viernes, 12 de agosto de 2011

CHISMEANDO CON MIS ANTEPASADOS



¿Cómo será ese asunto de los antepasados? Realmente cuando niño, aquello no era motivo particular de preocupación para mí, pues era suficiente tener padres y yo tenía ambos.

Además tenía hermanos: José, Cecilia y Jorge; quienes junto con mi mamá, Hilda, y mi papá, José, éramos una familia muy unida y bastante cerrada. También me daba cuenta que existían tías y primas, algunas cercanas, como la tía Juana y sus hijos; y los hijos de tía Cristina. Esta última no alcancé a conocer, pues creo que falleció antes de que yo naciera.

Más alejada estaba tía Chelita, también con muchos hijos, ellos era los mayores de mis primos: Alirio, Alicia, Teresa, Raúl y Rubén. También conocí a mi tío Lucho, hermano menor de mamá, quien tenía un hijito, con su esposa Teresa, a quien le decía Luchín. Todo aquello eras un mundo muy sencillo y no me preocupaba mucho, pues yo era un niño bueno.


Mi familia en realidad era mayor, pues incluía a Alfonso, un misterioso personaje que a veces aparecía de visita por casa. Más tarde descubrí que era un hermano por parte de papá, era hijo del primer matrimonio de papá y fue criado por una tía, una vez que quedó huérfano de su mamá. Decían que la costumbre era que el viudo se casara con la hermana de la difunta, sin embargo, deduzco que papá prefirió a mamá.

Papá estaba muy orgulloso de esta foto, la mando a enmarcar en un bello cuadro barroco que colgó en la pared principal de la sala de estar. Esta foto era casi un altar.

Como papá era más pequeño que mamá, dicen que él estaba parado en un montículo para verse más alto en la fotografía. A mí siempre me impresionó el inmenso ramo de flores, ¿rosas?, que adornan por detrás. Flores blancas, novia de blanco, una larga cola de seda, todo anuncia la felicidad. Ese traje de novia siempre lo ha guardado mamá.

¿Qué año fue el casamiento? tal vez el año 1.946. Supongo que se casaron en Coquimbo, donde ambos vivían, para luego irse a una luna de miel, en barco, hasta el sur de Chile. Pasearon por los canales y lagos de Chiloé.

En Coquimbo vivieron en una casa de la calle Diego Portales, cerca del centro de la ciudad. después se fueron a vivir a Antofagasta, al norte de Chile, donde papá fue comerciante al por mayor, vinculado al puerto y los barcos que llegaban allí.



Mis padres parecían artistas de cine. Todo el pelo que le faltaba a papá lo tenía mamá. A ella la asocio con Greta Garbo, por su aire misterioso y seductor, y a él lo asocio con el cantante Carlos Gardel, pues siempre le gustaba tararear los tangos que en aquella época fueron un delirio de la juventud y usaba mucha gomina, como debía ser. Como ven, papá siempre intentando verse más grande que mamá.

Su padre contrató a su mamá para los trabajos del hogar, los cuales incluyeron otro trabajito de donde nació mi papá. El viejo abuelo al comienzo no lo aceptó, pero más tarde, en la avanzada juventud de papá, le dio como regalo el reconocimiento de su paternidad. Los hermanos de papá, por parte de madre, eran mayores que él: Blanca, Amanda y Pedro, todos de apellido Campusano.


Esta fotografía llenaba de orgullo a papá, en la pared vecina del cuadro de su matrimonio con mamá estaba otro cuadro barroco con esta foto.

Su mamá fue una mujer humilde y muy trabajadora, lavaba y planchaba para poder subsistir. No era como ahora, con lavadoras automáticas y planchas al vapor, sino era con planchas de carbón y lavado de la ropa en grandes ollas que se hacían hervir al fuego con leña.

Además, papá guardaba un grato recuerdo de su hermana materna mayor, tía Amanda, quien de pequeño también lo cuidó.

