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Una vez me preguntaron cómo es el venezolano típico, cuáles eran las características que identifican la personalidad más común, entonces de inmediato se me vino a la mente la imagen de una persona dicharachera, espontánea, extrovertida, alegre, generosa y tolerante.
Sin embargo, la modernidad ha ido desdibujando esta imagen y va surgiendo una nueva actitud del venezolano que de modo inconfundible se puede observar en el tráfico automotor de la ciudad de Caracas. Allí todo está invadido por una enorme anarquía y un completo irrespeto a cualquier norma o ley de comportamiento cívico.
Es la verdadera ley de la selva, dónde cada cual intenta sacar la mayor ventaja posible en detrimento del otro. Se puede conducir por el hombrillo de las vías, cruzar cuando el semáforo está en rojo, avanzar en una cola sin importar que se obstaculice el tránsito de la calle perpendicular, no respetar para nada a los peatones quienes nunca tienen preferencia para cruzar una calle, etc.
Los semáforos son un adorno en algunas esquinas de la ciudad, aunque también son una guía, pero no en el sentido convencional que tiene en otros países. Una luz roja no significa que haya que detenerse con el vehículo, sino sencillamente que hay que cruzar con mayor precaución, pues puede haber alguien que no conozca las reglas de la ciudad y no tenga la precaución de frenar cuando avance con la luz verde de su lado del semáforo.
De noche definitivamente no se debe tomar en cuenta para nada la luz roja de los semáforos, ya que si se detiene en una esquina lo pueden asaltar los delincuentes que abundan en Caracas, entonces puede perder el automóvil y si se resiste pierde la vida.
Claro, también están los fiscales de tránsito que dan órdenes con fuertes señas de manos y brazos para que avancen más rápido los vehículos o se detengan en los cruces. Su esfuerzo es gigantesco en las colas, ya que con sus enérgicos ademanes intentan hacer avanzar la fila de carros, si no lo consiguen tocan sus silbatos y aletean los brazos con mayor energía como si tuviesen un poder de telequinesia.
Me dan lástima los fiscales, nunca están sincronizados con los semáforos y su lucha es inútil, los conductores hacen lo que se les da la gana. Si a un fiscal se le llega a ocurrir detener a un conductor por no hacerle caso, entonces se forma de inmediato un atascamiento infernal que hace insoportable el entorno de ruidos de motores encendidos, las pitadas de las cornetas, el humo de los tubos de escape y los peatones cruzando por entre los vehículos.
Por supuesto que las vías tienen pintada la divisoria entre canales de circulación, pero no necesariamente coincide con las filas de vehículos, porque además entre los espacios libres circulan las motos que serpentean entre los carros para adelantarlos, ya sea por la derecha o por la izquierda.
Además el paisaje lo colorean los vendedores ambulantes, actividad muy extendida en el país, puesto que abarca a prácticamente la mitad de la población. Entre medio de los vehículos ofrecen sus mercaderías que abarcan prácticamente de todo, refrescos, cerveza, música, chocolates, galletas, juguetes, herramientas, artículos inflables, flores, libros, lápices, periódicos, café, helados, etc.
Finalmente, bordeando las vías van los recogelatas que, como las aves de rapiña, van recolectando lo que otros desechan, para cubrir su cuota de aluminio de reciclaje que venden al mayorista para lograr un ínfimo sustento.
Cada cual dentro de su vehículo va rumiando su rabia e insultado a los demás por la impotencia que los invade, desahoga sus tensiones pitando la corneta de su vehículo, gritando a los demás y acelerando en neutro para descargar enormes humaredas por el tubo de escape.
Por supuesto que todo el mundo llega atrasado a su trabajo, porque el congestionamiento de la ciudad es terrible en las horas de mayor tráfico. Tampoco se salva el transporte público, puesto que además de las demoras de tráfico hay que hacer enormes colas para lograr subirse a un microbus y, por otro lado, es mucho peor el trasporte por el Metro que está completamente colapsado, pues es casi imposible subirse a los vagones repletos de pasajeros y, aún más difícil, bajarse en su estación de destino.
Cuando se llega al sitio del trabajo, completamente descompuesto y desencajado, con supremo esfuerzo se simula una sonrisa y con tono de humildad se le dice al superior: “Jefecito, me atrasé por culpa del tráfico, pero ya tengo casi listo todo lo que me pidió… estamos a la orden”. En todo caso, después habrá cualquier excusa para no terminar el trabajo.
