sábado, 19 de agosto de 2017

Navegando en la Filosofía - IV


Navegando en la filosofía IV 

(Recopilación) 


Alex Villanueva A.


Caracas, Agosto 2017.




Cambio y permanencia
Dicen que el chimpancé y el hombre comparten más del 99% de los genes, razón por la cual yo me pregunto si los chimpancés son en realidad más inteligentes que los humanos o quizás, visto de otra manera, los humanos somos más animales de lo que presumimos. Por supuesto que esta información perturba a cualquiera, pero sabemos que el ser humano se distingue por su capacidad para pensar, aunque es verdad que a muchos no se les nota nada.
Así pues, el hombre en algún momento de su historia comenzó a pensar y, más particularmente, comenzó a filosofar. ¿Cuándo ocurrió esto? y ¿por qué? En la antigua Grecia, a inicio del siglo VI a.C., cuando el hombre estuvo libre de las exigencias vitales primarias – comida, abrigo, vida social, etc. – y también ajeno a los mitos y supersticiones, estuvo en condiciones de preguntarse qué es el mundo, ¿por qué hay mundo?, ¿por qué hay entes?, ¿por qué la realidad está ordenada?, ¿cuál es el fundamento de la realidad? Todas estas preguntas nacen del asombro del hombre frente a la totalidad del ente, surgen del asombro ante el hecho de que haya entes cuando bien pudo no haber habido nada.
Entonces, ¿qué es un ente? Se llama “ente” todo aquello que “es”. Puede tratarse de cualquier cosa, física o conceptual.  Así como “pudiente” es “el que puede”, “viviente” es lo que vive, “ente” se llama a “lo que es”. Lo que hace el pudiente es poder, lo que hace el viviente es vivir, entonces lo que hace el “ente” es “ser”.
La disciplina que se ocupa de estudiar los entes se llama ontología. Esta disciplina enuncia una serie de principios ontológicos, entre los cuales afirma que "todo tiene su razón o fundamento", o sea, no hay nada porque sí. Pues bien, entonces ¿por qué hay ente y no, más bien, nada?, se pregunta Heidegger. ¿Cuál es el fundamento del ser de la realidad? Los filósofos de la antigua Grecia exploraron varios caminos en este sentido e intentaron varias explicaciones.
Los naturalistas pensaron que la razón de ser de la realidad que habitamos, esto es, su fundamento, está en el interior de la naturaleza. Esta visión la tuvieron algunos pensadores pre-socráticos y es la que posteriormente dio lugar al desarrollo del conocimiento científico.
Otro camino, influido por el pensamiento de Sócrates, es la corriente metafísica que remite a una realidad trascendente que se encontraría más allá de la naturaleza. Esta perspectiva alcanza una hegemonía en el mundo occidental, particularmente con la expansión del cristianismo con el cual se vincula estrechamente en cuanto a que se postulan dos órdenes de la realidad, una sensible y otra trascendente.
Un tercer enfoque es aquel que plantea que el fundamento de la realidad está en el hombre, no habría una realidad objetiva, independiente de los seres humanos. Esto es, como dice Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas”.
Estas corrientes de pensamiento comenzaron a configurarse en los albores de la filosofía en la antigua Grecia, especialmente cuando surgen dos filósofos con propuestas diametralmente opuestas: Heráclito de Éfeso (535/550 a. C.- 470/484 a. C) y Parménides de Elea (515/ 510 a. C.- ¿?). De una u otra manera estas dos visiones van a estar presentes a lo largo de toda la historia de la filosofía.
Lo que asombra a Heráclito es ante todo el cambio, es decir, todas las cosas pasan de ser a no-ser y viceversa, lo cual lo lleva a afirmar que el fundamento de todo está en el cambio incesante; que el ente deviene, que todo se transforma, en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa. En palabras de Heráclito: No nos bañamos dos veces en las aguas de un mismo río.
El cambio no es cambio cualquiera, sin orden ni concierto, sino un cambio que sigue ciertas pautas. Con lo cual aparece por primera vez, en cierto modo prefigurado, el concepto de lo que luego se llamará ley científica y que Heráclito denomina logos.
