, cuando estaba pasando muy alegre y feliz con los actos de conmemoración de la fundación de nuestra institución, todo de golpe vino a trocarse en oscuridad y dolor.
En la noche visité a Rosita, ella estaba tensa y apenas me miraba. Con el rostro casi escondido me puso al corriente que se iba a casar con otro, sentí como puñaladas en mi pecho, intenté decir algo, pero las palabras no tenían voz.
Me contó que estaba comprometida con un gringo de Potrerillos, claro, más afortunado y rico... ¡un yanqui! Creía y no creía, ¡Oh mujeres, qué frágiles son! Basta un instante para que se derrumben tantos sueños e ilusiones.
¿Celos? ¿Rabia? ¿Tristeza? Ya no sé lo que sentía, era todo confusión, dentro de mí todo era desconcierto. No, no podía ser cierto lo que me estaba ocurriendo, pensaba.
- Para que no se moleste en venir le voy a devolver todo lo suyo – sentí su voz como si estuviese muy lejana.
- Si así es su deseo – atiné a decir, sin ningún convencimiento.
- Espere – me dijo – ya traigo sus cartas.
Día perverso, comenzó a llover con un viento sombrío. Entonces le mandé a decir a Rosa que me tuviera mis cartas y que volvería tan pronto acampara la lluvia. Cayó el agua con tal fuerza que tuve que correr a la Escuela, donde llegue completamente mojado.
Me cambié de ropa y en el jardín saqué flores para ella. Regresé donde Rosita, pero todo fue inútil, mis ruegos fueron en vano. Nos devolvimos los papeles y nos separamos para siempre.
Esa noche cruel parecía que mis pies no tocaban el suelo, adversa mi suerte, perdía para siempre a Rosita. Saqué mi violín y comencé a tocar la Serenata de Shubert.
Es una melodía de “El canto del cisne” que el compositor alemán acompañó con el texto del poeta Ludwig Rellstab. El lied dice:
“En voz baja te imploran mis canciones a través de la noche. En la tranquila arboleda de allá abajo, amada, ¡ven a mí! Susurrantes se mecen las esbeltas copas a la luz de la luna; no temas, mi amada, que un traidor enemigo nos aceche. ¿Oyes cantar a los ruiseñores? ¡Ay!, te imploran en tono de dulce queja, te imploran por mí. Comprenden el anhelo del pecho, conocen las penas del amor, y acarician con plateados sonidos a cada tierno corazón. Deja también que tu pecho se conmueva ¡amada, escúchame! ¡Trémulo, impaciente, voy a tu encuentro! ¡Ven, hazme feliz!”
¡Qué aflicción! Esa noche imborrable me hizo llorar en silencio, sentía el feroz aguijón de los dolores del alma. Intentaba reír para no llorar, pretendía sentirme liberado de las cadenas de Cupido, pero sólo lograba hacer más grande mi dolor.
Insistí en hablarle, siguieron otras noches de súplicas, pero todo fue inútil, hasta que nos dimos el postrero adiós. Me alejé resignado, resonaban en mis oídos la Serenata de Shubert y lo que escribió el poeta:
Hay ternura y dolor en ese canto,
y tiene esa amorosa despedida,
la transparencia nítida del llanto,
¡y la inmensa tristeza de la vida!
¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan...
sueños amantes que piedad imploran,
y como niños huérfanos, ¡se quejan!
En la Escuela me encontré con Vallejos, él trabaja junto con el personal de limpieza, y se dirigió a mí:
- Hay otro que se la va a ganar.
- ¿Sí? ¿Quién? – respondí disimulando mi angustia.
- Un yanqui, pidió la mano de ella y se van a casar pronto.
Sentía que me hundía, la niña que adoraba con todo el ardor de mi corazón me había dejado, nunca más ya estaría con ella. Me invadían recuerdos tristes, me venían a la mente las imágenes de la primera vez que me alejé del pueblo de mis padres, con mi corazón marchito miraba tristemente a los míos.