Entonces algunos se preguntan: ¿Por qué el venezolano se ha vuelto violento, irrespetuoso, anarquista, resentido? ¿Para qué sirve su viveza de pájaro bravo? ¿Bajo su apariencia despreocupada, qué hay en su interior que un día puede explotar?
Así también es el gobierno, se conduce con la mayor anarquía e irrespeto por los ciudadanos, convoca a elecciones cuando le conviene, caso contrario las dilata tanto como puede, estable reglas para sacar ventaja en la competencia democrática, impone las mayorías circunstanciales sin respeto por las minorías, no acata los resultados electorales que no lo favorecen, insulta a todo quien piense diferente y no tiene escrúpulos para perseguir a los disidentes.
En el país la delincuencia está completamente desatada, la impunidad invade toda la sociedad, el gobierno es fuente descarada de corrupción que sólo no la ven las autoridades, los órganos institucionales de la justicia están mediatizados y actúan sesgados para favorecer al gobierno, las empresas del Estado están carcomidas por la ineficiencia.
En medio de este desorden el gobierno extiende su poder a todos los espacios del Estado y aprovecha para imponer su control proselitista sobre una población que oscila entre la irreverencia a las autoridades y la adulancia al Jefe. Los mismos que antes eran adecos ahora son chavistas, los que usaban franela blanca ahora usan la roja rojita, pero ¿realmente qué piensan en su interior?
La adulancia es la fuente del paternalismo que logra el dominio en base a dádivas que compran servilismo y sumisión, ésta es la esencia de este gobierno populista. Sin embargo, los recursos del gobierno se agotan y la ineficiencia por la falta de inversiones en la infraestructura de los servicios públicos comienza a florecer por todas partes, y ya no se le puede echar la culpa al gobierno anterior.
Así pues, ha llegado la hora de la irreverencia, madre de la rebeldía, que llama a romper la resignación y la desesperanza. Esta es la naturaleza del venezolano que no permitirá su sometimiento a un régimen autocrático fascistoide disfrazado de socialismo.
Una vez me preguntaron cómo es el venezolano típico, cuáles eran las características que identifican la personalidad más común, entonces de inmediato se me vino a la mente la imagen de una persona dicharachera, espontánea, extrovertida, alegre, generosa y tolerante.
Sin embargo, la modernidad ha ido desdibujando esta imagen y va surgiendo una nueva actitud del venezolano que de modo inconfundible se puede observar en el tráfico automotor de la ciudad de Caracas. Allí todo está invadido por una enorme anarquía y un completo irrespeto a cualquier norma o ley de comportamiento cívico.
Es la verdadera ley de la selva, dónde cada cual intenta sacar la mayor ventaja posible en detrimento del otro. Se puede conducir por el hombrillo de las vías, cruzar cuando el semáforo está en rojo, avanzar en una cola sin importar que se obstaculice el tránsito de la calle perpendicular, no respetar para nada a los peatones quienes nunca tienen preferencia para cruzar una calle, etc.
Los semáforos son un adorno en algunas esquinas de la ciudad, aunque también son una guía, pero no en el sentido convencional que tiene en otros países. Una luz roja no significa que haya que detenerse con el vehículo, sino sencillamente que hay que cruzar con mayor precaución, pues puede haber alguien que no conozca las reglas de la ciudad y no tenga la precaución de frenar cuando avance con la luz verde de su lado del semáforo.
De noche definitivamente no se debe tomar en cuenta para nada la luz roja de los semáforos, ya que si se detiene en una esquina lo pueden asaltar los delincuentes que abundan en Caracas, entonces puede perder el automóvil y si se resiste pierde la vida.
Claro, también están los fiscales de tránsito que dan órdenes con fuertes señas de manos y brazos para que avancen más rápido los vehículos o se detengan en los cruces. Su esfuerzo es gigantesco en las colas, ya que con sus enérgicos ademanes intentan hacer avanzar la fila de carros, si no lo consiguen tocan sus silbatos y aletean los brazos con mayor energía como si tuviesen un poder de telequinesia.