Parménides, al contrario que Heráclito, piensa que el fundamento de todo es el ente inmutable, único y permanente; que el ente "es", simplemente, sin cambio ni transformación ninguna. Llega a esta conclusión mediante un estricto rigor racional, apartando los sentidos y convencido que únicamente con el pensamiento puede alcanzar la verdad, sólo lo pensado “es”, inversamente, “lo que es” puede ser pensado, pues lo mismo es pensar y ser.
Pero si el ente no cambia, qué pasa entonces con el mundo sensible, con las cosas que vemos y con nosotros mismos que nacimos y cambiamos a cada instante. Parménides no transige: todas las cosas sensibles y sus propiedades todas - movimiento, nacimiento, color, etc.- no son más que ilusión, vana apariencia, nada verdaderamente real, sino fantasmas. Parménides enseña que el conocimiento sensible es falaz.
Para Hegel con Parménides se inicia propiamente la filosofía, porque su pensamiento se ciñe a lo ideal o racional. Los filósofos anteriores, Tales de Mileto y otros como Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, no habían alcanzado aún el pensamiento en toda su pureza. Afirmar que Parménides descubrió la razón, significa en este contexto dos cosas. De un lado, que fue el primero en darse cuenta de que hay un conocimiento racional, a diferencia del conocimiento empírico o sensible. De otro lado, significa que enunció por primera vez los principios ontológicos de identidad, de contradicción y el de tercero excluido.
En realidad, parece que ambos puntos de vista se combinan, cambio y permanencia, pues resulta extravagante decir que las cosas no cambian, sin embargo, también hay algo permanente como, por ejemplo, el cambio mismo, o las leyes que rigen la naturaleza.
Otro ejemplo es Venezuela, donde los cambios de política son a cada rato, se modifican frecuentemente los planes de seguridad ciudadana, la política cambiaria del país, se cambian los ministros del gabinete, surgen y mueren misiones de diferente tipo, se encienden y se apagan los motores de la economía, etc., todo a una velocidad vertiginosa de cambios; es la revolución gatopardiana, donde todo cambia, aunque para que las cosas sigan igual o peor. En efecto, el país permanece desde hace años en la misma mierda con el mismo gobierno chavista cabrón.
Caracas, Febrero 28 de 2017.


Sócrates
En mis andanzas por la filosofía he ido a veces a saltos de un pensador a otro, sin mucho orden, y he venido de adelante hacia atrás. Primero revisé a autores contemporáneos y ahora me he ido al origen de la filosofía con los griegos antiguos. En realidad, así es la vida, primero tomamos consciencia de un problema y luego comenzamos a investigar en varias direcciones y vamos retrocediendo en el encadenamiento de relaciones, causas y motivaciones del asunto en cuestión.
A primera vista me parecía que la filosofía de la antigua Grecia no tenía vigencia en la modernidad, pero al contrario, tiene la originalidad de reflexionar sobre el hombre y su entorno formulando planteamientos que hoy día tienen plena validez. En estas inquietudes filosóficas pareciera que no ha habido cambios a lo largo de la historia. Como decía Parménides, nada cambia.
En este sentido, Zenón, discípulo de Parménides, decía que nada cambia al punto que ni siquiera hay movimiento. Bueno, en realidad no es que lo negase, más bien decía que el movimiento es una ilusión de los sentidos, pero que racionalmente no se puede comprender.
Imaginemos, reflexionaba Zenón, una carrera entre Aquiles y una tortuga a quien se le concede una determinada distancia de ventaja. Pues bien, ocurre que cuando Aquiles llega al punto en que se encontraba la tortuga, ésta se encuentra ya en otro; y cuando llega a éste, la tortuga ya está en otro punto diferente, y así al infinito. Siempre habrá un segmento, por más pequeño que sea, que la tortuga llevará de ventaja a Aquiles y éste jamás logrará alcanzarla. En consecuencia, el movimiento es irracional y puesto que sólo es real lo que el pensamiento racional sostiene de manera coherente, resulta entonces que el movimiento no existe, la esencia de la naturaleza es permanente.