En Agosto me enfermé del pié izquierdo, apenas podía caminar, ya que el dolor era casi insoportable, de modo que tuve que estar algunos días en cama de reposo. Una noche Prieto, compañero de estudios, me dijo que Rosa se casaba al día siguiente.
Al otro día, con mucho esfuerzo me levanté, fui a la estación ferroviaria a dejar a Viña, amigo del internado, puesto que estaba enfermo y se iba a recuperarse en su casa en Vallenar. A la distancia, de repente vi a Rosa, se despedía de su mamá y hermana, mi alma vagaba con el pensamiento, sufría atrozmente… la vi irse, no sé si ella me vio, pero noté que ella iba llorando.
Luego, el sábado 6 de septiembre salimos de vacaciones cortas de invierno, pero yo no disfruté para nada esos días, la alegría ha huido lejos de mí, tengo el corazón destrozado y quisiera arrancarlo fuera de mí.
Salí a lo bohemio a recorrer con mi cojera los extramuros de la ciudad, estuve caminando por los barios bajos de la ciudad e hice algunas amistades tratando de olvidarme de mis desgracias. Conocí 3 muchachas una noche, intenté divertirme con ellas, pero mi alma estaba vacía.
También conocí a una joven que se llama Berta Díaz Ríos, es hermana de un estudiante del primer año de la Normal. Su familia está de mudanza a otra casa, así es que no he podido verla muy seguido, pero le he hablado en dos ocasiones
Estuve muchos días cojo, prácticamente todo el mes de septiembre estuve enfermo de mi pié, incluso entramos a clases el día 29 y yo debí quedarme 5 días en cama, puesto que no podía caminar, y para más desgracia me salió en el cuello un absceso.
En esos días me volví un verdadero bohemio, a pesar de mi cojera salía con frecuencia en la noche para divertirme en grupo. Con mis amigos Toro, Cordero y Suárez salíamos a pasear por las calles con mucha algarabía y reíamos sin ninguna inhibición. Esto me inspiró una poesía que dice:
Soy bohemio, ésta vida amo
y en las noches soñolientas…
por las calles divago
y la pena que me atormenta…
¡se ausenta!
La luna, las estrellas y el cielo azulado
encanta y fascina,
quisiera llamarme: ¡amado!
por una colombina
Las luces titilan a lo lejos…
pasa una beldad por mi lado:
miro hacia atrás; con el viejo
va, y entonces… divago…
Pasábamos de lo mejor. Una noche con Quelopana hicimos relación con las locas Aguileras, otra vez me relacioné con una que se llama Micaela Carzo, fui una sola noche, le hablé y la besé. Ella se enamoró de mí, me regaló un anillo de oro… ¡Pobre tonta! ¡Cómo caen las mujeres!
Gracias a Dios que a fines de Octubre estaba sano del pié y pude volver a salir normalmente otra vez para relacionarme con personas gustosas de estar en sociedad, personas educadas. Dejé la vida de bohemio que me hacía falsamente sentir más hombre y más sociable, comencé a sentirme en otro ambiente.
Siguieron los días, una vez conocí a Dionicia Magdalena Godoy, encantadora y bella muchacha. Ella tiene un carácter tan poco irritable y es muy linda. Muchas noches junto con ella, antes de regresar a La Serena este próximo 2 de diciembre, han sido las más felices del año; eran los últimos días de este año escolar,
Mi alma ya parecía tranquila, mis heridas habían cicatrizado, ahora tenía la amistad de mi Magda para disfrutar su compañía, pero sorpresivamente un día me encontré con Rosa, la cruel mujer que me hizo traición. ¡Qué dolor tan grande sentí! La Rosa de mi desesperación, tan hermosa, pero es la fría belleza llena de espinas y de perversidad. ¡Cómo olvidarte!
Al día siguiente tenía exámenes finales, sentí que todo lo que había estudiado se me había olvidado, mi mente estaba llena de la imagen de Rosa, sólo pensaba: “je t`aime mon amour, pour tout la vie”… bueno, en el examen de Francés salí mal, reprobé la asignatura.
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