Me dan lástima los fiscales, nunca están sincronizados con los semáforos y su lucha es inútil, los conductores hacen lo que se les da la gana. Si a un fiscal se le llega a ocurrir detener a un conductor por no hacerle caso, entonces se forma de inmediato un atascamiento infernal que hace insoportable el entorno de ruidos de motores encendidos, las pitadas de las cornetas, el humo de los tubos de escape y los peatones cruzando por entre los vehículos.
Por supuesto que las vías tienen pintada la divisoria entre canales de circulación, pero no necesariamente coincide con las filas de vehículos, porque además entre los espacios libres circulan las motos que serpentean entre los carros para adelantarlos, ya sea por la derecha o por la izquierda.
Además el paisaje lo colorean los vendedores ambulantes, actividad muy extendida en el país, puesto que abarca a prácticamente la mitad de la población. Entre medio de los vehículos ofrecen sus mercaderías que abarcan prácticamente de todo, refrescos, cerveza, música, chocolates, galletas, juguetes, herramientas, artículos inflables, flores, libros, lápices, periódicos, café, helados, etc.
Finalmente, bordeando las vías van los recogelatas que, como las aves de rapiña, van recolectando lo que otros desechan, para cubrir su cuota de aluminio de reciclaje que venden al mayorista para lograr un ínfimo sustento.
Cada cual dentro de su vehículo va rumiando su rabia e insultado a los demás por la impotencia que los invade, desahoga sus tensiones pitando la corneta de su vehículo, gritando a los demás y acelerando en neutro para descargar enormes humaredas por el tubo de escape.
Por supuesto que todo el mundo llega atrasado a su trabajo, porque el congestionamiento de la ciudad es terrible en las horas de mayor tráfico. Tampoco se salva el transporte público, puesto que además de las demoras de tráfico hay que hacer enormes colas para lograr subirse a un microbus y, por otro lado, es mucho peor el trasporte por el Metro que está completamente colapsado, pues es casi imposible subirse a los vagones repletos de pasajeros y, aún más difícil, bajarse en su estación de destino.
Cuando se llega al sitio del trabajo, completamente descompuesto y desencajado, con supremo esfuerzo se simula una sonrisa y con tono de humildad se le dice al superior: “Jefecito, me atrasé por culpa del tráfico, pero ya tengo casi listo todo lo que me pidió… estamos a la orden”. En todo caso, después habrá cualquier excusa para no terminar el trabajo.
Entonces algunos se preguntan: ¿Por qué el venezolano se ha vuelto violento, irrespetuoso, anarquista, resentido? ¿Para qué sirve su viveza de pájaro bravo? ¿Bajo su apariencia despreocupada, qué hay en su interior que un día puede explotar?
Así también es el gobierno, se conduce con la mayor anarquía e irrespeto por los ciudadanos, convoca a elecciones cuando le conviene, caso contrario las dilata tanto como puede, estable reglas para sacar ventaja en la competencia democrática, impone las mayorías circunstanciales sin respeto por las minorías, no acata los resultados electorales que no lo favorecen, insulta a todo quien piense diferente y no tiene escrúpulos para perseguir a los disidentes.
En el país la delincuencia está completamente desatada, la impunidad invade toda la sociedad, el gobierno es fuente descarada de corrupción que sólo no la ven las autoridades, los órganos institucionales de la justicia están mediatizados y actúan sesgados para favorecer al gobierno, las empresas del Estado están carcomidas por la ineficiencia.
En medio de este desorden el gobierno extiende su poder a todos los espacios del Estado y aprovecha para imponer su control proselitista sobre una población que oscila entre la irreverencia a las autoridades y la adulancia al Jefe. Los mismos que antes eran adecos ahora son chavistas, los que usaban franela blanca ahora usan la roja rojita, pero ¿realmente qué piensan en su interior?
La adulancia es la fuente del paternalismo que logra el dominio en base a dádivas que compran servilismo y sumisión, ésta es la esencia de este gobierno populista. Sin embargo, los recursos del gobierno se agotan y la ineficiencia por la falta de inversiones en la infraestructura de los servicios públicos comienza a florecer por todas partes, y ya no se le puede echar la culpa al gobierno anterior.
Así pues, ha llegado la hora de la irreverencia, madre de la rebeldía, que llama a romper la resignación y la desesperanza. Esta es la naturaleza del venezolano que no permitirá su sometimiento a un régimen autocrático fascistoide disfrazado de socialismo.
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