Sócrates, a su vez, pensaba que el verdadero saber no puede referirse a lo que cambia, sino a algo permanente. Precisamente, sostiene que el alma es inmortal y posee en sí misma las verdades en sus propias profundidades, está grávida de conocimientos, y es a través de la mayéutica que se ponen al descubierto tal cual una partera ayuda a dar a luz.
¿Y quién fue este Sócrates? Fue un personaje extraordinario y decisivo en toda la historia del pensamiento occidental, tanto así que ha sido comparado con Jesús que provocó un profundo cambio en la historia. De manera similar, Sócrates representa un cambio decisivo en el pensamiento a pesar de que no dejó nada escrito y sólo se le conoce por los testimonios que provienen básicamente de Platón y otros discípulos.
Sócrates (470-399 a.C.) vivió la época más esplendida de la antigua Grecia, el llamado siglo de Pericles, que convirtió a Atenas en el centro del imperio e impulsó su extraordinaria cultura. Gracias a Pericles se desarrolla una democracia directa, donde los propios ciudadanos intervenían personalmente en el manejo de la cosa pública.
Los recién llegados a la política sienten necesidad de prepararse para la nueva tarea, buscan adquirir los instrumentos necesarios para que su actuación en público sea eficaz, herramientas como el arte de la retórica y la oratoria, para expresarse con elegancia, convencer y ganar en las controversias. Los encargados de satisfacer estas necesidades fueron los llamados “sofistas”.
En efecto, los sofistas eran maestros ambulantes y que cobraban por sus lecciones, en algunos casos sumas bastante elevadas. En general, los sofistas eran de tendencia relativista, puesto que no les interesaba la verdad en sí misma, sino más bien embellecer los discursos y hacer triunfar una tesis cualquiera. Algo así como los abogados y los políticos de la actualidad, que al peor criminal lo pueden hacer ver como un inocente angelito, o viceversa.
En este contexto de crisis en los valores de la moral y el derecho, debilitados por el relativismo subjetivo, aparece un hombre capaz de desenmascarar el punto de vista de los sofistas y muestra que tal actitud no es ni coherente ni sostenible. Este personaje fue Sócrates.
En una época en que todos creen saberlo todo o poder enseñarlo todo, en pro o en contra indistintamente, sin importarle la verdad o justicia de lo que dicen, Sócrates proclama su propia ignorancia. Concluye que los demás creen saber, pero no saben ni tienen conciencia de su ignorancia, en tanto que él posee conciencia de la ignorancia que les falta a los demás. He aquí la sabiduría de Sócrates. Entiende que su misión será recordarles a los hombres el carácter precario de todo saber humano y llevarlos a tomar conciencia de los límites de la naturaleza humana
Sócrates filosofa conversando con los demás, mediante el diálogo. Su método tiene dos momentos: primero es la “refutación”, que consiste en mostrar al interlocutor, mediante hábiles preguntas, que las opiniones que cree verdaderas son contradictorias, incapaces de resistir un examen de la razón, alcanzando de este modo una purificación del alma, puesto que la ignorancia y el error equivalen al vicio y la maldad.
El segundo momento es el de la “mayeútica” que consiste en guiar al interrogado para que encuentre sus propias respuestas. El maestro no representa sino que un estímulo, en cambio, el discípulo debe llegar a la conclusión correcta mediante su propio esfuerzo y reflexión. Algo así como el coaching ontológico de la actualidad.
Sócrates sufrió, sin embargo, la desconfianza de muchos de sus contemporáneos, debido a sus fastidiosos interrogatorios y la actitud irónica que ponía al descubierto la ignorancia de los demás. Además, les disgustaba la postura crítica que tomó frente al Estado ateniense y la religión establecida. Fue acusado en el 399 a. C. de despreciar a los dioses y corromper la moral de la juventud. Fue condenado a muerte y Sócrates hizo una réplica irónica a la sentencia del tribunal que enfadó tanto al jurado que éste volvió a votar a favor de la pena de muerte, esta vez por una abultada mayoría. Relata Platón que éste pudo haber eludido la condena gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues se sentía obligado a cumplir la ley, aunque fuese injusta, pues peor sería la ausencia de ley. Para Sócrates lo importante era mantener una conducta virtuosa.
Caracas, Marzo 15 de 2017.


