viernes, 19 de noviembre de 2010

PRINCESA Y EL PADRE ANTUÁN



Me puse el Alba sobre la sotana, la enlacé con el cíngulo a la cintura y con paso solemne salí de la sacristía para dirigirme al altar. Sobre los hombros me puse la estola y me incliné con veneración para besar el altar, luego hice varios pases de incienso con el turíbulo en torno al altar para perfumar el carácter sagrado del lugar donde celebraríamos, una vez más, la renovación del sacrificio del Calvario.

- In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti - dije en voz alta a los asistentes mientras hacía la señal de la cruz para iniciar la santa misa.

Prefiero iniciar la misa en latín, lenguaje sacro de la Santa Biblia, aunque el Espíritu Santo la dictó originalmente en hebreo, arameo y griego, pero el latín tiene carácter solemne desde que Constantino elevó el cristianismo a religión oficial del Imperio Romano y se impuso la versión Vulgata de las Escrituras. En todo caso, no ha estado mal que gracias al loco de Lutero la Biblia haya sido traducida a muchas lenguas vulgares accesible a los comunes mortales.

- Amén - contestaron los feligreses mientras se santiguaban.

Miré con disimulo a los presentes que estaban de pie para ver dónde estaba Princesa, pero no la vi. La tarde anterior, durante las jornadas juveniles cristianas, me había prometido que vendría a misa. Antuán, mañana quiero verte en la misa para rezar por nosotros, me dijo mientras tomaba mis manos y yo sentía que la sangre hervía en mi cuerpo y subía a mi cabeza nublando tono mi entendimiento.

- La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros - continué diciendo casi automáticamente a los asistentes a la misa.

- Y con tu espíritu - contestaron los presentes, pero apenas escuché, mi mente se escapaba a otros rincones de ensueño.

Estaba ansioso por ver a Princesa, mi mundo estaba lleno de sueños y fantasías, pero también me embargaban las dudas sobre mi futuro y me ahogaba la incertidumbre. ¿Acaso la carne estaba socavando la fortaleza de mi compromiso con la Iglesia? ¿Era el Diablo quién me estaba tentando con placeres mundanos?

Entonces de repente la vi, allí estaba sentada en una de las últimas filas de la iglesia, vestía un pantalón azul y una blusa ajustada de color celeste de cielo, su pelo suelto castaño oscuro caía libre sobre sus hombros. Me miraba fijamente y sentí que mi corazón daba un vuelco, un rubor invadió mi rostro, un sentimiento de pecado irrumpió en mi interior y un temblor se apoderó de mi voz mientras continuaba la misa:

- Queridos hermanos: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados. Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

- Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa - contestaron los feligreses.

Es verdad, ahora como nunca me doy cuenta lo pecador que me estoy volviendo. Dios mío, invoco tu misericordia para que perdones mis pecados, me absuelvas de mis ansias de lujuria contenida, no porque me guste el lujo, que en todo caso no está demás, sino por mis impulsos libidinosos que corroen el alma mía que era tan pura como el agua cristalina. Por eso me dirijo a la Santísima Trinidad, a ti Padre, a ti Hijo y al Espíritu Santo, como un grito desesperado que quiere aferrarse a ti con la angustia de mi vida que pide compasión.

- ¡Señor, ten piedad! - dije suplicante.

- ¡Señor, ten piedad! - contestaban todos los presentes.

No veo que Princesa se lleve las manos al corazón, pues claro, ella no tiene pecados veniales y mucho menos pecados mortales, es tan inocente mi Princesa. Bueno, quizás no tanto, ella tiene muchas ambiciones y a veces la noto engreída cuando se ufana de la Universidad donde estudió y aprendió tantas cosas de una profesión técnica que, en mi opinión, no dan ningún alimento al alma. A veces simplemente me la imagino como una inconciente y bella mariposa que vuela cándida por un colorido jardín de la primavera.