Cuando agonizó estuvo un día balbuceando “mam... mam... “. Esperaba a tía Amanda, y cuando ella llegó y entró a la habitación, él despertó, la miró, suspiró profundo y luego murió.

Durante un año lo visité al cementerio, cada domingo le llevaba un pequeño ramo de flores y frente a su tumba me sentaba a reflexionar. Sentía mucho temor ahora que no estaba papá, pero le juré que haría el mayor esfuerzo para surgir y nunca olvidaría la familia… lo juré.

Es curioso que, en una época cuando la gente se casaba entre los 15 y 20 años de edad, mamá se haya casado después de los 30 años… quizás 33 años de edad. Ella era muy hermosa, aunque la observo entre sus hermanas como las más pretenciosa y muy cuidadosa en su forma de vestir, con un aire de mujer muy distinguida.

Quizás, como era la hermana menor, siempre tuvo la protección de las mayores, supongo que tenía más referencias para una mayor aspiración. De hecho, cuando niña tenía a tía Juana como mamá sustituta, en tanto que tío Lucho, el hermano menor, le correspondía como mamá a tía Chelita.

Su mayor sentido de superación hizo de nosotros, sus hijos, personas que forjamos un fuerte espíritu de motivación al logro y al progreso.


Mi mamá nació pobre, en la ciudad de La Serena, en una casa cerca del río Elqui, criada por su abuelita entre medio de gallinas, porque apenas niña muy pequeña murió su mamá.

Su nombre completo es Hilda del Carmen Hortensia Araya Huidobro y nació un día 1º de Agosto de 1.911. ¡Caramba, que indiscreción! Así se le puede calcular su edad que nunca le gustaba mencionar, pues cada vez que me inscribía en la Escuela Primaria contestaba con una edad inferior, porque no se acordaba lo que había dicho el año anterior.

Cuando mamá se casó se fue a Antofagasta con papá, donde el éxito y el lujo le acompañaron, para tener una vida en la alta sociedad. Papá tenía una camioneta para transportar las mercaderías que comerciaba y mamá tenía un auto Ford, último modelo, en el cual Pepe disfrutaba paseos por la ciudad que llaman la Perla del Mar.

En aquella época era muy osado mostrar los tobillos, por eso se usaban cortos calcetines para cubrirlos, pero mamá tenía bellas piernas que lucía con una disimulada provocación.

Tanto éxito embriagó a papá, pues entre licor, amigos y juegos de azar, toda su fortuna perdió. Decidieron regresar a Coquimbo, acompañados de un bebé por nacer, ese era yo. Al menos fui gestado en la riqueza, aunque después nací en la mayor crisis familiar de pobreza.


La abuelita de mamá tuvo un enorme coraje para criar a todos los hermanos. Eran seis, de mayor a menor: Juvenal, Chela, Juana, Cristina, Hilda y Luis.

Quien más me impresiona es tío Juvenal, a quien no conocí, pues murió en su juventud. Mamá decía que sólo a ella la dejaba presenciar sus prácticas de violín, que escuchaba con éxtasis y admiración.

El estudiaba para educador, pero la mala fortuna quiso que no terminara así. Supongo que las esperanzas de progresar se vieron truncadas en la familia con la muerte de tío Juvenal. El era el mayor, pero no alcanzó a culminar su formación profesional y mamá guardó para en su recuerdo las hermosas melodías, lánguidas y sutiles, de su violín.

Cuando murió tía Juana, mamá heredó el libro de la autobiografía de tío Juvenal. Un día lo leí con la emoción de la impertinencia de entrar en el alma de otra persona, las últimas páginas desentrañaban el misterio de su enfermedad, conoció una prostituta en Coquimbo, quien lo infectó de sífilis. En aquella época no estaba difundido el medicamento para ese mal, sólo usaban baños de las partes más íntimas con jugo de limón… hagan la prueba, tiene un sabor especial.


¿Qué misterio envuelve la historia de la mamá de mi mamá? ¿Por qué murió algo después de nacer mamá? Apenas conozco ésta solo fotografía de ella, no sé nada más.