Platón
En estos días he recibido la noticia de que mi hermano va a empezar a trabajar en la Universidad Tecnológica de Chile INACAP, lo cual me parece muy importante, tanto por los estudiantes que tendrán la oportunidad de recibir enseñanzas de una persona con una brillante formación académica de post-doctorado en su especialidad, como por él mismo puesto que podrá nutrirse del entusiasmo y la vitalidad de la juventud de sus discípulos.
No hay duda que con esta experiencia Jorge saldrá de las sombras de la caverna de Platón donde vivía últimamente, cuyas tinieblas distorsionan la realidad con imágenes que delinean fantasmagóricamente las cosas reales, al punto que se confunden las vivencias personales en la penumbra de divagaciones existenciales. Ahora deberá enfrentar la luminosidad del exterior de la caverna, que primero lo enceguecerá, pero luego le mostrará la verdadera realidad a la luz del sol.
Pues sí, esta alegoría de la caverna es famosa ya que a través de ella Platón describe su filosofía y le permite explicar que estamos inmersos en dos mundos, o dos órdenes del ser, el mundo sensible y el mundo de las ideas o mundo inteligible; en consecuencia, hay dos tipos de conocimiento, la doxa u opinión, por un lado, referida a la percepción sensorial imperfecta como una copia no fiable de la realidad, y por otro lado, la episteme o conocimiento que resulta de la razón.
Platón (Atenas, 427-347 a.C.) fue un importante filósofo griego discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, con incomparable influencia en el pensamiento occidental hasta nuestros propios días. Fundó la Academia, escuela y centro de investigación donde se cultivaron no sólo la filosofía, sino todas las ciencias, con notable influencia hasta que fue cerrada 900 años después.
Platón señala que el verdadero saber no puede basarse en lo que cambia, sino debe sostenerse en algo permanente, en lo que realmente “es”, similar a como lo había sostenido Parménides respecto del ente. Ese invariable lo encontró Sócrates en los conceptos y en las definiciones, en tanto que Platón lo amplia al mundo de las ideas.
Por el contrario, si el saber se edificase sobre las cosas sensibles estaríamos sumergidos en un relativismo, como la conclusión que sacó Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”. De manera que el verdadero conocimiento no puede provenir de los sentidos debido a su carácter vacilante y contradictorio; una vara fuera del agua parece recta, hundida en ella nos parece quebrada.
En este sentido, Platón postula otro mundo, el mundo de las ideas o mundo inteligible, del que el mundo sensible no es más que una copia similar a las sombras de la caverna de la alegoría. Las ideas no se refieren a su aspecto psíquico, sino que para Platón las ideas son cosas reales, verdaderamente reales, más reales que las montañas, los planetas, etc.
Para explicar que el conocimiento de las ideas las adquirimos antes de estar en este mundo, Platón recurrió al mito, quizás como explicación simbólica que no es preciso tomar literalmente. Antes de nacer el alma habría habitado el mundo de las ideas, luego al ocupar el cuerpo mismo y venir a este mundo se atraviesa el río Leteo, o río del Olvido, y las ideas se olvidan, aunque quedan latentes, de manera que después en la vida estas ideas se van recordando más o menos oscuramente: Aprender no es sino recordar. Lo importante es destacar que este conocimiento, independiente del conocimiento sensible, es un conocimiento a priori, en el sentido de que es independiente de la experiencia, puesto que tiene validez sin que la experiencia pueda modificarlo.
En la alegoría de la caverna precisamente Platón expresa que al comienzo de nuestra existencia somos como los prisioneros del antro, vivimos en el anonimato, en el olvido de nosotros mismos, no somos auténticas personalidades libres, como diríamos en términos actuales, nos encontramos sometidos al poder del medio social que nos impone un modo de conducta, una moda, una televisión, una forma de vestir, un peinado, etc. En estas condiciones las personas no tienen ni libertad ni verdadero conocimiento de la realidad y, lo más grave, ni siquiera están conscientes de su ignorancia.
Los prisioneros observarán la torpeza de quien vuelva a ingresar al antro, no adaptado a la penumbra, razón por la cual van a consideran dañino estar en el exterior, de manera que se resistirán a quien pretenda liberarlos, inclusive matarán a quien lo intente, como ocurrió con Sócrates que quiso romper las cadenas de la ignorancia de sus conciudadanos.