- Oremos - invité a los feligreses - Señor nuestro, que prometiste venir y hacer tu morada en los corazones rectos y sinceros, concédenos la rectitud y sinceridad de vida que nos hagan dignos de esa presencia tuya. Por nuestro Señor Jesucristo...

- Amén - asintieron todos.

Hice una leve reverencia frente a la Sagrada Biblia y procedí a echar incienso con el turíbulo para esparcir el blanco humo que asciende como en suave danza al cielo junto con nuestras fervorosas oraciones. Claro, el humo es bueno también para fumigar tantos zancudos que salen en esta época del año.

Abrí la Biblia en una página que previamente había marcado en el libro del Apocalipsis para la Liturgia de la Palabra, pero con los nervios que tenía debido a la presencia de Princesa me equivoqué y frente a mi vista quedó expuesto el capítulo 5 del libro de San Mateo, entonces comencé a leer desde el versículo 27.

- Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti…

- Te alabamos Señor - contestó en coro la asamblea.

Me alarmé con mis propias palabras que retumbaron dentro de mi cabeza como ecos de la montaña. Es verdad, me dije, una manzana podrida puede podrir todas las demás del cesto, entonces la manzana podrida debe ser arrojada lejos como dice el Señor.

¿Arrojar a Princesa? No, no, no puede ser eso, sino debo arrojar mis malos pensamientos. ¿O quizás debo arrancar mi corazón y arrojarlo lejos de mí? Pero mis pensamientos lascivos están en mi mente ¿Entonces acaso debo cortar mi cabeza y arrojarla lejos de mí para salvar mi cuerpo de las llamas del infierno? Menos mal que no he tenido relaciones sexuales, porque entonces no sé qué me debería cortar. Díos mío. ¿Qué debo hacer?

- Munda cor meum, ac labia mea, omnipotens Deus, ut sanctum Evangelium tuum digne valeam nuntiare. Per Christum Dominum nostrum. Amen - murmuré casi en silencio, luego continué en voz alta - El Señor esté con vosotros.

- Y con tu espíritu - respondieron los fieles.

Bueno, a pesar de mis pecados creo que no debo ser tan malo, ya que he intentado ser manso y humilde a lo largo de mi vida, me ha tocado llorar muchas veces, he sufrido hambre y sed de justicia, también de pan y agua, entonces quizás sea bienaventurado con la gracia del Señor. Mis pecados los habré expiados con mis sufrimientos, ahora mismo mi alma sufre en la soledad la angustia de no encontrar un sendero iluminado para recorrer intensamente los prados de la vida.

- Per evangelica dicta deleantur nostra delicta - dije en voz baja mientras besaba la Sagrada Biblia y la cerraba cuidadosamente.

Me resigna pensar que estoy ayudando al mundo en la lucha entre el Bien y el Mal, participo como soldado en la guerra entre Dios y Satanás. Parece que mientras más sufro más digno me haré del paraíso celestial, más se purificará mi alma y más lejos quedará toda tentación del mal, entonces me provoca torturarme, sacarme por ejemplo toda la piel tal como se despelleja un pescado, o clavarme alfileres en la partes íntimas, o apretarme la nariz para no respirar…¡Vaya, enorme purificación que alcanzaría!

Bueno, quizás exagero un poco, pues nuestro Señor Jesucristo también dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, no en el sentido de hacer sufrir a los demás como quisiéramos sufrir consigo mismo, sino por el contrario, amarse a sí mismo en el sentido de quererse, valorarse, respetarse, aceptarse, cuidarse a sí mismo, lo cual es la base para amar incondicionalmente a los demás, no por miedo al infierno, ni como un sacrificio a cambio de algo, pues el amor no es un negocio. Amar sencillamente es compartir, es vivir.

Entonces, ¿no habría nada malo en que yo ame a Princesa? ¡Ay!, tan sólo pensarlo y me recorre un escalofrío por todo el cuerpo y la piel se me pone como carne de gallina. Ahora que reflexiono de esta manera me siento mejor. ¿Cómo se podría amar sin tener aprecio de sí mismo?, sería como dar algo propio que no valorásemos, sería como intentar compartir la propia existencia sin atribuirle algún valor a ella. Por supuesto, así no se puede compartir, pues es como intentar ofrecer algo desechable. Entonces hay que amarse a sí mismo.