Cubierta su cabeza con un paño y un distinguido abrigo de piel, se aprecia que fue una mujer muy hermosa. Pero tiene un rostro duro y una mirada fría que intimida.

Me hubiera gustado conocerla, ya que haberme criado sin abuelas da una formación incompleta sobre la visión de la vida.

Ella era de apellido Huidobro, según mamá, apellido que tenía mucho pedigrí, aunque ella aclaraba que existía una rama de Huidobros ricos y otra rama de los pobres. No eran necesarias más explicaciones para suponer que descendemos de la rama de los pobres.


He aquí la abuela materna de mamá, con su mejor peinado, vestida con un traje de gala, tiene un pequeño crucifijo al cuello y un largo collar. Sombrereras de generala y colgando de la mano una cartera de mujer.

Ella tiene la mirada triste y un rictus en la boca que denota desesperanza y resignación. ¿Por qué? Tiene un anillo en el dedo anular de la mano izquierda, señal de que estaba casada.

Esta foto es alrededor del año 1.900, quizás en esa época sus hijos ya eran adolescentes, tuvo varios además de tía Luisa y la mama de mi mamá, el olvido se llevó sus nombres.

Ella está parada frente a un inmenso cuadro de un paisaje primaveral, con una cerca y muchas flores. Ese cuadro llega hasta el mismo piso de la sala, donde se observa una silla con cojín y un pilar, en que ella apoya su mano, con un símbolo que quizás sea el antiguo escudo de La Serena.


Este antepasado de rasgos nobles es el abuelo materno de mamá, o sea, es un propio Huidobro, de amplia frente y rasgos europeos, pelo de color castaño a rubio, y mirada escrutadora. Muy probablemente en su sangre fluía el origen español.

Lucía un rostro de autoridad, reafirmado por su estilo de parada que proyectaba el mando sobre los demás. Usaba bigotes bien poblados, un reloj de cadenas y un corbatín sobre una camisa con cuello levantado.

El viejo murió, sin que lo alcanzara a conocer mamá, pero le dejó un apellido para que ella se ufanara del distinguido origen de antepasados que de la península ibérica habrían llegado al país.

Que importa que yo no provenga de la rama de los Huidobros con riqueza material, para mí ha sido suficiente heredar la riqueza espiritual… y algunos genes que por allí deben estar.


Esta fotografía es la más espectacular por su valor histórico. Con su mejor estilo victoriano, adornada con pieles de visón sobre un traje en extremo puritano, envuelta su cabeza con un pañuelo, casi rindiendo culto al Islam, es mi tatarabuela.

Ella es la mamá de la abuelita que crió a mi mamá. Se parece mucho a la mamá de mi mamá, tan sólo con unos años más.

Claro, aquella época era muy diferente, me refiero a mediados del siglo XIX, puesto que era muy pecaminoso mostrar las curvas del cuerpo. Incluso las relaciones íntimas de una pareja no eran para el placer, sino sencillamente para procrear, así lo establecían las buenas costumbres y la misma religión.

En correspondencia con tan rigurosas normas estaba establecido que las sábanas de la cama tenían un orificio del tamaño necesario para cumplir tal función de procreación, nada se podía tocar.

Realmente me cuesta entender cómo con tanta ropa de vestir y cubierta de pieles, más las sábanas con un solo huequito, pudo haber tanta descendencia que inclusive me trajo a mí.











“… y aquellos polvos trajeron estos lodos”. Nos guste o nos disguste, de aquellas raíces proviene mi naturaleza y la de mi descendencia, raíces que se pierden en un pasado desconocido y lleno de interrogantes que ya nadie puede responder, es un pasado donde se produjo el encuentro entre una población aborigen, que llevaba una apacible vida en los valles de los ríos cordilleranos y también a la orilla del mar, y un grupo de aventureros que vinieron de otro continente a conquistar la riqueza del nuevo mundo. Ese encuentro fue lleno de curiosidad, otras veces fue violento y apasionado… aquellas tempestades trajeron estos barros.




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