Jorge, por favor, cuídate. No te vaya a ocurrir con tus estudiantes lo que le pasó a Sócrates y te obliguen a beber la cicuta.
Caracas, Abril 04 de 2017.


Aristóteles
Cuando observo la convulsionada y dramática situación de Venezuela, donde se desbordan las pasiones en una vorágine de violencia que ya nadie sabe en qué puede terminar, me viene a la mente el desarrollo del pensamiento racional que surgió con enorme vitalidad en la antigua Grecia, hace 8.000 años. Hubo extraordinarios filósofos que entre muchos destacan Sócrates, Platón y Aristóteles. El pensamiento se reconoció como fuente del conocimiento y de la virtud.
Me parece que poco hemos progresado en tantos años. Ahora manejamos una extraordinaria tecnología para atender nuestras necesidades materiales, pero nuestra condición racional se ensombrece en medio de los conflictos sociales que nos enfrenta unos con otros con inusitado fanatismo que sobrepasa los límites de la convivencia.
Por supuesto, no es que los griegos fueran unos angelitos ni que no tuvieron conflictos con sus vecinos. De hecho, el rey de Macedonia Alejandro Magno, discípulo de Aristóteles en su juventud, fue el gran guerrero que conquistó desde Grecia hasta Egipto y el Asia Central.
Tampoco todo lo que pensaban los griegos era brillante, por ejemplo, Aristóteles decía que a la mujer le faltaba algo, era un “hombre incompleto”. En la procreación la mujer sería pasiva y receptora, mientras que el hombre sería el activo y el que da.
En realidad, apartando lo dicho anteriormente, Aristóteles fue un extraordinario pensador y muchos años después su filosofía ejerció una gran influencia en Santo Tomás de Aquino, puesto que éste último toma el pensamiento de Aristóteles para ponerlo al servicio de su teología cristiana para dar respuesta al problema de las relaciones entre fe y razón o entre la revelación y el conocimiento natural.
Aristóteles es importante junto a Platón, su maestro, ya que ambos representan dos tipos clásicos de filosofía, dos actitudes contrapuestas frente a la realidad. Platón personifica al idealista que tiene su pensamiento orientado a un mundo perfecto, de ideas eternas y bellas, que no es este mundo sensible. Por el contrario, Aristóteles representa el realismo, puesto que para él la realidad “es” este mundo concreto en que vivimos y nos movemos.
Platón opinaba que las Ideas eran más reales que todos los fenómenos de la naturaleza. Para él, por ejemplo, primero estaba la “idea de casa”, después estaban todas las casas del mundo de los sentidos, es decir, la «idea de casa» estaba antes de las casas concretas. Sin embargo, Aristóteles pensaba que Platón había dado la vuelta a todo. Estaba de acuerdo con su maestro que existe el concepto de “casa”, pero este concepto surge después de ver cierto número de casas, es decir, la idea de casa no existe en sí.
Aristóteles decía que no existe nada en la mente que no haya estado antes en los sentidos, en tanto que Platón podría haber dicho que no hay nada en la naturaleza que no haya estado antes en el mundo de las Ideas
Opinaba Aristóteles que la filosofía platónica duplicaba innecesariamente las cosas, puesto que Platón afirmaba que hay dos mundos, el sensible y el inteligible. De esta manera sólo complica el problema metafísico, pues en vez de explicar un mundo, habría que explicar dos.
Para Aristóteles el ser, por ejemplo, de una silla es “in se”, es decir, en sí o por sí mismo, de manera que existe de manera independiente, en tanto que el color o el tamaño no existen de por sí, sino cuando están en otro ente, cuando se adhieren en él. El ser “en sí” suele denominarse “substancia”, los demás modos de ser son accidentes: cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, posición, posesión, acción y pasión. Estos diez modos de ser los llamó Aristóteles “categorías”.
La substancia está constituida, según Aristóteles, por dos factores, esto es, por la materia y la forma, por ejemplo, una mesa tiene como materia la madera y la forma es la de una mesa. La materia es aquello que expresa ¿de qué está hecho? y la forma es aquello que responde a ¿qué es esto? La forma equivale a la esencia y es lo determina que, en el ejemplo, la madera sea mesa y no silla u otra cosa.