Pero, en fin, llegó el momento del Ofertorio para presentarle a Dios los dones del pan y del vino que se convertirán en el cuerpo y la sangre del Señor mediante el milagro de la transubstanciación.

Sí, sabemos que nuestro Señor Jesucristo así lo pidió: “tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi cuerpo; éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en conmemoración mía”. Claro, si bien el vino de la misa sabe a vino y el pan sabe a pan, su sustancia es el cuerpo y sangre de Jesús por acto de fe, entonces esta suerte de sagrada antropofagia en la misa es el alimento de vida eterna.

Entonces, quizás, los actos de canibalismo como el de los uruguayos que durante un vuelo en avión cayeron en la cordillera de los Andes y se comieron a sus amigos y familiares, o el de los chinos que se comían a sus muertos para sobrevivir durante el Gran Salto Adelante de Mao, se deben considerar como cena de alimentos humanos de vida eterna si es que lo hicieron con fe. Realmente no sé.

Me complace pensar que antes los antiguos cristianos traían alimentos y vino de su propiedad para compartirlos, como en un gran banquete, durante la celebración de la misa. Aunque ahora es bastante práctico pedirles a los fieles que preferiblemente aporten dinero y otras donaciones de valor, mientras más mejor, ya que es para los pobrecitos de la iglesia donde, por supuesto, estoy yo. En este sentido, es necesario que la Iglesia se modernice y, a tal efecto, he propuesto que se pongan puntos de venta inalámbricos para permitir las donaciones con el uso de las tarjetas de débito y de crédito de los feligreses.

¡Ay! Dios mío, me estoy dispersando con mis pensamientos, es mejor que me persigne y haga unos pases de incienso para espantar tantos fantasmas y divagaciones que me desconcentran.

- Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida - dije mientras presentaba el pan sagrado, las hostias, y el vino para la plegaria eucarística.

- Bendito seas, por siempre, Señor - respondieron los feligreses.

Entonces tomé el cáliz y puse vino, aquél sabroso vino que la congregación recibe de España y que el padre José se toma todas las noches a hurtadillas. Luego añadí una gotitas de agua tal como lo hizo Cristo durante la última cena. Por supuesto, a nadie se le ocurriría a la inversa, poner agua en el cáliz con una gotitas de vino, sería un sacrilegio… con lo bueno que está el vino.

- De nobis per hujus aquae et vini mysterium, ejus divinitatis esse consortes, qui humanitatis nostrae fieri dignatus est particeps, Jesus Christus, Filius tuus, Dominus Noster. Amen - dije calladamente, luego continúe en voz alta y levantando el cáliz.

- Bendito seas, por siempre, Señor - replicaron los asistentes.

- In spiritu humilitatis, et in animo contrito suscipiamur a te, Domine: et sic fiat sacrificium nostrum in conspectu tuo hodie, ut placeat tibi, Domine Deus. Que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro - dije en voz baja y luego continúe - Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.

Me lavé cuidadosamente los dedos de las manos como expresión del deseo de purificación interior, aunque sinceramente creo que me debería haber dado un baño completo de tina y con jabón azul, pero el rito no lo permite así. Por supuesto que sí, pero quién está libre de pecado, si el mismo Jesús se besaba con la tal María Magdalena quien, a su vez, lo financiaba económicamente en su misión redentora.

¿Era amor erótico? A veces pienso que sí, porque no era interés financiero, sin duda que Cristo no era un chulo, y es parte de la naturaleza disfrutar el placer de una caricia, así como yo quiero sentir el aliento de Princesa y recorrer su cálida piel del mismo modo como el céfiro del mar acaricia el arenal del litoral. Y allí estaba ella, Princesa de rodillas cruzaba sus miradas conmigo y me sonreía disimuladamente en pícara complicidad.

¡Caramba!, otra vez divagando. Respiré profundo, rápidamente me ubiqué en el centro del altar y me dirigí a la asamblea:

- Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso. El Señor esté con vosotros.

- Y con tu espíritu - respondieron todos.

- Unidos a todos los ángeles, te glorificamos unánimemente, y te alabamos con nuestras voces seguí con la ceremonia de las ofrendas

- Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Bendito el que viene en nombre del Señor - replicaron todos.

No deja de sobrecogerme, y es muy fuerte para mí, que pidamos que el sacrificio de la crucifixión de Jesús sea agradable a Dios, como si fuese un feroz sediento de bestial sadismo, como aquellos dioses que requerían de sacrificios humanos para tranquilizar su furia y saciar sus ansias de sangre. Ya fue bastante cruenta la inmolación redentora de Jesucristo que nos libró de todo pecado, de modo que sería suficiente el carácter memorial de este acto, sin agregarle el sentido propiciatorio del sacrificio que lo vuelve continuo, se repite en las misas una y otra vez, con su cuerpo presente. ¿Acaso Jesús no obtuvo ya el perdón completo para nosotros por medio de su sacrificio? ¿O sólo fue un pedacito de perdón, de modo que es necesario crucificarlo, una y otra vez, junto con cada uno de los presentes? ¡Virgen María, que confusión la mía!

Apreté fuerte los dientes y cerré los ojos mientras me decía: Antuán, no pierdas la fe, el Señor está presente. Entonces procedí a consagrar el pan:

- Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.

Luego consagré el vino:

- Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.

Sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo y que el Espíritu Santo me daba un par de bofetadas para que me mantuviese atento y que no fuese a divagar otra vez, las mejillas se me enrojecieron hasta el ardor. Entonces, en virtud de la consagración se convirtió el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de nuestro señor Jesucristo.

Mi rostro estaba sudoroso y mis manos temblorosas. Mostré emocionado a los fieles la Hostia consagrada y el Cáliz, cuerpo y sangre de Jesús, y expresé mi adoración con un signo de reverencia.

- Éste es el sacramento de nuestra fe - dije con la voz entrecortada.

- Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! - respondieron todos puestos de pie.

- Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia. Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

- Amén - aclamaron los presentes.

Yo ya no soy yo, ahora soy Jesucristo en la última cena del Señor que, invadido de infinita humildad, ofrece su cuerpo y su sangre para la renovación del sacrificio del Calvario, con la presencia de la virgen María, con los Apóstoles y las Santas mujeres, para sentir una anticipación de la gloria que recibiremos en el cielo.

Santas mujeres, sí, mujeres que siguieron a Cristo como María Magdalena, Junías, Priscila, Aquila y tantas más que, quizás, sin la visión misógina de la iglesia histórica, deberían también ser consideradas apóstoles femeninas. Ellas tienen más méritos que el loco de Pablo que ni siquiera perteneció al grupo de los doce de Jesús.

Es una lástima que Tomás de Aquino haya escrito: "La mujer es al hombre lo que lo imperfecto y defectuoso es a lo perfecto. La mujer es físicamente inferior, y también mentalmente. No es sino un error de la naturaleza, una suerte de hombre mutilado". ¡Recórcholis!, ¡Qué teología!

El gordo Tomás creía que la concepción humana recaía en la "virtud activa" exclusivamente masculina y que la mujer no era sino un receptáculo en donde un pequeño ser humano era depositado por el varón para que se desarrollara. Entonces "el poder activo de la semilla masculina" tendía a reproducir a su igual, es decir, a otro magnífico varón, de manera tal que si el resultado era una "niña" se consideraba que la famosa "virtud" había fallado. Así resulta que las mujeres serían el resultado de un "poder activo" defectuoso. Dramática y conmovedora ignorancia que el Espíritu Santo demoró un largo tiempo en aclarar.

La mujer no creo que sea inferior, ni signo de falta de pureza. No es la razón de mi celibato y juramento de castidad, aunque pensar en este asunto me pone muy nervioso, pues sólo pensar en la Magda cuando ungió con perfumes los pies de Jesús y los enjuagó con sus cabellos, con esas amplias vestimentas de la antigüedad que dejaban asomar parte de los senos, se me ponen todos los vellos de punta, y otras cosas más.