Pues bien, ¿y de qué sirve todo lo anterior? Recordemos que Platón decía que la verdadera realidad se encuentra en la ideas, en tanto que Aristóteles señala que lo determinante, lo que es real, es la forma (la esencia) y no la materia (contenido), que es lo propiamente cognoscible, es decir, se conoce algo cuando se capta su forma, lo cual se realiza con el intelecto y no con los sentidos.
Materia y forma coexisten como dos aspectos inseparables de una sola realidad, pero no están en una relación que constituya un estado de equilibrio. Así, el nivel más básico donde predomina la materia sobre la forma sería para los elementos básicos: tierra, agua, aire y fuego. El nivel superior de predominio de la forma sobre la materia está constituido por el hombre que, según Aristóteles, su materia es la vida sensitiva, y su forma es el alma racional, la razón.
Y entonces Aristóteles se plantea el problema de si por encima del hombre no hay todavía alguna forma de ser superior. ¿Acaso habrá un ente que sea pura esencia, sin residuo alguno de materia, algo que sea plenamente de una vez y para siempre, de manera perfecta?
 Aristóteles contesta afirmativamente, más aún, explica que es necesaria la existencia de un Dios que haya puesto en marcha todos los movimientos de la naturaleza. Claro, este Dios no tiene nada que ver con el Dios cristiano, pues este ente es un ser impersonal, no creador (el mundo sería eterno, según Aristóteles), indiferente acerca del curso del mundo, no hace nada ni actúa en modo alguno sobre el mundo, porque en tal caso se ocuparía de algo menos digno que él y perdería su perfección.
¡Vaya, qué situación! Quizá esto explica la realidad de Venezuela, estamos sin Dios que nos ampare. O dicho de otra manera, este Dios indolente se dedica a mirarse el ombligo, embebido en sus propios pensamientos, mientras tenemos un desastre cada vez más grave en Venezuela.
Pues, entonces, no nos queda más remedio que lograr algún día entendernos entre nosotros mismos, antes que lleguemos a la paz de los cementerios. Como dice Aristóteles, debemos asumir una conducta del “justo medio” propia del hombre prudente, esto es, no adoptar el vicio de los extremos, como por ejemplo, la temeridad que es vicio por exceso o la cobardía por defecto, en este caso la virtud consiste en la valentía. Del mismo modo no debemos ser ni tacaños ni pródigos, sino generosos, tal como pasa con la comida, es peligroso comer demasiado poco, pero también es peligroso comer en exceso.
Definitivamente necesitamos prudencia y tolerancia, tolerancia con tantos imbéciles que nos gobiernan… ¡Qué difícil es la tolerancia!
Caracas, Julio 12 de 2017.


El Helenismo
¿Qué buscamos en la vida? ¡Vaya pregunta! No es sencilla una respuesta general, pues algunos buscan alcanzar el poder y se les va la vida en la conquista del mismo, en tanto que para otros su propósito es alcanzar la gloria, en el sentido de llegar a un punto máximo de un esfuerzo particular para lograr el placer del logro. También los hay, y son muchos, quienes buscan la riqueza material y su vida es una permanente carrera para la consecución de bienes y dinero… y cuando algo de ello alcanzan ya poca vida les queda para disfrutarlo.
Hay otros que dedican su vida a salvar el alma o, al menos, es lo que dicen, mediante la purificación del espíritu, y la técnica en algunas religiones es relativamente sencilla, por ejemplo, en el cristianismo basta que cuando se está a punto de estirar la pata se tenga un profundo arrepentimiento sobre todos los pecados cometidos en la vida y de inmediato se obtendría el pasaporte para el cielo, o en el caso de los radicales yihadistas, basta suicidarse en un acto terrorista de su guerra santa y que se mate a muchos infieles, lo cual asegura un cupo al lado de Alá. En fin, hay de todo.