De repente sentí como que me jalaban las orejas, otra vez el Espíritu Santo me remecía para despertarme, entonces regresé de mis pensamientos y vi que todos los asistentes de la misa esperaban que continuara con la ceremonia. Rápidamente me persigné cinco veces y de modo reverencial tomé la patena, con la hostia consagrada, y el cáliz, y sosteniéndolos elevados, dije:

- Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

- Amén - aclamaron los presentes.

- Padre nuestro que estás en el cielo santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal - oramos todos juntos.

- Señor Jesucristo, concédenos la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Per omnia saecula saeculorum.

- Amén - dijeron todos.

Padre nuestro, hágase tu voluntad… ¿Y mi papá qué piensa de mí? Por supuesto que está muy orgulloso de mi ordenación como sacerdote de la iglesia católica apostólica romana, ya que me confiere el poder de renovar el sacrificio de la Cruz, celebrar los sacramentos y perdonar los pecados. Poderes grandiosos ¿verdad?

De esta manera mi papá se siente más cerca del Cielo, debido a que le puedo perdonar sus pecadillos y dejarle al alma más limpia y blanca que con cloro de lavandería. Por este motivo, cuando le insinué la posibilidad de renunciar al sacerdocio, porque el celibato, le dije, era una carga muy pesada para mí, rechazó irritado mi idea y me dijo que no era correcto que faltara a mi compromiso con la virgen María y que, además, le daría un disgusto muy grande a mi mamá.

Una vez me habló el Superior de la Congregación y me aconsejó, de hombre a hombre, que buscara algunas muchachas medias tontas con quien aliviar mis tensiones, pero con mucha discreción. Después, dijo, todo se resuelve con el sacramento de la penitencia y listo. Incluso se ofreció acompañarme una noche a la casa de unas niñas alegres de la ciudad.

Ciertamente me sentí muy confundido, mucho más cuando recordé a varios compañeros de sacerdocio que tenían discretamente sus queridas, quienes más bien veían la relación como una gracia divina, bueno, supongo que lo pasaban divino. ¡Vaya gracia divina! Estoy seguro que Princesa jamás aceptaría una situación de este tipo y yo tampoco aceptaría una vida de hipocresía en la iglesia.

Jamás podría aceptar a alguien como el padre Gaspar de Villarias, sacerdote de la Compañía de Jesús, cuya historia fue registrada en los Libros de la Inquisición. Fue enjuiciado por el Tribunal del Santo Oficio en la Ciudad de México en 1625, donde más de 90 mujeres declararon haberse involucrado sexualmente con él o haber sido objeto de proposiciones indecorosas, luego de visitar la parroquia donde las confesaba y absolvía. ¡Caramba!, absoluciones para criollas y mulatas, para nobles españolas y esclavas negras, década tras década. Y nadie hablaba.

¡Por Dios! Quiero que la paz invada mi espíritu, que la armonía ilumine a todo el mundo y la concordia sea el lazo que una a la humanidad en un vínculo infinito. Los miré a todos y dije con voz fuerte para que retumbara en toda la iglesia:

- La paz del Señor esté siempre con vosotros - luego extendí los brazos y enseguida junté las manos ceremoniosamente.

- Y con tu espíritu - respondieron todos.

Después de comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, dije a media voz:

- Qui séquitur me, non ámbulat in ténebris, sed habébit lumen vitae, dicit Dóminus.

Entonces procedí a comulgar a aquellos que se me acercaron y le entregué el pan consagrado a cada uno de ellos:

- Corpus Domini nostri Jesu Christi - y le ofrezco la hostia a cada uno.

- Amén.

De repente noté que Princesa también esperaba para comulgar, se arrodilló frente a mí y con la cabeza levemente inclinada a la derecha puso los ojos en blanco y entrecerró los párpados, sacó su lengua para recibir la hostia. Muy nervioso le entregué la hostia y sentí sus labios en mis dedos mientras el rubor subía por mis mejillas.

- Corpus Domini nostri Jesu Christi - repetí tembloroso.

- Amén.

Una vez que todos hubieron comulgados procedí a limpiar la patena y el Cádiz, y en silencio me dirigí al Señor. Después de un lapso en silencio me dirigí a la asamblea desde el altar.

- Oremos.

Por supuesto que este banquete resulta algo frugal, aunque el vino no estuvo nada de mal, sin embargo, me llena el espíritu y me da fuerzas para abordar los desafíos de la vida y enfrentar mi soledad que encierra las angustias de mi espíritu atormentado. Sí, se apacigua el peso de la cruz, pero también quisiera salir de mi propia reclusión y correr de la mano con la mujer de mis sueños por los senderos del amor, juntos mirar al horizonte y a la vida sonreír.

¿Quién me lo impide? Señor, dame una señal sobre cuál debe ser mi proceder, ¿Jesús, dame un respuesta tú que tuviste la cercanía de Magda? ¿Acaso no tengo derecho a la felicidad junto a una mujer? ¿O la felicidad es algo pecaminoso, o la mujer lo es? ¿Quién me dará la respuesta? ¿Yo mismo? Pues, no sé.

Estuve unos minutos en silencio mientras todos oraban, luego continué:

- Señor, que este sagrado banquete nos dé fuerza para que, siguiendo el ejemplo de los santos, llevemos en el corazón y manifestemos en la práctica el amor a los demás y la luz de tu verdad. Por Jesucristo nuestro Señor.

- Amén.

Me recordé de Ándriu, el hermano de Princesa, y sentí celos de él, pues no tenía las cadenas que a mí me aprisionan en una suerte de condena a ser diferente a los demás y, también, porque siempre tendrá el cariño fraterno de Princesa. ¡Dios santo!, qué odiosas las comparaciones, en realidad no es rivalidad, sino sólo expresión de mis propias frustraciones. Realmente a Ándriu le deseo lo mejor, por eso siempre le llevo una caja de pollos McDonald con papas fritas, que él disfruta enloquecidamente cada vez que visito a Princesa.

Extendí mis manos hacia la asamblea, los miré a todos atentamente, y dije con tono solemne:

- La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espítiru Santo, descienda sobre vosotros - dije mientras todos se santiguaban.

- Amén.

Junté las manos, incliné con humildad la cabeza y me despedí:

- Podéis ir en paz.

- Demos gracias a Dios.

Besé con veneración el altar, casi como una despedida. Me parecía que era la última vez que lo hacía, mi corazón estaba oprimido y contenía las lágrimas de mis ojos, tantos años en el convento y ahora sentía que allí no estaba mi vida. Me retiré lentamente a la sacristía a esperar a Princesa, sabía que ella vendría por mí.

Ella llegó en silencio, nos abrazamos fuertemente entre suspiros y el llanto cubrió nuestros rostros, no por la vergüenza de nuestro amor, sino por el desafío que representan los códigos sociales que nos aprisionaban. Mi alma parecía que iba a estallar por las fuerzas que luchaban en mi interior. ¿Qué camino seguir? ¿Y si me equivoco?

- Princesa, te amo y no puedo vivir sin ti.

- Antuán, no debemos apresurarnos, yo sé lo que quiero, pero tú debes aclara tus pensamientos. Vete unos meses al monasterio del desierto y pongamos a prueba nuestro amor, después decidimos qué vamos a hacer. Vete tranquilo y confía que decidirás lo mejor. Te amo.
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FIN
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Este cuento es el resultado simplemente de una imaginación desenfrenada que libremente ha recorrido caminos de fantasías, muy lejos de la realidad, que alude a personajes y hechos inexistentes que sólo son invento de una desequilibrada alucinación.

Cualquier parecido a algún personaje de la vida real es pura y simple casualidad. Tampoco es alabanza, ni descrédito de nada y de nadie, solamente es el espejismo de una ficción.


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