A los griegos de la antigüedad se les ocurrió pensar más racionalmente en estos asuntos, se hicieron estas preguntas y discurrieron varias respuestas. En este sentido, Aristóteles planteó que el fin último o bien supremo de toda acción humana es la "felicidad". En realidad, él habló de la “eudaimonía” en su Libro de Ética para Nicómaco, pero para efectos prácticos es más o menos lo mismo que ahora entendemos por felicidad, o estado de bienestar.
Según Aristóteles la felicidad es el resultado de la excelencia, de la virtud, es decir, el hacer las cosas bien ejerciendo la razón de una manera profunda y asumiendo una vida prudente. Estas ideas en la búsqueda de la manera más digna y mejor de vivir y de morir para los seres humanos continuaron a la muerte de Aristóteles, particularmente en lo que se ha llamado el período del helenismo - a partir de la muerte del Alejandro Magno hasta el dominio del Imperio Romano - caracterizada como una época de predominio de la cultura griega que dominaba los reinos de Macedonia, Siria y Egipto.
En este nuevo ambiente cultural surgen nuevas corrientes filosóficas que se ocuparon del asunto de cómo conseguir la verdadera felicidad, entre ellas tenemos a los cínicos, estoicos y epicúreos.
Los cínicos, no en el sentido moderno de la palabra que significa insolente, desvergonzado y descarado, sino que referido a los griegos que entendieron que la felicidad se alcanza llevando una vida de perros, es decir, una vida asceta que no depende de cosas externas como el lujo, el poder político o la buena salud, cosas que son fortuitas y vulnerables. Los cínicos consideraban que no debían preocuparse por el sufrimiento, ni la muerte, incluso ni siquiera debían preocuparse por el sufrimiento de los demás.
Para los cínicos la felicidad viene dada por una vida simple y acorde con la naturaleza, asumen un desprecio por las riquezas y cualquier otra forma de preocupación material. Plantean como idea clave de la libertad y la felicidad que mientras menos necesidades, hay menos sufrimientos.
En tanto que los estoicos destacaban que todos los procesos naturales, tales como la enfermedad y la muerte, siguen las inquebrantables leyes de la naturaleza, en consecuencia, el ser humano ha de conciliarse con su destino, pues sirve de poco quejarse del mismo. La felicidad consiste en un tipo de vida conforme a la naturaleza humana, que es racional, de modo que la paz interna se logra mediante la resistencia al sufrimiento y a las opiniones de los demás, esto es, un soportar los rigores de la vida con el mejor ánimo.
El objetivo de los cínicos y estoicos era aguantar toda clase de dolor, lo cual es distinto a centrar los esfuerzos en evitar el dolor. Precisamente este último es el planteamiento de los epicúreos, el arte de vivir es evitar el dolor.
Epicuro decía que era importante el placer derivado de una acción, sin embargo, este resultado debe ser evaluado con sus posibles efectos secundarios. Además, el placer a corto plazo tiene que considerarse frente a la posibilidad de un placer mayor a más largo plazo. Por otro lado, no necesariamente el placer se refiere al placer sensual, sino también existen placeres espirituales como la amistad, el arte, etc.
La felicidad, sublime tesoro ansiado y perseguido por todos, es sin embargo un camino que no es único ni absoluto que se deba seguir, incluso en opinión de algunos pensadores, llevados por un espíritu pesimista, la consideran una meta imposible de alcanzar y la reducen a un simple estímulo de vida en persecución de un ideal utópico e inasequible.
Aun así, el ideal de una sociedad feliz es muy antigua en la humanidad. De hecho, Simón Bolívar consideraba que “el sistema de gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible…”. Claro, es una ironía de la vida darse cuenta que los nuevos bolivarianos chavistas precisamente han logrado todo lo contrario, en aras de luchar contra la injusticia social han conseguido producir las mayores desgracias en un país abundante de riquezas naturales, han destruido la economía, la seguridad ciudadana y la democracia, dando espacio libre a la delincuencia, corrupción y autoritarismo que han llevado el país a un estado de anomia social.
Tal vez el sentimiento que invoca de manera más efectiva a la felicidad sea el amor, aunque son evidentes las contradicciones que provoca cuando se desbordan las pasiones humanas en el seno de un romance. Quizás la opción para alcanzar la felicidad sea el amor en el sentido más trascendente de acto incondicional de dar.
Caracas, Agosto 19 de 2017.



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